Para el prestigioso profesor de Teoría Política de la London School of Economics John Gray, la respuesta a esta pregunta es categórica. Escribiendo en abril del año pasado resumía su visión diciendo: estamos en un punto de inflexión en que la era culminante de la globalización se acaba1.
El diagnóstico, al menos referido la globalización como la conocemos hoy, está apareciendo crecientemente en medios académicos, políticos e incluso de negocios2; ello en marcado contraste con la situación antes de la pandemia, cuando predominaba sin contrapeso la convicción de que la globalización, como producto del progreso científico y tecnológico, era un fenómeno inevitable e irreversible: oponerse a ella era como tratar de derogar la ley de la gravedad (la frase es de Mario Vargas Llosa).
Hoy se habla de la crisis de la globalización. Pero ¿qué es esta crisis? ¿Cuándo emerge y cuáles son sus causas? Para responder estas preguntas se hace necesario empezar por una clarificación conceptual.
En la palabra globalización coexisten tres sentidos, estrechamente ligados, pero diferentes3.
La globalización es en primer lugar un proceso de intensificación de la interacción entre las sociedades y las economías contemporáneas que tiene como condición necesaria, pero no suficiente, el espectacular progreso de la ciencia y la tecnología, especialmente de la información y la comunicación. Esto ha hecho posible un gran aumento en el intercambio transfronterizo de bienes y servicios, así como la segmentación de los procesos productivos y la internacionalización de la producción. Surgen así las cadenas de valor mundiales, en las que el producto final es resultante de una sucesión de procesos intermedios que tienen lugar en diversos países y territorios.
En segundo lugar, la globalización es un conjunto de políticas nacionales e internacionales, que son una respuesta al proceso de mayor interacción, así como instrumentos para impulsarlo y orientarlo en ciertas direcciones. Los principales componentes de la globalización como políticas son la liberalización, la privatización y la desregulación, aplicadas tanto a nivel nacional como internacional. A nivel nacional se asocian con el llamado Consenso de Washington y con las condicionalidades impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; a nivel internacional, con normas y disciplinas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de acuerdos internacionales comerciales y de inversión.
Finalmente, la globalización es una ideología que pretende explicar el proceso y justificar las políticas. La ideología tiene dos componentes:
El transnacionalismo económico: la noción de que en el mundo contemporáneo las fronteras son menos y menos importantes, tanto para el funcionamiento de la economía mundial como para la gestión de las políticas económicas nacionales. Se sostiene que las cadenas de valor están pasando a ser el modo de producción dominante y que por consiguiente el mundo es crecientemente un espacio económico global unificado, lo que modifica sustancialmente la importancia y el papel de los Estados nacionales.
El neoliberalismo: la idea de que el libre mercado es, casi sin excepción, el mecanismo óptimo de asignación de recursos, y la empresa privada es, casi sin excepción, el agente económico más eficiente. El Estado debe reducirse solo a situaciones que no pueden ser resueltas por el mercado o a actividades que no pueden ser acometidas por la empresa privada.
Esta última dimensión, la ideología, y en particular el componente de transnacionalismo económico, empiezan a entrar en crisis antes de la pandemia, en efecto a mediados de la década de los 2010. En el origen de la crisis está la emergencia de visiones nacionalistas/populistas, incluso xenófobas, en los países capitalistas desarrollados; ejemplos emblemáticos son el referéndum en el Reino Unido en 2016 en que la opción Brexit triunfó con el lema de recuperar la soberanía nacional, y la elección de Donald Trump en los Estados Unidos ese mismo año con la consigna de «America First».
En el periodo siguiente dos factores adicionales contribuyeron a la crisis de la globalización. El primero es la creciente incidencia de China como potencia mundial con capacidad para disputar la hegemonía económica y tecnológica de la globalización a EE.UU, con consecuencias para los países de capitalismo de mercado occidentales. El conflicto Estados Unidos-China, que inicialmente tendió a ser percibido como una guerra comercial convencional desencadenada por la Administración Trump, pronto se reveló como un enfrentamiento hegemónico que había sido plenamente asumido por el presidente Obama y ha sido reafirmado por Joseph Biden; también han expresado preocupación la Unión Europea y el Reino Unido. El conflicto ha producido una reevaluación de la idea de la defensa del interés nacional como uno de los principios rectores de la política exterior, cuestionando así la noción de que el objetivo primordial debe ser la integración en la economía mundial globalizada.
