Uno de los personajes más auténtico y admirado que he tenido la suerte de conocer, fue Francisco Coloane. Personaje que me impactó y motivó por su sencillez, por su fraternal amistad, y su imagen de gigante con cara de niño. Tuve la oportunidad de conocerlo en 1988, en Mozambique. Mantuvimos una amistad como si fuéramos viejos amigos. Nuestros frecuentes encuentros estaban llenos de mucho humor y, sobre todo, desarrollábamos un diálogo sin censura, en ningún aspecto, por íntimo que pudiera ser. Amistad que duró hasta su muerte, en 2002.
Nuestro primer encuentro fue nada menos que en Maputo, capital de ese maravilloso país en el Índico, llamado Mozambique. Su hijo, Juan Francisco Coloane, trabajaba en la oficina de Unicef en Maputo. Con Juan Francisco, éramos partner y rivales en nuestras semanales pichangas de futbolito. Enfrentamientos que no pocas veces terminaban en luchas campales, a puñetazo limpio, entre el equipo latino y los europeos. Aunque debo confesar que estas escaramuzas se armaban entre algún integrante latino, de preferencia Juan Francisco, y algún otro chileno que jugaba representando a un organismo europeo. No fueron pocas las veces que tuvimos que sacar a Francisco de encima de algún adversario. Una de las rutinas obligadas en Maputo, para las visitas destacada que llegaran al país, era conocer al gran artista Malangatana Ngwenya Valente. El más destacado pintor, y personaje de la cultura mozambicana. Fue un encuentro donde la naturalidad, el respeto y admiración, hicieron desaparecer fronteras idiomáticas, culturales. Fue un encuentro mágico, entre Coloane y Malangatana, que volvería a repetirse tiempo después, en 1994, pero esta vez con Coloane como anfitrión en Chile.
Otro de los momentos culmines con Coloane en Maputo, fue cuando, con mi querida cámara de video U-Matic, lo grabé en mi casa. Le puse play y dejé correr la imagen, mientras Francisco Coloane reflexionaba sobre la importancia del proceso iniciado por Gorbachov, llamado Perestroika. Coloane estaba muy de acuerdo y saludaba su valentía. Recuerdo que concordamos también en que Frederick de Klerk estaba jugando un rol determinante en la búsqueda de la democracia en Sudáfrica. De Klerk fue quien finalmente puso término al régimen de apartheid y liberó a Mandela. Tiempo después, de Klerk llegó a ser vicepresidente del gobierno liderado por Nelson Mandela en la Sudáfrica libre. Coloane estaba también muy interesado en conocer todo sobre el carismático presidente Samora Machel y del proceso que había liderado desde la independencia hasta su muerte.
El mayor tesoro que guardo de nuestro primer encuentro en Maputo, fue resultado de un paseo que realizamos por la costa del mar Índico. Coloane, su hijo y una amiga de éste, recorrimos la enorme Playa de Costa do Sol. Creo que ya habíamos caminado a lo menos un kilómetro, cuando Coloane avistó a la distancia que de las profundidades de la playa surgía el resto de la proa de una embarcación tragada por la arena durante alguna de las frecuentes tormentas tropicales. Francisco Coloane, hipnotizado, apuró el tranco, hasta llegar y acariciar tan bello tesoro marino. Cuando ya estábamos junto a él, sorprendió a la amiga de su hijo pidiéndole que se arrodillara en el interior de los restos de la nave, junto a la proa. El escritor intentaba engalanar aquella humilde embarcación de pescadores, recreando un muy sensual mascarón de proa, aprovechando las bondades de la dama, quien, emocionada posaba mirando el horizonte esmeralda del mar Índico.
Nuestro peregrinaje por la playa continuó con Coloane disfrutando el oleaje que suavemente mojaba sus pies descalzos y su arremangado pantalón. Cada cierto tiempo, se agachaba para empapar sus manos, y así refrescar su rostro. Luego cogía un ramillete de algas con las que decoraba su abundante cabellera alba, y así se nos alejaba nuevamente, repitiendo esta bella ceremonia que seguramente representaba para él un bautizo. Ceremonia frecuente de ver en las playas africanas.
Ese mismo día, cuando el sol comenzaba a desaparecer en el rojo horizonte de la sabana, nos encontramos nuevamente en casa de su hijo, bebiendo un refrescante gin & tonic, trago habitual para esa hora en África Austral. Según dicen los comensales de roja nariz y abundante barriga, ese trago impide contraer la malaria. Don Pancho, me sorprendió al recibirme, entregándome un rollo de papel. Fue tremenda la emoción al descubrir que me dedicaba este bello relato que hoy hago público:
Una vez llegado el momento de volver a Chile, a inicios de 1991, regalé mi cámara U-Matic y todos sus accesorios a mi amigo y socio Haroon Patel. Entre los cientos de cintas U-Matic que teníamos, de más de 20 filmes realizados, me traje los masters de los filmes y algunas otras cintas con escenas para futuras producciones. El resto del material quedó con mi socio. Fue bastante tiempo después que descubrí que no tenía la cinta con la grabación de Coloane. Lo más terrible fue cuando mi socio Patel me cuenta que le abrieron su vehículo y le robaron parte del kit de cámara y varias cintas. Como consuelo, guardo como papel santo el bello relato de Coloane.
