El siglo XIX fue un siglo de constantes pronunciamientos, revoluciones o levantamientos, como se prefiera; guerras de independencia napoleónicas y carlistas que llevaron a España a la decadencia y a la pérdida de las colonias americanas. Encima fue un año de cóleras y fiebres amarillas que diezmaron aún más a la población; epidemias para las que no había vacunas, excepto para la viruela como la expedición del doctor Balmis con los niños expósitos a cargo de la enfermera Isabel Zendal.
Cuando finalizó el siglo XIX lo habíamos perdido todo de las Antillas, incluso la posesiones en Asía-Pacifico como Filipinas, islas Marinas y Carolinas. Son las consecuencias de las monarquías absolutistas, el constitucionalismo de la Pepa, las ideas del Romanticismo o revolución —que es su verdadero significado— y, además, una política débil como la Primera República, llevada por un cambio de mentalidad según los parámetros de un Romanticismo equivocado y a la vez nacionalista: desaparece la unidad de España como nación e imperio.
Pero ciñéndome al tema del título propuesto, tras la revolución de septiembre de 1868, llamada «La Gloriosa», con el exilio de la reina Isabel II y hasta la Restauración de 1874, se inicia un periodo en la historia de España conocido como el «sexenio revolucionario» de desastrosas consecuencias que acabaron en una ingobernable Primera República, y perdimos, además las últimas colonias del imperio español en las Antillas y el Pacífico y nos quedamos en nuestra península, y de fondo las diferentes guerras carlistas, y varios intentos de la segregación nacional por parte de los catalanes y vascos en el llamado cantonalismo, es decir, un Romanticismo tardío umbilical.
En los últimos años del reinado de Isabel II, se produjo una aceleración de acontecimientos históricos desastrosos. A partir de 1866, estalló una crisis financiera, epidemias y otra alimenticia, debido a las malas cosechas por falta de lluvias. Políticamente, divididos entre liberales y conservadores y, para más calamidades, fallecieron dos pilares de sostenibilidad como los generales Narváez y O’Donnell, jefes del Partido Moderado y la Unión Liberal, respectivamente. En septiembre de 1868 se sublevaron los progresistas y demócratas, que derrocaron a Isabel II por su descrédito tanto en lo institucional como en lo personal. Todo ello en nombre de la república y la libertad. ¿De qué libertad estábamos hablando?
El pacto de Ostende
El objetivo fundamental del llamado Pacto de Ostende (nombre de una ciudad belga) del 16 agosto de 1866 fue derrocar a la reina Isabel II, como fuera, reina de España hija de Fernando VII, llamado «el Deseado» y «el rey Felón» —quien comete una traición o un acto desleal contra alguien— que nos dejó en la estacada con Napoleón. Es decir, que traicionó al pueblo, a su pueblo. En dicho documento se planificaba el procedimiento para «destruir todo lo existente en las altas esferas del poder». La causa que dio origen al levantamiento o derrocamiento fue el descontento hacia el régimen monárquico y una reina que arrastra hasta nuestros días una fama cuestionable, así como las posibles corruptelas de su esposo Francisco de Asís con respecto a los tiempos de la construcción de los ferrocarriles.
Isabel había sido «mal casada» por orden de las Cortes con su primo el Infante don Francisco de Asís de Borbón (llamado «Paquita» despectivamente), metido en el negocio del ferrocarril a todas luces corrupto y un hombre que no daba la talla mirase por donde se mirase. Una vez más las Cortes se equivocaron. Lo ideal hubiera sido que Isabel se hubiera casado con el duque de Montpensier, hombre de más carácter que, años más tarde, acabó siendo su cuñado y consuegro.
El plan de Ostende consistía en la marcha forzosa de la reina al exilio a la que le seguiría un nuevo régimen liberal, de corte republicano. Consecuencia del pacto fue la creación de un comité de acción con los Partidos Progresistas y Demócratas liberales. Tomaron el poder a través de un pronunciamiento militar (sublevación) y el nuevo régimen tendría que respetar los principios acordados de la revolución y la aprobación de unas Cortes constituyentes, mediante sufragio universal directo de acuerdo con el sufragio masculino por rentas, y que las mujeres no votaban, y que establecerían la manera de gobierno: monarquía o república.
