La relación que tiene Emma Woodhouse con las demás mujeres de la novela es peculiar, tanto es así, que no es de extrañar que las lectoras contemporáneas sospechen de los intereses de su heroína y la perciban como un personaje marcadamente LGTB. Desde su amistad con la señorita Taylor hasta su matrimonio con el señor Knightley, Emma demuestra una y otra vez sentir atracción y encaprichamiento, incluso deseo, tanto hacia hombres como hacia mujeres, especialmente mujeres de carácter dócil, fácilmente controlables. De hecho, Emma se caracteriza por identificarse con la mirada masculina, siempre intentando ponerse en el lugar de un hombre al observar a una mujer: «Sé que una chica como Harriet es exactamente lo que deleita a todos los hombres, lo que al mismo tiempo embruja sus sentidos y satisface su juicio» (Austen, 2007: 88).

Emma rechaza la pasividad que se exige de las mujeres, aunque a la vez la admira en sus compañeras puesto que le permite ejercer un control de carácter erótico sobre sus vidas. Mientras sus amigas permanezcan solteras, Emma puede dominarlas como haría un hombre; está claro que Austen ha colocado a Emma en una posición de poder (y dominio sexual) normalmente reservada para el sexo masculino. Es a través de la dominación del otro que Emma puede definirse como sujeto autónomo, y no como objeto de deseo. Ya se ha hablado mucho de que Emma satisface sus frustraciones a partir de las relaciones ajenas, pero creo que es importante destacar que el deseo de dominar y controlar a las mujeres de su vida puede leerse en clave lésbica, fuese o no esa la intención de la autora. Las señoritas Taylor, Smith y Fairfax son objetos de deseo y posesión para la heroína.

Ante la pérdida de la señorita Taylor al convertirse esta en la señora Weston, Emma concentra la fuerza de su deseo, en un primer momento, en Harriet Smith, convencida de que Harriet es «exactamente la joven amiga que necesitaba; exactamente ese algo que requería su hogar» (Austen, 2007: 47-48), un lenguaje sospechosamente parecido al de un joven pretendiente que tiene como objetivo hacerse con una futura esposa. Harriet, desafortunadamente, se siente atraída por el señor Martin, y sus sentimientos son recíprocos, por lo que Emma deberá conquistar sus afectos y alejarla de su rival masculino. Aunque al manipular la situación Emma señala la inferioridad del señor Martin al compararlo con otros caballeros de su círculo más inmediato, como el señor Knightley, el señor Weston y el señor Elton, se hace evidente que el verdadero rival del señor Martin es Emma Woodhouse y que, si Harriet se casa con este, estará perdiendo para siempre el afecto y la compañía de la señorita Woodhouse.

Puesto que Emma no puede casarse con Harriet, por la que, por cierto, empieza a sentir interés mucho antes de que empiece la novela a causa de su atractivo físico, lo máximo que puede ofrecerle es una pareja que no le sea rival y que le permita permanecer en el mismo círculo social al que pertenecen los Woodhouse y, por lo tanto, la mantenga siempre accesible. El encaprichamiento que siente Emma por Harriet la ciega, la prefiere por encima de otras compañeras y, aunque es evidente que Emma prefiere a Harriet por encima de Jane Fairfax por la inferioridad intelectual de la primera (cosa que le permite lucirse y sentirse superior), es posible leer un pequeño enamoramiento en sus interacciones. Para Emma, encontrarle un marido digno a Harriet es una forma de demostrar su afecto, una de las pocas que le están permitidas, y lo señala explícitamente al recriminarse que debe encontrar la forma de «demostrarle su afecto de un modo mejor que haciendo casamientos» (Austen, 2007: 168).

Jane Fairfax, por otro lado, es el objeto de deseo que se niega a ser poseído por Emma y rompe el patrón marcado por la señora Weston y la señorita Smith. El rechazo de Jane Fairfax a hacerse pequeña para que Emma pueda brillar y a subyugarse completamente a la voluntad de Emma, así como sus principios inamovibles y su amor propio provocan, a su vez, el rechazo que siente Emma por esta. Jane Fairfax es el epítome de todo aquello que Emma desearía ser, o desearía ser percibida como que es, y de todo aquello que desea poseer. La presencia de Jane Fairfax es un recuerdo constante de que la pobre huérfana es superior a Emma en todo excepto en estatus social y riqueza, y Emma no puede más que admirarla a la vez que rechaza completamente su presencia.

