El 22 de junio de 1942 el gobierno del General Isaías Medina Angarita (1897-1953) decreta una nueva «Ley de Bandera, Escudo e Himno Nacional», derogando la establecida por el dictador Juan Vicente Gómez (1857-1935) en 1930. El artículo 1 rezaba: «La Bandera Nacional, símbolo de la Patria, debe ser venerada por todos los venezolanos, y respetada por los ciudadanos de los demás países». Además, el artículo 8 establecía claramente que «El que enarbole banderas que no llenen las indispensables condiciones de decencia será amonestado por oficio, y en caso de reincidencia, debidamente comprobado, será castigado con multa de diez a cincuenta bolívares o arresto proporcional que le impondrá la Primera Autoridad Civil de la respectiva localidad».

El 17 de febrero de 1954, el dictador de turno, General Marcos Pérez Jiménez (1914-2001), derogaba la ley de 1942, pero mantenía los artículos establecidos en ella y solo cambiaba el diseño de la bandera, que, igual que ahora, llevaría el escudo de armas a la izquierda, en la franja amarilla, y rezaba en el centro de la franja azul en la base de dicho escudo, la frase «República de Venezuela» en vez de «Estados Unidos de Venezuela».

Bajo «el amparo» de esta última versión de la ley crecimos aquellos quienes podríamos identificarnos con los llamados baby boomers del norte de este continente. Esta ley no fue derogada, ni cambiada, al llegar la democracia al país, aunque el presidente Rómulo Betancourt (1908-1981), en uso de sus atribuciones legales firmó un decreto en el cual instauraba el 12 de marzo de cada año como «Día Nacional de la Bandera». En un esfuerzo por acrecentar el respeto a los símbolos patrios, el 11 de febrero de 1975, el entonces presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez (1922-2010), firmó un nuevo decreto obligando a enarbolar la bandera en todos los planteles de educación al comienzo de cada jornada diaria. Aunque esto ya se hacía en varias escuelas, el gobierno consideraba «Que los sentimientos patrios deben cultivarse especialmente en la niñez y la juventud dentro del proceso de su formación integral».

Así las cosas, las personas de mi generación crecimos en un país en el cual se hacía respetar a la bandera y a los símbolos patrios. Llegados los 80, la corrupción campeaba (aunque no a los niveles a los cuales llegó luego con el «comandante eterno» y sigue aumentando bajo la tutela de su sucesor). Veíamos deteriorarse las instituciones guiadas por dirigentes corruptos.

Una vez entrado el siglo XXI, en medio de protestas generalizadas en Venezuela, hemos visto a la población del país protestando bandera en mano. Igualmente, personeros y seguidores del régimen enarbolan y utilizan la bandera nacional para demostrar que son «más venezolanos que los otros». Hoy, en Venezuela y entre los venezolanos dentro y fuera del país, se ha banalizado la bandera de tal manera, que solo tenemos que «jurungar» un poco en Internet para percatarnos, sin dudas, de que es posible encontrar la bandera venezolana hasta en lugares poco apropiados.

Pero vayamos al pasado de nuevo. En algún momento de 1982, frente a la Escuela de Cerámica de Porlamar, aparecen los restos de un horno descartado y en días posteriores, «mágicamente», es visto por los transeúntes totalmente pintado de amarillo, azul y rojo con siete estrellas blancas en la banda azul. Poco tiempo después, los restos de un vehículo abandonado por años, previamente pintado con letreros alusivos a la última campaña electoral, aparece sorpresivamente pintado con los colores de la bandera y sus respectivas siete estrellas.

Entendido como un agravio a los colores patrios bajo la fotografía de la chatarra pintada, un periodista del diario El Sol de Margarita expresaría su indignación escribiendo lo siguiente:

La falta de conciencia de algún antinacionalista lo llevó a realizar esta «obra irrespetuosa» de nuestro estandarte nacional. Al agresor se le ocurrió pintar en una chatarra, los colores y estrellas que identifican la Bandera Nacional. Solo el comandante de la Policía … puso punto final al espectáculo remolcando [la chatarra pintada] … para borrar … soberano irrespeto.

