Podemos considerar a la Revolución Francesa como la revolución madre de los procesos históricos que le siguen en todas partes del mundo y, en cierta forma también, de todos los grandes procesos revolucionarios que se dieron hasta el siglo XX, que marcan la llamada Época Contemporánea, la cual llega hasta nuestros días. La Revolución, que justamente da inicio con este período histórico, es el proceso político social que derrumba la monarquía francesa y, simbólicamente, acaba con los sistemas monárquicos, con el llamado viejo régimen, con el absolutismo, con el teocratismo político, dando paso a los sistemas republicanos, contractualistas, constitucionalistas y exaltadores de las libertades y derechos de los hombres y los ciudadanos, superando los sistemas que descansaban en la servidumbre y el vasallaje, colocando al ciudadano como el personaje y actor social y político de nuestro tiempo.
Con la Revolución Francesa se inicia la lucha por la construcción del sistema republicano en Europa, que proyecta sus ideas y valores liberales y republicanos en las batallas y guerras de liberación anticolonial del siglo XIX, en regiones como la América Latina, prácticamente desde su origen, en cuanto muchos de los próceres de la lucha por la Independencia de América, especialmente de la América del Sur estuvieron ligados al proceso revolucionario francés, uno de ellos, quizá el más destacado, Francisco Miranda, quien también participó en la lucha de la Independencia de los Estados Unidos, y en la propia Revolución Francesa ganándose el sitio de honor de que su nombre, el único americano en ese sitio, esté en el Arco del Triunfo en París. De esta manera, Francisco Miranda participó activamente en las tres grandes gestas libertadoras, revolucionarias, en los movimientos políticos más importantes que sacuden el mundo a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX: la Guerra de Independencia de las 13 colonias americanas que producen a los Estados Unidos, la Revolución Francesa y los movimientos de independencia y revolucionarios de la América española. En la Revolución Francesa llegó a obtener el grado de Mariscal de Francia. Su estancia y vida en Europa, en Francia e Inglaterra, principalmente, sus viajes y amistades prácticamente en toda Europa, le van a permitir buscar los apoyos necesarios con algunas casas monárquicas europeas, aprovechando sus contradicciones con la española, para buscar esos auxilios para la causa de la independencia de las colonias españolas.
El período de las luchas revolucionarias independentistas en la América española se proyecta desde 1790 hasta 1826. Por ello, en lo que nos interesa de la celebración del Bicentenario de la Independencia de Centroamérica y de Costa Rica debemos destacar la importancia de la Revolución Francesa, y su impacto y proyección política y social.
El recordar la Revolución Francesa nos permite afirmar que la Historia la hacen los hombres y las mujeres, las hacen los pueblos. La Revolución Francesa, sin lugar a dudas, tiene una múltiple repercusión política y social, en su época, que llega hasta nuestros días, de lo cual destacaré algunas de esas manifestaciones.
Con la Revolución Francesa surge la clase burguesa y la clase obrera
La Revolución Francesa fue por su contenido una revolución burguesa, por cuanto le quitó de las manos el poder a la nobleza y lo puso en manos de la burguesía, naciente como clase en ese momento. Pero, al mismo tiempo fue una revolución democrática popular, en tanto las capas populares le imprimieron sus demandas. De igual manera, nacía la clase obrera.
Las actividades principales de concentración obrera estaban en las jabonerías, las industrias licoreras, el algodón, el azúcar, las textilerías, las refinadoras y los astilleros y, en París, las artesanías.
La clase obrera francesa en los días de la revolución se estimaba en unos 600,000 proletarios en una población de 25 millones; Marsella tenía 80,000 asalariados, Lyon, 58.000, Reims y San Quintín, 60,000. Las formas de explotación eran variadas, predominando los obreros fabriles y los artesanos. Estos estaban más sometidos a la explotación de los comerciantes. Ambos sectores, proletarios y artesanos, tenían salarios muy bajos, poco poder adquisitivo del dinero y un elevado costo de la vida.
En 1789 la clase obrera francesa estaba dispersa. En estas condiciones dio su apoyo a la lucha desarrollada por las capas medias y la burguesía revolucionaria y progresista. A pesar de ello, desempeñó un papel activo en distintos momentos de la Revolución, así, por ejemplo, el 14 de julio en la toma de La Bastilla, obra del pueblo parisino, los carpinteros desempeñaron un papel activo y hubo varios obreros muertos; lucharon los obreros y las masas populares en la Constituyente por el voto que les fue negado como derecho; en 1791 los trabajadores de la construcción en París lucharon por mejorar sus condiciones de vida.
