Nosotros, todos cincuentones, habíamos planeado celebrar su fiesta de cumpleaños dentro de una limousine mientras se desplazaba por las calles de Barcelona, porque el reducido espacio interior facilitaría el contacto físico y el revoltijo de cuerpos; no haría falta mucha cena pues el plato principal sería el postre. Decidimos, luego, celebrarlo en mi apartamento de soltero en Barcelona —en el barrio de San Antonio ahora de moda entre queers, hípsters y metrosexuales— para alargar la noche después del toque de queda. Otras veces habíamos organizado citas multitudinarias, pero esa noche —por las restricciones de la pandemia— seríamos pocos, seríamos solo seis: tres hombres y tres mujeres, tres parejas muy bien avenidas.

Tras las grandes ventanas de mi apartamento espero la llegada de los invitados, tras las cortinas de gasa observo el otro lado de la calle: allí empiezan los bajos fondos, las calles oscuras. Todos llegaron vestidos con sus mejores luxury comprados para esta ocasión en Paris o Milán, todos sin ropa interior. Ella los recibía con el cabello negro recogido hacia atrás, la frente despejada y un vestido de Chanel —que yo le compré para este cumpleaños— en seda vaporosa y flores de colores vivos —tal y como le gusta a las afrocaribeñas— abotonado por detrás con broches dorados muy fáciles de abrir: al bajar un dedo entre los broches éstos saltarían y el vestido caería rápido dejando al descubierto su piel morena, de chocolate. Esta fiesta tenía que ser especial, íntima, ella nunca había participado en un intercambio de parejas y este sería mi regalo para su 48 cumpleaños.

Estábamos celebrando en mi casa su día, su noche, su ritual de entrada al club: la única negra en nuestro club de blancos. Mis amigos ya la conocían porque yo la había exhibido en clubs privados caros dentro y fuera de la ciudad, incluso habíamos compartido algunas noches de invierno en el hotel de la playa para que ellos la examinaran y ella entrara en confianzas. Yo hice traer un catering ligero a base de sopa caliente y mariscos —pues el plato principal esperaba al postre— y lo acompañé con dos cajas de champagne francés. Un ramo de hibiscos rojos y blancos presidía el centro de la mesa. La cena trascurría entre risas, miradas cómplices y besos pícaros. Mi nueva chica lucía como si fuera una joya de azabache recién llegada del Caribe, con sus ojos saltones pero tristes y la sonrisa forzada. Puse luces rojas que bajaban de intensidad y música sensual: todos empezamos a abrazarnos, a envolvernos, a girar en círculo cerrado proyectando nuestras sombras sobre las paredes; ella bailando en el centro, descalza, rozando con sus telas los cuerpos que la rodean, nosotros deseando gozar de sus abundantes curvas, esperando ver su vestido caer —esa era nuestra señal secreta— para convertir sus partes blandas en el manjar deseado: el postre.

—¡No comas ni bebas nada que no hayas pedido! ¡Vigila tu vaso siempre! —le había advertido su único amigo cuando ella aterrizó en Europa.

Pero ella, «rebelde sin causa», no quiere escuchar. Cegada, seguía bailando en el centro descalza —pero aún vestida— cuando llamaron a la puerta. Nos sorprendimos: la cita era secreta, no esperábamos a nadie. Volvieron a llamar más fuerte: ¡La policía!, ¡Somos la policía!, ¡Abran, abran!...

Derribaron la puerta. Entraron en segundos, no tuvimos tiempo para nada, entraron 20 policías armados con chalecos antibalas y subfusiles. Separaron a hombres y a mujeres contra la pared. Todo fue muy rápido. Luego entraron los polis de paisano y el secretario del juzgado y registraron toda la casa,1 también miraron dentro de la cisterna del WC. Encontraron 6 gramos de cocaína pura en mis bolsillos; descubrieron más cocaína en mi dormitorio, varias drogas preparadas para la sumisión química2 que yo utilizo en mi hospital con pacientes terminales y 2 cajas con ampollas de popper. Mientras ella gritaba y resistía se desgarró el vestido de Chanel y los trozos de seda volaron esparcidos hasta el suelo, dos polis cubrieron su cuerpo con una manta amarilla. Nos esposaron a todos y nos llevaron en dos furgones al cuartel de policía. Fue durante las navidades, hacía mucho frío en Barcelona.

Nosotros pudimos salir dos días después en libertad bajo fianza. Ella sigue retenida en el Centro de Internamiento para Extranjeros, tiene pasaporte colombiano y en las pesquisas descubrieron que había presentado documentos falsificados.

Tan rápido, todo fue tan rápido...

Notas

1 Reparto de cocaína a domicilio.
2 Sumisión química: El Hospital Clínic de Barcelona reveló que este 2021 han acudido a urgencias del Clínic un total de 368 víctimas de agresión sexual. En el 30% de esos casos, los doctores observaron indicadores sospechosos de sumisión química, es decir, que la víctima podría haber ingerido involuntariamente drogas.