El segundo factor en la crisis de la globalización es, evidentemente, la aparición de la pandemia del COVID19. La disrupción de los flujos comerciales internacionales como consecuencia de la pandemia, ha puesto en evidencia la vulnerabilidad de los sistemas productivos nacionales que dependen de insumos externos, y generado demandas políticas por mayor resiliencia y auto sustentación, particularmente fuertes en la Unión Europea.
¿Cuál es, entonces, el estado actual de la globalización, y cuáles sus perspectivas futuras?
Un primer dato para una respuesta es el comportamiento del comercio mundial después de la pandemia. El cuadro siguiente traza la evolución del comercio en volumen desde el primer trimestre de 2015 hasta (estimado) el cuarto trimestre de 2022.
Fuente: Organización Mundial del Comercio.
En el periodo entre el segundo trimestre de 2019 y el segundo trimestre de 2020 el comercio mundial se redujo en un 15%. En el año calendario 2020 cayó 5,3%; se espera que suba un 8% en 2021, pero que caiga nuevamente a 4% en 2022 quedando por debajo de la tendencia pre-pandémica.
A partir de estos datos la predicción es que, en el área de comercio, en principio la más afectada por la pandemia, si bien habrá una disminución, no habrá un colapso de la globalización. No obstante, ello supone que las políticas básicas y las orientaciones ideológicas de los gobiernos, especialmente de los países de capitalismo de mercado desarrollados, se mantengan constantes. Y ese supuesto en la actualidad está sufriendo fuerte embates: las políticas y las ideologías de la globalización parecen estar experimentando cambios que pueden afectar significativamente el proceso de globalización.
Los cambios pueden analizarse en términos de tres dicotomías:
Globalismo-nacionalismo
Integración-auto sustentación
Estado-mercado.
1. Globalismo-nacionalismo
Como ya se indicó, en el periodo reciente se ha producido la emergencia de tendencias nacionalistas anti-globalistas en los países capitalistas desarrollados. La expresión extrema del fenómeno es sin duda Donald Trump, quien en su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas en 2019 declaró: «El futuro no pertenece a los globalistas. El futuro pertenece a los patriotas». Durante su Administración, Estados Unidos se retiró de la Organización Mundial de la Salud, del Acuerdo de Paris sobre el Cambio Climático y del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), y adoptó una postura obstruccionista en la Organización Mundial del Comercio expresada en la negativa a designar integrantes del Órgano de Apelación (lo que paralizó el funcionamiento del Órgano en diciembre de 2019) y en la postergación del nombramiento del director general en 2020-2021.
Pero en los países de capitalismo de mercado desarrollados, particularmente en Europa, ha surgido también otra forma de nacionalismo que pudiera llamarse republicano, que no rechaza la globalización, pero reivindica el derecho de los Estados nacionales de definir autónoma y democráticamente su forma de economía y de sociedad. Quien ha planteado esta posición con fuerza ha sido el presidente de Francia Emmanuel Macron:
Hay una crisis, pero no creo en absoluto que sea una crisis de la soberanía westfaliana. Porque estoy comprometido con ella y creo que no hay nada mejor. Y porque, en todo lo que hago en el ámbito internacional, para mí la primacía es siempre la de la soberanía de los pueblos.Tenemos que reconstruir nuestra independencia agrícola, sanitaria, industrial y tecnológica francesa y una mayor autonomía estratégica europea4.
