La época más sombría y oscura de la humanidad fue precisamente denominada oscurantismo: del francés obscurantisme. Palabra compuesta de los términos obscurant (que oscurece) e -isme (-ismo: sufijo que forma sustantivos que suelen significar: doctrina, sistema, escuela o movimiento).
Por definición, el oscurantismo fue una oposición deliberada y sistemática a toda forma de difusión de la cultura y del conocimiento entre una población, por parte de la autoridad y de quienes representaban y ejercían el poder político, económico y religioso. Sobre todo, el religioso, que, en esa época, representaba la suma de los otros dos.
Y la forma que encontraron para oponerse y llegar masivamente a toda la población fue infundirle miedo, terror y superstición; mediante la defensa de ideas y actitudes irracionales y retrógradas, difundidas a través de la autoridad religiosa que, en esa época lo dominaba todo. Y, si eso no funcionaba, a través de la brutal represión de la inquisición.
Eso fue hasta que los primeros «antioscurantistas» dieron origen a un nuevo movimiento político, filosófico, religioso e intelectual, conocido como humanismo, durante la época del Renacimiento. Por lo que se le denominó «humanismo renacentista».
El humanismo renacentista inspiró a muchos a revelarse contra la «oscuridad» y la autoridad represora. Tanto que, durante el siglo XVIII, dio origen a un nuevo movimiento conocido como ilustración. Es por eso que el siglo XVIII es conocido como el «siglo de las luces».
¿A qué viene todo eso?, se preguntarán ustedes. A que, «pueblo que ignora su historia, pueblo que está condenado a repetirla». Por eso, como dijo Confucio, «estudia el pasado si quieres intuir el futuro».
Y es que, precisamente hablando de «intuir el futuro» para evitar que «el pasado se repita», todo parece indicar que no hemos aprendido de la historia y seguimos cometiendo los mismos errores. Seguimos creyendo en populistas y demagogos políticos y religiosos. Seguimos creyendo que somos invulnerables, invencibles y que nada puede destruirnos.
Seguimos creyendo que podemos disponer del del planeta y de la naturaleza como nos dé la gana y para lo que nos dé la gana. Y que éste siempre estará disponible para nosotros. Seguimos creyendo que «no importa si es la mentira más grande que se haya inventado». Si nos la dice un «rico y poderoso»; un «líder político o religioso»; un «personaje célebre y famoso» o «quien sigamos con fanatismo y admiración, ¡debe ser verdad!
Nada más falso. Lo único que hacemos con eso, es engañarnos a nosotros mismos. Y no hay peor engañado que, quien se cree su propio engaño. Pero, ¿cómo salir del engaño que obnubila nuestra mente y ciega nuestros ojos?
Simple, ¡abriendo nuestra mente y nuestros ojos a la verdadera realidad! Y la forma de hacerlo es deshaciéndonos de prejuicios y fanatismos. Y reemplazándolos por conocimiento e información veraz y comprobada. Apoyándonos en la lógica y la razón. No, nunca en la superstición y el dogmatismo.
¿Cómo podemos lograrlo? Convirtiéndose en reveladores.
Ojo, no estoy hablando «de la filosofía idealista religiosa que designa el conocimiento directo y suprasensorial de la verdad accesible únicamente a los elegidos en un momento de iluminación mística», conocida como «revelacionismo», sino de la «acción y efecto de revelar».
¿Qué cosa? La «manifestación de una verdad secreta u oculta». ¿Qué verdad? La que los políticos, religiosos, gobernantes, empresarios, multimillonarios y demás miembros de élites no nos quieren revelar.
La verdad oculta, la verdad incómoda. La verdad que no quieren que ustedes sepan. Porque, de saberla, los expondría como lo que son: unos farsantes, unos mentirosos, unos demagogos para los cuales «el fin justifica los medios», y cuyo único interés es mantener el status quo y, valga la redundancia, sus propios y mezquinos intereses.
Así que, sean reveladores. Yo soy un revelador, ¿quieren serlo ustedes también?
Como decía una vieja y conocida serie de televisión, «la verdad está ahí afuera». Así que búsquenla y revélenla.