La tesis que expongo en este artículo se expresa en tres corolarios. Primero, la sociedad sin rituales opresivos es deseable, pero para construirla se requiere satisfacer una difícil condición; esta es que el ser humano sea, en su mismidad, ritual y símbolo y que, en consecuencia, no requiera de rituales que usufructúen su potencia simbólica. Segundo, un ser humano que se auto reconozca como ritual y símbolo es incontrolable, por eso el sistema-mundo —con independencia del calificativo ideológico que reciba o del modelo histórico vigente— se afana en impedir tal condición. Tercero, el ensayo La desaparición de los rituales (del filósofo Byung-Chul Han) es una promoción del sistema-mundo disfrazada de antisistema. Se trata de un destello de oscuridad en la noche. Su autor sostiene que se avanza hacia la desaparición de los rituales y eso implica una decadencia y degradación de grandes proporciones, razón por la cual una de las vías para resistir tal deriva es defender los rituales y estimular la vida comunitaria asociada al ritualismo. Varios son los argumentos que Byung-Chul Han esgrime en favor de ese planteamiento, ninguno de los cuales resiste el menor de los análisis.
Economicismo
Cuando en el ensayo referido se emplean vocablos como productividad, utilidad, rendimiento, trabajo y Big Data, es notorio un economicismo que define al capitalismo como un sistema determinado por cinco categorías: propiedad, mercancía, mercado, dinero y consumo. Esta perspectiva, que es compartida con el anarcocapitalismo, configura un grave error. Si miramos la historia de los últimos trescientos años, y aún más, si miramos la historia de la evolución humana desde los tiempos de la antropogénesis, es claro que el sistema social no es solo economía, y que el capitalismo está muy lejos de comprenderse si solo se le considera desde sus dinámicas económicas. El sistema social capitalista es una interacción compleja y multidimensional de los subsistemas económicos, sociales, jurídicos, políticos, éticos y culturales, de modo que, al no analizar los contenidos de esas interacciones, se ignora lo que sea el capitalismo y lo que sean los distintos capitalismos realmente existentes. Este vacío epistemológico produce dos insuficiencias: primera, impide conocer la formación socio-histórica capitalista en la interacción de sus distintas variables, y segunda, obstaculiza el conocimiento de los niveles específicos de este sistema. Es claro, por supuesto, que el conocimiento al que me estoy refiriendo esta siempre en proceso y es incompleto.
El equívoco comentado explica por qué en «La desaparición de los rituales» se dice que los rituales son enemigos acérrimos de los procesos productivos que priorizan la utilidad. Falso. Eso no ocurrió, por ejemplo, con los rituales de todo tipo que, en Europa, Estados Unidos, China o América Latina, entre los años 1945 y 2020, estimularon la productividad, la competitividad y la utilidad, o fueron utilizados con ese propósito. Y digo esto refiriéndome tan solo al nivel económico y social, pero si se consideran los otros niveles, resulta que los vínculos directos y positivos entre ritualismo y productividad jurídico-política y ético-cultural son abundantes, como lo demuestra, por ejemplo, el decisivo aporte del ritualismo cristiano en el desenlace de la Guerra Fría y en apuntalar la estrategia económica de apertura comercial y desmonopolización de los sectores públicos.
Este mismo equívoco alcanza niveles superlativos cuando en «La desaparición de los rituales» se hacen referencias al fenómeno Big Data. En sus páginas se lee que «el hombre abdica como productor de saber y entrega su soberanía a los datos». Esto puede ser cierto en el caso de personas que toman los datos y los igualan al conocimiento, sin consideración de otros factores previos y posteriores a los datos, pero debe quedar claro que, en los procesos de utilización de datos, lo que ocurre no es la pérdida de la soberanía ni la abdicación de las personas como generadoras de saber, sino la generación de conocimientos imbricados con datos, y esto es lo que siempre ha ocurrido. La producción de datos y la ingeniería de datos es una de las fuentes importantes para obtener conocimientos. Datos-informaciones-opiniones-conocimientos-sabiduría, esta es la hoja de ruta, la escalera de la generación de saberes desde tiempos antiguos, pero ahora el impacto de los datos se ha intensificado por las correlaciones entre la Sociedad de la Información (SI), la Sociedad del Conocimiento (SC), la Economía 4.0, la Cuarta Revolución Industrial, la Sociedad 4.0 y la Sociedad Algorítmica Bio-Policial. Es evidente, por ejemplo, que la investigación biomédica y los conocimientos biomédicos (para citar un caso clave en estos tiempos pandémicos) resultan inviables sin un volumen gigantesco de datos procesados a través de ingeniería de datos, y es sabido que existen cientos de unidades de gestión de datos biomédicos en todo el mundo, y que grupos humanos multidisciplinarios, conectados en el ciberespacio, sustentan sus procesos cognitivos en el procesamiento de billones de datos.
