Desde hace algunos años tengo la fortuna de estar en estrecho contacto con creadores del mundo de las letras y he empezado a relacionarme también con artistas del mundo de la música. Todos coincidimos en que el tiempo es clave en el proceso creativo de las artes.
También estamos de acuerdo en que en este país raro es el caso en el que un autor, un músico, un escritor, un poeta pueda vivir de sus creaciones. Por lo menos yo no conozco a ninguno que viva exclusivamente de lo que crea. Y los afortunados que se acercan a esa emocionante línea de la supervivencia artística, se quejan de lo mismo que nos preocupa a los demás: la escasez de tiempo para la labor creativa.
Labor creativa
Labor, ¿es un trabajo? Creativa, ¿es crear? ¿Es un proceso exclusivo/excluyente? Necesitaba romper estas astillas para lanzarme a encender una llama que espero que os abrase durante unos minutos.
Crear no debería ser un trabajo, pero para algunos lo es (los llamados creativos en las empresas de publicidad, por ejemplo). Crear debería ser un placer que requiere esfuerzo. Las musas no están haciéndote caricias y abrazándote cariñosamente mientras tu mano se desliza sobre el papel, mientras acompaña una estilográfica con estilo. No. Crear requiere sentarse y pensar. Requiere un motivo, un camino armonioso dentro de tu cabeza y hay que plasmarlo delante de ti (sacarlo afuera puede ser un proceso doloroso, me ocurre a veces). Y cuando ya tienes a esa creación en este mundo debes cuestionarla, revisarla, contrastarla con lo que tenías dentro, debes probar con los que te rodean su musicalidad, debes hacerla armoniosa, agradable, ilusionante, perfecta (si es que eso existe).
¿Crear requiere tiempo como cualquier otra actividad humana? Vaya noticia, diréis. Pero no. Crear no es como cualquier otra actividad, porque se sirve de un tiempo que yo llamaría de calidad. Es un tipo de tiempo distinto que permite encontrarse con uno mismo y elaborar, en el interior, tiempo para alentar el proceso de extracción de esa «criatura» (permitidme la personificación). Es un tiempo para contrastar el resultado exterior con la idea interior. Para definir ese tipo de tiempo no es suficiente hablar de completo silencio o de tranquilidad; depende del creador y de la creación, aunque sí tiene requisitos que el tiempo de un trabajo remunerado no: hay requisitos específicos y únicos. Pide un estado anímico especial, una voluntad y un control de uno mismo que solo se adquiere en libertad.
Muchos artistas somos okupas
La libertad, paradójicamente, la conseguimos robando. Para poder crear nos vemos obligados a ocupar el tiempo y el espacio de otras actividades. El tiempo dedicado a otras personas, a otros menesteres. Procrastinamos la función que nos han asignado en la sociedad, dirán los demás. Nosotros preferimos verlo como una inversión en salud y locura (al menos yo lo veo así).
Para crear arte se necesita cierta dosis de locura y de rebeldía. Somos okupas de horas del trabajo que paga las cuentas, del tiempo con la familia, de ratos de ocio con amigos o de hacer deporte.
El arte obliga cuando estás comprometido, y ese compromiso no es una obligación sino una necesidad vital. Y nos sentimos impotentes.
El tiempo se hace
La impotencia viene de no poder robar más tiempo a una u otra actividad, la impotencia viene del hecho de que parece que procrastinamos durante el proceso creativo, y muchas veces es así, pero como comenté antes parece ser algo intrínseco al propio proceso. Escribir una canción no es algo mágico: decidirlo, sentarse y que los versos empiecen a fluir junto con la música y demás. ¡Puede llevar horas o meses!
Crear no depende solo de uno mismo. Depende de los estados de ánimo, son impresiones y conjeturas sobre lo que pasa a nuestro alrededor, sobre lo que nos dicen los demás, tienen que ver con la mujer que pasa cargando las bolsas de la compra o con el rayo de sol que cae sobre un campo de colza en flor. Sin tiempo para observar el mundo, para hablar con personas, para vivir experiencias, para aprender del pasado; sin ese tiempo es imposible crear. Y ese tiempo sale de lo que cada uno decide, porque nadie nos lo regala o nos fuerza a conseguirlo. El tiempo lo hacemos, lo okupamos.
La vida es un diario en proceso de escritura
Estoy revisando diarios literarios para uno de mis proyectos. Ahora mismo estoy leyendo Diarios 2015-2016, de Eduardo Laporte y Dios nunca reza, de Patxi Irurzun. Son estilos muy diferentes pero comparten mucho de otros tantos diarios que ya he leído. El autor, generalmente un artista de las letras, relata hechos de su vida y habla también de lo que le rodea. La intención principal varía de uno a otro, pero siempre hay una necesidad de crear belleza a partir de la vida cotidiana. Algo banal, común, se transforma en poesía de la mano de personas que cuentan su vida con más o menos detalle, con más o menos interés en mostrar intimidades. Todo diario tiene algo de revelador, algunos lo leen con ese morbo voyeur. No es mi caso; he descubierto que los escritores de diarios expresan la gran necesidad de todos los artistas: plasmar parte de su proceso creativo. Los diarios son borradores literarios, borradores poéticos y musicales. No hay nada mejor que leerlos para entender a los que creamos arte sin más beneficio que plasmar sobre papel la expresión de lo que somos y lo que vemos en letras, en música, simple y eficaz expresión humana.
En los diarios también se refleja la necesidad de tiempo: ese maldito y escaso recurso, ese bendito y sagrado regalo.
Robamos, okupamos, procrastinamos, aprovechamos y desperdiciamos horas, noches, fines de semana, viajes, estancias y encierros pandémicos. Una obra artística no se mide por el tiempo, más bien por la pasión y el tesón del autor, por la sensibilidad y por lo que transmite a los demás.
Un saludo a los ladrones
La próxima vez que leáis una novela, un poema, un cuento, que escuchéis una canción o que visitéis el teatro, pensad en los autores, en los que no se ven, y pensad en el tiempo que han robado para regalaros ese momento de placer. Tal vez entendáis un poco mejor cómo nos sentimos cuando parece que robamos, okupamos y vagueamos. Algunos empezamos a tener callo y duele menos, aunque nunca nos acostumbraremos a robar. Ansiamos la jubilación, la lotería, que los hijos crezcan y hagan su vida. Lo ansiamos, pero somos pacientes. El tiempo robado también es tiempo y si se aprovecha bien, no se nota de dónde viene. Al lector, al público, eso le da igual.