La asunción a la Presidencia de Estados Unidos de Joseph Biden revirtió rápidamente el anti-globalismo de Trump. Entre las primeras medidas de la nueva Administración figuraron el reingreso de Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud y el Acuerdo de Paris, y la remoción de las obstrucciones al funcionamiento de la Organización Mundial del Comercio. Sin embargo, se mantuvo el componente nacionalista en la política exterior. Ya antes de asumir, en abril de 2020, Biden había declarado: «Como presidente no entraré en ningún nuevo acuerdo comercial hasta que hayamos invertido en los estadounidenses y los hayamos equipado para triunfar en la economía global.» Y su posición respecto de China ha sido incluso más combativa que la de Trump: un artículo de Foreign Affairs de abril de 2020 dice: «Estados Unidos necesita ponerse duro con China. Si China se sale con la suya, va a seguir robándole a Estados Unidos y a las compañías estadounidenses su tecnología y su propiedad intelectual. Va a seguir usando subsidios para darle ventajas injustas a sus compañías estatales para que puedan dominar las tecnologías y las industrias del futuro»5.
Resulta claro que, en las dos economías más grandes del capitalismo occidental, Estados Unidos y Europa, se ha instalado una visión que, al enfatizar la importancia central de los intereses nacionales, representa un desafío, al menos potencial, a la globalización.
2. Integración-auto sustentación
También se indicó antes, que la pandemia ha puesto en evidencia la vulnerabilidad inherente en la integración de la producción nacional en cadenas de valor globales que pueden ser desarticuladas por shocks externos, así como los riesgos de la dependencia externa de bienes esenciales. Esto último se planteó con fuerza, particularmente en Europa, en relación con la disponibilidad de material médico, lo que además se vinculó a la cuestión de la relación con China, en tanto fuente principal de ese material: según datos del Peterson Institute for International Economics ya antes de la pandemia, China exportaba más respiradores, máscaras quirúrgicas, lentes médicos y vestimentas protectoras que el resto del mundo combinado, y su dominio del mercado se ha extendido después de la pandemia.
Ello ha generado una nueva actitud frente a la integración comercial y las cadenas de valor que puede influir en el futuro de la globalización, implicando un esfuerzo por aumentar la resiliencia y la autosustentación.
La preocupación ha sido particularmente intensa en la Unión Europea, que se ha planteado como objetivo alcanzar una autonomía estratégica. El término fue empleado por primera vez por el Consejo Europeo en noviembre de 2013 en relación con la industria de defensa y durante un largo período se redujo a cuestiones de defensa y seguridad nacional. Posteriormente, la autonomía estratégica se ha ampliado a los ámbitos económico y tecnológico, tendencia que se ha intensificado como resultado de la pandemia de COVID-19.
La visión europea, por cierto, no apunta a la autarquía. En un discurso en una reunión de los ministros de Comercio de la Unión Europea en abril de 2020, el Comisionado de Comercio de la Unión Phil Hogan declaró que «la autonomía estratégica no significa que debamos aspirar a la autosuficiencia. Dada la complejidad de las cadenas de suministro, este sería un objetivo inalcanzable, pero tenemos que estudiar cómo construir cadenas de suministro resilientes, basadas en la diversificación»6.
Con todo, parece estar claro que el sentimiento prevaleciente en Europa es que la globalización con su secuela de dependencia en las cadenas de valor debe ser replanteada por los Estados nacionales para asegurar un nivel de resiliencia razonable, sentimiento que está creciendo también en otras latitudes.
3. Estado-mercado
Tal vez el impacto más dramático de la pandemia sobre la globalización es el espectacular abandono, en las dos más grandes economías occidentales, Estados Unidos y Europa, de las políticas y la ideología de la pasividad del Estado.
En Estados Unidos, la Administración Biden en sus primeros 100 días propuso un masivo programa de gasto público (6 billones de dólares) para el rescate y apoyo a los sectores más afectados por la crisis y para la inversión y recuperación de la actividad económica.
El Plan de Rescate contempla gasto en vacunación, cheques de rescate de 1400 dólares por hogar al 85% de los hogares, asistencia para costear la vivienda y expansión de Medicare, con un costo de 1,9 billones de dólares. El Plan fue aprobado por el Congreso y pasó a ser ley en marzo de 2021.
