Luego de dos décadas del 11 de septiembre de 2001, ya se está olvidando esa mañana para cada uno de los que la vivieron tanto en Nueva York como en el resto del mundo. Para el décimo aniversario los grandes periódicos y revistas del mundo reseñaron artículos tan brillantes como el de Fernando Savater y en nuestro país Alberto Barrera Tishka, tuvieron reflexiones al respecto. El desastre de la gran metrópoli dejó asombrado a la mayoría de las personas conscientes. Uno se imagina lo que sufrieron esas víctimas y los sobrevivientes: el fuego, la piel quemada, los cuerpos destrozados hasta la partícula, que vieron y escucharon esas personas antes de morir al desmoronarse toneladas sobre ellos. Para algunos afectados el sosiego se halló en la religión o en un templo cercano, incluso para los menos creyentes.

En la Torre Norte

Jenny Seu Kueng Low Wong nació en Caracas en agosto de 1976. Sus padres chinos cantoneses tienen el típico restaurante que tanto gusta al venezolano. Jenny estudió su primaria entre el Colegio Los Dos Caminos y el Católico Madre Matilde, aunque su hermana menor Mary declara que su familia no era cristiana; dice que Jenny participaba de las actividades con las monjas y era una gran estudiante, de allí el empuje que tomó su vida.

A los doce años, su vida cambió cuando una tía que vivía en Nueva York, le ofreció la posibilidad de mudarse con ella a finales de 1988. Sus padres consintieron la idea y en esa ciudad Jenny cursó su secundaria en Brooklyn. Regresaba siempre a Venezuela durante las vacaciones de agosto y en navidades. Del bachillerato estuvo entre las diez mejores.

Posteriormente fue a estudiar en la Universidad de Nueva York, inicialmente le gustaba la medicina, sin embargo, dio otro giro a su vida al cursar Administración de Negocios graduándose en 1998.

La caraqueña luego de buscar de variadas opciones un buen empleo, se decidió por una gran oportunidad como asistente a la vicepresidencia de la aseguradora internacional Marsh & McLennan que tenía los pisos 93 al 100 en la Torre Norte del World Trade Center (WTC). Un compañero de la firma, Jonathan Limmer, recuerda su frase más constante al preguntarle cómo se sentía, respondía en castellano: ¡Chévere, chévere!

Era una mujer muy sociable y arriesgada, viajó mucho por Estados Unidos, le gustaba probar cosas y una de las más osadas fue saltar en paracaídas. Disfrutaba del vino, lo que en California hizo cuando visitó familiares allí. Su hermana dice que deseaba conocer Europa y volver a Venezuela, los últimos cuatro años no lo hizo. Tampoco halló una pareja.

El 11 de septiembre Jenny se levantó como siempre, a las 5:30am se ejercitó en la calle White Hall que le quedaba a diez minutos de la Torre Norte. Compró un enorme café (Jenny amaba el café) en Starbucks y antes de las 8:30 ya estaba en su oficina del piso 100.

A las 7:59am desde el Aeropuerto de Boston salía el vuelo número 11 de American Airlines hacia Los Ángeles con 81 pasajeros a bordo de un Boeing 767. Cinco pasajeros eran secuestradores de la red Al Qaeda y estaban liderados por el egipcio Mohamed Atta, quien iniciaría el ataque, ese rostro seco y de mirada penetrante con huellas en su cara del que parece haber sufrido viruela, a él lo veremos luego con claridad por las cámaras de seguridad. Los terroristas habían logrado pasar navajas con las que a las 8:14am acuchillaron un pasajero y dos azafatas, sometieron a los pilotos y volaron media hora hasta el bajo Manhattan de Nueva York.

A las 8:46am el vuelo 11 se estrellaba en la Torre Norte entre el piso 93 y el 99. Jenny estaría en el nivel 100 donde estaba la vicepresidencia, y lo peor, esa oficina miraba a la fachada norte que recibió todo el impacto. Lo cierto es que 295 empleados de esa firma debieron morir al instante. Unas 1344 personas se encontraban en esos niveles y los superiores, el choque fue tan certero que todas las escaleras quedaron bloqueadas impidiendo escapar hacia abajo. De Jenny nunca se supo más. La gente de los pisos superiores sucumbió a los incendios o escaparon de las llamas lanzándose por las ventanas para escoger otra muerte más rápida. A las 10:28am esa torre colapsaría.