Eventualmente, el público se enteraría que tal obra, más que «agravio» al símbolo patrio, era, en realidad, una llamada de atención. El «agraviante» había utilizado la bandera no para insultarla, sino para despertar conciencia ante el irrespeto general de las instituciones hacia normas y ética nacionalista. La bandera se constituía en elemento de clara protesta ante el desinterés, la desidia y la corrupción. Tal protesta era obra de Juan Loyola.

Juan Alberto Loyola Valbuena nacería el 9 de abril de 1952 en el hogar de Juan Luis Mario Loyola y Auristela Valbuena. Siendo niño, la familia se residencia en Catia La Mar, en el Departamento Vargas de entonces. Aquí, realizaría sus estudios de primaria y secundaria.

Curiosamente, a principios de los años 70 mi familia vivía en Weekend, en la Parroquia Catia la Mar del hoy Estado La Guaira. Nuestra urbanización estaba muy cerca de la urbanización Guaracarumbo, donde varios zagaletones nos reuníamos frecuentemente a pasar el tiempo fastidiando a los vecinos, o experimentando a ser adultos conversando desde trivialidades hasta serias elucubraciones sobre las películas y sucesos del momento o los escritos de Hermann Hesse (1877-1962), Aldous Huxley (1894-1963), Friedrich Nietzsche (1844-1900), Jorge Luis Borges (1899-1986) o Gabriel García Márquez (1927-2014). Igualmente, era normal entre nosotros escuchar las canciones de protesta y de contenido social de Inti-Illimani, Mercedes Sosa (1935-2009), Víctor Jara (1932-1973), Soledad Bravo y Ali Primera (1941-1985), entre otros.

Durante una de esas reuniones probé por vez primera el llamado «cocuy de penca», bebida alcohólica proveniente de plantas de agave, similar al mezcal, pero desarrollada independientemente en la región Centro Occidental del territorio que conocemos como Venezuela por indígenas Ayamanes, Xaquas y Jirajaras, en tiempos precolombinos. Entre aquellos amigos, recuerdo a Juan Loyola (1952-1999). Con inclinaciones artísticas, ya había expuesto en el Liceo José María Vargas donde, al igual que él, yo terminaría mi bachillerato.

Participó en varias exposiciones realizadas en el Liceo Vargas, donde creo que era miembro del club de arte. Su primera exhibición fue en 1968. Luego de graduarse, estudiaría un breve tiempo en la Escuela de Artes Cristóbal Rojas. Pero, en esencia, Juan era autodidacta.

En 1975 se muda a la Isla de Margarita, en el Estado Nueva Esparta, en busca de fortuna. Monta una tienda gracias a la experiencia adquirida con su madre, quien estaba involucrada en el sector comercial varguense. Es uno de los fundadores del Complejo Cultural «Rómulo Gallegos». Poco a poco, su tienda se va convirtiendo de alguna manera en una galería improvisada, pero abierta a artistas locales, «La piel del Cangrejo». Desde allí, muestra planteamientos plásticos vanguardistas. Entre 1975 y 1976, se hace notar en Porlamar, Nueva Esparta, y en las ciudades de Barcelona y Puerto La Cruz, en Anzoátegui, al promover las «Plazas de los pintores Libres», espacios públicos para que artistas locales expusieran y vendieran sus obras.

Entre 1976 y 1979 se presenta en varias exposiciones con sus «Cajas Negras», reminiscencia del arte povera en el cual mostraba ensamblajes de madera contentivos de desechos diversos, alambres, restos de fotografías, de periódicos, muñecas rotas, espejos, como una denuncia al desaforado consumismo. Pasa luego a «Cartones Corrugados» donde presenta visión similar entre 1979 y 1982.

En 1979 está en Caracas participando en el IV Salón Nacional de Jóvenes Artistas. En Margarita, recibe el Premio Fondene del IV Salón de Arte, celebrado en el Museo Biblioteca de Pampatar. Al año siguiente, expone en el Museo de Arte de Pampatar recibiendo el primer premio de dibujo.