Lo que sí ha ocurrido y está ocurriendo a una velocidad exponencial es que los conocimientos se multiplican y profundizan en períodos de tiempo cada vez más cortos. James Appleberry calcula que el conocimiento disciplinario tardó 1750 años en duplicarse por primera vez, luego se duplicó cada 150 años, y luego cada 50 años. Se dice que en la actualidad el conocimiento se duplica cada 5 años y, dentro de poco, eso ocurrirá cada 73 días, para llegar, en el año 2030, a una duplicación cada 12 horas. La velocidad del incremento de los conocimientos es inusitada, y ¿qué ocurrirá cuando los conocimientos se modifiquen, enriquezcan y produzcan a una velocidad equivalente a la milmillonésima parte de un segundo (nanosegundo), dicho en forma hiperbólica? En ese instante, el conocimiento disciplinar, tal como lo hemos conocido hasta ahora, habrá desaparecido, y las instituciones estructuradas de esos conocimientos (escuelas, colegios, universidades, para solo citar algunas) serán por completo inservibles y disfuncionales; ya lo son en muchos aspectos.
En el marco histórico de la Big Data están surgiendo nuevos rituales al tiempo que se renuevan los antiguos, se rediseñan o desaparecen. No es cierto que estemos frente al fenómeno de la desaparición de los rituales.
La potencia incremental del sistema-mundo
Este fenómeno de reinvención de rituales no es para nada original ni propio de nuestra época, se trata del poderoso impulso incremental del sistema-mundo, y de manera singular de una de sus formas: el capitalismo. En el caso peculiar del sistema capitalista su potencia incremental —apenas barruntada por Marx, pero bastante conocida y analizada por Eugen von Böhm-Bawerk— se fundamenta en tres variables: primero, la reproducción ampliada del capital en el ámbito económico-productivo; segundo, el cambio científico y tecnológico; tercero, las capacidades jurídico-políticas y ético-culturales de innovación constante. Estas tres variables, al conjuntar sus contenidos y formas, potencian el valor incremental del sistema.
Hasta el momento, no ha existido una corriente social cuyo valor incremental sea la antítesis del impulso incremental del sistema-mundo ni del sistema capitalista: todo en el sistema, todo para el sistema, nada fuera del sistema. Esta es la ecuación de la hegemonía social practicada en la historia humana. En los tiempos actuales, el valor incremental se acelera e intensifica en el marco de la crisis sistémica de naturaleza sanitaria, económica, social, política, ética y religiosa que experimenta la humanidad; conviene afirmar sin paliativos que esa intensificación es parte consustancial de la guerra en curso, y de la revolución científica y tecnológica.
¿Autómatas felices y ritualistas?
¿Significa lo escrito que no hay salida? ¿Que nos encontramos inmersos en un sistema-mundo que es como es, sin poder ser de otra manera? Así es como ha ocurrido y sigue ocurriendo, pero tal circunstancia no es monolítica dentro de sí ni es única ni eterna. Existen anomalías, desviaciones respecto a lo que se hace o se deja de hacer, y estas fundamentan la posibilidad de modificar la dirección y contenido de la potencia incremental; esas anomalías son llamadas libertad, esperanza, resistencia, victoria y utopía. En este punto, conviene introducir una definición muy distinta a la acostumbrada. Ni la esperanza ni la utopía constituyen horizontes de realización allende a este minuto; en algún lugar distante e imposible. Son realidades en las que nos transformamos en el presente, están a la mano, a un paso, a una mirada, a un giro del Eros y del Logos. El único lugar de la esperanza y de la utopía, de la libertad, la resistencia y la victoria es el presente; es ahí donde se encarnan y experimentan, no en miles de años en el futuro, sino ahora. De ahí que en todo tiempo y lugar sea posible liberarse de la opresión.
