Este concepto acuñado por Anthony Klotz, profesor asociado de gestión en la Universidad de Texas A&M, refleja una realidad indiscutible del mercado laboral en los Estados Unidos, el abandono voluntario de 4.500.000 de personas de sus puestos de trabajo mensualmente en los últimos 4 meses, hasta completar los 20 millones de renunciantes. Es un proceso que no tiene antecedentes.
Según The Washigton Post en diversos sectores productivos de Asia se multiplican las renuncias a sus empleos de miles, sobre todo de jóvenes, con un fuerte impacto en los salarios relativamente bajos. El gobierno de Beijing señala la creciente escasez de trabajadores calificados en su crucial industria tecnológica y a medida que la demanda mundial se recupera, las fábricas chinas comienzan a sentir la escasez de mano de obra. Es decir, que las renuncias se producen en sectores claves y estratégicos del modelo chino de desarrollo y crecimiento post- pandemia.
En la Europa occidental por ahora no se ha producido una fuga tan masiva de empleados pero hay señales de una tendencia similar. «Los datos cotejados por la OCDE, que agrupa a la mayoría de las democracias industriales avanzadas, muestran que en sus 38 países miembros trabajan unas 20 millones de personas menos que antes de la aparición del coronavirus», señala Politico Europe. «De ellas, 14 millones han salido del mercado laboral y están clasificadas como ‘no trabajando’ y ‘no buscando trabajo’. Y en comparación con 2019, hay 3 millones más de jóvenes que no tienen empleo, educación o formación.»
En agosto pasado, un tercio de las empresas alemanas informaron de la escasez de trabajadores calificados. Y en octubre, Detlef Scheele, director de la Agencia Federal de Empleo de Alemania, declaró al periódico Süddeutsche Zeitung que el país necesitaría importar 400.000 trabajadores calificados al año para compensar las carencias en una serie de sectores, desde los cuidados de enfermería hasta las empresas de tecnología verde.
Es un panorama sin duda contradictorio y es en esas condiciones es que el análisis se hace más complejo y necesario.
América Latina que tuvo una caída de su PBI en el año 2020 del 5.9% por causa de la pandemia -de la que se está recuperando lentamente- y necesitará casi todo el año 2022 para alcanzar en conjunto los niveles previos al covid, sufrió un duro golpe en el desempleo. No han aparecido todavía estos procesos de renuncias masivas, pero podemos estar seguros que no se trata de un fenómeno coyuntural, sino de una profunda transformación del mercado laboral y, por lo tanto, con causas profundas que tenderán a aumentar y que llegarán a nuestra manera a América Latina.
Uno de los principales factores que desencadenó este proceso en los Estados Unidos es una revalorización de las prioridades en la vida de ciertos sectores sociales y culturales. En particular la generación Z, también conocida como los zillennials, los nacidos en los últimos años 90 e inicio de los 2000, pero que también tiene un fuerte impacto entre los millennials, los nacidos a partir de los años 80 con una fuerte componente digital, hiperconectada y con diferencias pronunciadas en relación a las anteriores generaciones. A todo eso hay que agregar que la pandemia precipitó cambios culturales y emocionales muy profundos, que recién estamos conociendo.
Mucha gente que hoy considera la vida no al servicio del trabajo, sino al contrario, el empleo, el trabajo al servicio de la vida, familiar, entre amigos, con lazos diferentes a su puesto fijo, a los largos viajes diarios y a una relación diversa con la naturaleza y el ocio, en el buen sentido de la palabra. Y esos cambios, aunque en América Latina estemos atenazados por los años perdidos de avances sociales, por el desempleo actual, inexorablemente, también llegarán.
El teletrabajo no fue solo una herramienta para darle continuidad a la producción, fue y es mucho más. Para mucha gente de diversas generaciones representó un profundo cambio cultural en cuanto al uso del tiempo, es decir, de sus vidas inclusive de su lugar de residencia.
En cuanto a América Latina un estudio del Banco Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo muestra una recuperación del empleo en algunos países de América Latina y el Caribe, aunque en la mayoría aún se mantiene por debajo de los niveles previos a la pandemia de covid-19. Adicionalmente, se observa una caída en la calidad de los empleos disponibles, así como una disminución en el número de horas semanales de trabajo remunerado, con datos de la serie de Encuestas Telefónicas de Alta Frecuencia, cuya segunda fase fue implementada este año en 24 países de la región.
