«Con el tapiz de oro rubí de su poesía romántico-existencial de su narrativa histórico-biográfica, la aguda percepción crítica y ensayística y un anecdotario dotado del oropel alquimista literario, cuyo ser magnánimo se aventuró en esta ardorosa travesía verbal». De esta forma presentaba la editorial Siamaran a Roberto Alifano en el libro Así pasan los años, de Silvia B. Amarante y Alejandro Elissagaray, quienes —además de calificarle como «poeta en prosa»— dicen que «siempre estuvo presente y latente su pasión por la palabra; la palabra volcánica en continuo estado de erupción a través de la poesía, en el esplendor mágico de sus singulares narraciones».
Nació Alifano en 1943, en el oeste de la provincia de Buenos Aires; hijo único del matrimonio formado por Francisco Víctor Alifano y Salvadora Concepción Castellare, que se trasladó desde General Pinto a Escobar, cuando él tenía cuatro años. Su padre trabajó durante años con el ensayista Arturo Jauretche, cuya relación tuvo influencia en la formación de Roberto. Por parte de su madre, desciende del escritor siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor del famoso libro El gatopardo. Esto lo llevó a viajar por Italia, siendo muy joven, para reencontrarse con esa parte de su familia.
En su país estuvo en contacto con la literatura y la pintura de principios del año 1970 y después se trasladó a Chile como enviado del diario La Opinión de Buenos Aires. Vivió en la ciudad de Santiago durante el gobierno de la Unidad Popular y frecuentó al poeta Pablo Neruda; también conoció muy de cerca al presidente de la república, Salvador Allende. Durante esos años colaboró en el diario El Mercurio y en el suplemento cultural La Tercera de la Hora. En la Radio Cooperativa Vitalicia realizó un programa literario de entrevistas, por el cual pasaron Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, entre otros de los más relevantes escritores chilenos.
Con el poeta Enrique Lihn y el profesor Martín Cerda estuvo la década de 1960 en el Taller de Letras de la Universidad Católica y allí se relacionó con los más destacados escritores, poetas y artistas plásticos. Fue uno de los que despidieron, en el Cementerio General, los restos de Pablo Neruda, fallecido a los pocos días del golpe de Estado que derrotó al gobierno democrático chileno, y ello provocó su detención por la dictadura de Augusto Pinochet y la expulsión del país. Durante estos años, Alifano cultivó la amistad de Nicanor Parra y Jorge Edwards, Delia del Carril y Eduardo Frei, Enrique Lafourcade y Volodia Teitelbpoim, Alfonso Calderón y Jorge Teillier.
De regreso a la Argentina, trabajó en la editorial Abril, siendo redactor de las revistas Panorama y Siete Días. Desde 1974 hasta 1985, acompañó a Jorge Luis Borges, con quien tradujo las Fábulas de Robert Louis Stevenson y la poesía de Hermann Hesse. «La relación con Borges fue uno de los dones que me brindó la vida», dice Alifano. «En esos años, tuve el privilegio de ser el amanuense de Borges y de acompañarlo en sus viajes por el interior del país, donde realizábamos diálogos en público». Durante ese tiempo fue un reconocido articulista en diarios de la Argentina y del exterior. Pero, sin duda, su mayor logro ha sido revivir la revista Proa, fundada por Ricardo Guiraldes, Jorge Luis Borges y su hermana Norah, con la participación de Eduardo González Lanuza, Pablo Rojas Paz y Brandán Caraffa. Y sigue publicando semanalmente sus magistrales crónicas en el periódico digital El Imparcial de Madrid, mientras sus amigos esperan que le llegue algún día el Premio Cervantes.
La amistad que en plena mocedad entabló con los dos máximos literatos de la América Hispana —el argentino Jorge Luis Borges y el chileno Pablo Neruda—, secretario personal del primero y colaborador ocasional del segundo, le permitieron ampliar, como dicen Amarante y Elissagaray, «su visión del mundo y de la cultura, llegar a una posición intermedia entre la tradición y la vanguardia, entender que los genuinos valores artísticos son siempre extemporáneos». Con Borges colaboró en la traducción de las Fábulas de Robert Louis Stevenson y los poemas de Hermann Hesse, además de publicar varios libros, fruto de sus diálogos con él: Conversaciones con Borges (1981), Borges, biografía verbal (Premio Crítica España 1988), El misterio Shakespeare (1982), Borges y la Divina Comedia (1983) y Borges, diálogos esenciales (1998).
