A todos los profesionales del «Hospital de día» del Hospital Infanta Sofía de San Sebastián de los Reyes (Madrid). A todos los pacientes que fueron, son y serán. A todo el equipo de Oncología del mismo hospital, en especial, a la doctora María Merino.
Instrucciones de lectura: Este texto es una ficción inspirada en hechos vividos. Ninguno de los nombres que aparecen deben tomarse como reales. Las conversaciones que aparecen en cursiva sí son reales y prácticamente literales. Los nombres de «ella» y «él» no aparecen por razones obvias-.
…Tenías razón, cómo se pasa el tiempo,
que no volverá todo lo que no hemos hecho,
y es la verdad, cómo se escapa el tiempo,
que anteayer era un niño y hoy ya casi un viejo.
Pero mirad como me agarro a mi cuerpo,
nunca sentí la vida como ahora que la pierdo.
Y este ataúd no tiene maletero,
no es muy normal para viajar tan lejos.
No me traigáis ni flores ni recuerdos
ni me pongáis monedas, no, sobre mis ojos muertos.
Que si he de pagar por todo lo que he hecho,
traedme por favor un extintor de infiernos.
Que si he de pagar por todo lo que te quiero,
traedme sin tardar un extintor de infiernos.
Pero esperad, que ahora que me acuerdo,
me quedan unas cosas que hacer
y aún partir no puedo…(«Extintor de infiernos», Fernando Alfaro, del álbum, «La vida es extraña y rara» 2011. Una de las canciones favoritas de «ella» desde tiempo antes de estar enferma)
Apenas son las ocho de la mañana y ya hay un ajetreo bullicioso en el «Hospital de día». Unos hacen cola para que les hagan los pertinentes análisis de sangre, otros intentan colarse, algunos preguntan si «eso es la cola» o si «oiga, por favor, es usted la última», «no, la última ahora es usted». Otros, ya sentados, esperan mirando sus móviles, leyendo revistas que se ofrecen dispuestas en las mesas de la sala, muchos miran al vacío con la mirada perdida o intercambian una conversación intrascendente con sus compañeros de visita.
Cuando les hagan los análisis, a desayunar o a dar un paseo hasta que, pasado el tiempo necesario, acudan a la consulta con su médico, cada uno al suyo dependiendo del asignado y del tumor: el mío es de pulmón, el mío de colon, el de ella de mama y el de ese señor bajito es uno muy raro y «no sé porque me lleva ese doctor».
De repente, ella se da cuenta de que en una de las mesas hay una revista donde aparece una famosa modelo víctima de un cáncer de mama. Ella se fija, no lo puede evitar y de un impulso súbito, se acerca a la mesa y le da la vuelta. Se escuchan en la sala algunas sonrisas de aprobación. «Es que no me parece», dice ella.
Cuando acaben las consultas médicas toca la siguiente etapa, las buenas noticias, las malas, las peores, «todo bien, súbete al tratamiento», «hoy no te lo podemos poner», «vamos a esperar a ver que dice la última prueba». Cada uno va recibiendo las cartas de la maza que reparte cada médico y que quizás barajen las manos de Dios.
Mientras, en la sala del «Hospital de día» continúa encendido el televisor con subtítulos al que casi nadie hace caso, pero ahí está todo el día funcionando, aparentando una normalidad que no lo es del todo, nunca lo es del todo. Ahora están los deportes, es decir, están hablando de fútbol. Parece ser que un famoso jugador, no sabemos si bueno, pero sí famoso, ha fichado por un prestigiado club y, según dice el busto que lee el autocue, el club va a ingresar una astronómica cantidad por la venta de las camisetas.
Debe ser una buena noticia, pero no la entiendo. Acabo de consultar en la Wikipedia cuantas camisetas vendieron Pelé, Maradona y Di Estefano y no aparece nada: «mierda de Wikipedia». Con lo importante que debe ser tener una camiseta de materiales plásticos antitranspirables con el número 10 y el nombre de un jugador. Eso te identifica y, quieras que no, si encima es original, es marca de estatus.
Según parece, el club no es el que más dinero gana, sino que es la marca de la camiseta. Esta ingresa casi todo lo invertido por los «adoradores de camisetas con nombres y números» y por permitir hacerlo, el club recibe una cantidad pactada en un contrato que supone entre un 10% y un 15% de los beneficios de la marca. El negocio pinta bien, hay clubes que ingresan varios millones al año por esta comisión, imaginémonos lo que ingresa la marca. Y mientras tú, pobre profesional médico, que únicamente te dedicas a curar gente o, al menos, a intentarlo y a proveer bienestar, estas con el «culo pegao» en una silla de consulta o laboratorio, con la bata dando vueltas entre plantas y enfermos, actualizando tus conocimientos y deseando llegar a casa para desconectar de la tristeza vivida —qué duro debe ser tanto vivirlo como aprender a aislarlo (resiliencia creo que lo llaman ahora)—, esperando las vacaciones y la nómina de fin de mes, pero, sobre todo, deseando que los avances sean mayores y sea más común dar buenas noticias.
