El próximo 21 de noviembre los chilenos deberán concurrir a votar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. De no haber un vencedor con el 50+1% de los votos, se efectuará un balotaje entre las dos primeras mayorías, el 19 de diciembre, de donde saldrá el futuro presidente o presidenta. En términos cronológicos es poco tiempo, pero en política puede ser una eternidad, sobre todo en el cuadro político actual, con una explosión de candidaturas y un sobrecargado calendario electoral que escapa a la racionalidad, en parte, por la pandemia y, en otra, por responsabilidad de la elite política.
Los 30 años de democracia y crecimiento económico pasaron a ser el principal punto de discrepancia entre el centro-izquierda y la izquierda dura representada por el Partido Comunista (PC) y el Frente Amplio (FA), conglomerado formado por más de una docena de partidos y movimientos. Ambos señalan que, durante los 24 años de gobierno, no existió la voluntad política para cambiar el modelo económico neoliberal heredado de Pinochet, o que los cambios fueron insuficientes, o que derechamente se produjo el acomodamiento al sistema. Estos argumentos, entre otros, han sido la piedra de tope para la unidad amplia y levantar una sola candidatura presidencial de la izquierda. Difícilmente se llegará a un acuerdo para interpretar ese período histórico del que se puede decir —utilizando la sabiduría oriental— que ha pasado poco tiempo para tener un juicio definitivo. La primera consecuencia de esta ruptura fue la división e inscripción de siete listas opositoras a la convención constitucional que elegirá el próximom16 de mayo, a 155 constituyentes para escribir la nueva Constitución, mientras la derecha inscribió solo una.
El malestar social y el desorden ideológico actual es reflejo de esa acumulación de frustraciones que, como un magma silencioso, terminó con el estallido social del 18 de octubre de 2019 o 18/O, como se le conoce. Los partidos políticos, en general, no han podido dar una lectura correcta de lo sucedido y, en cambio, han tratado de sacar ventajas cortoplacistas, las que han sido rechazadas mayoritariamente por la ciudadanía. Peor aún lo ha hecho el gobierno del presidente Sebastián Piñera, que parece no entender todavía las razones de la explosión social que sacudió a la sociedad chilena. De igual manera el centro-izquierda no comprende la desafección de la gente con sus partidos y líderes, ni la irrupción de la candidatura de una diputada que desborda a la izquierda y a la derecha, de acuerdo con las últimas encuestas.
Los cambios culturales son difíciles de leer y más aún de interpretar correctamente. Requieren, como el vino, el reposo del tiempo. Mucha de la superioridad que demostraron los representantes de la dictadura cívico-militar que gobernó Chile quedó reflejada en ese tufillo arrogante para diferenciar el modelo económico con los países vecinos, acuñado en la frase «Chile dice adiós a América Latina», la cual fue consciente o inconscientemente asumida por muchos políticos. Hasta hace muy poco, la estabilidad política y económica de nuestro país era motivo de orgullo. Recordemos que solo 10 días antes del 18/O, el presidente Piñera decía que Chile era un oasis en la región. Hoy las cosas lucen un poco diferentes y cada vez más nos parecemos a nuestros vecinos en varios temas, incluyendo el número de candidato presidenciales. Perú tuvo 18 en las últimas elecciones, Ecuador más de 20 y Chile, hasta ahora, 16. Es cierto que tenemos incorporadas las elecciones primarias obligatorias que contribuirán a depurar el número de competidores, pero la dispersión de candidaturas es reflejo del cambio del sistema electoral, por una parte, y por otra, también de la mentalidad de una sociedad donde el recambio generacional coincidió con el empoderamiento general de la ciudadanía, producto del crecimiento económico y la ampliación de las libertades que democratizaron la vida. Se introdujeron profundos cambios en los valores tradicionales, en la autoestima, en los patrones de consumo, que al parecer quienes nos han gobernado y los partidos políticos no han sabido interpretar bien.
El centro-izquierda y la izquierda avanzan hoy con 10 candidatos a las próximas elecciones primarias presidenciales y lo más probable es que lleguen divididos, junto con un escenario impredecible respecto a la participación electoral, tanto por la pandemia como por el desencanto y el voto voluntario. Con un gobierno abandonado por sus parlamentarios, que marca un dígito en el apoyo popular al presidente Piñera, con un desprestigio total en el plano interno y sin credibilidad en el exterior, es paradójico que en teoría se vean como probables vencedores. Aún se puede evitar que el día después haya lamentos y recriminaciones por no alcanzar un entendimiento bajo la premisa de un programa mínimo que respete los valores centrales de la libertad, democracia y que recoja las principales demandas ciudadanas que se expresaron a partir del estallido y protesta social del 18/O. La izquierda democrática y sus valores están centrados en la justicia social, lo que quiere decir la construcción de un Estado que garantice los derechos básicos de educación, salud, vivienda, pensiones, vivienda y el irrestricto respeto a los derechos humanos, entre otras cosas.
