Adriana Marmorek es una artista colombo-austriaca cuyos inicios se hallan en la escultura. Después, extendió su obra a la fotografía, el video y la instalación, como artista conceptual que trabaja principalmente desde lo escultórico.
Para introducir a los amigos lectores en la relatoría de este proyecto que me cautivó, es necesario –como ella misma plantea– iniciar por la definición del concepto de reliquia, el cual tiene varias acepciones en el DRAE. Inicialmente, uno sabe que reliquia guarda relación, sobre todo, con las partes del cuerpo de un santo. A menudo, lo conceptualizamos como un objeto religioso o intocable, con cualidad de tesoro, que conservamos de alguien cercano. Pero de todos los referentes del concepto, los más interesantes para ella son esos objetos o prendas dotados de valor sentimental por haber pertenecido a una persona especial; desde ahí quiere expresarse, y materializar su obra. Y para complementar este preámbulo y facilitar nuestra comprensión del asunto, nos comparte una frase de Angélica Liddell: «Todo recuerdo intenso nos pone en contacto con la fuerza»2.
Según Marmorek, la intensidad a la que se refiere Liddell los coloca, tanto a ella como a los donantes y espectadores de su proyecto artístico, en contacto con la fuerza del universo de las reliquias. De alguna manera, estas almacenan una potencia semejante a la de una máquina (¡de significados!). Tenerlas es mantenerlas, conservar su significación activa, vigente. Esto, a su vez, impulsó el inicio del camino que ella ha recorrido, en diferentes etapas, durante los últimos siete años.
A partir del significado de la palabra y de lo que implica, se dio ese punto de partida, y nació una idea que comenzó a tomar forma y a materializarse desde un primer momento. Ya contaba con una primera reliquia, la cual había recibido 13 años antes: un molde de vagina, que una exnovia le había enviado a su expareja después de su ruptura, y que él conservó hasta que formalizó una nueva relación. Entonces, decidió enviárselo a la artista, quien lo guardó y, efectivamente, lo usaría como parte de su proyecto artístico Reliquias de amor 3. En síntesis, este busca generar preguntas, reflexionar, y comprender el amor desde la ruptura.
En ese momento, se encontró con la historia del vestido usado y conservado por Mónica Lewinsky. La autora llegó a ella gracias al libro de Philip Roth, La mancha humana4, el cual examinó la significación de esa reliquia, y hacia dónde condujo la historia de un presidente de los EE.UU.
Entonces, decidió publicar un aviso de prensa en el diario más importante de Colombia, mediante el cual invitaba a que las personas se desprendieran de sus reliquias y las entregaran a una galería para que formaran parte de un proyecto artístico. Pensó que recibiría tantas, que no tendría dónde ubicarlas.
Sin embargo, para su sorpresa, no llegó ninguna, lo que podría considerarse un fracaso. Este aparente revés la llevó a cuestionarse desde su fuero más íntimo, acerca del significado trascendental de las reliquias; sobre lo que implican desde el sentimiento que nos arrastra a los seres humanos al apego hacia los objetos, desde la pasión que provoca atesorarlos. Esto la llevó a replantearse el proceso de su exposición, que realmente había iniciado mucho antes del aviso clasificado.
Ha sido un largo recorrido para la artista, el cual incluye muchas anécdotas. Y quisiera que todos conocieran parte de mi experiencia personal, por la fuerza con que su proyecto logró conectar con un espectador desprevenido al entrar en una galería, como ha sido mi caso. Experimenté la sorpresa de la evocación a la que conduce la obra; algo así como un espectáculo deslumbrante de objetos comunes y sentimientos provocados. Incluso, me causó desconcierto descubrir nuestro profundo apego a ciertos momentos vividos a través de nuestra relación con algunos objetos, los cuales devienen en reliquias.
Las reliquias de amor son evidencias de los momentos y sentimientos vividos. Cada una tiene una historia por contar, un sentimiento por liberar o sanar, y ayuda a comprender lo que conservamos de una relación amorosa.
Dentro de las historias resaltan curiosidades. Como la del hombre que conservaba un interior de una expareja y ahora lo usaba para limpiar una mesa. Según él, como la prenda era «de un algodón especial», podía usarla como trapo. Otra persona guardaba un mantel que usó durante un vuelo en clase ejecutiva internacional con una persona a la que amó mucho. Lo cuidaba y escondía como un tesoro, al punto que no quiso desprenderse del objeto.
Este último caso y otros similares le reafirmaron a la artista la enorme importancia de respetar el anonimato de los dueños de las reliquias, para lograr ganarse su confianza. Por esta razón, en la etapa inicial, decidió no exponer los objetos físicos, sino las imágenes fotográficas de las mismas reliquias que exhibía dentro de frascos. Fue así como la fotografía se convertiría en la protagonista que acompañaría a la artista durante todo el proceso. Después, a medida que el proyecto se fortalecía, incorporó memofichas, esculturas, instalaciones, videoinstalaciones, entre otros formatos con una vigorosa carga conceptual.