Resultado de esta lucha fue la Ley Chapelier, el 14 de junio, por la cual se impidió la organización obrera. Inicialmente esta ley estuvo orientada a la destrucción y liquidación de los gremios. Entre sus alcances afectó a los propios abogados a quienes se les prohibió el ejercicio de la abogacía. Dispuso también la prohibición de asociaciones de personas de un mismo oficio u ocupación, norma que se proyectó a los países occidentales hasta mediados del siglo XIX, prohibiendo con ello la propia acción sindical. En Francia la Ley Chapelier llegó hasta los tiempos de Napoleón.
El 17 de julio una manifestación obrera que pedía el destronamiento de Luis XVI fue reprimida por La Fayette, en el Campo Marte, momento de viraje de la Revolución en el cual la burguesía francesa empezó a enfrentarse a los sectores obreros, los artesanos y al pueblo en general que levantaron la bandera de la república y la democracia.
La Constituyente de 1791 excluyó de la participación política y de la Guardia Nacional a quienes no podían pagar impuestos mínimos, a los que se les llamaba ciudadanos «pasivos».
El 10 de agosto de 1792 las masas populares parisinas y marsellesas asaltaron las Tullerías, lo cual obligó a la convocatoria de la Convención Nacional, elegida por voto universal. En septiembre esta participación hizo posible la proclamación de la república y la llamada Victoria de Valmy. Los jacobinos lograron imponerse, con apoyo en estos sectores populares y pudieron, entre otras cosas, detener y aplastar la reacción extranjera contrarrevolucionaria.
El 31 de mayo de 1793, la invasión ejecutada por los obreros de la Convención facilitó la caída de los girondinos el 2 de junio y la victoria de los sans-coulottes. Así, la clase obrera participó activamente en la defensa de la revolución, de su independencia y de las libertades conquistadas, como en la elaboración de armas, lo cual impulsó el Comité de Salvación Pública, el 23 de agosto de 1793. La Convención, finalmente, estableció la igualdad ante la ley, fortaleció el derecho a la educación y abolió los derechos feudales.
Los movimientos populares y de la clase obrera francesa, de mayo, originaron a principios del siglo XX, muchas evocaciones a las movilizaciones dadas en esos meses del calendario revolucionario, de los meses la primavera, de Pradial y Germinal, provocando el surgimiento de asociaciones, grupos culturales, nombres de publicaciones que se titulaban o nombraban con «Germinal», como sucedió en Costa Rica con el grupo que así surgió en 1909, con la participación, entre otros, de Joaquín García Monge, Omar Dengo, José María Zeledón Brenes, Carmen Lyra, y con las publicaciones que también así se llamaron.
En esos años, de la revolución, el campesinado francés desempeñó un papel muy importante como aliado de los sectores urbanos y estableció la premisa histórica de la alianza con la clase obrera, en la lucha por la emancipación total, que después, durante el proceso y la gestación de la Revolución Rusa, dio pie para que Lenin elaborara, de mejor forma, la teoría y la acción política de la alianza obrero campesina, concepto clave en ese proceso revolucionario.
Las clases campesinas representaban el 92% de la población francesa, unos 22 millones de personas en 1789. La democracia lograda en 1789 fue el resultado de la incorporación de estos campesinos y de esta alianza, a pesar de que a un gran número de campesinos les fue imposible adquirir tierras como resultado de la venta de la propiedad nacional, la redistribución de la tierra, la abolición sin indemnización de los derechos feudales, los diezmos y la imposibilidad de ejecución de las leyes agrarias impulsadas por los jacobinos en la Convención. Sucedió algo parecido durante la Revolución Rusa cuando el zar dispuso, en la segunda mitad del siglo XIX, liberar de la servidumbre a los campesinos, darles tierras y al mismo tiempo gravarles sus actividades, al punto que preferían seguir siendo siervos y vasallos, motivo por el cual Lenin encontró elementos claves para llamarlos a su revolución, y establecer como uno de sus primeros tres decretos el de la tierra, con lo que se ganó políticamente al campesinado.
