El Colectivo MR conformado por la fotógrafa peruana Marina García Burgos y el artista contemporáneo español Ricardo Ramón Jarne, exponen una muestra física y presentan un conversatorio en Zoom en Galería Vigil Gonzáles, de Lima, Perú. Para conocer el trabajo de este colectivo, importa cavar en las estratificaciones de la historia del arte y, en particular, reconocer con mayor amplitud técnica y conceptualidad el bodegón, y a aquellos artistas que lo practican hoy, impregnándole de las vicisitudes de un tiempo como el actual.
Al abordar hoy en día este género, y en particular su tratamiento en el arte contemporáneo, necesitamos considerar tanto el espacio como la colecta misma de los objetos actuantes, su materialidad, orígenes, referencialidad, composición o propiedades conmutativas en tanto también puede provocar un juego numérico como el creado por Alberto Durero con Melancolía (1513), en la manera cómo se acomoden en aquella ventana vinculada en principio a la luz y sombras, pero que también portan a la profundidad, a la vicisitud del hoyo o embudo —en la visión dantesca del Mapa del infierno (1480-1490), colección de la Biblioteca Vaticana y un Banco Alemán, colección mentalizada por Sandro Botticelli (1445-1510)—, con todo y lo emocional, fatídico, ácido, o agresivo que nos pueda parecer. Son signos de aquella última instancia hacia la cual enrumbamos los humanos, aunque en ese trance no deja de invadirnos el terror.
Para estos bodegones, el Colectivo MR, reinterpretan las pinturas del español Juan Sánchez Cotán (1560-1627), a quien incluso yo mismo descubro maravillado, pues juegan un rol, además de los objetos, texturas, líneas estructurales o compositivas cargadas con otros vínculos y narrativas, como la provocación del inminente deseo y adrenalina que advertimos al colectar objetos en la ciudad, encontrados o reapropiados, que traducimos al lenguaje con que nos comunicamos hoy, con la fotografía, en la cual persiste el enigma, enorme que se cierne sobre la existencia y el no saber qué, lo cual permanece y nos marca con las vivencias cotidianas.
Pero lo expuesto por la dupla de artistas impresiona e instiga a cavar en las estratificaciones del tiempo mismo o actual, al igual que en el pretérito, espíritu que emerge de esa visualidad en la labor del palimpsesto, sacando a flote una imagen conceptualizada, construida y reconstruida con referentes sustanciales que marcaron un ángulo distinto del discurso y de lo contemporáneo, y el impacto con que juegan los recursos de la técnica y la jerga sobre el objeto, ese signo que recogemos a diario —en nuestra propia experiencia de colectores—, para traerla a la obra o al discurso crítico, y en tanto atañe a nuestra concepción de lo cambiante de la cultura —la cual siempre busca un algo más—, y vierte un ángulo de diversidad por donde ver lo que tenemos a nuestro haber o lo que aún exige recolectar y conquistar.
Discurso de lo inanimado
El vocablo «bodegón» o naturaleza muerta —en el sentido de que son objetos inanimados—, proviene de la idea de bottega, taller o estudio del individuo creativo quien se sume en ese espacio de la creatividad y el discurso crítico, a buscar otros ángulos por donde mirar al arte, a (des)aprender quizás, pero al mismo tiempo volverse a nutrir de conocimientos, actualizarse, en tanto hoy y a la velocidad a que experimentamos lo vivido, importa renovar e innovar para que lo dicho o hecho recupere elocuencia y sea creíble a los demás.
Quienes fuimos aprendientes de arte alguna vez, dibujamos, pintamos o instalamos «bodegones» para controlar la representación de los objetos, repasar, para dar sentido a la composición y proporción, en la cual prevalece la variedad de la materia, preguntándonos cómo son afectados o su resistencia ante el mismo ambiente en tanto también se muestra aguerrido. Me traslapa a la acción creativa del Arte Povera de mediados de los sesenta del siglo anterior, por el uso de objetos, la naturaleza, lo temporal, y cómo afecta a tal materialidad el paso del tiempo, pero también la espacialidad y atmósfera, un nuevo tratamiento a sus superficies contenidas en el cuadro o cajón tridimensional, ahí donde hoy atrae la evasiva mirada del espectador ante el desparpajo y bombardeo visual que también a veces confunde.
