La acumulación de ideologías que componen la etiquetada izquierda, no sólo compite entre si, se anula mutuamente y paraliza. Las ideologías nacieron para impedir llegar pues están dominadas por hambre de control y poder.
Quiero ser progresista, entendiéndome, como quien camina hacia delante, contra marea y huracanes, sin tener que pasar por cedazos que limiten mi deseo de lidiar a favor de los derechos de todos humanos.
Los hombres que están en contra de MeToo tienen sus discutibles razones, los blancos que se desesperan frente a los movimientos woke o de Black Lives Matter tienen mucho que perder y los veganos son absolutamente respetables y necesarios sin tener que definirse como una ideología o partido político.
Hoy es todo, si realmente se desea, más fácil.
Es casi imposible no ver a los que luchan apoyando los derechos de los que son discriminados. El crear movimientos para organizarse y desnudar las estructuras establecidas que nos impiden desarrollarnos y vivir mejor, siempre y cuando paralelamente, no se establezcan las propias, como obligatorias, aunque si perentorias en el camino a la libertaria igualdad.
La oposición se desenmascara al negarse a romper los cercos que limitan los derechos del otro.
El antirracismo no necesita declararse marxista, leninista, capitalista o religioso para ser; los derechos de las mujeres, derecho a proteger la niñez y los derechos de los homosexuales son hoy cada vez más respetados en el mundo occidental, porque los movimientos concentraron su hacer en los universales e inviolables derechos humanos.
La abolición a ultranza de la insana mentalidad del violador o del jefe que usa su poder, en el lugar de trabajo, para ultrajar y violar a quienes están contratadas para entregar energía y conocimientos en el desempeño de sus labores, tiene la legitimidad que da un mercado de trabajo que ya no puede prescindir del 50% de la población y la fuerza impuesta por el desenmascaro público a los transgresores.
Hoy es mucho más efectivo el uso de los medios sociales en las denuncias pues quién apoya o está en contra es visible. Las pancartas en las concentraciones callejeras pueden ser obviadas y los son muchas veces, por la prensa establecida. El mundo gracias a miles de organizaciones independientes de los estados y sus gobiernos, poco a poco se hace más trasparente y las guerras ocultas en contra de minorías ven la luz si nuestro deseo es saber, conocer, denunciar, despertar, estar activo y presente.
Ser progresista nos permite creer que los avances pueden ser mayoritarios.
La vacuna contra el Covid-19 podría haber sido un ejemplo si no estuviera contagiada. El derecho a no vacunarse, entendido como libertad, se puede discutir y depende de quién lo ejerce. Son relativamente pocos los abuelos que dialogan al respecto o se movilizan en la calle y al ser demasiado costosas no llegan aún a todos los países africanos y cuando sí, es porque se regalan las que no satisfacen las necesidades sanitarias de los países ricos o están a punto de caducar.
La internet que permitió el año pasado cerrar escuelas y fábricas no es aún masiva, incluso Alemania no puede jactarse de que todos los alumnos tuvieron las mismas posibilidades en las clases a distancia.
Ser progresistas nos podría permitir reírnos de las noticias falsas, si junto a tantos y otros empezamos a preocuparnos de que lo que es importante, informarnos antes las dudas, respetando el conocimiento, aprendiendo de la cultura y queriendo para otros lo que para nosotros es indispensable.
Mantener muy alta la necesaria esperanza, escribir una Constitución que represente a todo un país y elegir un presidente formado en las luchas estudiantiles y de 35 años.