En la Torre Sur

John Howard Boulton Jr., nació en Caracas en noviembre de 1971. Su nombre, tan inglés, pertenece a una larga tradición británica de una acaudalada familia en Venezuela. Los primeros Boulton conocieron bien a Simón Bolívar, incluso una de sus embarcaciones trajo los restos de El Libertador desde Colombia y uno de ellos fue mecenas de Armando Reverón.

Howard, como usualmente lo llamaban, era graduado en Marketing por la Universidad de Pensilvania en 1993 y, aunque vivía desde el preuniversitario en los Estados Unidos, pasó la mayor parte de su infancia en nuestro país. Regularmente visitaba los hatos que tenía la familia en Cojedes, donde criaban ganado y él se sentía como otro llanero más. Le gustaba cazar patos carreteros en las sabanas de la hacienda. Cuando tenía 26 años se casó con la islandesa Vigdis Ragnarsson, y con ella tuvo un hijo que para septiembre de 2001 tenía once meses. Su otra gran pasión eran las carreras de Fórmula 1.

Su hermano Alfred y su suegro, cuentan que esa mañana se despertó como siempre a las 5 de la madrugada para atender y jugar con su bebé. Luego de asearse y desayunar, se despidió y fue a su trabajo en el piso 84 de la Torre Sur en Manhattan. Laboraba desde 1994 para la compañía financiera Euro Brokers International donde buscaba inversiones, hacía enlace más traducción con la rama argentina y del resto de Latinoamérica para esa compañía.

Cuando Howard estaba llegando a su piso como a las 8am, desde el mismo aeropuerto de Boston, despegaba el vuelo 175 de United. Era otro Boeing 767, el cual tenía solo media hora en el aire cuando fue secuestrado y desviado hacia Nueva York. Los pilotos y una de las azafatas habían sido acuchillados por cinco terroristas. El piloto suicida era el emiratí Marwan al-Shehhi, Fayez Banihammad y tres saudíes más eran los responsables.

A las 8:58am Marwan observa su objetivo y desciende violentamente desde los 9.300 metros donde volaba erráticamente, tanto que casi choca con otro avión de la aerolínea Delta. A pesar de esto, se dirigía seguro a su blanco. Según el Control de Tráfico Aéreo de Nueva York, que seguía el vuelo y había notificado de probable secuestro ante el silencio de radio y el desvió, el mismo radar notó el descenso a 5mil pies por minuto, muy empinado y rápido para un jet comercial. El bimotor con sus 65 pasajeros se estrellaba a las 9:03am entre el piso 77 y el 85 de la Torre Sur, estallando violentamente debido a sus tanques de combustibles repletos. Esto no solo acabó con el avión, sino con 637 personas que estaban en los niveles donde impactó. Únicamente 18 lograron escapar de esos pisos.

El caraqueño, tendría como una hora de haberse habituado a sus rutinas del comienzo de labores cuando su mundo terminó. A las 8:46am escucharon un zumbido de turbinas y la explosión en la Torre Norte. Por precaución se inició la evacuación, avisó a su esposa por teléfono y colgó. Intentaron bajar y en el piso de cambio de ascensores se les indicó que estaban cayendo muchos escombros y mejor retornaran a la oficina. El resto lo cuenta Sakae Takushima, quien logró bajar del edificio y era la novia de Manish Patel, un nativo de la India amigo de Boulton. Manish acompañó los minutos finales de Howard mientras hablaba por celular con ella. Cuando salían de la oficina se escuchó el rugido atronador del avión sobre ellos, el cual debió cubrirlos durante los segundos previos al estallido. La enorme colisión sacudió la torre e inmediatamente siguió la detonación y el fuego. Ya los elevadores no funcionaban. Entre los restos de las paredes, escaleras y pisos destruidos que se incendiaban fueron tratando de escapar. No hallaban un paso seguro hacia abajo, ya que solo una escalera era la correcta, ellos no tuvieron esa suerte. Retornaron a la oficina que empezaba a quemarse. Cinco minutos antes del colapso, Manish dijo a Sakae: ¡Vamos a morir! Fue lo último que dijo. A las 9:59am los 415 metros del edificio se derrumbaron.