Mi contacto con Coloane continuó siendo fecundo, gracias a permanentes encuentros, ya sea porque iba con frecuencia a tomar té con él y su mujer Eliana. También por paseos que realizamos por su vecino parque forestal. Recuerdo que en una de esas caminatas me indicó un departamento, creo que era en un sexto piso, comentándome que allí vivía la escultora Marta Colvín. Coloane, con una sonrisa picarona y con su mano empuñada golpeando su pecho, me hace entender, que por esas cálidas aguas había navegado ese viejo lobo de mar.
En algún momento que no recuerdo, me comentó que sentía rabia por el tardío reconocimiento realizado por los franceses de su obra. Coloane hacía poco tiempo que había regresado de Francia, donde asistió a un encuentro literario en su homenaje, en el pueblito costero de Saint Malo. Luego agregó que si este reconocimiento hubiera sido hace unos veinte años, no sabes cuantas sirenas habrían caído en mis redes. Fue a propósito de ese comentario que pinté el cuadro que llamé: Los Mutilados. Una pintura que es también un giño a mi admirado pintor Edward Hopper. A través del gran ventanal del café de la esquina, vemos a tres viejos hombres que beben en silencio, en esa fría noche. No hay comunicación entre ellos. Apoyados a la ventana, vemos parqueados sus diversos medios de transporte. Una silla de ruedas, un par de bastones, y una tabla con ruedas para el «cuchepo». Como era lógico, realizamos con Fernando Villagrán una extensa entrevista a Coloane para nuestro programa cultural de tv, Off the Record. Esa mágica entrevista fue grabada en su departamento, en 1995. Creo que debe ser una de las pocas entrevistas existentes a este enorme escritor universal.
Otra de las fantásticas escenas que tengo grabadas, llenas de fuerza y contenido, es cuando Coloane recita el poema Pingüino, escrito por Neruda. Imágenes que me permitieron realizar un pequeño video para la exposición de Patrizia Desideri, mi mujer, artista visual que presentaba una exposición sobre el calentamiento global en la Universidad Autónoma de Talca en 2019. Otro gran material audiovisual que grabé, son cerca de seis horas de un maravilloso relato que hace su viuda Eliana Rojas. Ella nos describe cada momento de la vida de Francisco Coloane. Material fundamental para quien desee conocer e investigar la obra de Don Pancho. Este video transcrito podría ser un tremendo aporte al conocimiento de su vida y obra. Entre otras imágenes grabadas está un pequeño homenaje que Coloane realiza a su amigo Roberto Matta. Sobre la base de los detalles de un típico bote de pescadores de los mares australes, construido por prisioneros de una cárcel de Ushuaia, en la Patagonia Argentina, Coloane nos va mostrando y así describiendo lo que, según él, representa una verdadera obra de su querido Matta.
Sin temor a equivocarme, pienso que quizás uno de los actos de mayor significado para Coloane fue cuando, en 1994, organicé la venida a Chile del pintor Malangatana, al Museo de Bellas Artes y precisamente fue Coloane quien, con un bello y emotivo discurso, dio la bienvenida a este gran artista africano, hoy fallecido. Coloane aprovechó de recordar su paso por Mozambique y su mágica caminata por las playas del mar Índico.
El proyecto cinematográfico con el título de trabajo: Coloane, un hombre de Azul Profundo. Su realización será posible gracias a las escenas grabadas cuando invité a Don Pancho al Restaurante Azul Profundo; creo, sin temor a equivocarme, que esto sucedió en 1997. Mi propósito era mostrarle el restaurante, cuya ambientación yo estaba seguro le encantaría. Recuerdo que le comenté la anécdota de la micro de turistas de la comuna de Providencia, que cada semana pasaba frente al Azul Profundo por calle Constitución, rumbo a la Chascona, uno de los museos de Neruda. El guía hacía detener el bus con turistas y les informaba que el Azul Profundo había sido el restaurante preferido del vate.
Seguramente el joven guía conocía el restaurante y había quedado maravillado con la decoración y le pareció lógico que Neruda fuera cliente frecuente.