Así, la democracia lograda en 1789 fue el resultado de la incorporación de estos campesinos y de esta alianza, a pesar de que a un gran número de campesinos les fue imposible adquirir tierras como resultado de la venta de la propiedad nacional, la redistribución de la tierra, la abolición sin indemnización de los derechos feudales, los diezmos y la imposibilidad de ejecución de las leyes agrarias impulsadas por los jacobinos en la Convención.
Los socialistas utópicos en la Revolución Francesa
Las primeras manifestaciones importantes de las corrientes socialistas, que van a desarrollarse con más fuerza en el siglo XIX y XX, surgen durante los tiempos de la revolución, entre ellas las corrientes del socialismo utópico, anteriores y contemporáneas luego a los fundadores del socialismo científico, Carlos Marx y Federico Engels.
En el seno del movimiento revolucionario francés destacó Graco Babeuf, el precursor más importante del socialismo científico, quien comprendió que no podía existir igualdad social mientras la sociedad estuviera dividida en clases y se tolerare y permitiera la explotación del hombre por el hombre. Por ello Babeuf vio en la Revolución Francesa la antesala de una revolución mayor.
En el Manifiesto de los Iguales, Babeuf, así lo señala: «La Revolución Francesa no es más que el postillón de otra revolución mucho más grande, mucho más solemne, que será la última».
Babeuf criticó severamente la propia Declaración de Derechos y procuró su radicalización al reclamar «la igualdad de derechos, la igualdad real o la muerte». Babeuf se propuso la insurrección de los pobres contra los ricos.
A Babeuf le siguió Saint Simón, otro precursor, quien abogó por el impulso de reformas a la sociedad. De él es la máxima: «A cada uno según su capacidad; a cada capacidad, según su trabajo». Saint Simón estimó que el reino del terror en Francia fue el reino de las clases desposeídas.
También destacaron Charles Fourier, un crítico de la situación social francesa y Étienne Cabet, quien propuso la instauración pacífica de la sociedad comunista, ya que veía con temor las derrotas sufridas por la clase obrera durante el proceso revolucionario surgido en 1789. Fourier propició la creación de ciudades modelos, bajo el principio de asociación, donde descansaba la felicidad del pueblo. La violencia de la Revolución Francesa le asustaba.
Cabet, de modo particular se proyectó en Estados Unidos, junto con Considérant, el inglés Roberto Owen y el alemán Guillermo Weitling. Sus ideas prendieron en los Estados Unidos en un destacado grupo de escritores entre los que estaban Ralph W. Emerson, Henry David Thoreau, Nataniel Hawthorne, quienes entre 1840-1846 trataron de crear una granja colectivista cerca de Boston. Charles Fourier también hizo su propio intento en Red Bank. Experiencias utópicas también se procuraron realizar en Chile, Río de la Plata, Buenos Aires y México.
Las ideas de Graco Babeuf nuevamente se levantaron en Francia con la Revolución de 1830, impulsadas por Filippo Bounarotti. Este, desde 1821, y durante el período de la restauración borbónica, participaba de las sociedades secretas inspiradas en las de los carbonarios italianos. Una de ellas, la de «Los Amigos de la Verdad» estaba dirigida por Saint Amand Bazard y Bucher, estudiantes de medicina influidos por Filippo Bounarotti y Louis Auguste Blanqui.
En 1831 y 1834 se realizaron dos grandes movimientos huelguísticos de los trabajadores de Lyon. En 1839 existían cuatro sociedades secretas más: «Los Amigos del Pueblo», «La Sociedad de los del Derechos del Hombre», «La Sociedad de las Familias» y «La Sociedad de las Estaciones», las dos últimas con tendencias socialistas.
La insurrección de mayo de 1839, organizada por «La Sociedad de las Estaciones» provocó la condena a muerte de Blanqui y de Armand Barbes, sus jefes.
Así, la Revolución de 1789 impulsó universalmente los principios de la democracia e hizo surgir diversas expresiones de ideas socialistas, semisocialistas; algunas de esas cubiertas de cierto religiosismo.