La doctora a ella: ven a la camilla que te examine la herida del pecho.
La doctora tras el examen mirándole y sonriéndole a él: Esta muy bien, de verdad.
Ella vistiéndose: Doctora, ¿no me van a operar?
La doctora: No, no mejoraría la supervivencia.
Ese fue un mal día para ellos.
Para los clubes, el tema de las camisetas es muy importante. El importe del contrato con la marca y el variable por camiseta suman un ingreso importante sin el que sería imposible sostener toda la estructura de costes asociados y salarios —¿salarios?— Cuando un jugador —con matrícula de Ciudad Real— se fue de un club español a uno italiano, se vendieron en un año 850,000 camisetas, el club recibió unos 20 millones de euros. Ahora hay colas en los Campos Elíseos para comprar la camiseta de una «pulga». Su club y la marca lo han explotado mejor: se venden dos camisetas, con la que jugará y con la que fue presentado en París. También pueden comprarse bufandas, tazas… «Lo muy muy, lo más más y lo tope de lo tope, muñequito».
Pero dejemos la tele y volvamos a la realidad. Con lo bonito que estaba el mundo de las camisetas de los «salva-patrias» que juegan al futbol, cagüen, y ha tenido que venir la enfermera a llamar para el tratamiento. Las salas de tratamientos están dispuestas de tal forma que, con dos filas de tres sillones enfrentadas, seis pacientes pueden, si quieren o si sus fuerzas se lo permiten, hablarse, interesarse unos por otros, preguntarse por la familia —muchos son conocidos ya de semanas e incluso meses. Los acompañantes también ayudan a formar comunidad, la comunidad de los «cancerosos». Seguro que, si los futbolistas de las camisetas o sus adoradores los conocieran, les entregarían también un porcentaje para que se curaran. Fijo.
La enfermera a ella: Hoy comienzas con una nueva quimio que tiene básicamente los mismos efectos que la anterior, pero que mientras se te suministra, tenemos que ponerte hielo en los pies, así que, por favor, quítate los zapatos.
Mientras se los quita, aparece la enfermera con la bolsa del nuevo tratamiento que muestra un color naranja intenso.
Ella dice: Mira, ahora me van a poner Fanta Naranja, ¡que divertido!
Y es que todo el personal del «Hospital de día» es animoso y competente, simpático y eficiente, aunque, en ocasiones, dejan traslucir una preocupación o gravedad en el gesto que se manifiesta de varias maneras. Algunos hacen bromas automáticas de todo, otros muestran conmiseración con todo lo que oyen o se les cuenta y algunos, quizás los más profesionales, escuchan sin escuchar y miran sin mirar, únicamente celosos de lo que tienen que hacer y decir. ¡Como se nota que no llevan una camiseta de un fenómeno del balón!
Cada camiseta supone 10 euros de coste de fabricación y distribución. Luego hay que sumar «el margen del sponsor técnico» —te cagas, ¿qué leches será esto?— es el dinero que paga la marca para aparecer en la camiseta del club y que tiene que recuperar vendiendo sus diseños año a año. A esto hay que sumar entre un 10% y 12% que la marca paga al club en concepto de royalties por la utilización de su marca y que estas repercuten en el precio de venta de las camisetas. Pero no acabamos aquí, después los retailers añaden su margen sobre el precio. Según parece, esta operación encarece 20 euros lo que ya llevamos sumado y ahora quedan los impuestos. Se me está ocurriendo una cosa, pero mejor la maduro y luego os digo.
La doctora: Bueno, pues seguimos. Todo muy bien. ¿Tienes pastillas suficientes o te hago la receta?
Ella: Creo que sí, porque si vuelvo en un mes, me quedan… ummm, espera que cuento… no, no me llegan, me va a faltar un chisme…
Él: …un blíster.
La doctora sonriendo de broma: No trafiques con estas pastillas que son muy caras.
¿Lo serán tanto como las camisetas de los futbolistas?
Y mientras acaba la jornada en el «Hospital de día», se suceden turnos de profesionales y aparecen nuevos pacientes mientras otros se van: «venga, Manuel, a descansar». El tráfico es incesante, aunque va descendiendo según transcurre la jornada. Al final solo quedan los de los tratamientos más largos o los que esperan cama para ser ingresados: «Manuel, ¿qué haces aun aquí?, ¿hoy te toca el tratamiento largo». «No, es que estoy peor y me voy a quedar».