Se nombró una Asamblea Constituyente, bajo la dirección de un gobierno provisional en 1869, compuesto por Figueras, Sagasta, Zorrilla, Prim, Serrano, Topete, López Ayala, Lorenzana y Romero Ortiz. En esta asamblea se decidiría la suerte del país y la forma de su gobierno.
El paralelismo del pacto de Ostende con el pacto de San Sebastián (17 de agosto de 1930) es notable. Si, en el primero, el objetivo fue derrocar a Isabel II para instaurar la Primera República española, el segundo fue para derrocar a Alfonso XIII e instaurar la Segunda República. Lógicamente cambiando los nombres y apellidos, pero manteniendo su origen político: el descontento con la monarquía obsoleta. No sé qué es lo que sucede en España, pero siempre vuelven a la monarquía conservadora. Tras la nefasta experiencia de la Primera República regresó la llamada Restauración con Alfonso XII, hijo de Isabel II y supuesto hijo del militar valenciano Enrique Puigmoltó, un capitán hijo del conde de Torrefiel.
Cesar Cervera escribe en ABC de 06-05-2015:
Su romance con la Reina, que duró cerca de tres años, valió al militar toda clase de condecoraciones y prebendas. Tras la concesión del título de vizconde de Miranda, Puigmoltó recibió la medalla de la Gran Cruz de San Fernando de primera clase. Forzado a alejarse de la Corte —donde todos le suponían padre de Alfonso XII, quien fue conocido con el sobrenombre de «Puigmoltejo»— el favorito de la Reina se refugió en su nativa Valencia, comenzando allí una meteórica carrera política que le llevó de diputado a brigadier. Nueve años antes de morir en 1900, recibió la Cruz de San Hermenegildo por los servicios prestados a la Corona.
En abril de 1939 fue derrocada la Segunda República, tras perder la guerra civil, y, tras los 40 años de la dictadura de Franco, nombra su sucesor y jefe del Estado a Juan Carlos I de Borbón, nieto de Alfonso XIII, llamado actualmente el «Emérito», que ha tenido que exiliarse en Dubai, por supuestos fraudes a Hacienda, según la Fiscalía, donde se halla, y queda su hijo Felipe VI como jefe del Estado. Pero es que cuando era jefe de Estado interino, por la enfermedad de Franco en 1975, ya había metido la pata hasta el corvejón al ceder las colonias del Sahara Occidental a Marruecos en la llamada Marcha Verde, que ahora cumple 46 años de ser una herida abierta.
Prim presidente de la Asamblea Constituyente
El centro coordinador de las actividades revolucionarias en 1866 estaría en Bruselas, pero lógicamente surgió otro foco del poder revolucionario, en este caso en París. El primero de los revolucionarios era el general Juan Prim y contaba con el acuerdo con Salustiano Olózaga. Posteriormente, se unieron los republicanos, de Pi i Margall, y Castelar. También se unieron muchos otros altos cargos civiles y militares. La Asamblea Constituyente estuvo bajo la presidencia de Prim.
El nuevo gobierno provisional de Prim suprime la Guardia Rural con el objeto de que fuera la Guardia Civil quien asumiera las competencias correspondientes en ese ámbito territorial. Más tarde, con la Monarquía Constitucional de Amadeo I se lleva a cabo una reforma orgánica en 1871, distribuyendo los efectivos más eficientemente en el país, potenciando el despliegue en las provincias más afectadas por el azote del bandolerismo y protegiendo comunicaciones e infraestructuras. Los disturbios, el bandolerismo, la segunda guerra carlista, las revueltas cantonales, etc. no darían respiro a las fuerzas de seguridad que en esa época era la Guardia Civil.
El asesinato del general Prim y la llegada de Amadeo I
El 27 de diciembre de 1870 a las 7:30 de la tarde, tras despachar los asuntos del día, el general Juan Prim y Prat salió del Congreso de los Diputados por la puerta de la calle Floridablanca y fue asesinado por un grupo de sicarios.
Habían sido días de duro de trabajo, la situación política era delicada y había tenido que ultimar numerosos asuntos para marchar al día siguiente a Cartagena y recibir a Amadeo, duque de Aosta, el nuevo rey de España en el que había puesto todas sus esperanzas de liberal progresista. Su juventud, sencillez y cercanía popular fueron aspectos exaltados entre sus partidarios en las Cortes. Se le consideraba como el «rey demócrata», elegido en las Cortes por 191 votos a favor.