Los conceptos de izquierda y derecha
Se asocia con la Revolución Francesa a los conceptos políticos de izquierda y de derecha que llegan hasta nuestros días. Esto tiene que ver con los grupos políticos principales dentro de la revolución, que se agrupaban alrededor de los movimientos políticos, o partidos que identificación de intereses existían, bajo la denominación de la Gironda y los Jacobinos, siendo los girondinos los conservadores, representantes del Departamento de la Gironda, creado durante la Revolución, que fueron reprimidos durante el período del llamado Terror, de la Revolución Francesa, y los jacobinos los revolucionarios o radicales dentro del proceso revolucionario francés, por la ubicación que tuvieron ellos en el seno de la Asamblea Francesa, de la Convención Nacional, donde los miembros de la Gironda se sentaban o ubicaban a la derecha y los Jacobinos a la izquierda.
La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano
Una de las repercusiones más importantes a nivel mundial, hasta hoy día, fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, del 26 de agosto de 1789. En esta Declaración se dijo que «la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos», a propósito de los escándalos recientes de corrupción en el país.
De seguido se planteaba, la Declaración exponer «los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, a fin de que esta declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; a fin de que los actos del poder legislativo y del poder ejecutivo, al poder cotejarse a cada instante con la finalidad de toda institución política, sean más respetados y para que las reclamaciones de los ciudadanos, en adelante fundadas en principios simples e indiscutibles, redunden siempre en beneficio del mantenimiento de la Constitución y de la felicidad de todos».
Distinción importante es la de hombres y ciudadanos, en el sentido de que los derechos del hombre son aquellos generales, universales, para todos los hombres, considerados «derechos naturales» que, por su condición de seres humanos los tienen, independientemente de su condición nacional, mientras los referidos a los ciudadanos son aquellos que son propios de los que dicte cada sociedad política. Por ello, los derechos del hombre son universales, mientras los del ciudadano son particulares.
Así tenemos, entre los derechos proclamados el de que «los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos», y que «las distinciones sociales solo pueden fundarse en la utilidad común».
De los derechos más importantes están, declarados de modo imprescriptible del hombre, «la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión», valores que hoy exaltamos en todas las sociedades modernas. El derecho «a la resistencia a la opresión» es quizá el más trascendente porque es el que asegura el conjunto de todos los derechos, y garantiza el funcionamiento del pacto social, de manera que, si el gobernante que resulta de ese pacto traiciona su mandato, se vuelve un déspota, un tirano, un dictador, un sátrapa, gobierna contra el pueblo, o viola la esencia de la voluntad general que le fue delegada. El pueblo, el hombre, tiene un derecho natural a la rebelión, a resistir a ese gobernante, a cambiarlo, para que de esa manera se vuelva a establecer el pacto y la relación armónica que debe haber entre gobernante y gobernados, entre mandatario político y mandantes, el pueblo. Este principio de la «resistencia», de «rebelión», fue establecido en la Constitución Política de Costa Rica de 1844. Lo eliminaron en las siguientes constituciones del país, pero sigue siendo un derecho imprescriptible proclamado por la Declaración de los Derechos, hija de la Revolución Francesa.
Otro derecho, que se recoge como principio constitucional en Costa Rica es que la «soberanía reside esencialmente en la Nación», y que «ningún cuerpo, ningún individuo, pueden ejercer una autoridad que no emane expresamente de ella».
Otros derechos proclamados, inscritos en Costa Rica, son que «la libertad consiste en poder hacer todo aquello que no perjudique a otro: por eso, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el goce de estos mismos derechos. Tales límites solo pueden ser determinados por la ley», y que «la ley solo tiene derecho a prohibir los actos perjudiciales para la sociedad. Nada que no esté prohibido por la ley puede ser impedido, y nadie puede ser constreñido a hacer algo que esta no ordene»., elemento clave del Estado de derecho que tenemos.
Igual el concepto de que «la ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen derecho a contribuir a su elaboración, personalmente o por medio de sus representantes. Debe ser la misma para todos, ya sea que proteja o que sancione». Del mismo modo, «ningún hombre puede ser acusado, arrestado o detenido, como no sea en los casos determinados por la ley y con arreglo a las formas que esta ha prescrito. Quienes soliciten, cursen, ejecuten o hagan ejecutar órdenes arbitrarias deberán ser castigados; pero todo ciudadano convocado o aprehendido en virtud de la ley debe obedecer de inmediato; es culpable si opone resistencia». También que «la ley solo debe establecer penas estricta y evidentemente necesarias, y nadie puede ser castigado sino en virtud de una ley establecida y promulgada con anterioridad al delito, y aplicada legalmente».