En la primera muestra hubo frascos de conservas vacíos, como una invitación para nuevos donantes y un anuncio de lo que vendría. Posteriormente, surgió un nuevo camino de recolección a través del Museo Efímero del Olvido, con un nuevo aviso y una pregunta abierta: ¿Qué se olvida y qué se guarda del amor?
Al preguntarle a la artista cuáles fueron las reliquias efímeras escogidas, llamó mi atención que en esta ocasión recibió 50 ejemplares. Algunas de las más comunes fueron: discos con grabaciones de correspondencias y canciones, brackets de ortodoncia y otros restos de materiales usados en tratamientos odontológicos, removedores de bebidas de distintos bares, portavasos con mensajes, anillos de matrimonio, corchos de botellas de vino destapadas en la primera cita, objetos eróticos, ropa interior, entre otras. A su vez, dentro de los menos comunes, captaron mi atención un móvil de interiores femeninos, una caja llena de objetos memorables de cada una de las citas sostenidas y dos vestidos de novia de mujeres que inicialmente decidieron prestarlos.
Entre las reliquias más singulares se destacó la de una coleccionista de preservativos, que atesoraba con notas y fichas los días y horas en los que había consumado sus encuentros amorosos. Para ella, su donación significó un acto de desprendimiento y liberación tanto de su verdad, como de la vergüenza que padecía. Otras personas atesoraban cepillos de dientes, una bufanda, vestidos y ramos de novia, listas de preparativos de boda, libros de autoayuda, jabones «chiquitos» usados en viajes. Algunas de estas reliquias han resultado muy interesantes, porque se han convertido en los rastros o evidencias fehacientes de que sí hubo amor entre los protagonistas de sus respectivas historias.
Entonces, empezó una etapa en la que la artista debía depurar las reliquias. Esperaba recibir otro tipo de objetos, para llevarlos a otras categorías dentro del momento creativo y artístico en el que se encontraba. Sucedió algo conmovedor y decisivo: dentro de múltiples cartas, recibió una nota de despedida, que la artista decidió incorporar en la muestra con todo el significado que llevaba impreso. A continuación, transcribo literalmente la carta anónima de entrega de reliquia:
Un vértigo en el estómago.
Leí todas y cada una de estas palabras otra vez. Toqué, olí,
observe [sic], leí, recordé.
Mi interior logró convulsionarse. Lloré.
Entendí que sí atesore [sic] estos recuerdos de papel como una
reliquia, por una razón:
Para tener una prueba de que alguna vez amé y fue [sic] amada
con la intensidad, frecuencia y absoluta armonía. Caminé por
un instante de la mano. Fuimos dos y fuimos uno. Y
confiamos sin desconfiar en el amor. Nos entregamos sin
Conciencia.
Tenerlas me dio esperanza, me hizo saber que había vivido
de manera certera una historia de amor, de esas que cuenta
la literatura y las películas.
Te las entrego, ya me despedí.
Cuando escuché a la artista leerla de viva voz, me conmoví profundamente; y de inmediato pensé que, en algún momento, pude haber sentido algo similar. Entonces, me identifiqué y evoqué ese sentimiento común que conlleva el cargar con una reliquia: percibir que alguna vez pudimos amar o ser amados. Además, me emocioné al reafirmar que el arte en sí abarca razones superiores a nosotros mismos. Su belleza radica en ese vínculo estrecho que alcanzamos al enfrentarnos a una obra que nos impulsa a ponerle nombre a nuestros más íntimos y profundos pensamientos. En ese instante, vino a mi memoria esa frase contundente de Byung-Chul Han: «La salvación de lo bello es la salvación de lo vinculante».
Luego llegó una etapa crucial dentro del proceso artístico de Reliquias de amor. La artista sintió que no podía devolver las reliquias al finalizar el período de exposición, como un simple acto de intercambio intrascendente. Percibió una oportunidad en su camino, y dio un giro premeditado, trabajado con sumo cuidado. Así, decidió concertar con cada uno de los dueños de las reliquias que habían depositado su confianza en ella, para que se las donaran. De las 50 reliquias, solo 12 ingresaron a esta nueva etapa, a la que se agregó el elemento fuego, para configurar acciones propias de un performance. Los objetos fueron sometidos a un proceso cuidadosamente planificado, y trasformados a través de la magia que la artista generó mediante su manipulación del fuego. Asimismo, fueron expuestos en un acto ceremonial, que incorporaba video, fotografías y la creación de nuevas obras, denominadas Osarios de amor. Posteriormente, fueron exhibidas en nuevas exposiciones en Nueva York, Bogotá y Cartagena de Indias.
Fue en esta última ciudad del Caribe colombiano donde descubrí –con asombro– la obra en NH Galería. Entonces, comprendí que yo también era portadora de una reliquia: una obra de arte que alguna vez había recibido de un amor en tránsito, la cual devino en una reliquia para mí. Luego, busqué ansiosamente a la artista. Quería conocerla e indagar con ella todo ese proceso que intenté relatarles aquí en menos de 2500 palabras, a modo de invitación para que también se vinculen a su atrapante proyecto artístico.