Es el rechazo que siente por Jane lo que la empuja a una amistad íntima con Frank Churchill. Aunque Emma no sabe que Frank y Jane están prometidos, Emma reconoce algo en Frank que la empuja a compartir con él sus pensamientos y teorías más secretos sobre la señorita Fairfax. Emma lo justifica diciendo que son muy parecidos, y es cierto que ambos son herederos subyugados a los caprichos de familiares hipocondríacos, jóvenes enérgicos e inteligentes ebrios de soberbia y cansados de su círculo social más cercano, pero lo que caracteriza su relación y su amistad es una completa obsesión con todo lo que rodea a Jane Fairfax. Aunque todo aquel que los ve juntos sospecha de un interés mutuo, lo cierto es que en el centro de su amistad figura Jane; Frank y Emma son, en realidad, rivales por los afectos de la señorita Fairfax, aunque no sepan darse cuenta de ello. El propio Frank, cuando debe justificar su comportamiento al visitar Highbury (puesto que ha dado esperanzas de un cortejo a Emma mientras estaba prometido en secreto con otra mujer, Jane), señala que es posible perdonar su conducta precisamente porque Emma es un personaje sexualmente inaccesible que nunca le dio «la idea de una joven fácil de comprometerse» y añade: «el que estuviera completamente libre de toda tendencia de unirse a mí, fue tanto mi convicción como mi deseo» (Austen, 2007: 479). Aunque los motivos de Frank Churchill para hacer esa observación son sospechosos, tampoco debemos ignorarlo completamente; es cierto que Emma siente interés por Frank, pero es un interés autoimpuesto, formado completamente en su mente incluso antes de conocerlo, y la propia Emma admite que, aunque atractivo e interesante, no tiene ninguna intención de casarse con él.

Hacia el final de la novela, sin embargo, se da un giro en la relación entre Emma y Jane; hace tiempo que Emma ha perdido el interés por Frank Churchill y ha concentrado su atención en casarlo con Harriet, y es precisamente sobre esas fechas que el destino de Jane queda sellado: deberá convertirse en institutriz. Roto su compromiso con Frank, Jane pierde sus perspectivas de riqueza y se ve hundida en un futuro incierto, su salud se deteriora y todos a su alrededor sienten lástima por ella; es en esta situación que Emma por fin le tiende una mano. Lo que Emma no sabe, claro, es que la infelicidad de Jane se debe en parte, precisamente, por la conducta de Emma. A Emma, sin embargo, solo le interesa la posibilidad de que ahora, por fin, Jane esté dispuesta a dejarse subyugar. Cuanto más se deteriora la posición y la salud de Jane, más obsesiva se vuelve la persecución de Emma; sin embargo, Jane no ha cambiado, sigue siendo la misma mujer íntegra del principio, por lo que rechaza los intentos de acercamiento de Emma, tanto por celos como por dignidad. No será hasta que Jane vuelva a estar a salvo de la posesión de Emma, comprometida de nuevo con Frank, que aceptará la amistad de una Emma que parece haber aprendido la lección de dejar de meterse en los asuntos ajenos.

Emma y Jane, obviamente, no pueden acabar juntas, por lo que Jane aceptará de nuevo a Frank Churchill y Emma se dará cuenta de que lleva todo ese tiempo enamorada del señor Knightley. A salvo finalmente de la posesión de Emma, podrá por fin florecer una amistad genuina entre ambas mujeres, una amistad temporal, puesto que Jane debe dejar la región para ir a ocupar el lecho conyugal; pero Emma ha aprendido su lección, debe mantener las narices fuera de los asuntos ajenos y dejar de ver a sus amigas como objetos a poseer. Eso no quita, sin embargo, que se haya pasado gran parte de la novela odiando y admirando a Jane Fairfax a partes iguales, y es imposible para el lector moderno no detectar un trasfondo lésbico. Pero esta es una lectura claramente contemporánea y podemos apoyarla o no. Yo, por mi parte, decido apoyarla; es una lectura más, como cualquier otra, que solo consigue hacer aún más interesante un libro que, de por sí, ya es adictivo.

Nota

Austen, J. (2007). Emma. Barcelona: Debolsillo.