La espiritualidad posee eficacia autónoma en el cambio social
En este sentido la lectura de La desaparición de los rituales deja un mal sabor, precisamente porque cierra la posibilidad de la emancipación. Detrás de un psicologismo individualista, La desaparición de los rituales trae consigo una trampa tóxica: postular que la esclavitud está en nosotros mismos, que las cadenas son tan nuestras que desaparecerlas equivale a dejar de existir, y que el ser humano se explota a sí mismo, razón por la cual «las revoluciones ya no son posibles», escribe Han en alguna parte, y lo refuerza en el ensayo de marras cuando insiste en la urgencia de recuperar la calma, la tranquilidad, la seguridad, en un mundo amigable repleto de rituales, y sin revoluciones. Desconozco que signifique la palabra revolución en Han, pero a este respecto la mayor debilidad en su enfoque es la ausencia de un análisis del cambio social en general dentro del cual pueda explicarse el vocablo revolución. Y en este punto conviene apuntar la necesidad de que en la teoría sobre el cambio social se incorpore la variable «espiritualidad». Esta variable se ha invisibilizado en las perspectivas dominantes, pero ahora existe un acumulado de información suficiente como para sostener la hipótesis de que la espiritualidad, en sus distintas ramificaciones y en las diferentes civilizaciones, juega un papel fundamental en el cambio social. La espiritualidad no es un simple reflejo de lo que acontece a nivel material, como ocurre con todas las instancias no económicas de la totalidad social; ella posee una historia singular y una eficacia autónoma en el desenvolvimiento socio-histórico.
Rituales, tiempo y contingencia
Se sostiene en el ensayo que estoy comentando que los rituales crean un espacio de estabilidad y sosiego en medio de una vida trepidante sometida a la presión del rendimiento, la utilidad y el consumo. Respecto a este asunto explico mi tesis. El tiempo cronometrado y calendarizado en los rituales no es el tiempo ontológico, el de la duración que decía Henri Bergson en el «Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia», «La evolución creadora» y «Duración y simultaneidad». El tiempo calendarizado en los rituales posee una cronología intrínseca, pero el tiempo ontológico pertenece al núcleo existencial de nuestro estar en el mundo y en la historia. Los rituales se diseñan y ejecutan en el tiempo cronológico (óntico) para sintonizar con el tiempo ontológico, y de esa manera experimentar y dinamizar el contenido evocado en el ritual. Para mejor comprender esta secuencia es importante recordar que la aventura humana no acontece «en el» tiempo, ni «con» el tiempo, sino que «es» tiempo, razón por la cual el flujo temporal se dinamiza e intensifica en los rituales.
El hecho de ser tiempo en su mismidad implica para el ser humano una circunstancia peculiar: encontrarse en estado de permanente devenir e inconclusión; ser un buscador perpetuo, y es en ese ser proyecto sin término donde nacen los rituales y los símbolos. En este sentido los rituales no son un paréntesis de estabilidad vital y ausencia de contingencia, sino un modo de intensificar el desasosiego del devenir como estrategia para sintonizar con el tiempo ontológico. La supuesta eliminación o puesta entre paréntesis de la contingencia en los rituales es una vana ilusión porque lo contingente no es un accidente de la condición humana, pertenece al núcleo de su ser; es desde la contingencia que el ser humano crea y participa de los rituales. El ser humano es contingente porque es inconcluso en su ser y no se ha dado el existir a sí mismo. Ser contingente y ser tiempo en el núcleo de su ser determina la dinámica de los rituales.
Diluirse en un colectivo disolvente
En los rituales no se produce el olvido de sí. Este es otro equívoco en el ensayo de marras. Quien participa en el ejercicio ritual lo hace desde su sí mismo, y es ese sí mismo el que trasciende hacia la totalidad evocada en el ritual. Esto explica que en los rituales lo comunitario no sea la antítesis del Yo ni viceversa, sino que ambos coexistan y se codeterminen hasta el punto de que lo uno no es sin lo otro. Este «no ser lo uno sin lo otro» es la realidad que escapa al colectivismo disolvente del ensayo en comentario. Incluso en experiencias budistas, sufís, cristianas e hinduistas que enfatizan la desaparición del Yo y su identidad con lo absoluto, es claro que esas experiencias acontecen desde individualidades en interacción comunitaria. En el budismo, por ejemplo, no es la totalidad la que se ilumina, sino el príncipe Siddhārtha Gautama en su condición de asceta, meditante, eremita y sabio, y en el cristianismo personas como Hildegarda de Bingen, Francisco de Asís, Clara de Asís o San Juan de la Cruz, no dejan de ser individualidades históricas por el hecho de experimentar la identidad de su ser con el absoluto en el que creen.
