Los últimos informes emitidos por la FAO durante finales del pasado y fatídico 2020 contienen, ya sea como «afirmaciones, constataciones, conclusiones» e incluso como titulares públicos de prensa, manifestaciones que solo podemos calificar de terribles.
Así, recordando que el ODS 2 (el segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 del Desarrollo de las Naciones Unidas) es «Hambre cero: Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible», a los autores de este artículo se nos hace de muy difícil asimilación que los mencionados informes de la FAO afirmen con «tanta rotundidad», por ejemplo, y solamente 5 años después de haberse aprobado los ODS y, por lo tanto, 10 años antes del deadline en el 2030 para su cumplimiento, que:
«El mundo no está en el camino de alcanzar, ni siquiera, el objetivo ODS 2 de Hambre cero para el 2030».
«El mundo no está en vías de alcanzar la meta 2.1 de los ODS para el 2030».
Cuando la Meta 2.1. del ODS 2 es: «En 2030, poner fin al hambre y asegurar el acceso de todas las personas, en particular los pobres y las personas en situaciones vulnerables, incluidos los lactantes, a una alimentación sana, nutritiva y suficiente durante todo el año».
Y ante estos terribles titulares se nos hacen tan o más incomprensibles y, por lo tanto, realmente escalofriantes los silencios oficiales (e incluso no oficiales) —o la ausencia de tomas de posición— sobre la transcendencia y la extraordinaria gravedad de tales afirmaciones.
En este sentido, nuestro artículo es hoy, antes que nada, un artículo de denuncia. No podemos ni entender «ni aceptar» que se haya llegado a las «constataciones» mencionadas, que se hayan proclamado como «conclusiones», y que «el mundo», desde sus organizaciones internacionales multilaterales, hasta nosotros mismos —entre los millones de ciudadanos que sí suelen reaccionar de muy diversas maneras ante noticias de esta envergadura y gravedad— se/nos lo hayamos tomado como un plato más, y ya casi normal o habitual, dentro de nuestras dolorosas y tan preocupantes indigestiones de este angustioso siglo XXI.
Se diría que la pandemia de la COVID-19 ha dado —o se ha «utilizado» como— la excusa para que unas constataciones como las mencionadas puedan pasar, sino desapercibidas, sí, como mínimo, con una justificación de inevitabilidad y, por lo tanto, de resignación, ante estas terribles «predicciones». Pero en sentido estricto, digámoslo ya de entrada, las constataciones referidas vienen de más lejos de la famosa y desgraciada pandemia y, precisamente, el mismo año 2015 ya se observó un preocupante punto de inflexión negativo respecto al período anterior al actual y conocido como el de los Objetivos del Milenio (2000-2015).
Pero también, como siempre, no nos podemos quedar en la denuncia y quisiéramos también —en la línea habitual de nuestros artículos— intentar analizar de dónde venimos, dónde estamos y hacia a dónde vamos ante esta gran y grave problemática, ante esta dramática realidad que no por conocida y antigua nos puede dejar nunca insensibles o indiferentes a la misma.
En sí misma en primer lugar, claro está, pero también en relación, otra vez, con nuestra gran preocupación y seguimiento más habitual de los temas de cambio climático.
Una vez más, los grandes desafíos de la humanidad en estas primeras décadas del siglo XXI están absolutamente interrelacionados y, lo que es peor, muchas veces, como en este caso, en bucles de realimentación negativa.
En este sentido nos anticipamos ya en parte, esta vez, a las posibles conclusiones de este artículo para subrayar (y continuar también en el nivel de denuncia con el que hemos empezado) lo siguiente:
1) No cabe ya la más mínima duda de que los dos principales desafíos que atenazan y ponen en importante riesgo el futuro de la vida humana en nuestro planeta Tierra son actualmente (y desde hace varios años y décadas):
Las grandes dificultades, y todos sus efectos colaterales, para continuar alimentando a una población mundial que sigue y seguirá creciendo, como mínimo, hacia los 9,700 millones de seres humanos, alrededor del año 2050 (y respecto a los 7,800 millones actuales).
Las grandes dificultadas, y todos sus efectos colaterales, para detener y acabar la época de la revolución industrial capitalista —basada en el uso masivo e ingente de los combustibles fósiles— para, rápidamente —mucho mejor ayer que mañana— detener el calentamiento global del planeta y el cambio climático que, en consecuencia, estamos empezando ya a experimentar en multitud de formas y efectos; ya lo sean de carácter continuo, ya lo sean de carácter catastrófico e inesperables en el tiempo.
