Como homenaje a Carlos Zafón nos dejaremos inspirar esta ocasión con uno de los temas de su novela La sombra del viento, ya que responde a una pregunta que seguramente ustedes, queridos lectores, se han hecho alguna vez: ¿adónde van a parar los libros olvidados (por la razón que sea)?
Pues bien, primero que nada, ¿qué es un libro olvidado? Parece sencillo: un libro que ha quedado en el olvido, y para eso es posible llegar a través de distintos mecanismos. El más trivial es leer un libro y luego olvidarlo, por el motivo que sea; no nos ocuparemos por ahora de los motivos. ¿Sin embargo se puede olvidar un libro sin haberlo siquiera leído? Por ejemplo, a un editor le llega una obra inédita y la olvida sobre su escritorio, incluso en el sobre o paquete de envío. ¿Se ha olvidado del libro o de revisar el libro solamente? ¿Justifica con la cuartada del olvido su desidia o desinterés? ¿Se puede olvidar algo que no se conoce? Pareciera que no, que el olvido es un proceso que implica un conocimiento previo del asunto a olvidar.
Citemos ahora algunos libros que pudieran estar en el olvido. Comencemos al azar con Zanoni, de Sir Edward Bulwer Lytton, publicado por primera vez en 1845, que se clasifica como novela ocultista. Es cierto que el ocultismo, por increíble que parezca, sigue vivo en el siglo XXI y, como los números romanos que acabamos de escribir, goza de buena salud a pesar del avance de la ciencia; por ello mismo, obras como El libro de los sabios, de Eliphas Levi, o El grimorio de Armadel, de S. L. MacGregor, están solo en un olvido que no es absoluto. No vamos a dar listas exhaustivas de libros en el olvido, no es necesario; nos bastan unos pocos ejemplos ilustrativos.
Cuando decimos que hemos olvidado algo, es que en realidad no podemos traerlo a la memoria de manera inmediata, y muchísimas veces nos quedamos con el asunto dándonos vuelta en la cabeza hasta que lo recordamos, minutos, horas, días, meses o años después. Allí, en algún oscuro rincón de nuestra mente estaba esa información, el problema es que no le damos prioridad y, por ello, se convierte en algo pasivo o residual. Y así, no hacen falta títulos exóticos para hablar de libros olvidados, basta con no considerarlos relevantes para ponemos en el estante del olvido: El diccionario del diablo, de Ambrose Bierce (que a pesar de su título es una divertidísima obra humorística que saca las lágrimas) u obras que en su momento alcanzaron pedestales prominentes, como Utopía, de Tomás Moro.
¿De verdad se olvidan solo los libros raros, exóticos o extravagantes , o «complicados» para lo que en su momento se llamó masa y ahora se denomina «gran público»? No, definitivamente no. Pensemos en El licenciado vidriera de Cervantes —menos conocido que su Quijote— que, si bien no está tan olvidado, en Latinoamérica es acaso más conocido que La venganza de don Mendo, de Pedro Muñoz Seca, más contemporáneo que la gloria del Siglo de Oro. ¿Y qué sería del poema El mío Cid, si no fuera lectura escolar, o El sí de las niñas y muchas obras del Leopoldo Alas y de Valle Inclán? ¿Estarían todas en el cementerio de los libros olvidados?
Homero es de los pocos elegidos que pertenecen a la idiosincrasia de un pueblo, pensamos, sin revisar cuántos griegos de nuestros días lo leen, por no decir cuántos hispanos leerían El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha si no fuera obligatorio. Pero siempre, a pesar de la creciente pereza de leer, que no es otra cosa que un síntoma de deficiencia del sistema educativo, hay gente que sí lee, ovejas negras, elementos tangenciales, guerrilleros de la lectura que piden también más calidad, porque esa es otra cosa que nos da grima, ver cómo ahora el mercado literario está inundado de lo que sería equivalente en el gastronómico a comida chatarra; a pesar de las miles de listas que nos cuentan qué bien se venden esos libros y de que les hagan enseguida películas, con lo que muchos prefieren ver la versión filmada a leer el libro. Quizá por eso Carlos Ruiz Zafón se negó a que sus obras fueran filmadas, a pesar de que él mismo trabajaba como guionista. Y esa gente que sí lee viene a ser como esos rincones de nuestro cerebro en donde la información sigue viva, aunque dormida. Si vemos a toda la humanidad como una sola cosa, como una sola conciencia, los guerrilleros literarios serían los guardianes del «Cementerio de los libros olvidados» de nuestra memoria colectiva.