Los derechos proclamados en los artículos 9, 10 y 11 de la Declaración están en nuestro orden constitucional, como son la presunción de inocencia, el que «nadie debe ser incomodado por sus opiniones, inclusive religiosas, a condición de que su manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley» y, el de «la libre comunicación de pensamientos y de opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre; en consecuencia, todo ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente, a trueque de responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley».
Un derecho importante es el de que «los ciudadanos tienen el derecho de comprobar, por sí mismos o a través de sus representantes, la necesidad de la contribución pública, de aceptarla libremente, de vigilar su empleo y de determinar su prorrata, su base, su recaudación y su duración». Este derecho dio la base, en cierta forma, para los movimientos de desobediencia civil que se dieron en los Estados Unidos contra el pago de impuestos destinados a sufragar gastos de guerra, o militares, en el siglo XIX.
El derecho de petición, es decir, de «pedir cuentas de su gestión a todo agente público», fue establecido por la Declaración, y su último derecho, también está establecido en nuestra Constitución, de que «siendo la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado de ella, salvo cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exija de modo evidente, y a condición de una justa y previa indemnización».
El impacto de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano provocó que en 1791, Olympe de Gouges, lanzara su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, proclamada en nombre de «las madres, hijas, hermanas, representantes de la nación», que «piden que se las constituya en asamblea nacional», que se les reconozca políticamente. Esta Declaración que es una copia de los derechos proclamados en 1789, en casi todos sus puntos. Con esta Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en cierta forma, se hacen surgir las luchas de las mujeres y de los movimientos llamados feministas. Al final de su Declaración expresaban que la Revolución Francesa las había prácticamente marginado.
Termina su Declaración diciendo: «Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos… El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén más visible... Cualesquiera sean los obstáculos que os opongan, podéis superarlos; os basta con desearlo».
Repercusiones de la Revolución Francesa en los movimientos independentistas latinoamericanos
Al enfatizar en el influjo de la Revolución Francesa en Latinoamérica, en la lucha por su primera independencia, la de la administración colonial española, hay que destacar que las autoridades coloniales y los sectores que se oponían a las ansias de liberación americana, acudían a la Revolución Francesa con el ánimo de asustar a las masas campesinas, esclavas o en estado de servidumbre y populares urbanas, para denigrar a los revolucionarios americanos. No casualmente llamaron a Bogotá el «segundo París», o dijeron que en Lima había jacobinos y amedrentaron con el terror revolucionario robesperriano.
También afirmaron que los curas de la independencia eran una especie de jacobinos con sotanas. Tampoco fue casual que a Mariano Moreno, de la Junta Revolucionaria de Buenos Aires se le acusara de intentar copiar a Robespierre y que el propio José Ingenieros haya destacado, en la importancia de su movimiento, la existencia de un partido jacobino; como no fue casual tampoco que al padre de la independencia de México, al cura Miguel Hidalgo, en el informe de su detención se dijera expresamente lo siguiente: «prisión del padre Hidalgo con toda la plana mayor de sus sanscoulots en Acatita de Baxan del Reyno de Nueva España». Hidalgo agitó las ideas de independencia nacional especialmente a través del periódico El Despertar Americano.
En la primera independencia de una colonia americana, la de Haití, hay quienes han visto allí un movimiento jacobinista negro. Al respecto, en París se formó una sociedad que pidió la abolición de la esclavitud y puso de ejemplo la situación de los esclavos en las colonias antillanas.
La Revolución Francesa en 1794 abolió la esclavitud, que había sido autorizada por el rey Luis XIII, en 1648, pero fue restablecida por Napoleón en 1802, hasta que en 1848 se abolió de manera definitiva.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano sirvió para alimentar esta ola de agitación, en la cual Vicente Ogé proclamó la rebelión en nombre de la igualdad. No casualmente el 28 de febrero de 1792, como resultado de esta violenta lucha en Haití y Santo Domingo, la Asamblea Nacional francesa dispuso el ejercicio igualitario de derechos políticos para mulatos y negros. De hecho, Haití se constituyó, con su Revolución e Independencia, en el primer país en abolir la esclavitud. En México con el Padre Miguel Hidalgo, en 1810, se proclamó la abolición de la esclavitud, con su Decreto del 6 de diciembre de ese año, siendo hasta 1829, el 15 de septiembre, ya México independiente que se abolió oficialmente la esclavitud en México, cuando en Centroamérica, bajo la República Federal, se hizo en 1824.
