Mamá no cumplió 100 años. Toda la familia creía que los rebasaría, ya que gozaba de una salud aceptable y, sobre todo, tenía una lucidez mental que era nuestra envidia. Tenía un biznieto de 35 años que aguantó siempre con una sonrisa la presión para que le diera un tataranieto. No pudo ser.
Ahora, atemperado el dolor, pienso que 99 fue una cifra bonita: los años que compartió con nosotros.
Si me acuerdo es porque Facebook de tanto en tanto trae recuerdos, aunque tú no quieras, sobre lo que un día escribiste en esta corrala virtual, que es uno de los cooperadores necesarios, como dijo Orwell:
De vez en cuando levantaba la mirada a la cara que le miraba fijamente desde la pared de enfrente. El Gran Hermano te vigila.
Facebook controla todos nuestros movimientos y nos recuerda que el pasado siempre vuelve, pues como decía Donoso Cortés: «En lo pasado está la historia del futuro».
Mi madre tenía 97 años cuando tuvimos esta conversación y vivía sola, entre otras cosas porque no le gustaba que nadie la controlara. Escribí esto en la red el 12 de junio de 2013:
«Anoche a las 22.45, diálogo con mi madre:
—¡Hola! Te he llamado esta tarde un montón de veces y no has contestado. Me tenías preocupado.
—Acabo de entrar por la puerta, me he ido a las 5 a un entierro. Se ha muerto el marido de Charo, ¿te acuerdas de ella? Sí, sí, la señora que me hacía la limpieza. Después he estado con una amiga merendando en una cafetería que hay enfrente de casa; al lado del Turi. Hacen un chocolate muy bueno. Luego nos hemos ido a El Corte Inglés, lo hemos revuelto todo y no hemos comprado nada. Todo lo hacen para la gente joven, nada para los viejos. Al salir, nos hemos tomado unas cervezas».
No he vuelto a entrar en su casa desde el día que marchó. Tampoco he ido al parque donde solíamos pasear cuando iba visitarla y donde, al caer la tarde, nos sentábamos en la terraza del quiosco para tomarnos una Radler.
—Tiene menos alcohol y lleva limón natural —me decía.
A mi pesar, he vuelto al hospital Alto Guadalquivir de Andújar, donde ella falleció en octubre de 2015. Y, si he regresado, ha sido porque en los asuntos de la salud estamos totalmente desamparados y no depende de nosotros aceptar o no las dolencias. Vienen sin pedirte permiso, tal como lo estamos comprobando diariamente con la COVID-19.
Entonces he recordado su ingreso de madrugada en urgencias en la ambulancia traidora; en las flores dejadas esa noche junto a la Virgen, su pase a la UCI tras ser operada, cuando todos pensábamos que iba a volver a su casa con nosotros. Recuerdo mis paseos solitarios por los alrededores del recinto que olía a tomillo y romero de Sierra Morena, tan cercana, tan entrañable, durante los penosos e interminables días de su estancia allí.
Lo recuerdo y el pasado, otra vez, vuelve y renace:
Hay jornadas que siempre
repiten la misma escena.
En ella veo una cama
en el pabellón de dolientes
y aparatos de constantes vitales.
Casi no hay luz
y ya el martes se va
sin apenas viático.
De pronto, todo se llena
de peces voladores
que al batir sus alas
ahogan tus gemidos.
En tu última palpitación,
ya no hay muros.
Escapan los peces
y desaparecen las sondas
que atravesaban tus arterias.
He vuelto aquí
y todo sigue en su lugar,
el mar está
a más de trescientos kilómetros
y las sondas siguen
cosidas a mi costado.