Artista de medios diversos y sus mezclas, comienza a destacarse, se hace incómodo para ciertas autoridades y la crítica de arte tradicional, gracias a su espíritu transgresor. Entrados los 80 combina su arte conceptual con el performance-art que había tenido un gran auge en los 70.

En 1982 se presenta en la Bienal de São Paulo con su manifiesto Acción-conceptualismo y mi conciencia con el cual decide:

…atacar el uniforme creado por los mecanismos de poder … [dándole acceso] … libre a la imaginación, [a fin de] despertar un estado de conciencia claro, alerta, de los hechos que se hacen cotidianos, interrumpir la alineación de los medios de comunicación establecidos.

En 1983, su Homenaje bicentenario para un Libertador que no descansa en paz, presentado durante el XLI Salón Arturo Michelena, recibió un premio al arte no convencional, que debió compartir con el grupo Praxis. Durante esa ocasión, efectuándose la premiación en la histórica Casa Guipuzcoana de la Guayra, realizó una memorable performance. Loyola, en medio de un gran estruendo y alharaca, se presenta con una enorme rueda hueca, llena de chatarra, muy ruidosa, representación de la moneda nacional, con consignas basadas en el pensamiento de Simón Bolívar. La enorme rueda ya había sido «paseada» por múltiples lugares de Caracas, causando molestias entre las autoridades. Su destino final era el salón.

Esta década de los 80 es de gran actividad. Loyola absorbe la esencia del performance-art y. aunque deja de ser invitado a exposiciones formales, aparece en muchas con su arte contestatario y rebelde.

El amigo Iván Hernández, teatrero, artista visual, experto en juegos y cultor también del performance-art me comenta haberlo conocido. Lo llegó a visitar varias veces a su apartamento de Parque Central, donde lo veía orgulloso de un equipo de sonido de lo mejor de esos tiempos. Iván siempre pensó que ese carácter rebelde y andrógino de Loyola, acentuados por su ego artístico particular, lo hacían un personaje adelantado para su época.

Loyola es considerado uno de los artistas conceptuales contemporáneos más importantes de Venezuela. Incursionó en la poesía, la fotografía, la escultura y el cine. Llegó a ser galardonado con el premio especial del jurado en la séptima Edición del Festival Internacional de Cine Súper 8 y Video de Bruselas en 1990.

Aunque su obra de caballete no es impresionante, se asimila rápidamente y destaca por sus rasgos abstractos, nombres ostentosos y la inclusión de los tres colores primarios, la bandera, en algún lugar de la misma. Sin embargo, aquellos quienes vivimos en su tiempo, cada vez que vemos una bandera de Venezuela, o cualquier cosa adornada por una bandera venezolana recordamos sus obras más llamativas y controversiales, sus «intervenciones urbanas», pintando los colores de la bandera en chatarras, piedras, troncos y restos de árboles abandonados, postes dañados, desperdicios. Tales manifestaciones, sin embargo, lo convirtieron en objeto de persecución por las autoridades de turno:

Yo lo que no entiendo es por qué razón me quitan mi obra. Esa es mi manera de expresarme, de comunicarle a la gente lo que yo siento que está pasando en este país. Ese carro representa lo que es Venezuela actualmente: muy bonita por fuera, pero por dentro está mal, muy mal… Mira, yo lo único que quiero es que la policía me permita expresar lo que siento, que por lo menos la obra permanezca en el sitio una semana. Es increíble cómo ahora se ocupan de la chatarra, cuando pasan años y años olvidadas, hasta que viene alguien como yo y la pinta de amarillo, azul y rojo.

Sus instalaciones, llamativas sin duda, aunque levantaron la admiración y simpatía de muchos, especialmente por mofarse de las instituciones y políticos de turno, no contribuyeron mayormente a que su proyecto artístico fuera respetado por críticos y galerías. Con audacia y desparpajo se presentaba en premiaciones y reuniones artísticas con alguno de sus proyectos del momento.