La Ilustración o el clasisismo revolucionario francés, lo que en cierto modo correspondería al jacobinismo americano, podría ubicarse en los siguientes tres movimientos: el levantamiento de Vicente Ogé y Chavannes, en 1790, proceso que condujo a la Revolución haitiana, de 1804; la llamada Conspiración de los Franceses, de José Díaz, en Buenos Aires, en 1795, la cual evocó constantemente la Revolución y, en su nombre, y en el de la Convención, se asustó a quienes se oponían a la liberación de esclavos y, la Conspiración de Manuel Gual y José María de España, de 1797-1799, en Venezuela, que tanto influyó en Bolívar, con la marcha forzada de su maestro, y Maestro de América, Simón Carreño, conocido en la historia por su apellido materno Simón Rodríguez. En 1795, el levantamiento en Coro, Venezuela, procuró implantar «la ley francesa de la igualdad».
Radicales fueron los procesos de independencia americanos, porque iban a la raíz del problema de la dependencia, mas no necesariamente jacobinos, extremistas, en sus métodos robesperriano. El propio Francisco Miranda, impedía la jacobinización de la revolución americana.
El jacobinismo americano, si se pudiese utilizar el término, consistió en la participación de las masas campesinas y plebeyas urbanas en el curso de las luchas revolucionarias americanas. Aquí se gestaba embrionariamente la revolución burguesa americana, guiada por los criollos y la pequeña «burguesía» democrática, de muy semejante manera como sucedió en la Revolución Francesa.
Justo esta situación, fue la que facilitó globalmente la unidad «burguesía-agraria-pueblo» para hacer triunfar definitivamente la guerra de liberación, en forma de revolución y de movimientos de independencia, contra el antiguo régimen colonial español.
Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo O'Higgins y el propio Agustín de Iturbide, en México, con sus repercusiones hacia Centroamérica, representaron de diverso modo este fenómeno. De manera concreta, Iturbide, con su plan de las tres garantías y la unidad de americanos y españoles sin distinción de castas ni privilegios, así lo afirmaba.
La circunstancia de que la tierra estuviera en manos de los criollos, actores importantes de este proceso, produjo que en el curso de las luchas por la independencia se llevaran a cabo acciones contra los criollos aristocráticos y contra las autoridades españolas simultáneamente, y no en pocas ocasiones, como sucedió con las movilizaciones de Boves, en Venezuela, o como se dio en los movimientos inconformistas en Centroamérica y en Costa Rica, contra los estancos y los estanquillos.
Esta situación produjo, también, que con el advenimiento de la Independencia la gran masa de campesinos y sectores populares urbanos no cambiara su situación social o de clase, ni tuviera un acceso directo al nuevo poder, ni a la tierra, situación que, por el contrario, produjo las condiciones para el desarrollo de ciertas guerras civiles, al margen de la emancipación, de la liberación nacional o política y, que condujeron finalmente a consolidar el poder de los nuevos gobernantes o el papel hegemónico de ciertos sectores en el seno de las naciones y repúblicas emergentes latinoamericanas, manteniendo de hecho una situación similar, en la relación del poder a la representada en el régimen colonial, con exclusiones y marginaciones sociales de nuevo tipo, respondiendo a los nuevos modelos de construcción estatal que empezaron a darse y, respondiendo al nuevo modelo de violencia institucional que empezó a surgir, definiendo desde ese momento una sociedad dividida y dominada políticamente por ciertos grupos sociales, con raíces de la sociedad colonial.
Ello produjo, igualmente, que buena parte de los movimientos emancipadores no plantearan inicialmente la ruptura total con la metrópoli colonial y tan solo cuestionaran aspectos relacionados al orden económico-comercial en procura de una redefinición del pacto colonial, una especie de revolución sin revolución. Así, en Centroamérica, a finales del régimen colonial, se produjo un debate, particularmente en Guatemala, en el que se planteaba, por parte de un sector social, la libertad de comercio, sin ruptura del orden colonial.
La lección de la Revolución americana fue la lucha unitaria contra el enemigo común: el régimen colonial español, y no las contradicciones entre los diversos sectores que actuaban en el proceso, del mismo modo como la Revolución Francesa enseñó la unificación de todos los sectores sociales alrededor de la burguesía, impulsados por aquellos que, como los jacobinos, procuraban objetivos y luchas democráticas que esta no levantaba. Por ello, y por los jacobinos, sobrevivieron las conquistas de la Revolución Francesa.