2) Que desgraciadamente, además, estos dos grandes, graves y principales desafíos están mucho más interrelacionados de lo que pudiera parecer de entrada y que, en casi todas sus vertientes, se realimentan mutuamente y, pareciese que no podía ser de otra manera, negativamente: el empeoramiento de uno redunda casi siempre en el empeoramiento del otro.
La lucha contra el hambre en el mundo: algunas perspectivas históricas
A finales de los años 50 y comienzos de la década de los 60 del siglo XX se concatenan varias realidades y hechos destacables como lo son, por ejemplo, los siguientes:
1) Se habían producido —se estaban acabando— muchos procesos de descolonización de países, de acuerdo con lo que habían señalado, como oportuno y necesario en el tiempo de acuerdo con las realidades de la época, las Naciones Unidas nacidas después de la II Guerra Mundial.
2) La FAO (la Organización para la Agricultura y la Alimentación, OAA-FAO), agencia de las Naciones Unidas creada ya en 1945 para luchar contra el hambre y a favor de la alimentación en el mundo, empezaba a organizar la lucha internacional que, de hecho, le correspondía liderar por mandato fundacional. En este contexto, en 1955, y como interesante «noticia de la época», un importante Manifiesto de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas decía textualmente, en respuesta totalmente empática con la labor que estaba ya realizando la FAO por aquel entonces:
Sabemos, y queremos que se sepa, que existen soluciones de vida, y que, si la conciencia mundial reacciona, dentro de algunas generaciones las fronteras del hambre habrán desaparecido... Y concluía diciendo: Declaramos la guerra al Hambre.
3) Fueron necesarios cinco años de negociaciones antes de que la FAO lanzara oficialmente, en 1960, la primera Campaña Mundial contra el Hambre en el Mundo, que comenzaría en 1961. Su ambicioso objetivo era erradicar el hambre en el mundo de una vez por todas. Los gobiernos acordaron que «la persistencia del hambre y la desnutrición es inaceptable moral y socialmente, es incompatible con la dignidad de los seres humanos y la igualdad de oportunidades a la que tienen derecho, y es una amenaza para la paz social e internacional» en palabras textuales del director general de la FAO en aquella época.
Sobre la evolución de la población mundial y las «posibles correlaciones» con la evolución del hambre en el mundo
El número de seres humanos que queramos alimentar es y probablemente será, obviamente, uno de los factores determinantes en el tema del hambre en el mundo. La pregunta: ¿cuánta gente podrá soportar el planeta Tierra? es una de esas preguntas realmente difíciles de contestar, que debe haber comportado muchas horas y mucha tinta de muchos estudiosos del mundo a lo largo de la historia reciente, y cuya respuesta sigue siendo una de las realmente pendientes y más buscadas por el conocimiento y el saber humano.
De momento lo que sí que sabemos, tal y como ya hemos dicho, es que la población mundial sigue creciendo y que, hacia el 2050, superará los 9,700 millones de personas. Ahora (mayo de 2021) la población humana en la Tierra es de más de 7,800 millones de personas.
Si se trabaja y analiza la serie aproximada de datos existentes sobre la problemática del hambre en el mundo, de forma ligada a la evolución de la población mundial, y desde que se tienen datos más o menos fiables —la FAO empieza a tenerlos durante los años 60—, se podría hablar mucho de y acerca de esta serie pero, en el contexto de este artículo, solo nos interesa subrayar, en relación con la serie citada, los aspectos que, desde nuestro punto de vista, son más relevantes y nos pueden explicar o ayudar a entender «más cosas» de la problemática sobre la que estamos «hablando»:
Lo que de hecho se ha conseguido, en la práctica, en estos últimos 60 años (1960-2020) es, esencialmente, aumentar la producción alimentaria mundial para ir satisfaciendo —a «duras penas»— la alimentación necesaria correspondiente a la población existente y al crecimiento poblacional habido en el período en cuestión. Esto se ha traducido en que la población que realmente sufre hambre en el mundo (está desnutrida) ha venido siendo, más o menos, la misma cantidad durante todos estos años: alrededor de los 900 millones de personas. Parecía que, a finales del período 2000-2015 (el de los Objetivos del Milenio), se había conseguido una disminución un tanto significativa de este escandaloso número, pero, en cambio, tal y como ya hemos dicho y como nos hacen estremecer los datos de este final de la segunda década del siglo XXI, hemos vuelto atrás y el fatídico 900 parece volver a estar a la vuelta de la esquina.