Coloane, antes de entrar al local, ya se sorprendió; fue cuando advirtió que, para entrar al Azul Profundo, había que tirar una cuerda y así hacer sonar una campana. Luego, en su hall de entrada, al dar los primeros pasos, se encontró con una enorme y colorida rosa de los vientos de metal incrustada en el piso. Fueron largos minutos de observación que lo mantuvieron detenido mientras garzonas y cocineros lo observaban con admiración.
La siguiente sorpresa fue encontrarse con un faro plagado con firmas de famosos visitantes, donde naturalmente quedó estampada su firma. El farol del faro era de bronce made in Sweden. La función del faro era iluminar el muelle de Valparaíso de una maravillosa fotografía de Sergio Larraín, capturada en el puerto. Era una gigantografía que ocupaba gran superficie del espacio superior en la zona de los ceviches o mercadito, como le llamábamos. Seguimos hacia el interior, pasando por una amplia cava de vino de un supuesto barco de algún corsario, para luego sumergirnos en un mar profundamente azul, donde las sirenas y los botes flotaban sobre nuestras cabezas, mientras nosotros caminábamos por el fondo marino, entre conchas de diversos moluscos y restos de la indumentario de intrépidos buzos tragados por el Pacifico Mar. Hasta que entramos en la Cámara del Capitán. Un lujoso salón, totalmente enchapado en madera, cuyas ventanas lucían bronceados ojos de buey. La luz natural atravesaba un bello vitro que cubría parte del techo. Bellas luminarias de barco de reluciente bronce y finas tulipas, ondulaban cadenciosamente al ritmo de buena música. Coloane, estaba extasiado. Antes de irnos hacia el Bar, lo invité a conocer los baños. Don Pancho, al cruzar el umbral de puertas batientes, se encontró sumergido en un pasillo de barco, donde tuberías y herméticas puertas con ojos de buey indicaban los baños, accesos a la cocina y sector privado, ya sea, bodega o camarines del personal.
Coloane, a esa altura, ya estaba medio grogui. Fue unos minutos más tarde, cuando ya se encontraba sentado y rodeado por un grupo de amigos y un par de copas de tinto en el pecho, que Don Pancho comenzó a respirar con normalidad y pudo expresar su emoción por tan bello lugar. Su primera reacción, fue pararse e ir hacia la roda de un barco, justo bajo una bella mujer de enormes senos, como mascarón de proa, de un barco anclado en el muelle del segundo piso. Maarta, fue lo que escribió. Solo él y yo sabíamos a quién se refería.
Las escenas que grabé en el bar del Azul Profundo, eran una verdadera estampa de un típico bar marino de mala muerte. Que perfectamente pudiera estar en Punta Arenas, Ancud, Hamburgo, Estambul, Maputo, Nápoles o Valparaíso. Entre copas y copas servidas por Anita, una de las sirenas del Azul, Coloane fue respondiendo las osadas y poco apropiadas preguntas que mis amigos de Quinta Normal, del Liceo Amunategui y mi hijastro sueco, le fueron planteando, sin que Don Pancho mostrara algún gesto de incomodidad e intentara esquivarlas, sino todo lo contrario. Esto permitió que no fuera solo el ambiente, la atmósfera típica marina, sino que la propia conversación, convirtieron ese encuentro en un momento mágico. Coloane nadaba a sus anchas, con auténtica naturalidad, por temas muy diversos, pero que demostraban su verdadera personalidad.
Un viejo lobo de mar capitaneando una embarcación compartida con rudos hombres, ajenos al mundo intelectual, literario, y cultural, pero llenos de respeto, admiración, humor y picardía, que juntos surcaron un mar de emociones. Don Francisco quiso mostrar su contento, su placer y alegría de ese encuentro regalándonos un bello texto que escribió en un individual de papel del Azul Profundo: «El hombre en la costa nunca está solo, lo acompaña siempre el rumor del mar como los agigantados pasos de alguien que nunca llega».
Este proyecto cinematográfico en etapa inicial, ya podría decir que representa una de mis más queridas y anheladas producciones. Esto es debido a que el material con que cuento para su realización garantiza poder mostrar la verdadera personalidad de este monstruo marino. Monstruo de la literatura, persona simple, auténtica, honesta, humilde y fraternal. Fue ese Francisco Coloane que tuve la suerte de conocer íntimamente. Un adelantado a los tiempos en la defensa del medio ambiente y de la humanidad.
Este film tendrá el privilegio de contar con la participación de dos grandes conocedores de la vida y obra de Francisco Coloane. Dos de los más destacados e influyentes escritores nacionales, José Miguel Varas y Volodia Teiltelboim. Junto a Coloane, son tres enormes peces navegando las costas del Pacifico, de un Chile siempre inquieto, movedizo, líquido, a menudo desmemoriado frente a sus grandes paradigmas.