Su obra poética conforma ya una extensa diversidad de títulos: De sueños y caminantes (1965), El espejo infinito (1969), Los tan cercanos pasos (1969), Revoque grueso (1972), Haekus y Jankas (1974), Solo para mayores (1977), Sueño que sueña (1981), Basta de guerra (1982), Los números (1989), Donde olvidé mi sombra (1992), De los amigos (1997), Este río del invierno (1998), Canto a Santiago (2000), Libro de homenajes (2000), Este juego del arte (2001), Alifano poesías (2004), El guardián de la luna (2005), Cantos al amor maravilloso (2006), Contra viento y marea (2009), Con el correr del tiempo (2011), Existenciario (2014), para concluir —de momento— con Ciberpoemas (2018). Y en cuanto a novelas se refiere: Dante, la otra comedia (2010), Tirando manteca al techo (2012), Yo, Dante Alighieri (2015).
Bajo el influjo de Jacques Prévert y de su buen y genial amigo Nicanor Parra, publicó en su juventud Revoque Grueso, un pequeño volumen pretendidamente rupturista, imbuido de sensibilidad social, que definió como «poemas de emergencia»; pero esa línea concluyó en el libro Solo para mayores, que cerró un ciclo de rebeldía. Luego regresó a su lirismo melancólico y a cierta formalidad clásica, que no excluyó el libro de sonetos titulado Los números, dedicado a Silvina Ocampo. Sin embargo, su último poemario no puede ser más rupturista.
Para justificar Ciberpoemas, Roberto Alifano hace suyo el concepto de cibernética del poeta de la ciencia Gregory Bateson, «el más grande mordisco a la fruta del árbol del conocimiento humano que la ciencia ha dado en los últimos 2000 años». Y añade que, mediante este sistema de información, valiéndose de diminutas y sofisticadas máquinas que superan toda memoria humana, recuperamos datos y nos comunicamos con los sitios más remotos del planeta, y hasta nos miramos cara a cara a través de pantallas, en un juego de mágicas simultaneidades, que hasta pueden eludir cualquier traba de intimidad. Sobre la homepage (primera página o portada de un sitio web) dice:
De un modo casi lúdico, subidos a las redes e internet, con habilidad en el manejo de los instrumentos, que para nada invalidan la torpeza, hoy tuiteamos, chateamos, blogueamos, googleamos, wasapeamos. Se ha comprobado, por otro lado, que los niños ya presentan dificultades para sostener el lápiz entre los dedos. La escritura —y ni hablar de la estética caligráfica que alguna vez nos enseñaron en el colegio— ya forma parte de un distante ayer en desintegración.
Nos habla también de la alarma roja que ha encendido a nuestra compleja contemporaneidad, representada en escuetos «mensajes de texto», que abruman y sobrevuelan el universo todo el tiempo, colonizando los idiomas; y también limitándolos, por supuesto. «Se sabe así que en nuestro bello y generoso español utilizamos cada vez menos palabras para comunicarnos, y que estas no superarían la módica suma de trescientas entre las más de ochenta mil registradas por la Real Academia». Y le preocupa a Roberto el lugar que ocupa en todo esto «nuestra legendaria poesía y su soberbia epopeya, iniciadora de todos los lenguajes». Pero no tira la toalla:
A pesar de las redes sociales que nos abarcan, de la liviandad del habla cotidiana, de la ridícula tontería de emoticones o memes, alégrense los idealistas pues siempre habrá poesía mientras existan el amor y la belleza, la ternura y los sueños; mientras los sentimientos nos hagan latir el corazón y quedar deslumbrados ante unos ojos de mirada interminable o una obra de arte.