Hay que observar, en el sentido anterior, que, en porcentaje respecto al total de la población mundial total, hemos ido bajando y llegado a un «medio» esperanzador 11% pero que, en cambio, y coherentemente con lo que acabamos de decir, parecería que volveremos a crecer también —e incluso— en porcentaje y, por tanto y claro está, en cantidad absoluta de personas hambrientas en el mundo.
¿Qué nos podrían decir estas reflexiones? Pues desde el punto de vista de quienes las escriben, nos están diciendo que estamos ante una lucha «contra las cuerdas»; la población aumenta y, «a duras penas», como hemos dicho ya antes, la humanidad intenta que el problema se mantenga dentro de las magnitudes que tenemos y conocemos y que, en cierto modo y aunque con pesar casi asumimos como inevitables; y que quizás, sobre todo, no se nos acabe de escapar del todo el tema de las manos...
Como siempre ha sido, aquí el debate sobre las razones últimas de esta problemática se divide, normalmente, entre dos grandes posiciones: a) «no hay problema», el problema es de desigualdad y sobre todo de distribución, de perder alimentos en esta distribución, de malbaratar alimentos en el norte del mundo, etc. y b), y al otro lado (posición en la que estamos esencialmente los que estamos escribiendo ahora y aquí), es que el problema es realmente más profundo y que, en realidad, lo que no podemos es sobrepasar los límites naturales del planeta Tierra como lo estamos haciendo, porque entonces lo que sucede es que empezamos a tener «retornos o respuestas negativas» del planeta o, por así decirlo, principios de «rebeliones de la naturaleza» cuando sobrepasamos aquellos determinados límites naturales de su funcionamiento ecológico natural y habitual (tenemos menos agua para irrigar, bajan las productividades de la producción alimentaria, etc.).
En todo caso hay una cita de y para la historia que quizás sea adecuado recoger aquí. En el contexto de la presentación —el año 2006— del Informe Anual de la FAO «El Estado de la inseguridad alimentaria en el mundo» (SOFI, por sus siglas en inglés), el entonces director de la FAO, Jacques Diouf, ya exhortaba a los líderes mundiales a cumplir con el objetivo, adquirido hacía una década —cuando se celebró en 1996 la Cumbre Mundial sobre la Alimentación—, de reducir a la mitad el número de personas que pasaban hambre en el mundo en el horizonte del 2015 (precisamente el año final de la posterior campaña por los Objetivos del Milenio 2000-2015). Y al hacerlo recordaba que las promesas no sustituyen a los alimentos y que ya entonces, en 2006, sufrían hambre más personas que cuando se había celebrado, 10 años antes, la anterior sesión de la conferencia citada.
Desgraciadamente pues, y con períodos, pero siempre demasiado cortos, en los que parece que se está mejorando, la lucha contra el hambre en el mundo nos va acumulando fracasos con más fracasos.
Quizás es en este punto donde debamos ser capaces de decirnos ya, y bien alto, que tenemos, entre muchos otros, un importante tema-problema de superpoblación humana en el planeta (como, de hecho, ya había previsto el Sr. Malthus; a pesar de equivocarse en cuándo lo tendríamos y, que ahora sabemos, que empezó, precisamente y no fue por casualidad, en la década de los 50 a los 60 del siglo XX), y, que este es un tema, en sí mismo, sobre el que ya no se puede esperar más tiempo para analizarlo y afrontarlo explícitamente y que, por lo tanto, es necesario, de forma inmediata y con carácter —también— de extremada urgencia, ponerlo dentro de los grandes temas sobre los que hay que debatir, actuar e incidir —con punto de inflexión incluido claramente— dentro de la agenda mundial del desarrollo humano sostenible.
La agenda 2030 del desarrollo, los objetivos de desarrollo sostenible y las malas perspectivas, en relación al hambre en el mundo
El segundo ODS: Hambre cero
Es el momento de ir a las fuentes y recoger textualmente, para leerlo y pensarlo a fondo, la estructura y los contenidos del actual Objetivo de Desarrollo Sostenible 2: Hambre cero. En las páginas web en inglés o castellano de este ODS podemos leer desde qué es, con precisión, el objetivo conocido como «Hambre cero», así como las contextualizaciones principales que se hacen, algunos datos actualizados de la problemática y, específicamente, las metas que, si lográramos, nos deberían permitir alcanzar el objetivo. Recordemos una vez más:
El ODS 2 es: Acabar con el hambre, lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible.