Posibles autores intelectuales del asesinato de Prim
¿Quiénes habían sido los asesinos? Por una parte, los republicanos; por otra, los oscuros manejos de Antonio de Orleans, duque de Montpensier (cuñado de la reina Isabel II, casado con su hermana Luisa Fernanda).
Para Amadeo de Saboya no hubo respiro en su reinado constitucional. La primera voz que se alzó contra Serrano fue la de Francisca Agüello la reciente viuda del asesinado general Prim, cuando Amadeo I visitó la capilla ardiente. El monarca aseguró en la capilla que nada le detendría hasta descubrir a los asesinos. Francisca Agüero respondió: «Vuestra Majestad no tendrá que buscar muy lejos». Y con la mirada señaló al general Serrano, que se encontraba a su lado. Más graves fueron las declaraciones de un cabo del ejército, Francisco Ciprés, que se prestó a identificar al promotor de un anterior intento de asesinato contra Prim. El implicado fue José María Pastor, jefe de la escolta de Serrano, partidario del joven Príncipe de Asturias, Alfonso, contrariado por la posibilidad de ver en el trono de España a un monarca de una dinastía que no fuera la de los Borbones.
Amadeo I en su papel de rey constitucional, austero y moderado, soportó insultos, desplantes y hasta un atentado frustrado cuando, en julio de 1872, rey y reina regresaban a palacio tras pasear por los jardines del Parque del Retiro y un coche se les atravesó a la altura de la calle Arenal. Demasiada coincidencia con lo que le había ocurrido al general Prim... La suerte quiso que la reina sintiera frío y se subiera el chal justo a tiempo de que Amadeo distinguiera a un tirador en la calle. Rápidamente el monarca se levantó para cubrir a su esposa y evitar que fueran los dos cosidos a tiros. Solo hubo que lamentar la muerte de uno de los conductores de las monturas de la calesa.
La insurrección carlista
En las elecciones de abril de 1872 los carlistas sufrieron un relativo descalabro bajando de 51 a 38 diputados, por lo que los partidarios de la «vía insurreccional» se impusieron a los neocatólicos defensores de la vía parlamentaria. Y los carlistas variaron de postura e hicieron buena la última frase del manifiesto del 8 de marzo, «ahora a las urnas, después a donde Dios nos llame», es decir, a la guerra.
Don Carlos (VII) proclamó en un manifiesto los motivos del levantamiento y llamó a todos los españoles a que se sumaran a él. Un malestar que pedía sangre y odio entre hermanos. Es decir, la guerra carlista era otra guerra civil.
El primer ferrocarril de España, en Cuba
El 12 de octubre de 1834 la reina Isabel II autorizó la construcción de la primera línea La Habana-Güines en Cuba. La Real Junta de Fomento llevaría a cabo la construcción del ferrocarril consiguiendo un empréstito de dos millones de pesos negociado en el extranjero. La obra tuvo al norteamericano míster Cruger, como ingeniero principal. El 19 de noviembre de 1837, se abrió a la explotación el primer tramo de 27.5 km desde la capital cubana hasta Bejucal, solo doce años después del primer servicio de ferrocarril público inglés.
Sería el primer ferrocarril en América Latina y el primero también de España, y el segundo país en las Américas, solo después de Estados Unidos. La España peninsular contaría con este medio de transporte únicamente a partir de 1848: la primera línea ferroviaria abierta en la España peninsular entre Barcelona y Mataró.
Sin embargo, la política en España no iba por el progreso ni por bienestar social sino por los intereses individuales de los ambiciosos políticos.
Primeros movimientos independentistas de Filipinas y Cuba
En el siglo XIX, y en plena crisis colonial española, la metrópolis miró hacia Cuba, Filipinas y las islas Carolinas y Guam en el Pacífico como el método para aliviar sus males en la península en los dominios de ultramar que venían del imperio español desde Felipe II. Esta situación se produjo fundamentalmente al concluir la Guerra de los Diez años en Cuba entre 1868 a1878. Los criollos eran los que alimentaban la independencia.
Y también se creyó que Filipinas, tan alejado de España a nadie le podía interesar, cuando, en realidad, el dominio del Pacífico era el dominio del mundo por las riquezas que se importaban del Nuevo Mundo, muchas de ellas venían desde la China como fue el llamado galeón de Manila o de China.