Otro dato relevante del proceso de Marmorek consistió en plantear especialmente la premisa conceptual para su exposición desarrollada en el MAMBO. Partió del principio de generar interrogantes y reflexiones en torno a cómo el museo y el matrimonio abordaban las evidencias de lo efímero en la contemporaneidad. Esa pregunta era coherente con el formato a presentar, pues este involucraba el factor fuego y la extinción. Sin embargo, para el museo parecía imposible: convocar, exponer y quemar; asumiendo el riesgo de quedarse con las salas vacías por el resto del tiempo que duraría la exposición.
En ese punto, todas las personas donantes de reliquias sabían que estas serían quemadas, lo cual implicaría la siguiente fase del proceso: evolución de la obra y experiencias involucradas. Llegó el momento para la artista de reunirse con cada donante, escuchar sus historias, y crear frases mínimas, convertidas en memofichas cuyo registro acompañarían a las mismas, antes, durante y después del proceso. Como productos de la quema se obtuvieron los Osarios de amor, registros en videos y una exposición que incluyó fotografías impresas en diversos materiales. Esto permitió que el público accediera a la historia y construyera sus propios imaginarios.
Mientras escuchaba y escudriñaba sobre el proceso artístico, y observaba las obras que Adriana mostraba, me formulé –y le repetí a la artista– la misma pregunta de uno de los personajes del novelista David Foenkinos, en su libro Hacia la belleza5: «¿Es posible curarse encomendándose a una pintura?». Al respecto, Marmorek manifestó que, si bien su intención nunca fue generar una especie de terapia o proceso sanatorio, consideraba que una ruptura de amor no bien resuelta podía terminar en malos resultados. Asimismo, era consciente de que para algunas personas vivir la experiencia de Reliquias de amor les ayudó a reflexionar, a repensarse desde su íntimo relacionamiento con los objetos y la experiencia proporcionada. Aun cuando no era el propósito, manifestaron haber vivido un proceso sanador, pues se sintieron tranquilas y satisfechas, y fue muy impactante saber que sus preciados tesoros eran expuestos en un lugar tan importante como un museo.
De mi parte, respondiendo desde la mirada que se deja sorprender, sigo articulando y conectando a partir de la conversación, que vuelve a llevarme a Foenkinos. Ahora me apropié de esta frase: «La contemplación de la belleza era también una tirita aplicada sobre la fealdad». Asimismo, la desarmonía que una ruptura de amor puede dejarnos impresa en el alma, se transforma en arte y se materializa en fotografías que nos permiten inventar y emprender nuevas vidas; nuestro pasado y los nuevos caminos por recorrer.
Gracias, Adriana Marmorek, y a cada una de las galerías y museos que acogieron el proyecto, por permitirle a Reliquias de amor crear nuevas reliquias para los amantes y coleccionistas de arte. Y, por supuesto, gracias por permitirme compartir. Con la seguridad y la esperanza puestas en cada persona que lea esta, imagino que –igual que yo– recordará, evocará y buscará sus propios tesoros, para elevarlos a ese plano superior que el arte nos proporciona.
Notas
1 Byung-Chul Han, La salvación de lo bello. Trad. Alberto Ciria. Barcelona, Herder, 2015.
2 Angélica Liddell, La casa de la fuerza / Te haré invencible con mi derrota / Anfaegtelse [Premio Nacional de Literatura Dramática 2012], Segovia, La Uña Rota, 2011.
3 El proyecto artístico Reliquias de amor fue expuesto inicialmente en LA Galería en Bogotá. Al principio, solo se recolectaron 12 reliquias en fotografía, lo que provocó que la artista profundizara en el proyecto. Más tarde, en el «Museo Efímero del Olvido» –XV Salón Regional de Artistas– logró recolectar 51 objetos; y, al cierre de esta muestra, resolvió quemar las reliquias. Sin embargo, solo 12 objetos fueron autorizados para quemarlos donde tuvo lugar la exhibición: la Universidad Nacional de Colombia. Posteriormente, el proyecto fue presentado al Premio Luis Caballero, y fue seleccionado para exhibirlo en el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO). Esta institución lanzó una propuesta que parecía imposible: convocar, exhibir y quemar, en esta ocasión ¡110 reliquias! Un año después, las reliquias quemadas se convirtieron en osarios de amor, y en una instalación de bodegas (Snap Storage), la cual trabaja con la memoria. Después, el Museo Rayo exhibió los osarios. Esta última fue como el recuento de las cuatro exhibiciones previas y de los siete años de trabajo que lleva este recorrido, el cual aún continúa.
4 Philip Roth, La mancha humana. Trad. Jordi Fibla. Madrid, Alfaguara, 2001.
5 David Foenkinos, Hacia la belleza. Trad. Regina López Muñoz. Madrid, Alfaguara, 2019.