Un elemento trascendente de la Revolución Francesa al continente fue la traducción, por Antonio Nariño, en 1794, de la Declaración de los Derechos del Hombre y de los Ciudadanos, del 26 de agosto de 1789, plasmados en la primera Constitución revolucionaria francesa, de 1791. A partir de aquí, en todas las primeras Constituciones de los países americanos se plasmarán tanto los ideales, como los derecho o libertades de dicha Declaración.
Por estos años, durante el período 1810-1824, como expresión de la Revolución Francesa pueden apreciarse también los movimientos populares de México, los de Hidalgo y de Morelos, el de la República Oriental del Uruguay, con José Artigas, el de Buenos Aires con Mariano Moreno, con el impulso de mayo y, en el Paraguay, con José Gaspar Rodríguez de Francia.
La ocupación napoleónica de España, que se proyectó hasta 1815, de modo indirecto impidió que España ejerciera una acción más firme contra los movimientos independentistas en el continente. No casualmente fue hasta 1815, ya libre de Napoleón, que España trató de fortalecer sus ejércitos, acantonados principalmente en Perú.
Artigas, en Uruguay, recogió y desarrolló las luchas contra la dominación colonial española, los propios revolucionarios argentinos y el colonialismo portugués, afincado aún en el Brasil, y afirmó la independencia del Uruguay el cual era parte del Virreinato de la Plata.
A Artigas se le llamó «el Protector de los Pueblos Libres» en el Uruguay, Santa Fe, Misiones, Corrientes, Entre Ríos y gran parte de Córdoba. Quiso repartir la tierra, de modo que los más infelices fueran los más privilegiados; propuso expropiar los latifundios de los «malos europeos» como de los «peores americanos».
Por su parte la Revolución paraguaya se hizo en nombre del movimiento del 10 de mayo argentino. El Dr. Francia representaba el partido de los «nativos» frente a los «realistas», seguidores de la Junta de España y los «porteños», partidarios de Buenos Aires.
En el caso de México, el enfrentamiento fue americanos contra españoles, movimiento en el cual se agruparon todos los sectores como resultado del llamado «Grito de Dolores». Mientras tanto, en Centroamérica, se produjeron, al decir de nuestro gran historiador, Rafael Obregón Loría, movimientos inconformistas con la administración colonial española.
Napoleón no pudo imponer su dominio sobre España en las colonias del régimen monárquico. Los años de ocupación francesa de España no hicieron que las colonias hispanoamericanas perdieran su condición de colonias españolas. Tampoco proclamó la libertad de las colonias, ni por el impacto que pudo tener en ese sentido y en el mismo Napoleón la Independencia de Haití, en 1804. Francia siguió manteniéndose como un régimen colonial, aún bajo el sistema republicano, hasta adentrado el siglo XX.
Napoleón en España
La ocupación napoleónica de España estimuló los procesos independentistas en la América española. Contra la ocupación francesa se organizó el pueblo español, luchando por su independencia, por su libertad, por su autonomía, por sacar a los franceses de España.
La Iglesia y los distintos sectores de la sociedad española actuaron contra los franceses. De la misma manera los movimientos a favor de esa lucha también actuaron en el continente con el surgimiento de las Juntas, al igual que en España, por su monarca. Pero, al mismo tiempo provocaron levantar las mismas banderas, desde 1808, por la independencia, la libertad y la autonomía de España, y por la expulsión de los españoles del continente, estimulando más los sentimientos independentistas y antimonárquicos. En América decenas de sacerdotes se identificaron con la causa independentista y dieron su vida por ella.
La Constitución de Bayona fue contrastada con la Constitución de Cádiz, con representantes llegados del continente, de América, impulsando las elecciones de sus diputados, haciendo una realidad la representación política en ese nivel parlamentario, donde Costa Rica eligió al Dr. Florencio del Castillo, quien se distinguió como uno de los mejores diputados de esas Cortes.
(Primera parte de la conferencia dada el jueves 29 de julio del 2021 en el ciclo de actividades y conferencias «Camino a la Celebración de la Independencia de Centroamérica», organizadas por la Biblioteca Nacional, la Cátedra Enrique Macaya, de la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica, y el Instituto de Estudios en Democracia del Tribunal Supremo de Elecciones)