Réquiem

De la familia de Jenny solo sabemos que los chinos hacen una ceremonia de recuerdo en que se visten de blanco, al contrario de la usanza occidental. Y su hermana le hizo un bello portal en Internet.

Unos días después de la tragedia, en la Iglesia Don Bosco de Altamira en Caracas, la familia Boulton asistió a una misa en recuerdo de Howard.

Casi simultáneamente el país veía por televisión como en la Plaza Bolívar de la capital, otro grupo quemaba la bandera norteamericana y con ese acto se daba a conocer una mujer bastante polémica que los lideraba. ¿Esos pocos manifestantes sabían que dos compatriotas murieron ese día porque una organización terrorista del otro lado del planeta había decidido acabar con la vida de ellos y otros 2817 seres humanos? La respuesta del primer magistrado nacional fue demorada y vacilante, hasta otra frase imprudente dejó colar: «Estados Unidos se buscó ese problema». En contraste, casi totalidad de los países del mundo se solidarizó contra ese acto de maldad suprema.

Alrededor de marzo de 2002, se halló entre los escombros de la Torre Sur un brazo que llevaba en el dedo anular el anillo de matrimonio con Vigdis. El mismo fue cremado, y esas cenizas regresaron a la familia en Venezuela. Las mismas fueron llevadas a las fincas de tantas alegrías de la juventud de Howard, allí el día del primer aniversario de la tragedia fueron enterradas cerca de un mango recién sembrado. El árbol germinó tres retoños, uno lo sembró su hermano Alfred en el jardín del edificio donde vive en Caracas. Las tres haciendas fueron invadidas y destruidas por personas estimuladas por la Gobernación de Cojedes entre 2004 y 2006.

La madre de Howard, Renata Szokolowski, al tener la noticia de la Torre Sur, casi perdió el sentido de la vida. Pero unos años más tarde tuvo la determinación de rescatar parte de las cenizas y algo de la tierra de las raíces del mango antes de la destrucción de las fincas. Las colocó en una pequeña urna de cerámica. Esas cenizas estuvieron como ocho años en un apartamento que Alfred rentó. Hace unos meses recuperó la urna y se fue solo cerca de una playa de La Sabana en el Estado Vargas, allí esparció las cenizas de Howard al mar. Cada 11 de septiembre irá a esa orilla del océano.

En el informe final que entregó el Departamento de Salud estadounidense y la Policía de Nueva York al año siguiente de la tragedia, la cifra de víctimas en el WTC se fijó en 2819 de todas las nacionalidades y creencias religiosas, incluyendo musulmanes. 247 eran latinoamericanos, de los cuales solo dos eran venezolanos. Inicialmente había tres probables muertos más nacidos en el país, una pareja y otra mujer, no obstante, fueron declarados como desaparecidos. Notas iníciales del consulado nuestro en octubre de 2001, revelan que la pareja Hernández iban a la sede del Chase Manhattan Bank que estaba a una cuadra del WTC, sin embargo, nunca se reportaron ese mismo día. Ellos y Natalie de la Cruz fueron retirados de las listas recientemente, tanto de la Embajada Norteamericana en Caracas como las del Memorial en los Estados Unidos, igual que otro centenar de indeterminados que permanecen entre probables visitantes o personas comunes y corrientes en estatus indefinido, ya que casualmente estaban esa mañana del martes 11 de septiembre de 2001 en los predios de las torres gemelas. Algunos venezolanos también cuentan sus experiencias en los alrededores de la ciudad durante esa larga jornada. Lo que más recuerdan era el olor de lo quemado.

Esa mañana amaneció con un sol radiante, pero la ciudad se terminó cubriendo en la penumbra que dejó el desastre por casi una semana y hasta hoy en día que lo recordamos. Jenny tenía 25 años de edad, y Howard 29.