A su vez, el American Jobs Plan, descrito por Biden como una inversión única en una generación dirigida a Estados Unidos mismo, era el plan de empleo e infraestructura más grande desde la Segunda Guerra Mundial. Incluía la creación de puestos de trabajo para mejorar la infraestructura de transporte; trabajos de modernización de las rutas, puentes, carreteras; trabajos de construcción de puertos y aeropuertos, corredores ferroviarios y líneas de tránsito. Su costo era de 2,3 billones de dólares.
Finalmente, el Plan Familias Americanas comprendía gasto en educación y becas; cuidado infantil; permisos médicos; y exenciones tributarias., con un costo de 1,8 billones de dólares.
La propuesta del presidente Biden fue sometida a una instancia bipartidaria en el Senado de Estados Unidos, en la que se acordó un componente de infraestructura 1,2 billones de dólares. Al mismo tiempo el gobierno reformuló su propuesta de apoyo social que subió a 3,5 billones, resultando en un presupuesto total de 6,6 billones.
En Europa, el Plan de Recuperación, bautizado como Unión Europea de Nueva Generación, contempla gasto por 750.000 millones de euros. Está compuesto por dos grandes bloques:
Uno centrado en la recuperación mediante la transformación verde y digital: crecer transformando la economía en una economía moderna, sostenible y tecnológica, aportando fondos de investigación, dinero para reformas y proyectos y fondos para la adaptación social al cambio. Su monto es de 684.000 millones de euros. Su elemento central es el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia, por un importe de 560.000 millones de euros –de los cuales 310.000 millones serían transferencias y 250.000 millones serían préstamos complementarios en caso de necesidad.
Un segundo vinculado a la autonomía estratégica, con un componente de independencia tecnológica y sanitaria y que requiere empresas y cadenas de valor sólidas y solventes. Su monto es de 66.000 millones de euros.
En conclusión
Podemos resumir brevemente aquí las conclusiones que resultan del análisis anterior:
Los datos y las proyecciones del comercio mundial hacen parecer improbable que se produzca un colapso de la globalización en cuanto proceso de integración gradual de la economía mundial;
Por la inversa, parece altamente probable que haya una desaceleración del comercio y la inversión internacionales;
Parece igualmente probable que haya una reversión parcial de la instalación y operación de las cadenas de valor mundiales: el offshoring, en la actualidad el formato preferido en la globalización de la producción, podría empezar a ser remplazado por nearshoring, e incluso reshoring, con el objetivo de asegurar un grado aceptable de resiliencia y auto sustentación de las economías nacionales, sin implicar un giro en dirección a la autarquía;
El efecto principal de la pandemia y el conflicto hegemónico se da en relación con las políticas y la ideología de la globalización;
una creciente influencia de una visión nacionalista, particularmente en su versión «republicana», que sin proponer desligarse de la globalización enfatiza la defensa del interés nacional y reivindica la autonomía de las sociedades nacionales para definir sus modelos de organización y funcionamiento económico y social;
un giro hacia políticas orientadas «hacia adentro», con énfasis en la producción para el mercado interno, y una tendencia a ralentizar o incluso revertir la apertura comercial, incluyendo postergar nuevos tratados comerciales y de inversión;
una reivindicación del papel proactivo del Estado en la economía.
Notas
1 Gray, John (2020), Why this crisis is a turning point in history. New Statesman, 1 April (ésta y las siguientes traducciones son del presente autor).
2 The Economist, Globalisation is dead and we need to invent a new world order. June 2th, 2019.
3 Fortin, Carlos, Globalización: la crisis de los treinta años. Diplomacia, Santiago de Chile: Academia Diplomática, en prensa.
4 Macron, Emmanuel (2020b). La doctrine Macron : une conversation avec le Président français. Le Grand Continent, 16 novembre.
5 Biden, Joseph (2020), Why America Must Lead Again. Rescuing U.S. Foreign Policy After Trump. Foreign Affairs, Vol. 99, Issue 2, March-April.
6 European Commission, Introductory statement by Commissioner Phil Hogan at Informal meeting of EU Trade Ministers, 16 April 2020.