Es un placer de dioses morder un mango maduro, dulce y jugoso. Sentir como se riega el jugo en toda la mano y hasta el brazo. La delicia de masticar la pulpa con cáscara, de ir hasta la semilla y de chuparla hasta dejarla desnuda. (A quien le sirva esta imagen, que se la goce y que se coma un mango sin cubiertos).
La expresión «juicy mango» la asocio a Sianna Sherman, a quien conocí en la formación en Anusara Yoga y ahora tiene su propio método, que incluye el trabajo con deidades de la India. Sianna es experta en contar historias (storytelling) y narra los mitos al inicio de sus clases de yoga, como inspiración para llamar al héroe/heroína, el/la buscador(a) en sus estudiantes. En uno de sus relatos sobre Hanuman, el semi dios, mitad mono y mitad hombre, Sianna describía con mucha sabrosura el comer y disfrutar un mango jugoso. No recuerdo si ella hacía referencia a ser un «juicy mango» o si yo inspirada en ella empecé a decirme a mí misma que era un mango jugoso y sabroso, haciendo el trabajo con el espejo recomendado en el Libro de Louise L. Hay, El Poder del Espejo.
En Colombia usamos una expresión para referirnos a alguien que esta en ese estado. Decimos que esa persona «está en su salsa». Eso quiere decir que esta disfrutando lo que hace, precisamente porque resuena con todo su ser. Como si se hubiera cocinado en sus propios jugos, se abrió a lo que es y goza de estar así. Además, lo muestra sin vergüenza.
¿Qué tiene que ver el «juiciy mango» con La canción de la abuela y los artículos que me ha motivado sobre la dicha y la gracia? Ser el «mango jugoso» es el estado de plenitud, en donde nos sentimos en el 100% de nuestro potencial, donde todos es posible y confiamos en que sea lo que traiga la vida vamos a estar en capacidad de responder. También es un estado de gozo, disfrute y alegría de ser lo que somos por el simple hecho de existir. Donde decimos, que delicia todo lo que se presenta y confío en que le puedo sacar el jugo a todo lo que venga. Es un estado en donde no hace falta nada. Se es, se hace, orgánicamente, sin plan o estrategia, sin esfuerzo, sin requisitos, sin resistencias ni bloqueos.
Así estuvimos dentro del vientre de mamá, así nacimos y durante la vida lo olvidamos. La buena noticia es que podemos recordar y es un juego delicioso acordarse.
El olvido
En la gestación en el útero de nuestra madre experimentamos el estado de plenitud. Como mamíferos, nacemos dependientes. Por varios años requerimos del cuidado y la atención de otros para sobrevivir. Estamos hechos para vivir en grupo porque nos da seguridad y protección. Al nacer el bebé experimenta el hambre, el frío, la necesidad de acogimiento y afecto y depende de otra persona que le provea la satisfacción de esas necesidades. Entonces, esa plenitud ya no depende solo del ser. También empieza el relacionamiento con otros, mamá, papá y otros cuidadores. A medida que la persona va creciendo se amplía su interacción con otros grupos y con más personas que determinan su sistema de creencias.
La relación con el grupo como sistema, moldea nuestra interpretación del mundo. Se nos transmite lo que fue exitoso para sobrevivir, tanto a nivel individual, como colectivo. Las creencias, aglutinan, dan pertenencia e identidad y han sido pasadas de generación a generación. Nos sirven como filtros, criterios bajo los cuales interpretamos el exterior, las relaciones, las emociones y la imagen de nosotros mismos.
Así, se ha dado el rótulo de «bueno» o «malo» atendiendo lo que sirvió o no al grupo para sobrevivir. Esos criterios están asociados a circunstancias específicas de cada era. Sin embargo, pasan sin cuestionamiento de una generación a otra. La nueva generación confía en la experiencia de la anterior y pasa a la siguiente sin cuestionar. No obstante, el mundo es cambiante y lo exitoso de hoy podría no servir en el futuro. Entonces es posible que en el proceso de educación se acojan procesos obsoletos o que no corresponden a las necesidades actuales.