¿Por qué?
El hambre y la desnutrición siguen siendo una barrera al desarrollo sostenible que crea una trampa a partir de la cual la gente no puede fácilmente escapar. El hambre y la desnutrición significan individuos menos productivos, que son más propensos a sufrir enfermedades y, por lo tanto, a menudo, no pueden ganar más y mejorar sus medios de subsistencia.
A día de hoy, más de 2,000 millones de personas en el mundo no tienen acceso regular a alimentos seguros, nutritivos y suficientes. Y tal como ya hemos dicho, alrededor de 900 de ellos pasan hambre.
Pero, en cambio (ya hemos comentado, y lo volveremos a hacer, aspectos sobre este punto), se nos dice que «el mundo no está en el camino para lograr el objetivo hambre cero para el 2030». Si continúan las tendencias recientes, el número de personas afectadas por el hambre superará los 840 millones de personas en 2030.
Según el Programa Mundial de Alimentos, alrededor de 135 millones de personas sufren hambre severa, debido principalmente a los conflictos causados por los seres humanos, el cambio climático y las recesiones económicas. La pandemia de Covid-19 podría duplicar ahora esta cifra y sumar unos 130 millones de personas más que estarían en riesgo de padecer hambre severa a finales de 2020.
Con más de 250 millones de personas que podrían encontrarse al borde del hambre, hay que actuar rápidamente para proporcionar alimentos y ayuda humanitaria a las regiones que corren más riesgos.
Al mismo tiempo, hay que llevar a cabo un cambio profundo en el sistema agroalimentario mundial si queremos alimentar a más de 820 millones de personas que ya padecen hambre y a los 2,000 millones de personas más que, en el año 2050, se añadirán al número de las que ya viven hoy en el mundo. Sin duda el aumento de la productividad agrícola y la producción alimentaria sostenible son cruciales para ayudar a aliviar los riesgos del hambre.
¿Qué metas concretas se definieron para intentar alcanzar el ODS-2?
2.1. En 2030, poner fin al hambre y asegurar el acceso de todas las personas, en particular los pobres y las personas en situaciones vulnerables, incluidos los lactantes, a una alimentación sana, nutritiva y suficiente durante todo el año.
2.2. En 2030, poner fin a todas las formas de malnutrición, incluso consiguiendo, a más tardar en 2025, las metas convenidas internacionalmente sobre el retraso del crecimiento y la emaciación de los niños menores de 5 años, y abordar las necesidades de nutrición de las adolescentes, las mujeres embarazadas y lactantes y las personas de edad.
2.3. En 2030, duplicar la productividad agrícola y los ingresos de los productores de alimentos a pequeña escala, en particular las mujeres, los pueblos indígenas, los agricultores familiares, los pastores y los pescadores, entre otras cosas mediante un acceso seguro y equitativo a las tierras, a otros recursos de producción e insumos, conocimientos, servicios financieros, mercados y oportunidades para la generación de valor añadido y puestos de trabajo no agrícolas.
2.4. En 2030, asegurar la sostenibilidad de los sistemas de producción de alimentos y aplicar prácticas agrícolas resilientes que aumenten la productividad y la producción, contribuyan al mantenimiento de los ecosistemas, fortalezcan la capacidad de adaptación al cambio climático, los fenómenos meteorológicos extremos, a las sequías, a las inundaciones ya otros desastres, y mejoren progresivamente la calidad del suelo y la tierra.
2.5. En 2020, mantener la diversidad genética de las semillas, las plantas cultivadas y los animales de granja y domesticados y sus especies silvestres conexas, entre otras cosas mediante una buena gestión y diversificación de los bancos de semillas y plantas a nivel nacional, regional e internacional, y promover el acceso a los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos y los conocimientos tradicionales y su distribución justa y equitativa, como se ha convenido internacionalmente.
Todo tan bien analizado, elaborado y programado y, en cambio, Naciones Unidas «tira la toalla» del objetivo —referencialmente quizás el más importante de la agenda 2030— y nadie parece quedarse preocupado por ello.
