La década de los 90, en mi experiencia, iniciaron con la graduación en la Universidad de Oriente en Cumana. Era la ciudad donde un pequeño grupo de adolescentes caraqueños soñaban con graduarse en Biología Marina y hacer vida con esa profesión. Recuerdo que muchos de mis familiares se preocupaban por el futuro rentable de una carrera aparentemente más romántica que lucrativa.
Los años 80 en Venezuela iniciaron con un control de cambio y las primeras grietas del modelo económico errado que vivía mi país desde hace tiempo. No obstante, aun existía una clase media que podía enviar a sus hijos a las universidades incluso del interior del país. Vivías con posibilidades de rentar hasta un apartamento completo, comprar tus alimentos, pagar tus servicios y libros. Hasta te podías divertir durante los fines de semana, y en vacaciones disfrutar de pequeños paseos familiares y buenas comidas en navidades con el salario de uno de tus padres. Así llegó el día de la graduación con las ofertas de buenos empleos mejor remunerados para un futuro prometedor.
Las promesas en dólares estaban en el sector pesquero y acuícola. Yo escogí como narré en este portal anteriormente el turismo y luego la pesca de atún en altamar, con salarios que pasaban los 1.500 USD al mes más gastos pagos. Luego en 1992 escogí una oferta con Empresas Polar, la corporación privada más respetable de Venezuela. El panorama era prometedor, este incluía seguro médico, vacaciones bien remuneradas, caja de ahorros y buenas prestaciones. Lo mejor quizás fue seguir estudiando fuera del país.
El bolívar como moneda de uso diario e incluso ahorro no era problema. Así transcurrió esa década en Venezuela de expectativas por un futuro mejor y una economía más sensata. Aunque… había nubes oscuras: dos golpes de Estado en un año, no se le explicó a la mayoría menos ilustrada que había que sincerar las finanzas, no todo puede ser regalado, la búsqueda de la excelencia es vital, y la holgazanería es una mala práctica.
Me fui al extranjero para una maestría en Europa gracias a Polar, tenía una beca de casi mil libras esterlinas. Conocí algo del Reino Unido, Irlanda, Francia y España. Regresé a Venezuela a los dos años, y allí comenzaron las nuevas regulares en el año 1995. Me fui a trabajar en la Universidad Simón Bolívar y su instituto anexo, compré mi primer carro con un préstamo de CityBank. Seguía viviendo bien sin pensar que el país entraba en caída lenta pero segura.
Recuerdo ese año fui a la sede de NASA en Maryland gracias a un proyecto que llevaba el centro de procesamiento donde trabajaba. En ese empleo se tenía todo, no te hacía rico, sin embargo, podías vivir de él. Las fiestas y beneficios eran muy apreciados. No obstante, las ofertas de otros empleos seguían llegando, y escogí uno en Miami, aunque trabajando en Suramérica. Conocí Buenos Aires, y en mi carro viajaba a los puertos pesqueros venezolanos con el servicio que ofrecía.
No me había dado cuenta, pero en 1997 seguía en 1.500$ aunque en moneda nacional que estaba comenzando a ser afectada por una inflación de 60% anual. Ya la devaluación mostraba sus dientes, sin embargo, me casé sin grandes lujos al año siguiente, alquilé apartamento frente a la playa, usaba tarjetas de crédito, disfrutaba el cine todos los fines de semana, y era feliz con mi esposa.
Ya al fin de la década no trabajaba para la compañía gringa, la cual se fue por la escasez de contratos y los nubarrones que ya se sentían. Me fui con una empresa venezolana con finanzas poco sólidas, y así llegué a inicios del nuevo siglo a laborar para el Estado venezolano. Como he contado no era malo, pero al equivalente en dólares no llegaba a 300USD. El resto de la historia ya es parte de estos últimos 20 años que no fueron malos, aunque sí muy difíciles. Venezuela perdió el camino de esos años 90.