Uno de los enormes intereses para el arte en la emergencia del presente, ante las presiones sociales, económicas, políticas, culturales, ecológicas, que tanto desdibujan la calidad de vida en la actualidad, es la situación extractiva del petróleo y el gas natural. Hoy en día acaparan las noticias en el mundo, no solo por la escalada de costes de los productos y procesos, sino también por la influencia en la guerra y la política mundial. Pero, el artista actual es crítico, al igual que el científico, el diseñador de productos, o el ingeniero para la industria, potencian escenarios de sostenibilidad para proteger con sus acciones y reflexionar sobre el planeta. Gestan soluciones creativas factibles, la obra de arte puede «flotar» ante la emergencia operando proyectos tolerantes con el binomio cultura-naturaleza y, sobre todo, que favorezcan la vida para todas las especies al enfrentar a ese monstruo escurridizo de la especulación de precios y, peor aún, la contaminación del ambiente.
Flotar y limar asperezas
Resulta tanto incomprensible como paradójico intentar explicarse que, el planeta en sí mismo, nos brinda recursos que son, como se sabe, sobreexplotados por el ser humano, se vuelven armas de doble filo que se nos vienen encima, detonantes de la propia extinción. Tal y como lo observó la antropología social de los años setenta del siglo anterior, con el pensamiento de Alexander Mitscherlich con el «fetiche urbano», las soluciones aportadas por el arte, la arquitectura, el diseño industrial, son hormas duras o moldes que creamos, pero a la vez estas nos modelan a nosotros mismos y a la misma sociedad; dependen de «nuestra elocuencia o testarudez» (Mitscherlich, 1968).
La artista y antropóloga de origen italiano, que trabaja en Francia y Trinidad y Tobago, miembro del Capítulo AICA Caribe Sur, Maica Gugolati, crea esta propuesta de collages fotográficos y videos, observando lo que ocurre hoy con el petróleo; el «oro negro», un nuevo dios que, en vez de paz, alimento sano, bienestar —en la idílica noción de los «trópicos» que se (des)dibujó desde los tiempos coloniales—, deduce que la industria petrolera los pone en jaque.
Para esta artista la idea de «Trópicos flotantes», implica, como ella misma expresa: «un cuerpo en equilibrio sobre la superficie de un líquido o en suspensión en un gas, como el mar que rodea la isla, pero también aquel gas, producido por ese país». Se flota para evitar ese nocivo gigante de los contaminantes, y a la vez, monstruo del poder y hegemonías que provocan tanto caos en la vida cotidiana. Y, para peor, que hoy vuelve a tensar el eje Este-Oeste, amenazando con polarizar un nuevo enfrentamiento en la política mundial como lo fue la Guerra Fría el siglo pasado.
Tensiones mundiales
Cada día angustian la incidencia en el cotidiano de la fatídica guerra en Ucrania; el costo del barril de petróleo y el gas ahogan sobre manera, pues encienden el costo de la vida al subir las materias primas, los alimentos, la operabilidad en las urbes del mundo o en los campos agrícolas con el alza de los insumos que también entran en este escenario. La extracción e industria de los combustibles produce ese hollín renegrido de los aceites y combustibles que asfixian el entorno, y son como esas chimeneas, que dispone Gugolati en aquel islote tropical, que nos evoca lejanas delicias de la vida hoy subvertidas o pervertidas por los mismos frutos de la industrialización, y que no son solo los combustibles, sino también la basura, subproductos industriales, carcasas oxidadas, pantallas y monitores que agrisan un cementerio del pasado.
Maica Gugolati aborda esos escenarios tropicales, que fueron un remanso de paz y memoria de la naturaleza, de su concepción tropical, el paisaje ideal, pero de pronto aparecen las tuberías, los ductos, chimeneas, los enormes tanques de hierro para almacenar combustibles fósiles, y la desmedida actividad extractiva del suelo que puede condenar al planeta a la extinción en tanto irrumpen el ritmo natural con que se rige. También tematiza acerca de los sistemas de comunicación telemáticos que son desarrollo científico tecnológico, pero llenan de contaminantes invisibles la atmósfera. Importan en esta fotografía crítica, la persistencia de los migrantes, quienes se mueven como hormigas entre dichos escenarios buscando un sol que les caliente mejor. Recuérdese el signo que representa a los balseros cubanos en ese mismo escenario de calamidad y miseria y que está presente en la obra de muchos de sus artistas.
Una memoria (des)afectada
El ímpetu crítico y artístico de Maica Gugolati también focaliza el pasado, rememorado por esta artista identificada con la vida del entorno ante la crisis y emergencia del presente. Ella misma comenta:
El paisajismo, desde su etapa de nacimiento, evoca la acción de moldear un terreno de acuerdo con lo que el artista quiere mostrar sobre él. Por lo tanto, nunca es neutral ni natural, sino construido y/o planificado. Este tema está directamente relacionado con la noción del «pictoralismo», de los pintores y fotógrafos coloniales en el Caribe, cuya idea del arte era embellecer y ficcionar el «nuevo mundo» (Gugolati, M. Página web).
Lo que se haga al planeta se nos devuelve
Esos paisajes tropicalizados por las aguas y el verdor del cálido croma Caribe en los collages de Gugolati, como dije: idílicos, potencian un arma de doble filo, que me recuerda aquel grabado de Escher (la realidad irreal 1948) de una mano dibujándose a sí misma. En tanto son apreciados por nosotros al tiempo que deleitan y provocan placer, enervan el ánimo y vemos emerger desde su pensamiento interior un puñal que agreden inmisericordes, como ocurre en la guerra actual, y con el oro negro que al tiempo de ofrecer confort y usabilidad hace peligrar la vida en el planeta.