En términos de supervivencia se escogió lo exitoso del ser y se excluye lo que no dio resultado. Eso que se descarta queda latente en la psiquis de la persona, sin desarrollo, inactivo. A eso llamo el olvido. De la totalidad del ser con la que nace un niño, se olvida lo que no le sirvió para vivir y recibir amor. Así frente a lo que creemos que no tenemos (por haberlo olvidado), manipulamos nuestro mundo exterior para recibirlo.
La propuesta
La propuesta es recordar que estar contento, pleno y feliz es fácil, orgánico, que es nuestro derecho de nacimiento, por el solo hecho de existir. ¿Cómo les parece esta frase?
Se que tienen muchos ejemplos y razones para desvirtuarla. La situación de conflicto, guerra, pobreza y falta de oportunidades de muchas personas niegan la frase. La dicha es algo que anhelamos mucho y con frecuencia creemos que se da y se quita por causas externas: la pareja, la familia, los hijos, el trabajo, el dinero, el lugar donde vivimos, los viajes que hacemos. Entonces decimos si yo tuviera o hiciera algo, o si tal situación o persona cambiara, sería feliz. A veces, la vemos inalcanzable, como que hay que hacer mucho para merecer un instante de felicidad. En otras viene inmediatamente y «sin salir de casa»: likes y seguidores activan los neurotransmisores, la dopamina, con el precio de quedar prendido queriendo más.
La invitación es a hacerse cargo y darnos nosotros mismos los que le pedimos a otros. La propuesta es ser el «juicy mango». ¿Qué implica ser el «mango jugoso»?
El grado de «juicy mango» es para…
El «juicy mango» es quien acepta lo que es, está familiarizado(a) con lo que no le gusta de sí y se hace cargo de la satisfacción de sus necesidades. También es quien sabe que el amor, lo nutricio, está en todas partes, en las experiencias expansivas y en las contractivas. Conoce la diferencia entre una y otra y por su olfato puede escoger cuál desea vivir. «Mango jugoso» es quien está integrado, pleno y puede escoger.
Ser el mango jugoso viene de aceptar ser el fruto de un árbol de mango y no desear ser un aguacate. Esto viene del padre Jota, Jorge Julio Mejía, sacerdote jesuita que conocí en un retiro para iniciarse en el desarrollo personal y espiritual. Gozar ser mango tiene que ver también con aceptar lo «bueno» y lo «malo» de ser mango. Especialmente, de asentir y transitar lo que no nos gusta de nosotros mismos. Apropiarnos de nuestras historias de sufrimiento, vergüenza y trauma y sacarlas de debajo del tapete a donde las barrimos. Amigarnos con todo lo vivido como nutrición, todo sucedió en nuestro beneficio. Es nuestro trabajo terminar los movimientos interrumpidos y obtener el recurso que viene escondido de cada situación. En efecto, el amor está por todos lados y podemos entrenarnos en descifrar los símbolos y acertijos que lo ocultan.
Incluyo también en este estado de gracia, a la plenitud, o ese estado de ausencia de carencia, estar completo. Ahí donde todas nuestras necesidades físicas, emocionales están satisfechas y además hay un brillo que no da el maquillaje. Es la aceptación de la esencia luminosa que todos tenemos, con la conciencia e integración de aquellos otros aspectos de nuestro ser que no nos gustan tanto.
Asimismo, la dicha del mango sabroso está en el merecimiento y la autovaloración. En el reconocimiento que le damos a haber seguido en el camino, al coraje (valor) y los recursos que hemos apropiado/recordado/integrado. Valorar que nos acordarnos de nuestra naturaleza divina, que se manifiesta en recursos o dones. Entonces, somos creadores, reconocedores de nuestra esencia y de todos los atributos. Al recordar, activar y usar esos dones somos cocreadores de nuestra vida en beneficio nuestro, de toda la humanidad y de todo lo que se encuentra en nuestro campo de acción.
