Hasta que vuelvas
Como si no fuera suficiente esta calcinante nostalgia en que has tenido que dejarme, la tarde amarillenta se burla de mí con la sorpresa de que quizá he escrito demasiado de la soledad como para poder decirte lo que siento y verdaderamente experimentar un desahogo. Y aunque quizá es cierto, ¿de qué olvido y de qué muerte pude haber hablado si el concepto mismo sólo me es posible entenderlo ahora que estás (y no estás) conmigo?
Me cuesta trabajo entonces decirte lo que me pasa y este atasco en el pecho es una angustia que no hará otra cosa más que pausar los segundos; de modo que será como si cada segundo lo escribiera yo para ti y te lo publicara en ese reloj que seguramente ves allá separándonos, retándonos o, ¿por qué no?, ignorándonos.
Así sea pues, Amor. Hoy te escribo estos números para que sepas que me lastima el té de las 5:21 tanto como la fruta de las 12:03, pero menos de lo que lo hace el chocolate de las 4:25, y que por eso mismo hoy no habrá cena a las 9; sólo un suspiro prolongado hasta que vuelvas, mi niña… hasta que vuelvas…
Nos asomamos al pasado porque…
Sería interesante vernos como éramos antes; al principio. Que alguien nos proyectara desde la primera vez en la que te despediste de mí, besándome la mitad de los labios afuera de la escuela, y ver en cámara rápida cómo nuestras almas y las pasiones de los dos cuerpos adolescentes que las cargaban nos unían en un choque que indudablemente nos escupiría luego junto a las llamas de una explosión, porque después de todo un choque… un choque de los buenos. Ver velozmente cómo lentamente dejamos de ser aquellos que se amaban escondidos en la noche de los cerros, y cómo tus lágrimas y mis ojos secos se cayeron de las ramas de nuestras venas por última ocasión, despidiéndonos definitivamente de la virginidad del espíritu que no conoce el sepulcro tan abstracto del amor. Vernos llegar hasta este ahora en el que nos queremos convencer a cada hora de que hemos evolucionado mucho más allá de aquellos sentimientos que no podían ser ciertos; al ahora donde tenemos esto que esta vez debe ser lo correcto porque no duele ni nos atemoriza ni siquiera la mitad de lo que lo hacían las dudas y el sudor y el eterno paso hacia la piel entre el pasto, la tierra y los te amos que juzgamos hoy como ingenuos. Pero al final sí… sería más bien aterrador; aterrador y dolorosamente revelador el vernos fijamente en el espejo a media noche antes de volver a la cama, cansados de tanto soñarnos.
Romance oscuro
Escribí esto y era sobre ti sin darme cuenta…
Bastó leerlo.
Estuvimos en medio de aquel cerro,
en la oscuridad completa del amor de noche,
con un aire frío que acercaba los cuerpos,
que se perdía en el lamento.
Toqué la guitarra para ti con los dedos fríos;
tanto, que nos dolía el silencio.
Se me hizo tarde.
Llegué con olor a sudor y a tu pelo;
con zacate en la piel,
con una voz recién callada y un eco.
Las palabras tontas,
el pretexto del beso…
tantas mentiras que inventamos,
para terminar acostados riendo.
Nos quedamos solos,
contemplando el oasis muerto,
con mis manos en tu cintura
y las tuyas en mi cuello.
Cuándo no es ningún momento.
Cuando quieras vuelvo,
sobre la luna hecha fuego.
Hálito
El recuerdo de tu amor es como el vapor del hálito de mi boca en el vidrio tras el que se esconde la vida lloviendo: jamás habrá de desaparecer, jamás se encogerá lo suficiente ese tacto hecho de suspiro, porque con el perímetro de su figura inquietantemente perpetua se está llevando la mirada de mis ojos, y ya no hay gotas, ni aparadores por los que puedan observar mi ausente presencia, sino tú otra vez; sólo tú siendo la misma que no has de ser ahora, pero sí la mía, la que si me sueñas vuelves a ser porque sabes que me perteneces en ese tiempo detenido que nos damos; en el terreno incierto de un pensamiento compartido que nos devela cuando nos quedamos viendo nuestro propio aliento en un espejo.
Poema muerto
Estaba listo,
todo era adecuado:
Tu aliento en mis labios
y sin ninguna presión…
Iba a escribir sobre ti,
pero se me dañó el corazón.
Aquí te dejo estas palabras,
ruinas de un poema muerto:
besos, nostalgia,
ojos, tiempo y deseo.
Me ha llegado el dolor como bala perdida
y me ha dado en la mano con la cual te escribía.
Se estancan dentro de mí, versos, recuerdos y prosas.
Lo poco que puedo te lo escribo en el suelo,
con sangre en la boca.
Corazón, yo quisiera escribirte con letra cursiva,
pero sólo tengo esto:
una danza de moldes en plena agonía.
Perdóname por darte tan poco.
Raíz y fruto
No puedo vivir en la añoranza o en el anhelo,
porque el tiempo no presente es tan irreal y subjetivo,
como un deseo sumergido y un sueño no soñado.
Todo lo que no está aquí es memoria en el abismo
y es sangre que corre en los labios.
Estoy aquí ahora,
donde la luna y el sol se mezclan en el humo
y las gotas de luz se beben a sí mismas.
Debo estar aquí ahora.
Ya no quiero seguir sufriendo,
por esa cara absurda que hice el día que me enteré
que tenía demasiado,
ni llorar más por la palabra no dicha ni la expresión
sobrante.
Sería como comer y hablar del desayuno.
Debería hacer del arrepentimiento una acción de un
segundo.
El árbol es raíz y fruto.