Gabriel Boric, el nuevo presidente electo de Chile asumirá el próximo 11 de marzo de 2022. Pero antes deberá dar a conocer el gabinete de ministros, subsecretarios y directores que lo acompañarán en los cuatro años de su mandato. En una de sus primeras apariciones públicas luego de su triunfo, y ante la caída que tuvo la bolsa de -6,18% y un aumento de 4% del precio del dólar, anunció que antes del 22 de enero daría a conocer los nombramientos. Especial relevancia tienen los ministros del área económica y social, que son los encargados de entregar las señales para calmar los mercados. Si bien la bolsa frenó su caída los días posteriores y el dólar bajó, las presiones del sector financiero podrían adelantar el nombramiento de los ministros.
Paralelo a ello, Boric ha anunciado que abrirá los bordes de la coalición que lo apoyaron compuesta por el Frente Amplio y el Partido Comunista, hacia los partidos del centro izquierda, a los cuales responsabilizó en su campaña de no haber hecho lo suficiente para terminar con el modelo neoliberal.
Mientras Boric y su equipo analizan los nombres, trascendió a la prensa que el presidente Sebastián Piñera, en la reunión que sostuvieron en La Moneda al día siguiente del triunfo, le extendió una invitación para lo acompañe a las dos reuniones cumbre regionales de jefes de Estado de PROSUR (Foro para el Progreso de América del Sur) y de la Alianza del Pacífico (AP), que tendrán lugar en Colombia, los días 26 y 27 de enero próximo.
Si bien en el pasado los exmandatarios chilenos invitaban a los recién electos a reuniones internacionales, el cuadro político actual es totalmente diferente, dado que el presidente Sebastián Piñera ha sido uno de los promotores de PROSUR y de la destrucción de UNASUR (Unión de Naciones Sudamericanas), creada en 2008 en Brasilia, que agrupó a los 12 países y cuya primera presidenta pro tempore fue la exmandataria chilena Michelle Bachelet. Hay que recordar que participaron en su creación el fallecido jefe de Estado venezolano Hugo Chávez y el expresidente colombiano Álvaro Uribe, por citar dos extremos de posturas ideológicas, y que, sin embargo, dialogaron con respeto haciendo valer sus puntos de vista. Ha sido el intento más serio de cooperación, integración y diálogo político anteponiendo los intereses nacionales a los generales de los países de América del Sur, sin exclusiones. Si bien hoy UNASUR está reducido a solo cuatro países (Bolivia, Guyana, Surinam y Venezuela), no ha desaparecido. Un eventual nuevo ciclo político en la región a partir de 2022 -para nada descartable- como el que se iniciará en Chile, podría revivirlo corrigiendo las imperfecciones que tuvo en sus orígenes para volver a ser la verdadera Casa de Todos para los países sudamericanos.
No es lo mismo que ocurrió con el nacimiento de PROSUR, creado a instancia de los gobiernos de derechas de Argentina, Chile y Colombia, que buscó enterrar a UNASUR, derrocar al gobierno venezolano y erguirse en un paradigma de eficiencia en integración política y económica de la derecha regional. Nació en 2019 con ocho países (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú). Hoy Argentina y Perú, en la práctica, no participan del grupo, donde van quedando seis países, incluyendo a Guyana. Recordemos que la iniciativa partió un mes después del grotesco o más bien carnavalesco intento de derrocar al presidente Nicolás Maduro en Cúcuta, en la frontera colombo-venezolana, donde de los mandatarios de derechas, que supuestamente iban a participar, solo llegaron Sebastián Piñera y el dueño de casa, Iván Duque. Se pretendía que pareciera una acción colectiva o que contaba con el respaldo de varios países de la región para terminar con el régimen venezolano.
