Una voz que parece salir de las tinieblas me dice: «El espacio no existe fuera de su contenido, siempre es ideológico». Pienso en Maurice Blanchot y su Locura de la luz (jour):
A veces en mi cabeza se creaba una vasta soledad en la que el mundo desaparecía por completo, aunque salía de allí intacto, sin un rasguño, nada lo malograba.
Escribía Walter Benjamin, a propósito del Angelus Novus de Paul Klee:
Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas… Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo.
La tarea que me impuse en el aniversario del comienzo de la pandemia parecería introducirnos en esta catástrofe, evocando o refiriendo un tiempo ausente, suspendido, como la sutil e incandescente melodía de un coro de ángeles. El frufrú de las alas que se pliegan en un montón silábico que perdió todo el sentido.
Tenemos delante un paisaje solitario y desolado sobre el que se recorta, se imprime una segunda imagen, por completo diferente, pero que es, al mismo tiempo, extremadamente familiar y que semeja suspendida entre la imagen de fondo y nuestra mirada escrutadora.
El paisaje de fondo evoca las distintas edades. Las edades de la vida humana.
Porque me interesa el otro, porque cuando nos encontramos descubrimos que tiene un mundo que difiere del mío, está su mundo y mi mundo, está él y estoy yo.
Como quien redescubre, dentro de una tremenda vernissage, una propuesta auspiciosa.
En tiempos de pandemia, me propuse indagar a través del otro, yo y él, solos y juntos.
Me fotografié quinientas veces, con otras tantas quinientas personas y personajes, entre ellos escritores, artistas, coristas, actores y actrices, bailarinas, amigos, empresarios, políticos, gente común y parientes.
Hoy se utiliza el término selfie, pero hubo una época en la cual el selfie no existía y, sin embargo, la imagen inmortalizada ya existía, de hecho, existe prácticamente desde siempre.
Decido espiar, escudriñar el alma fotográfica de cada uno y así me busco y tantas veces me acabo encontrando junto a ellos.
Me concentro y recuerdo su nombre, la situación y el lugar donde se tomó la instantánea.
Recordar el pasado. Ordenar el presente. Contemplar el futuro:
El tiempo todo lo da, todo lo quita; todo cambia, pero nada perece.
(Giordano Bruno)
La memoria que recuerda el pasado y aprende de él. La inteligencia que juzga el presente y en él interviene.
Sobre este camino se coloca una constelación que marca el momento del tránsito de un tiempo a otro.
Decido escudriñar el alma fotográfica de cada uno y así me busco y tantas veces me acabo encontrando junto a ellos, pero sin saber ni recordar cómo o cuándo. Tuve que hacerlo, concentrarme, esforzándome en recordar.
En esas imágenes hay paisajes, quinientos lugares distintos entre sí.
«El lugar sin lugar de un cuerpo cuyos límites serían los del mundo», no son el mundo, porque su búsqueda se abre a querer encontrar los dos extremos de una misma espiral, de ese «malestar disperso» que Carlos Basualdo llama «el conjunto social».
El elemento narrativo obtiene su fuerza de la idea del viaje, del paso en el tiempo. El tiempo que se vive como abstracción metafísica.
Se encuentra una vena humanista cuando los (nos) captura, los pesca, nos pesca, los atrapa, nos atrapa y se sustancia de distorsiones formales que, en lo más profundo, ocultan tales actitudes agradablemente manieristas, ofreciendo a continuación, sin quererlo, la clave de introspección psicológica, el humanismo ancestral de los protagonistas.
Los aspectos evocadores presentados mediante la figuración se sustancian en robustos contenidos expresivos, con los que articula la fusión plástica, los esquemas audaces, sin fondos decorativos particulares, en los cuales la narración no resulta secundaria, sino que conforma, constituye, amalgama una reinterpretación autónoma.
¿Y qué sucede en esta vernissage?
Se diría que hubieran hecho un esfuerzo por quedarse quietos, por posar (y ni siquiera son conscientes de haberlo hecho: «¡No, no somos conscientes!»).
Y no hubo tiempo para maquillarse, ni para mostrar su mejor lado (nuestro peor lado).
Sus rasgos no aparecen borrosos, son indelebles; se mezclan, nos mezclamos (y juntos creamos la atmósfera).
Y la luz blanca domina la escena (actúan, se exhiben como cualquier otro y juntos como uno cualquiera); y de repente está oscuro (¿pero se trata de una galería o una discoteca?).
Enmudecen las copas, los vinos no se derraman. Esconded los canapés, los saladitos, los sándwiches y los brioches.
Me interesa la visión real, luego me ocupo de la no real: la visión sintética. Me interesa el espacio entre dos imágenes puestas en relación, una abajo, la otra arriba, pero físicamente en el mismo plano. Para experimentar allí mismo el propio it’s just a matter of time del que habla Félix González Torres.
Dejarse atrás muchas verdades porque también el adolescente ignora las futuras transformaciones al reflejarse su rostro en el agua.
Y el significado inesperado, «mediúmnico», es la esencia palpable de un alma errante, y nosotros, en tanto que observadores encantados, la atrapamos y somos atrapados por ella.
Por más que se indague y explore el universo, resulta que siempre se lleva al universo algo de uno mismo, algo que uno es, dando forma tangible a los estados del alma.
El mundo exterior expresa un paso interior y las emociones implican un movimiento real. Somos como una topografía colmada de itinerarios imprevisibles. Salir de uno mismo significa sumergirse en este flujo y en este reflujo. Cuando se va más lejos sucede, de hecho, que nos reencontramos y aproximamos al otro, pero cuando se trata de una elección forzosa es completamente diferente: es fractura porque es exilio, y es herida, pues no existen fármacos ni drogas que nos puedan curar, resarcir. De modo que no seas un exiliado, sino un viajero que en el mundo busca la forma de hallarse consigo mismo, que sale con todos sus yos para encontrarse y luego acompañarlos a casa.
¿Y tú? ¿A cuál «tú mismo» sigues? ¿A aquel que huye o a aquel que se queda? En mi caso, a aquel que quisiera volver a perseguir las cometas no perseguidas. A veces lo consigo.
Me gustaría volver a sentir aquella emoción.