Embustera y obsesiva, ladrona compulsiva, de belleza helada pero fascinante, problemática y psicológicamente lábil, con apariencia de austera y elegante, es el perfil de la protagonista de Marnie la ladrona, un filme de Alfred Hitchcock, estrenado en 1964, una de las muchas extraordinarias películas de entre las 54 que filmó.
En 1965, en Hitchcok’s Films el crítico Robin Wood escribió que Hitchcock era Shakespeare del cine. Casi todo el mundo entonces, se echó las manos a la cabeza declarando tal comparación como un sacrilegio. Teniendo en cuenta la capacidad de Hitchcock para hacernos sentir el estado de ánimo de sus protagonistas, sus traumas ocultos, las atmósferas inquietantes en los que se desenvuelven y los desenlaces inesperados de las tramas en las que se ven envueltos, a mí, tal comparación, no me parece descabellada, al contrario. Mucho de lo que hoy damos por sentado en las películas de cine lo inventó Hitchcock. Del mismo modo que mucho de lo que hoy leemos no sería posible sin Shakespeare, Cervantes, Dickens, Galdós o Camus.
Desde que leí El cine según Hitchcock de François Truffaut, un maravilloso libro de preguntas y respuestas, donde ambos realizadores entran en un apasionante diálogo sobre los guiones, las escenas y los rodajes de las películas del maestro del suspense cinematográfico, tenía la inquietud de escribir sobre la psicología contenida en sus tramas.
Con Marnie la ladrona, abordo la influencia que los traumas sufridos en edades tempranas tienen en nuestra vida, tanto de niños como de adultos. Y de cómo la invisibilidad provocada por los estereotipos y los sentimientos de culpa hacen del trauma infantil uno de los factores de mayor riesgo de padecer algún tipo de psicopatología cuando las experiencias del tiempo vivido abandonan el baúl de nuestros recuerdos y se presentan en nuestro presente con la intención de complicarnos la vida.
De la infancia traumatizada a la adultez problemática
Aunque el mundo televisivo y cinematográfico ha generado la creencia generalizada de que aquellas personas que han sufrido algún tipo de trauma durante la infancia son más vulnerables y predispuestas a sufrir un problema mental en la edad adulta, cabe advertir al lector que esta es una verdad a medias. Cierto que el maltrato infantil, entendiendo como tal el abuso sexual, físico, emocional o la negligencia en el cuidado de los niños, puede y suele tener un mal pronóstico de salud mental en la edad adulta, pero no es una idea que podamos generalizar a todo tipo de conflicto emocional vivido durante la infancia. Esto es importante tenerlo claro, así como que muchos de los mal llamados (mal diagnosticados) traumas infantiles se superan con terapias adecuadas.
De la misma manera que sabemos que no todo maltrato psicológico, exceso de exigencia, ninguneo o falta de valoración no tiene inequívoca o necesariamente una repercusión clara sobre la salud mental (aunque suelen influir en la aparición de problemas con la ansiedad y el estado de ánimo), conocemos que los eventos traumáticos que más repercusión tienen en la aparición de psicopatología en la adolescencia y en la edad adulta están relacionados con los eventos traumáticos causados por humanos, por encima de los accidentes o las catástrofes.
Las experiencias negativas especialmente graves durante la infancia, como los abusos sexuales y otros tipos de violencia, así como el abandono, dejan un rastro de secuelas en la organización de los circuitos neuronales del cerebro que se pueden manifestar de diferentes conductas desadaptadas propias de distintos trastornos mentales de carácter neurótico o psicótico. Es decir, desde comportamientos ansiosos hasta los delirios y alucinaciones de quien pierde el contacto con la realidad, pasando por trastornos del sueño, intentos suicidas o drogodependencias.
Los traumas no resueltos en la infancia pasan factura años después. Los niños sometidos a abusos y situaciones traumáticas relevantes tienden a la frialdad en las relaciones, a las carencias afectivas, a la evitación y a la amnesia disociada, la dificultad para expresar emociones. En Marnie, Hitchcock conjuga todos estos aspectos en el personaje de una mujer inteligente y hermosa, llena de misterio y ansiedad fóbica a los hombres, hábil en el despliegue de conductas evasivas: roba, miente, simula, aparenta ser inalcanzable. La atmósfera inquietante que envuelve a Marnie a lo largo de todo el filme gira en torno a recuerdos imprecisos de la infancia que la atormentan y la amedrentan, y que se le revelan al espectador de la película hasta su escena final.