Tres son los sectores que no logran cerrar un acuerdo. De un lado la izquierda intransigente, liderada por el PC chileno, de larga tradición en la historia democrática, que no estuvo dispuesto a sumarse a los acuerdos mayoritarios para el plebiscito para una nueva Constitución. Su candidato, es un alcalde de un distrito popular de Santiago, Daniel Jadue, quien está muy bien ubicado en las encuestas, pero con pocas posibilidades de triunfar en un eventual balotaje. Luego el FA, nacido del movimiento universitario a partir de 2010. Sus líderes y militantes son mayoritariamente jóvenes que no vivieron la dictadura cívico-militar o eran niños. Dan por hecho la democracia y el nivel de desarrollo alcanzado, siendo severos críticos de los gobiernos que encabezaron los expresidentes Frei, Lagos y Bachelet. Su candidato, Gabriel Boric, tiene 35 años y debe aún reunir las firmas para inscribir su candidatura. El tercer grupo del centro izquierda está formado por la alianza entre demócratas cristianos y socialdemócratas, partidos tradicionales que gobernaron gran parte de los últimos 30 años. Se ha sumado un sector desprendido del FA con un candidato, totalizando cinco candidaturas del centro-izquierda. Debemos incluir una candidatura inusual en el escenario político chileno y que hoy lidera las encuestas, la diputada del Partido Humanista, Pamela Jiles, periodista de 60 años conocida como «la abuela», que declara hoy no ser ni de izquierda ni derecha. Militó largos años en el PC e hizo carrera en programas de farándula de la TV. Reúne las principales características con que se identifica el populismo. De no haber entendimiento se llegará, por tanto, a la primera vuelta presidencial con tres candidaturas de centro-izquierda e izquierda, más una populista y alguna otra marginal. La derecha se presentará probablemente con dos candidatos incluyendo uno de extrema derecha.
Alcanzar un acuerdo hoy con el PC se ve difícil, pero finalmente siempre ha demostrado ser un partido pragmático. Fueron parte del segundo gobierno de la expresidenta Michelle Bachelet, pero han querido diferenciarse y marcar la agenda sumándose a las fuertes críticas a los 24 años de gobiernos del centro-izquierda a los que acusan hoy de «socialdemocracia neoliberal». Es difícil encontrar en el mundo un PC similar al chileno, pero existe uno entre los países de la Unión Europea: El Partido Comunista de Portugal (PCP). Ambos son reliquias de un tiempo y un mundo que ya se fue. Partidos de historia larga, fundados en 1912 y 1921, respectivamente, con períodos duros en clandestinidad, proscritos, perseguidos y asesinados sus militantes. Ambos continúan declarándose marxistas leninistas, fueron fieles seguidores de la Unión Soviética hasta el último día y nunca han efectuado una autocrítica al socialismo real, ni a los horrores cometidos. Asimismo, rechazan cualquier crítica a las pocas dictaduras ideológicas que aún subsisten. En términos electorales, los comunistas chilenos obtuvieron 4.5% de los votos en 2017 y los portugueses el 6.3% en 2019.
Solo la voluntad y responsabilidad política de las dirigencias partidarias puede salvar a la izquierda de una derrota frente a una derecha que ha demostrado su voluntad de poder y de no desear cambios reales en el país. Sentarse a negociar y conformar un programa mínimo en temas donde ya existe una proximidad que satisfaga a todos puede ser un camino. Para ello, lo primero debiera ser el cese del lenguaje ofensivo y descalificador. Segundo, no intentar llegar a una visión común de los últimos 30 años porque no será posible. Tercero, hacer un esfuerzo de pragmatismo para actuar conjuntamente en los principales temas que se abordarán en la convención constitucional. Cuarto, esforzarse con realismo para negociar las candidaturas de diputados y senadores de manera de garantizar mayorías reales y comprometidas en el parlamento. Los millones que votaron para el plebiscito exigiendo una nueva Constitución quieren también un nuevo país y una nueva forma de hacer política.