Todos cometemos errores gramaticales y de ortografía al escribir. Son estos «errores» los que nos educan sobre los mecanismos del lenguaje. Recientemente he leído un texto, donde aparecía esta frase: «Gracias por a ver me»; y en la frase se usa un modo alternativo de escribir «haberme» dividido en tres palabras. «A» confundiendo el «ha» de primera silaba de «haber» con la preposición «a». «Ver» por la segunda silaba de haber, donde la «v» se intercambia por «b» y sin percatarse se usa el verbo «ver», que es diferente del verbo «haber»; aunque suena con «a ver» y «me» que es este caso se presenta separado del verbo como si fuese una palabra independiente. «Me» es un pronombre acusativo en este caso que, junto con varios modos verbales, entre ellos el infinitivo, se agrega al verbo como sufijo en «haberme» dicho, o «quererme» mucho.
Estos errores demuestran un fracaso escolástico, que se manifiesta en la incapacidad de reflexionar sobre las funciones del lenguaje, impidiendo distinguir lemas y significados. Sin conocer a la persona que escribió esta frase, puedo intuir que ella ha tenido al menos unos 8-10 años de escuela, lo que refuerza la proposición anterior de un fracaso escolar. No de la persona que escribió el texto, sino de la escuela como institución. Estas faltas gramaticales y de ortografía son frecuentes en los medios sociales y evidencian una «pandemia cultural», que desgraciadamente no podrá ser neutralizada con una vacuna.
Por otro lado, en estos mismos medios sociales, podemos testimoniar algunas de las consecuencias de un hecho más grave: el 60% o más de la población de edad superior a los 18 años, puede ser designada como «analfabeto funcional». Estos errores, además, no sólo frecuentes y comunes a la vez, sino que también ilustran una relación estrecha entre gramática y ortografía, en el sentido que el no poder identificar el papel específico de una palabra en una frase causa el error y este (el error mismo), demuestra la ignorancia gramatical, porque desconociendo el uso apropiado de las palabras que usamos, las confundimos fácilmente.
Como ejemplos podemos citar «sé» imperativo del verbo ser o presente indicativo de saber respecto a «se» pronombre. Si condicional contra el sí afirmativo o los interrogativos «qué, cómo, cuándo» versus las conjunciones «que, como, cuando», las cuales no llevan acento. Los ejemplos son muchos, como cuando se escribe «aser» por «hacer» entre muchos otros; ignorando que el fonema «fa» del latín se transcribe en «ha» en español como en «hablar y hacienda».
La suposición es que estas deficiencias tienen un impacto en la compresión del texto y, siendo así, estaríamos presenciando una insuficiencia cultural, que impediría a muchos poder moverse autónomamente en la sociedad y participar activamente en ella. Sea en los debates, que políticamente podrían transformase en una víctima fácil de campañas de manipulación que exponen siempre más y más a una parte mayor de la opinión pública al papel de «seguidor» sin reflexión o capacidad crítica.
La complejidad de los temas que afrontamos cada día requiere reflexión e informaciones que, en muchos casos, se presentan como texto, y si la lectura es un problema, el resultado directo es una «marginalización cultural» que problematiza la implementación de cambios o campañas para proteger la salud o invitaciones a la prudencia. La correlación entre escritura y lectura es alta, como también entre estas dos actividades y la capacidad de pensar de modo articulado, y discernir o elegir entre varias opciones la mejor que representa una precondición en el funcionamiento de una democracia avanzada y el necesario control de los representantes en todos los niveles de gestión. El déficit, en la asimilación de datos e informaciones, incrementa el riesgo de una dictadura cultural, donde cada uno repite eslóganes de todo tipo, escribiéndolos con errores de ortografía, imponiendo «de facto» la dictadura del no saber pensar.