Nos hemos vuelto a olvidar, tal vez, de la evolución de la población humana en el planeta (ya lo hemos comentado) y, seguro también, que no por casualidad en este caso hay otro ODS que, en realidad, está muy oportunamente concebido y colocado en la agenda 2030, pero del que con una frecuencia inaudita nos quedamos solamente con las palabras: «acción por el clima» y nos olvidamos casi siempre de las que vienen a continuación.
Digámoslo también ya: la mayoría de las metas concretas del ODS-2 son seguramente inalcanzables debido, precisamente, al cambio climático en el que estamos inmersos. De ahí lo que dice y ya venía diciendo, de hecho, desde 1992 en la Cumbre de la Tierra de Río, el ODS-13.
El ODS 13: «Acción por el clima, la alimentación y la agricultura»
Así pues, tal como ya acabamos de «descubrir», cuando hablamos, actualmente, del hambre en el mundo y nos miramos los ODS, a menudo no nos damos cuenta de que tenemos este otro ODS que también hace una importante, implícita y explícita referencia al tema alimentario y agrícola. Es «el ODS 13: ¡Acción por el clima, la alimentación y la agricultura!». Parece evidente pues que en este artículo —y a nuestro entender, en muchos más foros— debemos contemplarlo con prácticamente tanto interés como el ODS-2, cuando lo que nos preocupe, principalmente, sea el hambre en el mundo (además del cambio climático).
El Objetivo 13 tiene, dentro del conjunto de la agenda 2030, un tratamiento especial que terminó concretándose, a finales del año 2015, en el Acuerdo de París. Efectivamente, la frase: «Reconociendo que la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático —CMNUCC/UNFCCC— es el principal foro intergubernamental internacional para negociar la respuesta mundial al cambio climático», que siempre ha acompañado al ODS 13 —ni que sea como nota a pie de página—, nos está trasladando, de hecho, a la propia CMNUCC/UNFCCC como tratado internacional multilateral y foro de análisis y trabajo para la lucha contra el cambio climático.
En este contexto, si nos acercamos al Acuerdo de París de la CMNUCC/UNFCCC podremos leer en su artículo 2 (el artículo fundamental en el que se establece su objetivo principal de no sobrepasar los 2 oC respecto a la temperatura de la época preindustrial), apartado b), lo siguiente:
Aumentar la capacidad de adaptación a los efectos adversos del cambio climático y promover la resiliencia al clima y un desarrollo con bajas emisiones de gases de efecto invernadero, de una manera que no comprometa la producción de alimentos.
Esto nos permite destacar dos cosas muy importantes. La primera, el respeto explícito del Acuerdo de París del año 2015 con el texto primero y principal de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC/UNFCCC) de 1992 (Cumbre de la Tierra de Rio), donde en su artículo 2 figuraba ya la misma idea de la cita anterior; textualmente otra vez:
El objetivo último de la presente Convención y de todo instrumento jurídico conexo que adopte la Conferencia de las Partes es lograr, de conformidad con las disposiciones pertinentes de la Convención, la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero a la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropogénicas peligrosas en el sistema climático. Este nivel debería lograrse en un plazo suficiente para permitir que los ecosistemas se adapten naturalmente al cambio climático, asegurar que la producción de alimentos no se vea amenazada y permitir que el desarrollo económico prosiga de manera sostenible.
Y la segunda, es la conciencia y el conocimiento explícito, ya al menos desde 1992 como acabamos de constatar claramente, de que el cambio climático puede comprometer seriamente la producción de alimentos que necesita la humanidad entera.
Efectivamente, hay que destacar que cada día que ha ido pasando la constatación del actual acoplamiento entre cambio climático y producción de alimentos, lo es en la dirección de realimentación negativa en ambos sentidos: más producción de alimentos implica más emisiones de gases de efecto invernadero, pero, también, más cambio climático implica (con algunos —pero muy pocos— matices) menos producción de alimentos.
Es precisamente este acoplamiento negativo —entre los dos retos fundamentales que tiene planteados la humanidad en los próximos años de siglo XXI— y la gran necesidad —nada sencilla de conseguir— o las posibilidades de romper el acoplamiento citado, lo que debemos subrayar como la conclusión final principal de este artículo que, como autores, no podemos calificar más que, para nosotros mismos, de escalofriante.
(Artículo en coautoría con Olga Alcaraz Sendra, Doctora en Física y profesora en el departamento de Física de la Universitat Politècnica de Catalunya)