En 1995, fue invitado por una institución de arte para la exposición «Héroes, mitos y estereotipos» patrocinada por el Banco Unión y presentada en sus «Espacios Unión». Esta exhibición revisaba variados temas que conformaban el ideario y la identidad nacional y que eran utilizados por diversos artistas en un esfuerzo de mostrar una venezolanidad en constante crisis. Fotografías de sus intervenciones urbanas tomadas por sus amigos constituían su muestra.

Su performance-art fue sumamente llamativo y con diversos temas logró presentarse internacionalmente. Su obra y actitud le trajo problemas de todo tipo, pero logró salir bien librado en múltiples oportunidades. En la Bienal de Venecia de 1984, a la cual no fue invitado, logró que le permitieran intervenir el Campanario de San Marcos. Durante su intervención pinta con los colores de la bandera a varias palomas de la plaza. Es detenido y solo liberado al comprobar que los tintes utilizados en las aves eran de origen natural.

Su performance más recordada fue Asalto por la Dignidad, a los Tribunales de Justicia y a las oficinas del Congreso Nacional de Venezuela de 1990. Siete jóvenes vestidos de blanco, representando las siete estrellas de la bandera de Venezuela, irrumpieron en el Tribunal de Justicia rompiendo bolsas plásticas conteniendo pinturas amarilla, azul y roja. Se arrastrarían entonces por el piso, tornándose marrón la mezcla de pinturas. Juan declamaba un manifiesto en el cual señalaba muchos de los problemas del país, tales como la corrupción en el control de divisas, la masacre de El Amparo y otros casos evidentes y conocidos de corrupción. Apasionado, sensible, transgresor y vanguardista, amaba la esencia de Venezuela. Con la bandera atacaba y denunciaba la corrupción y las malas gestiones gubernamentales.

Loyola refundó el Patriotismo en sus obras y en sus riesgosas actuaciones públicas, cuando decir Patria era una herejía para los propios gobiernos apátridas. Su voz solitaria se alzó para reivindicar mayorías y minorías silenciosas (indigentes, indígenas, homosexuales, etc.) en momentos de gran tensión política y social. Luchó por causas que sabía perdidas…

El 27 de abril de 1999 se iría Juan Loyola. Algunas de sus obras quedan en una que otra galería y en colecciones particulares. La Casa-Museo Simón Bolívar en la Vieja Habana, Cuba, conserva una muestra. Ciertas obras formales pueden verse en las colecciones del Instituto Autónomo Biblioteca Nacional, el Museo de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, y el Museo de Arte Contemporáneo Francisco Narváez. Algunas de sus performances y fotos de sus intervenciones se mantienen en las redes sociales. Todas quedan como recuerdo de una época interesante que nos llevó a tiempos peores.

Con el tiempo, se han realizado algunos homenajes a Loyola y su aún relevante protesta. Sostiene Richard Aranguren que quizás ser casi desconocido «sea lo que sostiene la capacidad de advenimiento de su obra, como un suceso que espera el tiempo y los espectadores correctos para materializarse».

Como se ha mencionado, hoy, en Venezuela y entre muchos venezolanos, el uso de la bandera se ha banalizado y es común ver al símbolo patrio hasta en lugares muy poco apropiados. Ese país con criticables instituciones que una vez tuvimos fue finalmente convertido en verdadera «chatarra» con inmediata necesidad de ser cubierto de amarillo, azul y rojo, con estrellas blancas. Quienes hoy dirigen este nefasto régimen ofenden a los venezolanos decentes, a la esencia del país y a la memoria de quien alguna vez utilizó los colores patrios para protestar y tratar de crear una verdadera conciencia nacional.

Notas

Aranguren Acosta, R. (2016). Juan Loyola.
Esteva-Grillet. (2019). Juan Loyola: el artista que previó el país vuelto chatarra. Trópico Absoluto.
Galería de Arte Nacional. (2005). Diccionario biográfico de las artes visuales en Venezuela. Caracas: Fundación Galería de Arte Nacional.
González, J. M. (2017). ¿Quién se llevará esta chatarra? También Somos Americanos. No. 5. Octubre, 16.