Sus piezas de la serie «Floating Power», son una nítida fotografía de la naturaleza tropical caribeña, y el ojo se sumerge en la imagen para deleitarse con el embeleso que provoca aquel remanente del paisaje, que bien podría ser cualquier isla del archipiélago caribeño —insular o continental—, pero de pronto, las tuberías y equipos de perforación petrolera renegridas y hollinadas nos sacan abruptamente del ensueño, nos despiertan a una «realidad irreal» que se repite no solo en el paisaje natural, sino urbano, pervertido por la sed de riqueza que alude lo petrolero como un símbolo de apariencias, lujos, y confort a costa de la Tierra, a costa de la vida animal o vegetal, y de nosotros mismos que no tenemos otro espacio dónde habitar.
En otra imagen de una típica playa de blancas arenas, palmeras y ambiente caribeño, un trinbagoniano cuelga coloridas mantas para ofrecer al turismo, otra industria a observar pues trae beneficios, pero también contamina, para darle un producto ataviado del color y el calor de sus escenarios, este es subvertido por la presencia de los tanques de almacenamiento de combustibles, con el peligro de la contaminación y el fuego. «Broncearse» (2019), es como lucir ese poder de las apariencias dada la nueva investigación del arte, la ciencia y la tecnología, del pensamiento creativo que busca nuevos procesos ecológicos para resolver la crisis y repensar esos mitos que a veces parecen certezas que se han vuelto enemigas de la razón y la armonía del planeta y su cultura.
En otra imagen de un onírico jardín tropical que entrevé también un cultivo agrícola, «Poder en el país de las maravillas» (2019), actividad importantísima también para resolver la crisis alimentaria, ese jardín es subvertido por una antena de diseño biónico de comunicaciones, pues asimilan la forma de las legumbres cultivadas, son signo que adelantan el índice de calidad de vida, pero subyuga la noción de la pureza natural que buscan muchos humanos y habitantes de las grandes urbes para desaforar aquellos escenarios ficticios que aunque brindan funcionalidad, devienen enemigos de esta naturaleza que por siglos distinguió a aquellos espacios de vida sostenible.
En otra imagen las tuberías de la explotación petrolera, «Poderes balanceantes» (2019), configuran una especie de juego, al cual sube un chiquillo oriundo de las islas, como si fuera un parque de diversiones evocado, soñado, pero realmente tétrico en tanto que por dentro de esas venas, y ductos de acero lo que corre es petróleo robado al planeta. La artista comenta al respecto:
El niño aquí es un «Moko Jumbie», un personaje de carnaval trinitario originariamente de África de oeste. Moko es un dios que protege su villaje. Una legenda local (hay muchas) dice que el dios sigue los botes negreros para protegerlos caminando sobre el agua del océano con los zancos. Jumbie significa en cróelo, espíritu.
De aquellos arcos de cañas de bambú que son el deleite de los jardines y repartos naturales del paisaje tropical, «Cazabón ahora» ( 2022 ), ya no invitan a entrar en la casa cónica hecha de ramajes y palmas de las casas de los habitantes originarios de estas regiones, que como cueva existencial, ofrecen la justa dosis de tolerancia y amor por el planeta, dones que sanan realmente nuestro espíritu agobiado por las presiones de los mercados del mundo en ese sube-baja constante, y lo hacen para presionar a Rusia, a los ejes de eterno poder y sus hegemonías para tener certeza quién mantiene la corona del dios dinero, del dios petróleo, del soberano que nos roba la paz a los habitantes de la Tierra.
La «Catedral de bambú», comenta la artista: «me gusta su nombre porque evoca la sacralidad del paisaje, pero al mismo tiempo su funcionalidad, los bambúes y las guaduas no son plantas émicas. A esta pieza la llamé «Cazabon Now», (2019) porque Cazabón fue el artista icónico que representó históricamente los paisajes trinitarios; se convirtió en el ejemplo del plan de ingeniería de la época, y fue utilizado como registro del pasado incluso para los locales.
La pieza «Tómate un paseo» es una real denuncia de aquella contradicción que ocurre no solo en el archipiélago, sino en las costas adyacentes donde el paisaje está marcado por la basura. Aparecen, en la imagen, llantas de camión, un viejo cañón testigo de luchas contra los piratas y antiguas tensiones de los poderes hegemónicos en una playa sucia. Pero la artista configura un espejo donde en vez del embeleso y jardín de las delicias, lo que reflejan las aguas son aquellas tuberías y chimeneas hollinadas que la asfixian.
Para concluir
La crítica hacia el trabajo de collages fotográficos y uso de imágenes impresas en el arte de esta inquieta viajera, y con esto concluyo mi acercamiento a su trabajo, quizás puede señalar el arrastre de una fría matriz de la técnica y tecnología de los combustibles fósiles que subvierte aquel cálido clima caribeño, precisamente ahí donde se origina esta intervención creativa y crítica de Maica Gugolati: el hito de la razón, pero no tomar en cuenta el corazón que las construye, que recoge las imágenes del paisaje y escenarios que van a ser construidos como un nuevo espacio para deleitarse con la historia, que ya no es la misma, que cambió de nombre, de acuerdo a la narrativa de la crisis, de un arte en la emergencia, en el reinicio (reset) del planeta después de la fatídica pandemia del coronavirus, que diezmó por dos años nuestra realidad, y el teatro de la política internacional, la promesa o esperanza pues en tanto hayan humanos persistirá la estética, la memoria, crecerá el «corazón» del planeta por el holismo que aporta la contemplación de sus frutos y escenarios de vida sostenible.