Con esta vivencia en Internet, agregando palabras nuevas que ya son cotidianas, Roberto Alifano se sumerge en un sueño (ahora sobre nubes y redes tangibles) retomando retazos de su juvenil y modesta «poesía de emergencia». Y así, entre el dolor y la melancolía, pone en manos del lector 202 versos, clasificados en cinco nubes: «Universo internet», «Volando entre las redes», «Celulares and Company», «Trolls center en wi-fi», y «Con brumas ancestrales entre redes».
Decíamos que Alifano fue amigo y compañero de viajes de Borges, por lo que su opinión respecto al autor de Ficciones resulta del mayor interés:
Era un tímido irreductible, un temeroso de los demás, pero no por lo que comúnmente se tiene miedo a los otros, por aquello que pueda afectarnos, sino porque al vivir en un mundo propio de constante agudeza se le hacían temibles los posibles diálogos elementales que lo abordaban.
Pero Roberto añade que más tarde la fama le trajo una seguridad social de sí mismo que lo hizo ganar en desparpajo y osadía, hasta el punto de criticar públicamente a Guy de Maupassant en París («un escritor que nació tonto y murió loco») como al tango en Buenos Aires («música prostibularia»). Según Alifano:
Divertido y travieso, Borges se burlaba de los mitos nacionales, del personaje Martín Fierro, de Carlos Gardel, de gran parte de la literatura española, salvando a Quevedo o Cervantes, le negaba méritos literarios al venerado mártir García Lorca, calificándolo de ‘andaluz profesional’. Ese original modo hizo de Borges un personaje desopilante sin ningún freno, a no ser el de la inteligencia.
El privilegio de estar cerca de Borges durante sus últimos diez años, casi diariamente, permite a Alifano afirmar con toda autoridad:
Su sabiduría estuvo a mi disposición. ¡Qué mejor regalo que escuchar a Borges no solo en charlas literarias sino también comentando las grandes y pequeñas cosas de la vida! Estar a su lado fue como compartir los días de Virgilio, Dante o Shakespeare. Me ofreció su singular amistad, me brindó sus confidencias. Mi memoria está enriquecida de la amistad con Borges. Resulté finalmente su amanuense y esto, creo, me justifica la existencia. En los viajes que hiciéramos, en sus dictados, en la afable condescendencia de las traducciones que me permitió compartir, o simplemente en las caminatas por el Buenos Aires que tanto amaba, Borges me colmó la vida.
Cuando Alifano llegaba por las mañanas se encontraba con un Borges risueño, «jugueteando con alguna ocurrencia o con algún episodio que había recuperado de su prodigiosa memoria. Me lo comentaba y reíamos, sumándole algún detalle, dándole otra vuelta de tuerca. Trabajar con Borges era una gran felicidad. Tenía la cortesía de hacer participar al otro de su creación. Nunca lo oí decir: ‘le voy a dictar tal o cual cosa’, sino: ‘qué le parece si escribimos…’, otorgándome un papel del que quizá no era merecedor. Sin pretender serlo —estaba muy lejos de su intención—, Borges era un constante maestro que infundía a sus oyentes el caudal prodigioso de sus conocimientos; en la anécdota más nimia podían figurar Plinio, Hobbes, Lugones o Confucio, a través de una correlación que tan solo él podía imaginar. Compartir una jornada con Borges equivalía a infinitas jornadas».
Hasta aquí el testimonio de Alifano. Pero ¿qué opinaba Borges sobre la obra de su discípulo? Elegimos algo de lo que escribió, en 1981, a propósito de Sueño que sueña:
El arte de la literatura suele ensayar la variación de un modo furtivo; Roberto Alifano lo hace deliberadamente. No juega con las palabras; descubre los secretos y preciosas posibilidades de una sentencia antigua. No faltará quien asevere que ese procedimiento es fácil. Cabe responder que la facilidad o la dificultad no son de orden estético; la obra, aunque su ejecución haya sido ardua, debe parecer espontánea y aún inevitable. Bocleau se jactaba de haber evacuado a Molière el arte de hacer difícilmente versos fáciles (…) Pese a la tipografía del libro, Sueño que sueña no es una serie de composiciones aisladas. Es, de hecho, un solo poema y su efecto es acumulativo. Penetramos en él y nos abismamos como en las galerías y vértigos de un sueño.
Escrito queda.