Bueno, al menos, aunque debe quedarse ingresado, tiene suerte. Puede poner la tele de pago que habrá en la habitación —a un módico precio, eso sí— y, ya digo, está de suerte, porque esta noche hay fútbol y creo que del bueno. He leído que hoy juegan dos de los jugadores que más camisetas han vendido en los últimos años. «Esto es vida, Manuel».
Ella a él: Hace tiempo que no veo a la señorina esa que la vimos tal mal últimamente. La compré un anillo charro y se lo traigo todos los miércoles para dárselo, pero no la veo. No sé… lo seguiré trayendo.
Evitan comentar si, después de verla tan mal, quizás no aparezca por allí porque haya sucedido lo peor de todo.
Al final, fui a ver el partido a casa de mis padres y mi padre afectado me contó lo de su compañero de trabajo: «sabes, se ha muerto Fernando… ¡hay que joderse! Y era más joven que yo, unos meses ha durado. No se lo digas a ella». La verdad es que me lo había imaginado porque hace tiempo que no le veía en el «Hospital de día» y las últimas veces que le vi «enchufado» estaba muy delgado y con bastante mal aspecto. Como dice mi padre: ¡hay que joderse! Cuando acabó el partido, volví a casa. Ella estaba cansada, cuando se fue a la cama, subí a darle un beso y me bajé al patio un rato. Aunque era medianoche, me tome una cerveza en silencio, muy en silencio.
Ella: Hoy no está la Doctora, así que nos toca él. ¡Es más mono!
Él: Sí, pero se le nota mucho si hay buenas o malas noticias. Empatiza mucho, demasiado, creo… quizás es una sensación.
Entran a la consulta y, efectivamente, está el doctor.
El Doctor: Hola, hace mucho que no te veía, te veo muy bien.
La consulta fue bien.
Ella a él: ¿Te has fijado en qué maninas tiene?... ¡es más mono!
En su ausencia he estado pensando sobre lo que hablábamos en familia: «manda narices lo que ganan los futbolistas y lo valorados que están en vez de serlo los médicos». Es verdad, algo hay que hacer y que no sea solo aplaudir a las nueve de la noche. ¿Y si consiguiéramos que los facultativos fueran ídolos sociales, referencia de la salud de una sociedad, del civismo de la res publica? ¡Ojalá!
Qué bueno sería que los niños tuvieran a sus médicos de referencia al lado de los futbolistas. Posters a todo color en su habitación del doctor al que idolatran, de la enfermera a la que admiran y que, en las entradas de los hospitales, la policía debiera acordonar la zona para garantizar la integridad de los profesionales cuando acceden o abandonan el centro hospitalario ante las hordas de fanáticos «aficionados» que quieren una foto con ellos, un autógrafo o una camiseta con su firma… eso es, una camiseta, ¡las camisetas de los médicos!
Ella a la doctora: ¿Puedo beber cerveza?
La doctora: Sí, mujer, sino no es vida, puedes tomarte una cerveza —mirándole ahora a él— y la siguiente te la tomas tú.
Es una de las grandes estrellas del fútbol y, después de nosequeleches de lesión, ha vuelto a los terrenos de juego. Ha convocado a los principales medios a una rueda de prensa y ha comenzado con un comunicado: «Estoy de vuelta gracias a la labor impagable de los doctores (lee todos sus nombres y los del resto de facultativos). Sin ellos sería imposible que volviera a pisar un terreno de juego. Mi calidad como jugador no volvería a lucir si no hubiesen puesto su empeño, su profesionalidad y sus conocimientos, tras largos años de estudios, en curarme. Ahora me esforzaré para volver a estar a tope cuanto antes y anuncio que cederé el 100% de mis derechos de imagen a la investigación médica. Yo simplemente nací con unas condiciones que, con trabajo físico, se han manifestado y que han hecho que mi juego sea valorado como si fuese un ídolo, un superhéroe, pero sin la labor de los médicos, todo esto sería imposible, desde mi primera lesión en juveniles, hasta esta última que me ha hecho pasar tres veces por el quirófano. Ellos, los médicos y profesionales de la salud, lo son por algo más importante, sus años de trabajo, su esfuerzo constante para mejorar los métodos de diagnóstico y curación, por su compromiso personal incluso cuando hablamos de otro tipo de enfermedades más difíciles que la mía. Por ello, y por lo que significan socialmente, cederé, como he dicho, mis derechos y desde aquí pido un aplauso y el reconocimiento social».
