Lo cierto es que el país que insiste en llamarse líder de la democracia y que aplica el llamado gerrymandering, convocó a una Cumbre por la Democracia, cuando ni siquiera puede garantizar el sufragio efectivo en su propio país, donde este se está suprimiendo e incluso anulando por un torrente de leyes estatales impulsadas por republicanos, mientras fuerzas (ultra) derechistas llaman abiertamente a una guerra civil.

Curiosa es también la definición de la administración de Joe Biden sobre quienes son o no guardianes de la democracia -los buenos y los malos del mundo-, una selección nostálgica de los tiempos de la guerra fría, quizá con el único fin de revivir tensiones innecesarias.

El secretario de Estado Antony Blinken, quien encabezó la primera sesión plenaria (a puertas cerradas, por las dudas) de la Cumbre (Biden, aparentemente, tenía cosas más importantes), afirmó que: «La falta de confianza de los ciudadanos en el gobierno está aumentando, hay amenazas a las instituciones democráticas y hemos visto una drástica recesión de la democracia en años recientes». Aparentemente no se refería a su país.

El gobierno estadounidense puso por delante, otra vez, la zanahoria: Biden anunció un nuevo fondo de 424 millones de dólares para lo que bautizó la Iniciativa Presidencial para la Renovación Democrática, que repartía a su antojo la agencia estadunidense para el exterior (USAID).

Incluidos están fondos para apoyar y defender a medios y periodistas independientes en otros países (o sea, para llenar los medios y las redes sociales de fake news y propaganda). Imponer esta «renovación democrática» en el imaginario colectivo mundial.

Curiosamente, esta cumbre se da en simultáneo con la decisión de la Corte Suprema del Reino Unido de apoyar la petición del gobierno de Estados Unidos para extraditar al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, acusado de 18 cargos, 17 de ellos relacionados con espionaje y uno con piratería informática.

WikiLeaks divulgó más de 700.000 archivos secretos de EEUU, incluido material audiovisual, que puso al gobierno de Washington contra las cuerdas, pues reveló decenas de irregularidades, crímenes y excesos durante las campañas militares en Irak y Afganistán «en defensa de la democracia».

De ellos se destaca un video militar estadounidense de 2010 que muestra un ataque de 2007 de helicópteros Apache en Bagdad, que mató a una docena de personas, incluidos dos miembros del personal de la agencia de noticias Reuters, además de las brutales torturas –que incluían perros- celebradas en la cárcel de Abu Ghraib, en Iraq.

Blinken quería poder hablar de transparencia, rendición de cuentas y derechos democráticos sin presencia de extraños (los medios, por ejemplo), y los funcionarios de la centena de países asistentes requerían privacidad para abordar los urticantes temas de la defensa contra el autoritarismo, enfrentar la corrupción y la promoción y defensa de los derechos humanos.

Muchos países que sistemáticamente violan los derechos democráticos, aliados a la estrategia global de Washington, sí fueron convocados a formar parte de lo que Biden llamó una comunidad global por la democracia.

Obviamente, China y Rusia no fueron invitados, pero Taiwán sí. Tampoco Cuba, Bolivia y Venezuela (pero sí se invitó a su títere Juan Guaidó, que quizá fuera el modelo de demócrata que quiere impulsar). También invitó a Pakistán, India, Brasil, Colombia, Filipinas y Polonia, donde se suman denuncias de las serias y sucesivas violaciones a las normas democráticas, incluidos los derechos humanos.

Con algo de humildad, el autoproclamado «líder mundial de la democracia» reconoció que su propio país está enfrentando desafíos y ataques contra sus propias instituciones: «renovar nuestra democracia y fortalecer nuestras instituciones requiere de esfuerzos constantes», dijo.

Y la vicepresidenta Kamala Harris, subrayó: «sabemos que nuestra democracia no es inmune a las amenazas» y como ejemplos destacó que el asalto al Capitolio del 6 de enero pasado para evitar la certificación de los resultados de la elección presidencial «sigue teniendo gran presencia en nuestra conciencia colectiva, y las leyes para suprimir el voto que han sido aprobadas en muchos estados, son parte de un esfuerzo intencional para excluir a los estadounidenses de participar en nuestra democracia».

Gerrymandering

Gerrymandering es un término de ciencia política referido a una manipulación de las circunscripciones electorales de un territorio, uniéndolas, dividiéndolas o asociándolas, con el objeto de producir un efecto determinado sobre los resultados electorales. O sea, la manipulación en la delimitación de los distritos electorales en Estados Unidos.

El estado de Texas fue demandado por el Departamento de Justicia del gobierno de Joe Biden por redefinir la distribución electoral con el propósito de reducir la representación de las poblaciones negras, latinas y asiáticas, que son las que han experimentado un mayor crecimiento demográfico en la década reciente y cuyo número, sin embargo, no corresponde con su potencial en los comicios.