Así, si se nos olvidó todo aquello a lo que tenemos derecho solo por el hecho de existir, cada situación nos pone enfrente y tenemos la elección de escoger los lentes con el que los vamos a ver: expansivos o contractivos.
Los lentes expansivos, contractivos, ¿bifocales?
Antes de proponerte ser el «juicy mango», pues hay muchas vacantes disponibles, quisiera introducir la idea de los lentes con los que se ve la realidad. Cada cual se relaciona con su estado de felicidad de acuerdo con el sistema de creencias que tiene. Si crees que todo depende de ti mismo, que el trabajo arduo, duro y sacrificado es el que te da los frutos, pues eso tienes.
Como mencioné antes, somos lo que creemos o lo que le creímos a nuestros antecesores que podíamos ser. Por eso aceptar encarnar al «mango jugoso» implica separarse de todo lo que hemos aprendido y muchas veces «traicionar» a nuestro sistema familiar y social, en razón de responder con lo que la situación del presente necesita.
Para esto es necesario tener una visión más amplia, ensayar un cambio de lentes con el que vemos el mundo, incluso eliminarlos. Ese cambio de lentes requiere ensayar ver la realidad sin juicio entre «bueno y malo». Si hay que hacer una clasificación, propongo diferenciar entre experiencias expansivas y contractivas.
Llamo experiencia expansiva aquella que es gozosa, placentera, sabrosa y deliciosa. Es lo que sientes en el cuerpo como un sí rotundo y se abre más hacia la liberación.
Una experiencia contractiva, es la que está mediada por el dolor, la incomodidad, la angustia, la victimización o la perpetración. Cuando tienes mucho de algo incómodo y ya no resistes más. Entonces se da la liberación.
Hay tanta represión y miedo a la libertad y a enfrentar nuestra parte oscura que preferimos comprender por contracción que por expansión. También hay mucho miedo a decir la verdad sobre nosotros, tememos dejar de pertenecer y por eso nos mantenemos apegados a lo que ya no vive. Así nos aferramos a los muertos vivientes: relaciones, trabajos, objetos.
Es preciso agregar que la manera contractiva y la expansiva son iguales de válidas para desarrollarse personal y espiritualmente. Las comprensiones, insights llegan de las dos formas. Sin embargo, quiero dejar para tu reflexión que hay elección. Sí puede ser diferente y sí puedes decir que no a situaciones contractivas como una relación de pareja abusiva.
También quiero aclarar que dentro las situaciones expansivas también pueden experimentarse a través de las emociones que llamamos negativas como la tristeza o la rabia. El truco es vivirlas plenamente, permitir que se termine el movimiento interrumpido y puedas seguir. Eso es salir del congelamiento que produce resistirse y bloquearse y que perpetúa el dolor y el trauma. Una vez más se requiere de valor y coraje, de ser adulto y hacerse cargo de los temas pendientes. Afortunadamente hay personas que acompañan y ayudan a ver nuestros puntos ciegos y fantasías catastróficas sobre lo que implica ser auténtico, poner límites, defenderse, estar triste o con depresión.
En mi perfil de Instagram dejo un ejercicio guiado para aprender como reconocer los mensajes que te da el cuerpo, expansivos para el sí y contractivos para el no, que puedes usar para todo tipo de situaciones.
La visión del «juicy mango»
Imagina tu vida encarnando ser el «juicy mango». ¿Cómo caminas? ¿cómo te relacionas con otras personas? ¿qué haces? ¿cómo hablas? ¿en qué trabajas? ¿en dónde vives? ¿cómo cambia tu campo de acción sintiéndote así? ¿cómo sería el servicio que prestas y los frutos que ofreces? Visualiza cómo sería vivir sintiéndote pleno y completo, en vez de ser una bolsa llena de carencias que los otros estarían obligados a suplir.