Emocionalidad y subjetividad
En tanto insumo al pensamiento crítico-creativo, el filósofo hispano Eugenio Trías, a finales del siglo pasado, refería al Fedro, a una categorización remozada del Eros:
El deseo de belleza, el impulso hacia lo bello aparece aquí como forma de locura, la locura divina, en la que el sujeto pierde el dominio de sí mismo, y se conduce como un enajenado (Trías, 1997, p.44).
¿Será esa objetualidad, la que matiza o provoca lo pulsional del goce estético, erotismo punzante que se nos viene encima como una daga empuñada hacia nuestra mismidad? ¿No fue acaso el impulso que sedujo a Gustav von Aschenbach, a permanecer en Venecia a merced de la epidemia, al encontrar la piedra preciosa que, rebosada de virtud, representaba la pócima amarga y ruta hacia la instancia terrible que esperaba en aquella atmósfera enfermiza y silenciosa de una ciudad desdibujada por lo insalubre? Ese grado de lo terrible, como lo afirmaría el poeta austrohúngaro Rainer María Rilke, «que los humanos podemos soportar», y que matizó el enigma profundo y descorazonador Thomas Mann en esta impresionante muestra de la narrativa moderna Muerte en Venecia llevada a la pantalla por el no menos célebre Luchino Visconti en 1971.
Actúa el terror del individuo creativo a descubrirse, como lo dedujera Georges Bataille:
Constantemente se da miedo de sí mismo. Sus movimientos eróticos le aterrorizan (Bataille, 2005. p.11).
Actualidad de los discursos
En un texto de los artistas publicado en la web de la Galería Vigil Gonzáles de Lima, refieren al ya citado pintor Juan Sánchez Cotán, quien creó una serie de nueve bodegones, expuestos por primera vez en 1935 en el Museo del Prado de Madrid, y cuya severidad y contraste, elogia el arte de componer objetos en el formato del cuadro, lo cual Marina y Ricardo Ramón conjugan en tiempo actual, lo re-imaginan, desde los liminares y búsquedas del proyecto iniciado en 2013 en el puerto bonarense argentino. Dice el Colectivo MR acerca de esa situación del invalido pordiosero que deambula buscando algo que le sustente y que no es precisamente comida:
Esta serie que tiene más de 10 años se convierte en intemporal, como los mismos cuadros de Cotán, por estética y por su carga política y social. Pero en su atemporalidad no pueden ser más actuales hoy día. La situación de los «sincasa» no solo no ha mejorado, sino que ha empeorado con el tiempo, la crisis en Argentina se ha convertido en una constante, la enorme brecha se ha ido agrandando. Parece que no existe solución, que no solo Argentina, que el mundo entero ha caído en la debacle más absoluta, que la situación de los «sincasa» no era la consecuencia final de la degradación de una sociedad, sino el principio del gran desastre.
Cierran esta dialógica, el Colectivo MR, con un pensamiento que me permite sustentar mi propio comentario respecto al arte de los bodegones:
Lo único que se conservará intacto será el fondo negro, el terrible abismo del final de los tiempos (Marina y Ricardo Ramón).
Estos signos, cruce de ordenadas y coordenadas, entretejen el discurso de lo urbano actual, la cartografía, de ahí el título de Bodegones urbanos, propuesta conceptualizada en Buenos Aires, como se dijo en 2013. La ciudad, visualizaba Platón, se origina en la circunstancia de que ninguno de nosotros se baste a sí mismo. Necesitamos del artista quien edifica un nuevo mundo en base a signos remanentes o que se encuentran al rastrear y comportarse como el catador de belleza (Yourcenar, Memorias de Adriano, p.22, traducido por Cortázar). De ahí que exista el hojalatero, el albañil, el educador, pero también el educando, y una estructura que conforma la gobernanza para que fluya el (des)orden y que la vida no sea del todo infructuosa, ni tan desesperanzadora. Ahí está el pordiosero que duerme sobre cartones en la esquina de un edificio, bajo un puente, y a su vez convive el poeta quien desde aquella precariedad que lo engulle, elogia el más sensible cantar.