De forma abrupta, volví a la realidad de la rueda de prensa: «Estoy de vuelta tras esta larga lesión, espero estar pronto a tope y hacer disfrutar a los aficionados. Se que ellos, el club y mis compañeros me han echado de menos, pero estoy seguro de que pronto volveremos a traer a este estadio los títulos que este club se merece. El ‘furgol es asín’». Ni una mención a los médicos.
Ella y él en casa, doblando las sábanas en el salón.
Ella, haciendo referencia al dobladillo de la sábana encimera donde va el bordado o dibujo: «Así no, doblado por el otro lado, lo bonito para fuera, siempre te lo digo».
Él haciendo chistes y dando saltos bromeando mientras ayuda a doblar la sábana: Sí, si ya lo sé, si es coña…
Ella: Lo bonito para fuera… te vas a acordar siempre de esta frase cuando ya no esté.
Él, contrariado: ¡No digas tonterías!
Ella: Anda, pon esa canción que tanto me gusta y que es tan alegre, bueno no, es triste. Bueno, es triste y alegre.
Esa canción era «Magic». Siempre que él la ponía, ella dejaba de inmediato lo que estaba haciendo y se ponía a bailar como loca, estuviese cansada o no, tuviese neuropatía o no, siempre la bailaba, mientras decía: que alegre… y que triste.
Al final creo que hemos convencido a la marca de ropa. ¿O no? Van a fabricar camisetas de dos colores, blancas y verdes (verde quirófano). De calidad de verdad, 100% algodón. Las habrá de manga larga y corta, incluso puede que desarrollen una línea de batas y de sudaderas, incluso de zuecos clínicos. No van a aparecer los logotipos de la UEFA, de La Liga, ni de la bandera de España o de la Comunidad Autónoma. Según diferentes proyectos, aparecerán el logo del Colegio de Médicos, del de enfermería, del Ministerio de Sanidad o de la Consejería del ramo de cada Comunidad. No habrá publicidad, aunque, siempre que donen el dinero las principales cadenas de farmacia o laboratorios, pueden insertar su nombre. No aparecerán estrellas bordadas por cada título ganado, sino por cada paciente curado. No tendrán el escudo de ningún equipo, porque equipos no hay, pero sí la silueta de un corazón en el lado izquierdo. Han propuesto que este corazón sea de un color diferente para cada especialidad médica. Los cardiólogos, rojo, claro está. Todos los de las especialidades que tienen que ver con el aparato respiratorio, azul aire. Los pobres de aparato digestivo lo llevarán marrón. Y los oncólogos no lo tienen claro, podrían llevar varios colores.
Ella a él: Mañana llamará Carlos por lo de las casas.
Él: ¿Qué Carlos?... no conozco a ningún Carlos.
Ella: Sí, Carlos. Es que el que ha vendido mi casa y va a vender en la que vivimos ahora porque nos vamos a Mallorca a vivir. Tú te vas a jubilar y nos vamos allí a vivir para siempre, a Sóller, ¿vale? Tu a escribir y yo a pintar. Ya lo verás, porque el próximo día, la doctora me va a decir que estoy curada.
Ella falleció a las dos semanas de esta conversación.
Ya están las camisetas a la venta en todos los centros comerciales. Incluso hay un proyecto por hacer tiendas oficiales para toda la gama de productos. La gente se agolpa en las puertas, guardando fila durante horas y horas, sobre todo cuando aparece algún médico a firmarlas. Incluso hay quien dice que ha visto a famosos futbolistas haciendo cola… —¿será una leyenda urbana? Puedes elegir el color, poner los logos oficiales que elijas y todos los detalles, incluido lo más importante, el número y el nombre del médico, total, aunque encarece el precio, todo va dedicado a la investigación, al mantenimiento de infraestructuras y a que los facultativos ganen lo que merecen. Yo, después de largas horas en la puerta de la tienda y pelearme para que nadie se me colara, ya tengo la que quería: lleva un corazón rosa y el número 10 de la doctora María Merino.
…Si preguntáis por mí me encontraréis aquí,
disfrutando del tiempo que me queda por vivir.
Siempre procuré beber la vida intensamente,
disfrutando cada trago que me queda por vivir.
Respiré la vida como nadie más,
aprovechando el tiempo que me queda por vivir,
que lo mejor de nuestra vida aún está por ocurrir.
Todo el amor del mundo lo derrocharemos tú y yo,
cada segundo del tiempo que nos queda por vivir,
que lo mejor de nuestra vida aún está por ocurrir…(«Magic» de Chucho del álbum «Tejido de felicidad», 1999. Fue compuesta por Fernando Alfaro a un amigo suyo, enfermo de cáncer y que, posteriormente, falleció. Era una de las canciones preferidas de «ella», la ponía siempre muy contenta, al tiempo que nostálgica, mientras la bailaba).