Eran mil ciento tres sí los conté
mujeres hombres niños y niñas
ancianos y ancianas eran y habían.Un completo abanico humano madre de dios.
Y yo ahí sin poder frenar la rueda
del destino
virxe María virxe María naiciña
en la puerta del horno hedía a pan quemado
y a sacrificio de pantrigo.Culminará así para todos
a morte ao cabo do camiño
Non sí non sí irmáns preguntei
La boca de hierro respondió tragándoselos
hubo llanto y gemido y rechinar de dientes
crujir de huesos hubo.Nadie tras la manivela del fuego
una a uno fuéronse consumiendo
sin ayes fúnebres ni responsos curiales
sin pronunciar las sílabas de tantos sueñosCeniza inerte ceniza roja de amores tardíos
olor de la Parca en mis vasijas
estrépito de un adiós para siempre en mis entrañas.Toda ella dulce Ofelia de las palabras perdidas
completa ardió por los siglos de los siglos
mi amada biblioteca de estudios gallegos.
Sí, lo intenté y no pude. Es mi responsabilidad, única e intransferible, después de todo el esfuerzo empeñado y los fructíferos años transcurridos en el telar de esas palabras que escuché en la temprana infancia, con curiosidad y algo de rubor, de mi abuela gallega, de mi padre y de mis tías, fala femenina y terrestre, nacida de la conciencia humana de los cuatro elementos, como formadores del mundo y hacedores del lenguaje desde las entrañas de la mujer y desde la garganta del hombre.
A lo largo de una década, fuimos enriqueciendo la biblioteca de estudios gallegos, con libros recibidos desde el Consello da Cultura Galega; la Consellería de Educación y Ordenación Universitaria; la Presidencia de la Xunta de Galicia; el Instituto Ramón Piñeiro; la Fundación Castelao; la Fundación Torrente Ballester; y otras entidades, a las que solían sumarse escritores gallegos, como Xulio López Valcárcel, y Luis González Tosar, a quien debemos el impulso inicial y la voluntad de llevar el proyecto a feliz concreción. Cerca de mil volúmenes, para apoyo docente, consulta y lectura de estudiantes y amigos de la colectividad gallega residente. Un auténtico tesoro, al menos para el pequeño grupo que animaba el fuego de una lareira encendida a doce mil kilómetros de la pequeña patria de Breogán.
A partir del año 2007, debido a la crisis financiera del neocapitalismo español, sus vecinos y convecinos de credo sociopolítico, dejaron de llegar los apoyos financieros del convenio suscrito entre la Universidad de Santiago de Chile (USACH) y la Xunta de Galicia. Por mi parte, fui defenestrado por carecer de título formal de docente académico. Me reemplazó un licenciado en Administración Pública, ex alumno mío, diletante de la lengua gallega, pero con menos chispa que una yesca mojada.
Traté de salvar de la muerte la biblioteca de estudios gallegos que acopié, con fruición de anticuario, durante los once años de funcionamiento del programa de lengua y cultura gallega, en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, entre 1999 y 2009.
Como un adulto-niño que hubiese recuperado los juguetes de la infancia, me acomodé en medio de las cajas abiertas y fui elaborando un inventario anímico y cordial (pasé los títulos y los autores por el corazón). Ahí estaban, los cien números empastados de la Revista Grial, los artículos xornalísticos de doña Emilia Pardo Bazán, los manuales para la enseñanza del gallego, tres o cuatro Historias de Galicia, una vistosa enciclopedia universal, las obras completas de Álvaro Cunqueiro y de Ánxel Fole, ediciones especiales de Alfonso Castelao y de Basilio Losada; Alfredo Conde, Carlos Casares, Víctor Freixanes, Ramón Villar, Constantino García, Ramón Piñeiro, Rosalía de Castro, Luz Pozo Garza, Xesús Alonso Montero, Anxos Sumai, Rosa Aneiros, Xosé López… No sigo, no puedo, discúlpame, fraterno lector… hay lo que se llama «emociones inefables», así es que, punto y aparte.
Ayer, 13 de enero del cabalístico 2022, en una destartalada camioneta Chevrolet, cargamos las treinta y nueve cajas, rumbo a un matadero de libros, donde no hay cuchillos ni se derrama sangre; apenas unas trituradoras de papel que emiten ruido sordo y persistente, como enormes mandíbulas de saurios ávidos de celulosa, sea esta fresca o añeja, que ciega es el hambre.
No fui capaz de revisar, esta vez, el inventario de los libros. ¿Para qué? Hubiese sido como desgranar nombres de una lista, no del rescatador Schindler, sino del genocida Eichmann. Pero rescaté los cuatro tomos de las obras de Álvaro Cunqueiro, editadas por Galaxia.
En las Crónicas del Sochantre, asomaron, sin buscarlas yo, estas palabras:
E as chamas que queiman o carballo viril e teste, nada poden contra estas memorias transeúntes, de fíos que non se sabe de que novelo veñen, nin quen tece con eles.
Para los tantos y tantas no gallegos, traduzco:
Y las llamas que queman el roble viril y enhiesto, nada pueden contra estas memorias transeúntes, de hilos que no se sabe de qué ovillo vienen ni quién teje con ellos.
Es tarde. Releer las historias del Sochantre, en lengua gallega, resulta un agasajo solitario, exquisito e inalienable.
Hay un hondo silencio que me deja oír, como un chasquido, el murmullo del papel al dar vuelta la última página.
Es demasiado tarde.