«La pandemia de covid-19 evidenció las desigualdades preexistentes en la región, en donde los grupos más vulnerables y los más pobres se han visto afectados desproporcionadamente» dijo Luis Felipe López-Calva, Director Regional del PNUD para América Latina y el Caribe. «Esta encuesta nos permite tomarle el pulso a la región y proponer soluciones basadas en evidencia.»
Las mujeres se han visto especialmente afectadas por la crisis, ya que para ellas no solo fue más fuerte el impacto inicial, sino que también la recuperación del mercado laboral ha sido más lenta. En especial, se han visto más afectadas las madres de niños de entre 0 y 5 años. De hecho, un año y medio después del inicio de la crisis, la probabilidad de las mujeres de haber dejado de trabajar a raíz de la pandemia es dos veces más alta que la de los hombres. Además, esto ha estado acompañado de una mayor carga de tareas domésticas, incluyendo la supervisión de la educación remota de los niños, y una mayor incidencia de problemas de salud mental.
Por otro lado un reciente informe de la OCDE muestra que el porcentaje de ni-ni (ni trabajan ni estudian) de los jóvenes entre 18 y 30 años alcanzó en Brasil el 35% y en Argentina el 24%, tasas muy superiores a las previas a la pandemia.
El proceso de la Gran Renuncia y por otro lado las enormes tensiones en el sur con el desempleo, muestran que en un futuro inmediato este será un factor muy importante de aumento de las diferencias de desarrollo y de la más elemental justicia social.
Pero, como en el caso de la globalización digital hace algunos años, la pregunta correcta sigue allí, inamovible, pero no es la del título de esta nota, debería ser: ¿Cuánto demorará y con qué profundidad llegará la Gran Renuncia a nuestros países? Y, ¿en qué sectores sociales, demográficos, culturales impactará de manera más fuerte?
¿Debemos prepararnos para enfrentar a la Gran Renuncia, para contenerla o por el contrario tenemos que aprender de las naciones que ya la están experimentando y considerar sus posibilidades, sus nuevos contenidos éticos, épicos y también comerciales?
La Gran Renuncia tiene directa relación con tres aspectos que ya hemos tratado en estas columnas del Wall Street International, con la protección y la promoción del medio ambiente y de la vida sana y sustentable; con la inclusión masiva de la inteligencia artificial sobre todo a través de la web -el eje de la globalización digital- en aumentar la producción de bienes y servicios disminuyendo las horas de trabajo e incluso aumentando la calidad, por ello la revalorización del empleo es vital, sobre todo si se relaciona con el tercer elemento: la mayor disponibilidad de horas por los individuos, y por lo tanto, de un cambio de paradigma de la educación permanente y de la cultura.
Todos estos procesos combinados pasan obligatoriamente por la política, por la gobernanza y requieren un salto en nuestras democracias, atormentadas por experiencias envejecidas y llenas de grandes tensiones, como en Chile, en Brasil, en Argentina, en Perú, en Colombia, en Honduras, en Bolivia y ya en otro plano, en Nicaragua, Venezuela y Cuba, donde la democracia hay que buscarla bajo toneladas de detritos.
Estas reflexiones no pueden realizarse solo en las academias, en los medios de prensa especializados, en algunos organismos internacionales que logren romper la sujeción a la burocracia, creo que deben ser parte de la agenda política más exigente de nuestras naciones. Del mundo de la política institucional, partidaria y de las sociedades civiles y de su capacidad para incorporar a la gobernanza a los sectores intelectuales y académicos.
La pandemia y sus secuelas todavía llenas de peligros y amenazas, nos han sepultado en lo cotidiano, en lo urgente, mientras grandes sectores de nuestras poblaciones asumen su propia vida con una visión más estratégica, más proyectada hacia el futuro. Vivimos uno de esos particulares momentos en la vida de la civilización en que las estructuras a todos los niveles deben aprender de la sensibilidad, la humanidad de los seres humanos como individuos.
Siempre seremos superiores a cualquier máquina, a la más potente y sofisticada, aunque nos supere por cifras siderales en la capacidad de cálculo, por diversos motivos, pero sobre todo, porque nuestra conciencia, nuestro propio fin, de nuestra muerte, es parte fundamental de nuestra espiritualidad, de nuestro sentido profundo de la vida y de la relación con lo que nos rodea. Aunque en ciertos momentos de la historia, esa diferencia la hemos expresado de maneras brutales y horrendas.