Seguimos con el tema de la naturaleza según las letras. Veremos pasajes donde los animales son los protagonistas; ya sea porque son descritos en las interesantes características que los hacen ser quienes son, ya sea porque ellas los hacen comparables con la raza humana o porque —de plano— hablan y actúan como seres humanos.

Poner atención en ellos es igual a recibir sus enseñanzas: por la sola observación de su conducta, de los instintos que los mueven, de sus fascinantes peculiaridades hasta por aquella suerte de moral que llegan a mostrar. Eso por una parte y por otra las fábulas, maravillosas historias imperecederas. Toda una lección.

La llamada de la selva (fragmento)

Sobre aquellos amplios dominios reinaba Buck. Allí había nacido y allí había vivido los cuatro años de su existencia. Es verdad que había otros perros, pero no contaban. Iban y venían, se instalaban en las espaciosas perreras o moraban discretamente en los rincones de la casa, como Toots, la perrita japonesa, o Ysabel, la pelona mexicana, curiosas criaturas que rara vez asomaban el hocico de puertas afuera o ponían las patas en el exterior. Una veintena al menos de foxterrieres ladraba ominosas promesas a Toots e Ysabel, que los miraban por las ventanas, protegidas por una legión de criadas armadas de escobas y fregonas.

Pero Buck no era perro de casa ni de jauría. Suya era la totalidad de aquel ámbito. Se zambullía en la alberca o salía a cazar con los hijos del juez, escoltaba a sus hijas, Mollie y Alice, en las largas caminatas que emprendían al atardecer o por la mañana temprano, se tendía a los pies del juez delante del fuego que rugía en la chimenea en las noches de invierno, llevaba sobre el lomo a los nietos de Miller o los hacía rodar por la hierba, y vigilaba sus pasos en las osadas excursiones de los niños hasta la fuente de las caballerizas e incluso más allá, donde estaban los potreros y los bancales de bayas. Pasaba altivamente por entre los foxterrieres, y a Toots e Ysabel no les hacía el menor caso, pues era el rey, un monarca que regía sobre todo ser viviente que reptase, anduviera o volase en la finca del juez Miller, humanos incluidos.

Su padre, Elmo, un enorme san bernardo, había sido compañero inseparable del juez, y Buck prometía seguir los pasos de su padre. No era tan grande —pesaba solo sesenta kilos— porque su madre, Shep, había sido una perra pastora escocesa. Pero sus sesenta kilos, añadidos a la dignidad que proporcionan la buena vida y el respeto general, le otorgaban un porte verdaderamente regio. En sus cuatro años había vivido la regalada existencia de un aristócrata: era orgulloso y hasta egoísta, como llegan a serlo a veces los señores rurales debido a su aislamiento. Pero se había librado de no ser más que un consentido perro doméstico. La caza y otros entretenimientos parecidos al aire libre habían impedido que engordase y le habían fortalecido los músculos; y para él, como para todas las razas adictas a la ducha fría, la afición al agua había sido un tónico y una forma de mantener la salud.

El autor de la novela corta citada es Jack London, quien nació en San Francisco (1876) y murió en Glen Ellen, también California (1916). En contraste con su complicada vida, en la que hubo acentuados claroscuros, sus obras más célebres muestran cómo supo ver el lado más luminoso del entorno —en este caso de sus personajes animales.

Acerca de su deceso durante mucho tiempo se le tuvo por suicida, pero ya actualmente se asume que consumió droga para calmar los malestares que lo aquejaban, y que se le pasó la mano. En todo caso su muerte, así como la verdadera identidad de quien haya sido su progenitor —entre otros puntos clave de su devenir—, no han sido aclaradas.

El principito (fragmento)

—¿Sabes...? Solo se conocen las cosas que se domestican —afirmó el zorro. Los hombres carecen ya de tiempo. Compran a los mercaderes cosas ya hechas. Y... como no existen mercaderes de amigos, es muy simple, los hombres ya no tienen amigos. Si realmente deseas un amigo, ¡domestícame!

—Y... ¿qué es lo que debo hacer? —preguntó el principito.