Según el recurso del Departamento de Justicia, los nuevos mapas electorales circunscriben a esos grupos étnicos en distritos de formas irregulares, en tanto que conservan intactos los distritos en los que los republicanos cuentan con mayoría.

La práctica es casi tan vieja como Estados Unidos, y tiene un nombre específico: gerrymandering, por Elbridge Gerry, uno de los firmantes de la Declaración de Independencia, gobernador de Massachusetts y vicepresidente, e impulsor de una ley que permitió trazar arbitrariamente los distritos electorales; sus detractores encontraron que el mapa resultante tenía la forma de una salamandra, a fin de aislar a los votantes de sus rivales políticos para disminuir artificialmente su número de representantes.

Esta peculiar palabra –que define a un mecanismo antidemocrático- la inventó en 1811 un reportero del Boston Gazette en su intento por asociar el apellido del entonces gobernador del estado de Massachusetts, Elbridge Gerry, con las últimas sílabas del término salamandra en inglés, salamander para ejemplificar la manipulación fraguada y aprobada por Gerry al unificar varios distritos en uno solo, con el objetivo de que su partido lograra la victoria.

Como reflejo del éxito republicano en los comicios de 2010, que le otorgó a este frente el amplio control de las legislaturas estatales, la redistribución de los distritos favorece actualmente a ese partido principalmente en Carolina del Norte, Ohio, Texas y Michigan. En contraste, la fuerza demócrata prevalece en estados como Illinois, Maryland y California.

A pesar de la aparente claridad entre los territorios republicanos y demócratas, existe un estado en disputa que enciente la batalla política: Wisconsin, en donde los miembros de la Asamblea de Estado son elegidos cada dos años. Para los demócratas, Wisconsin se convirtió en un sinónimo de preocupación, pues en 2011 se impusieron los republicanos y en 2018, pese a la victoria demócrata, los republicanos conservaron la mayoría.

Tal recurso tramposo y antidemocrático fue empleado indistintamente por los gobernadores de ambos partidos hegemónicos –el Demócrata y el Republicano– durante siglo y medio, hasta que en 1965 la Ley de Derechos del Voto lo declaró ilegal. Sin embargo, la distribución amañada ha seguido aplicándose, generando resultados electorales adulterados.

Por ejemplo, en la elección local de 2010 en Carolina del Norte, los republicanos obtuvieron 54.2 por ciento de los votos y los demócratas, 45.2; sin embargo, al convertir mayorías en minorías por medio de un truco geográfico, los primeros se quedaron con 75 por ciento de los integrantes del Congreso estatal.

Aunque con una mecánica diferente, el fenómeno ha continuado en los comicios presidenciales, pues el candidato ganador no es necesariamente el que triunfa por la decisión de la mayoría ciudadana, sino el que obtiene un mayor número de delegados al Colegio Electoral –los cuales se designan mediante una complicada cuota por estados–, como ocurrió en la elección de 2016, cuando Hillary Clinton ganó la mayoría del voto popular, pero fue derrotada por Donald Trump.

El aumento de la violencia policial y la desigualdad racial a partir del asesinato de George Floyd y de otros ciudadanos afroamericanos a manos de la policía, ha vuelto a poner en el centro del debate la existencia del gerrymandering racial, que busca la manipulación de los distritos electorales para hacer más difícil la representación política de los grupos minoritarios, por ejemplo, los negros o los hispanos en Estados Unidos.

Los dos lemas del gerrymandering son «dispersión y concentración» (crack and pack): dispersar los votos de la oposición para dejarla en minoría en el mayor número de circunscripciones posible. Otra técnica consiste en concentrar los votos de la oposición en un pequeño número de circunscripciones donde la oposición gana con una amplia mayoría. Si las técnicas son muy antiguas, los métodos informáticos (y los algoritmos) son cada vez más sofisticados y la información sobre los electores más extensa.

En 2010 un comité republicano creó el proyecto Redmap para ayudar a redibujar las circunscripciones después del censo de 2010. Thomas Hofeller, uno los estrategas del proyecto, afirmó en una conferencia que este proceso era una elección a la inversa, en el sentido que permitía a los políticos elegir a sus votantes.

Actualmente, es claro que el gerrymandering permite explicar la subrepresentación en casi todos los niveles de gobierno de las comunidades negras y latinas, con la excepción de la cubana. Ello no sólo implica una discriminación, que devalúa el sufragio de sectores tradicionalmente marginados, sino que constituye una suerte de fraude electoral estructural.

Nuestra democracia está en un ventilador. Necesitamos reconstruirla en casa antes de salir a predicar a otros países, comentó Katrina vanden Heuvel, directora de The Nation, mientras Biden recitaba sobre esta democracia made in USA.

Estados Unidos, país que se autoproclama defensor de la igualdad y de la democracia sigue practicando, después de dos siglos, esa grosera forma de discriminación, de burla a los sectores de menores recursos, pero sobre todo de adulterar la voluntad popular. Es la democracia que Estados Unidos quiere seguir vendiéndonos…