Ese pordiosero —o los «sincasa»—, buscan la cueva, la caverna, la gran madre y su útero dador, el ducto o tubería subterránea o tripero tecnológico bajo la ciudad, donde simular calidez ensortijados hacia sí mismos e ingesta de la pócima para paliar el frío, el espasmo, el hambre, y dejar regados objetos que luego el artista —visor y vidente (Trias, p. 78)—, recompone, para ser literalmente eterno buscador, porque carece de un lugar propio:
Ese hombre carece de identidad: merced a esa defectuosidad puede elegir cualquier signo de identidad, puede construir cualquier personaje, puede hacer consigo mismo lo que quiera. Su esencia se halla cifrada en su libertad (Trías, p. 95).
Liminares de esta práctica artística
Argumentan Marina y Ricardo Ramón en el texto de las fotografías en la web de MR:
Por esas mismas fechas, sorprendidos por los índices de miseria y de personas sin hogar que nos encontrábamos en las calles de Buenos Aires, estábamos haciendo una serie, también inconclusa, que ya llamábamos: Bodegones urbanos, eran fotografías tomadas en las calles de bolsas, paquetes, ropas usadas y restos de comida que los «sincasa» dejaban en los portales de las tiendas, bancos, puertas y vitrinas de comercios, para marcar territorio, para indicar que ese portal era suyo y que ese sería su hogar para pasar, de manera precaria e inhumana, la inminente noche. Sorpresivamente los marcos de los escaparates de las tiendas, tenían mucho que ver con los límites de las alacenas pintadas por Cotán, donde él encuadraba sus bodegones y al mismo tiempo esos objetos señaladores de propiedades efímeras que dejaban los vagabundos porteños; esas bolsas llenas de objetos absurdos, esas telas sucias y malolientes, esas botellas de plástico rellenadas con agua de las fuentes… tenían mucho que ver en su disposición espacial con los objetos representados como frutas, verduras, flores y pájaros que protagonizaban los bodegones del pintor cartujo.
Bodegones urbanos, y con esto concluyo
Los bodegones de Sánchez Cotán son más ásperos, quizás hasta más dramáticos por esa luz barroca que engulle en una profunda reflexión sobre el papel del arte para encender o actualizar los discursos o las analogías. Los del Colectivo MR, formado por la artista fotógrafa peruana Marina García Burgos y el artista, historiador, crítico y curador español Ricardo Ramón Jarne, habilitan la memoria de este género artístico evocando, quizás, los de inicios en el siglo XVII con Caravaggio (Cesto con frutas, 1597-1598, Pinacoteca Ambrosiana, Milán) que, de alguna manera, animaba la representación con aquel cesto pintado hiperrealista pero con un fondo plano, claro, atípico en su pintura de altos contrastes, pero no es solo en los aspectos estructurales o compositivos del cuadro, sino en la iluminación barroca tan mencionada, y aquel referente de la conmutatividad que motiva a intentar comprender en arte aquella frase de Pitágoras cuando afirma que «el orden de los factores no altera el producto», quiere decir que sin importar en qué orden se dispongan, siempre van a arrojar el mismo resultado. En lo expuesto en Galería Vigil Gonzáles de Lima, no son operaciones numéricas las observadas sino objetos con una carga, un peso y una dinámica colectada en la ciudad, la horma de la eterna discordia (Mischerlich, 1968), tentación del abismo, y los objetos colectados, (des)afectados, dispuestos en la teoría o gramática de una nueva objetualidad tan presente en la práctica creativa de nuestro tiempo.