Es por lo dicho que los rituales, en ciertas circunstancias históricas, pueden configurar un fenómeno superador de la sociedad alienada: olvidar el olvido del sí mismo en la memoria óntica-ontológica del ente-comunidad. No se busca en el ritual diluir el sí mismo en lo comunal, ni tampoco subsumir lo comunitario en el sí mismo, sino más bien experimentar la unidad profunda de lo uno y lo otro, sin división ni yuxtaposición. Exactamente lo contrario a lo que dice Han cuando escribe que «Los rituales… exoneran al yo de la carga de sí mismo. Vacían el yo de psicología y de interioridad». En el ritual el yo-comunidad no se experimenta como carga para sí mismo, sino que se hace consciente de ese sí mismo, y se lanza hacia el vivir experimentado ritualmente.
Las resonancias
El conjunto de desatinos y vacíos indicados alcanza profundos precipicios cuando en La desaparición de los rituales se afirma que estos protegen la naturaleza humana. Preguntémonos ¿puede afirmarse que los rituales políticos, ideológicos y religiosos han constituido siempre redes de protección de la naturaleza humana? ¿Ocurrió eso en los rituales de las dictaduras nazis, fascistas y comunistas que asolaron el siglo XX? ¿Fue el fanatismo religioso, con sus muchos rituales, protector de la naturaleza humana cuando perseguía y asesinaba mujeres acusándolas de brujas o cuando se emprendieron Las Cruzadas para recuperar el Santo Sepulcro? ¿Transformar al ser humano en mercancía, como ocurre en el ritualismo economicista tan en boga desde los noventas del siglo XX, equivale a proteger la naturaleza humana? Promover los ritos antiguos de la guerra y la tortura, considerados mejores a las guerras modernas y contemporáneas, como hace Han ¿es defender una red protectora de la naturaleza humana? Es necesario discernir qué ritos y qué procesos ritualistas están desapareciendo; cuáles permanecen, se innovan y enriquecen; qué otros rituales están naciendo; y, finalmente, qué ritos y rituales apuntan hacia el reencuentro del ser humano consigo mismo o, por el contrario, avanzan hacia la perpetuación ritualista del olvido de sí en la sociedad alienada. Pero de esto ni una línea en el ensayo de marras.
Asunto de hegemonía
En el fondo, y este es otro vacío en la argumentación de La desaparición de los rituales, lo que está en cuestión es el tipo de hegemonía social requerida para alcanzar la liberación del ser humano respecto a los rituales que lo oprimen y lo alejan de sí mismo. Ahí donde el ser humano se olvida de su condición persona-comunidad (el sí mismo) nace la desazón, el desánimo, la tristeza, el ansia de ritualismo; en una palabra, el nihilismo como suicidio colectivo. Pero donde el ser humano, reencontrado en su sí mismo, es la «casa del Ser»; su memoria y vivencia entonces se libera de los ritos y rituales que usufructúan su potencia simbólica. Una sociedad libre de rituales opresivos surge cuando el ser humano, él en su mismidad de persona-comunidad, es ritual y símbolo, y sobre esa base crea la cultura. Esta experiencia transformadora no requiere siglos ni milenios para concretarse, esta al alcance de la mano a cada instante.
Despiste monumental
Como escribí al inicio de este comentario La desaparición de los rituales es un destello de oscuridad en la noche. El horror de su propuesta es evidente: no importa a qué rituales y símbolos nos adhiramos, lo decisivo es practicar rituales aun cuando sean un cúmulo de mentiras construidas socialmente, experimentadas en comunidad y legitimadas por las hegemonías vigentes. Hace tiempo no tenía noticia de un despiste tan gigantesco. El Rey está desnudo.