—Debes tener suficiente paciencia- respondió el zorro. En un principio, te sentarás a cierta distancia, algo lejos de mí sobre la hierba. Yo te miraré de reojo y tú no dirás nada. La palabra suele ser fuente de malentendidos. Cada día podrás sentarte un poco más cerca.

Al otro día el principito volvió:

—Lo mejor es venir siempre a la misma hora -dijo el zorro. Si sé que vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a estar feliz desde las tres. A medida que se acerque la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro estaré agitado e inquieto; ¡comenzaré a descubrir el precio de la felicidad! En cambio, si vienes a distintas horas, no sabré nunca en qué momento preparar mi corazón...

El autor de esta narración es el escritor galo, Antoine de Saint-Exupery, nacido en (1900) en Lyon y muerto en el mar (1944), en las inmediaciones de Marsella durante un sobrevuelo fallido, ya que además era piloto aviador. Fue singularísimo entre sus pares y hacia dentro de su obra, ¿por qué?: porque sus demás libros en nada se parecen a El principito, salvo en su gran calidad.

En ese relato desarrolla unos diálogos que conjugan inocencia con profundidad, tanto que muchos lo han designado su libro de cabecera, ¿no es así?

«Los monos» (fragmento)

Ya muchos milenios antes (¿cuántos?), los monos decidieron acerca de su destino oponiéndose a la tentación de ser hombres. No cayeron en la empresa racional y siguen todavía en el paraíso: caricaturales, obscenos y libres a su manera. Los vemos ahora en el zoológico, como un espejo depresivo: nos miran con sarcasmo y con pena, porque seguimos observando su conducta animal.

Atados a una dependencia invisible, danzamos al son que nos tocan, como el mono de organillo. Buscamos sin hallar las salidas del laberinto en que caímos (…)

El autor es Juan José Arreola (Zapotlán el Grande —hoy Ciudad Guzmán—, Jalisco, México 1918; Guadalajara, en los mismos estado y país, 2001). Hizo estudios con la asesoría de Alfonso Reyes y con quienes habrían de ser los principales creadores de su generación como compañeros, entre ellos su cercano amigo Rulfo; pero, sobre todo, fue un ejemplar de escritor que se formó a sí mismo. No obstante esa su manera de hacerse solo, colaboró decisivamente en la formación de sus semejantes, como editor y como tallerista.

Quizá debido a su particular estilo de vida, escribió más bien poco, siendo que lo asistía una capacidad asombrosa de describir… también de narrar.

En este pasaje de su Bestiario parece como si se propusiera responder a la pregunta de todos: ¿en qué se parece el mono al hombre?

Otro tema: 90 años de Poniatowska

Cuando contaba ella unos 48 años vi por vez primera a Elena Poniatowska. Me acerqué a preguntarle por qué ella es «Poniatowska» y su hermano, Jan, «Poniatowski». En lugar de contestar, ella me dijo: «si leyó usted Los hermanos Karamazov sabrá por qué».

Al llegar a ese punto ya no escuché con la misma ilusión con que devotamente me había acercado. No recuerdo, pues, con qué palabras me dijo que el apellido termina en «a» para el femenino y en «i» para el masculino. Claro que no escuché a causa de lo aturdido que me dejó por la respuesta con que el ignorante de mí fue recibido.

De todos modos, y a pesar de lo que Luis González de Alba le reprochó de él,1 La noche de Tlatelolco —su libro más leído y celebrado— me parece una joya imperecedera de la literatura testimonial. Entre otras muchas referencias que se puedan hacer del texto, déjeme decir que se lee hoy casi casi como si los hechos —el culmen (y el colmo) de la represión al movimiento del 68 mexicano— hubieran ocurrido ayer. Dicho sea sin exagerar.

La autora ha cumplido en este mayo, felizmente, 90 años de vida.

Nota

1 Con la combatividad que le caracterizaba, el protagonista del Movimiento del 68 mexicano, Luis González de Alba, acusó a la escritora de cambiar ciertas versiones recabadas de los testigos. Recogí la historia en mi artículo: «El día que Luis González de Alba obligó a Elena Poniatowska a corregir su obra cumbre» Con el tiempo vi que en el artículo de Wikipedia dedicado al activista aparece mi texto, como referencia.