PROSUR surgió como respuesta ideológica, donde el mandatario chileno jugó un papel central en su articulado con pretensiones de catapultar su figura como un líder continental, tratando de emular al expresidente chileno Ricardo Lagos. Piñera, efectivamente representaba a un país exitoso, respetado y admirado en el mundo y, citando sus propias palabras, un «verdadero oasis en una América Latina convulsionada» donde él esperaba alzarse como el líder de una nueva derecha inclusiva y que desplazaría a la izquierda regional, que tradicionalmente ha ocupado el espacio internacional. Nada de ello ha ocurrido y su último gobierno será recordado como el peor evaluado por la ciudadanía desde el retorno de la democracia, mientras la nueva organización que intentó levantar languidece sin pena ni gloria. No ha cumplido ningún rol relevante desde su fundación y en dos años en que la pandemia, la crisis económica, la pobreza y el hambre han hecho estragos en América del Sur, no ha existido una estrategia conjunta para enfrentar estos flagelos. Lo más probable es que PROSUR haya iniciado el conteo regresivo para su extinción.
Diferente es el caso de la Alianza del Pacífico creada oficialmente en 2011 por Chile, Colombia, México y Perú con fines claramente definidos de integración económica basado en el regionalismo abierto. Su objetivo es hacer posible la libre circulación de bienes, capitales, servicios y personas entre países que comparten modelos económicos complementarios y abiertos al comercio mundial a través de numerosos tratados de libre comercio. En diez años desde su creación ha logrado rebajar el 90% de los aranceles en el comercio entre los países que conforman la AP y que más de 50 países se hayan unido como observadores.
La invitación extendida por el presidente Piñera al presidente electo, Gabriel Boric, va más allá de las acciones republicanas que han pasado a ser una muy sana tradición en la democracia chilena. Una cosa es saludar el día del triunfo al candidato vencedor e invitarlo al día siguiente a La Moneda, pero de ahí intentar instrumentalizarlo para respaldar un proyecto ideológico fallido, es simplemente una invitación envenenada. La imagen del presidente electo en Chile, en América Latina y el mundo, como un líder con un perfil claramente progresista, representante de una generación política formada en las luchas universitarias y en las manifestaciones populares en las calles, pero que ha demostrado un gran sentido cívico y madurez, se vería dañada innecesariamente. Nada lo obliga a asistir a ambas reuniones, pero en cambio sí puede iniciar con paciencia, prudencia y la natural reserva de una acción diplomática, un proceso de reconstrucción de aquello que logró reunir a la diversidad ideológica y agrupar a todos los países sudamericanos, como fue UNASUR.
Es hora de que la región crea de verdad y apueste por la unidad en la diversidad y no echemos por la borda un proyecto histórico apoyado por los principales estadistas que ha tenido América del Sur en las últimas décadas.
El presente año que inicia, así como toda la presente década, tiene grandes desafíos que exigen de los líderes políticos mirar con responsabilidad y de manera conjunta desafíos como la pandemia, las crecientes migraciones, el narcotráfico, la pobreza y el hambre, junto al cambio climático, la preservación de la cuenca amazónica, de nuestros mares, ríos, bosques, riquezas naturales y la diversidad humana y cultural.
La oportunidad histórica que tiene Boric debe ser aprovechada con inteligencia, pensando en el largo plazo, en avanzar un camino para las generaciones que vienen detrás, en recoger la experiencia integracionista latinoamericana con una buena dosis de realismo, tal como lo hicieron en 1951 los seis países que conformaron el núcleo fundador de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, la que pasó a ser con el Tratado de Roma, en 1957, la Comunidad Económica Europea. Evolucionó lentamente aumentando sus competencias y el número de países para ampliarse en 1993 a los que es hoy la Unión Europea, que incluye a 27 Estados.
Los ojos y las esperanzas del progresismo de América Latina, en especial de los jóvenes que se inician en las luchas políticas en sus países estarán atentos a las responsabilidades y a los desafíos que adopte el presidente electo de Chile, a partir del 11 de marzo de 2022. Las reformas profundas prometidas en la campaña de Gabriel Boric son posibles llevarlas a cabo, si actúa con responsabilidad económica y política para no defraudar a los millones que le han entregado su confianza. Su ejemplo podrá servir para las nuevas generaciones de latinoamericanos que han visto frustradas sus esperanzas, los miles de vidas cegadas en guerrillas rurales y urbanas, junto al desencanto de revoluciones fracasadas.