Los primeros movimientos de insurrección o libertadores comienzan en Cuba a mediados del siglo XIX, en 1848 exactamente con la publicación de una carta o manifiesto. En 1868 estalla la primera guerra de la independencia tras el Grito de Yara, guerra conocida como la guerra de los diez años, ya que efectivamente finalizará en 1878 tras la paz de El Zanjón, lograda por el capitán general Martínez Campos quien, al mando de unos 20,000 hombres que luchaban contra los rebeldes desde hacía ocho años, derrotó a los insurrectos.
Cuba era una productora de azúcar y alcohol, como el ron, y la caída de los precios del azúcar de caña por la remolacha, fue el detonante que provoca una nueva insurrección contra la Corona española en 1895. Tras duras y sangrientas batallas contra el general español Valeriano Weyler, el 15 de febrero de 1898 la misteriosa explosión del «Maine» hace que Estados Unidos declare la guerra a España, que es finalmente derrotada por las fuerzas cubanas en la batalla de Aguas Claras en agosto del mismo año.
Sobre 1895 llegó a haber en Cuba unos 100,000 soldados españoles que, como dijera Vicente Blasco Ibáñez en El Pueblo, era un rebaño de hombres mal instruidos y alimentados con 2,000 o 3,000 insurrectos como José Martín y Manuel García.
Primera República española
A las pocas semanas de producirse el derrocamiento de Isabel II, en septiembre de 1868, comenzó en octubre la guerra en Cuba (1868-1878); en mayo de 1872, reinando en Madrid Amadeo I, se alzaron los carlistas; y la Primera República añadió una nueva guerra, la cantonal, comenzada en julio de 1873, siendo famosa la de Alcoy (Alicante) llamada la «Guerra del Petroli». De esta manera, llegaron a librarse tres guerras civiles simultáneas, provocadas por la mala gobernanza de los Borbones.
La Primera República se probó por 258 votos a favor y solo 32 en contra. Desde luego, ha habido en España regímenes más criminales que la Primera República, pero es difícil encontrar regímenes más ingenuos en Europa. Entre el 16 de febrero de 1873 y el 3 de enero de 1874 se sucedieron cuatro presidentes:
- Estanislao Figueras (11 de febrero-11 de junio de 1873).
- Francisco Pi i Margall (11 de junio-18 de julio de 1873).
- Nicolás Salmerón (18 de julio-7 de septiembre de 1873).
- Emilio Castelar (7 de septiembre de 1873-3 de enero de 1874).
En enero de 1874 se produce la entrada en el Congreso de soldados y guardias civiles a las órdenes del general Pavía quien disuelve la Asamblea poniendo fin a la Primera República. Para la Guardia Civil esto representa la vuelta a los tiempos de Prim, con una dependencia total en la práctica de las capitanías generales, formando parte de las columnas de operaciones del ejército que utiliza a la Guardia Civil ante los carlistas, con un reforzamiento de su carácter militar y del control sobre la organización por parte del Ministerio de la Guerra.
Conclusiones
España es una nación histórica y poderosa, sin embargo, es ingobernable; ninguna de las dos repúblicas funcionó como se esperaba de ellas, un gobierno sin reyes tiene muchos inconvenientes. Isabel II se tuvo que marchar derrocada en el sexenio revolucionario por supuestas corruptelas y mala fama íntima y familiar. Amadeo I se marchó decepcionado de España por las luchas intestinas por alcanzar el poder; lograron desacreditar a la monarquía, que fue objeto de numerosos ataques, no solo por parte del republicanismo o del carlismo, sino también de las propias facciones que la habían apoyado. La Primera República fue un desastre que acabó en menos de un año por el golpe de Estado del general Pavía.
Martínez Campo, en el pronunciamiento de Sagunto, proclama rey a Alfonso XII de Borbón, hijo de Isabel II, y vuelta a empezar con la monarquía en la llamada Restauración Borbónica. ¿Quién entiende a los españoles? ¿Para qué se hizo la revolución del llamado sexenio revolucionario, si todo volvió al principio? Creo que nadie entiende a España, ni siquiera en la política actual tan democrática que nos salimos por la tangente hacia no se sabe a dónde.