En la realidad misma de los eventos traumáticos, la dificultad principal la encontramos en lo que cuesta hablar de los mismos. Como Marnie, muchas personas tienen enterradas esas experiencias en la memoria y rara vez afloran fácilmente, por lo que son muy complicadas de abordar. Y como ella, la tendencia más frecuente para evitar estas problemáticas es dejarlo pasar. De hecho, en consulta es habitual que me encuentre con pacientes que por primera vez hablan abiertamente de sus experiencias traumáticas, por el simple hecho de que resulta que es la primera vez que alguien les pregunta por ellas, lo cual no deja de sorprenderme teniendo en cuenta la prevalencia del trauma en nuestras sociedades avanzadas.
La revelación del trauma en Marnie la ladrona nos viene dada más por la técnica con la que se rueda la película que por el propio guion o la actuación de los personajes. Con sus singulares e innovadores movimientos de cámara Hitchcock genera una narración que da sentido de consciencia a la narración y nos introduce en la mente de sus personajes. Flashbacks, zoom de cámara y efectos de montaje que evocan sueños perturbadores de notable influencia freudiana, nos van poniendo sobre la pista de que los robos que, compulsivamente, realiza esta fría y distante mujer no son su verdadero problema, sino los síntomas que hablan de lo que ocurre más profundamente en su psiquismo.
La verbalización del trauma
Revivir recuerdos estresantes es, sin duda, uno de los aspectos más dolorosos a los que se enfrenta una persona que padece síntomas mentales compatibles con un trauma psíquico. Hablar sobre el mismo, particularmente si se trata de un asunto no resuelto, expone a la persona a una profunda excitación. Cualquier estímulo relacionado con la vivencia evocará emociones encontradas y contradictorias que producirán dolor.
Cuando alguien comprende que su miedo a la soledad, a ser rechazado o generar barreras invisibles al contacto físico, tiene su origen en haber sufrido abandono en la niñez; cuando alguien de mayor experimenta sentimientos de poca valía, de inutilidad y se siente una persona dependiente, y asocia su realidad a humillaciones sufridas durante la infancia por sus progenitores, o en la escuela por parte de compañeros o profesores; hablar de ello se les atraganta, les resulta realmente difícil. Por lo general, las personas que han sufrido algún tipo de daño compatible con la manifestación de un trauma expresan una tendencia natural a eliminar el horror del recuerdo de su campo de consciencia.
Pero, si bien, por un lado, la evitación de las vivencias negativas puede contribuir a la restauración de un equilibrio emocional y mental. Es decir, el silencio acompañado de distracción suele ser una combinación efectiva para conseguir que el recuerdo traumático no afecte significativamente la calidad de vida de la persona; por otro, tratar de eludir el recuerdo traumático cuando sobreviene a nuestras conductas en el presente haciendo, de alguna manera, intolerable nuestra realidad, solo favorece una reexperimentación más dolorosa y disruptiva.
Durante toda la película, Hitchcock (del que aseguran volcaba en sus películas todas sus obsesiones sobre el sexo, la enfermedad mental, la violencia o la muerte) mantiene alejado del espectador el motivo que subyace a la conducta de la ladrona, los esconde, los entierra bajo conductas reprimidas, instintos retorcidos, imágenes recurrentes de pensamientos intrusivos que, visualmente son oro cinematográfico. Como ocurre con muchas personas que sufren un trauma infantil no corregido, las conductas de Marnie son de riesgo, siempre al límite de un perjuicio personal. En ningún momento del filme verbaliza su infancia traumatizada, la construcción de un personaje dependiente del «salvavidas masculino» (muy típico también del cineasta inglés) se lo impide.
Olvidar es recordar sin que el recuerdo haga daño y eso requiere de tiempo. Cuando el tiempo no ha curado todo por sí solo, los esfuerzos por olvidar el recuerdo traumático son tan ineficaces como cuando pensamos que no hablar de la muerte con alguien que ha perdido a un ser muy querido alivia más que las palabras de consuelo por su pérdida. En los casos de sucesos traumáticos, pensar y hablar en un contexto terapéutico ayuda a digerir el sufrimiento emocional. Verbalizar lo ocurrido en un ambiente de apoyo facilita la transformación del caos (imágenes y pensamientos fragmentados), muchas de estas personas tienes sepultadas en su memoria, que les cuesta enorme esfuerzo aflorar y que son muy complicadas de abordar.
Hablar del trauma es bueno para las personas que necesiten hacerlo. Romper el silencio es lo que con el paso de los años y la experiencia profesional consideramos lo más terapéutico, hablar del problema a fondo con el paciente. Se trata de hacer soportable el recuerdo a través del control de la memoria verbal, disminuir su capacidad para inmiscuirse en nuestra vida alterándola y volver a guardarlo en la memoria, inactivado, como hace una vacuna con un virus.
Conviene no olvidar —esto Hitchcock (aunque no fuera consciente de ello) lo visualizó en su película en una Marnie introvertida que no desea hablar ni expresar lo que siente—, que existen personas que no quieren o no necesitan verbalizar abiertamente su experiencia traumática pasada y expresar para disipar el dolor y afrontar la realidad.