El pasado 12 de enero, en la ciudad de Santa Cruz, Bolivia, a los 79 años falleció Osvaldo «Chato» Peredo, conocido como «el último soldado del Che» por haber continuado la lucha armada, organizando la llamada guerrilla de Teoponte, en 1970. Ello ocurrió tres años después de la muerte del comandante Ernesto Guevara, herido en el combate de El Yuro y asesinado al día siguiente, el 09 de octubre de 1967, en la escuelita del poblado boliviano de La Higuera, a más de 2,000 mil metros de altura. Con «Chato» se ha ido una generación de latinoamericanos que creyeron en la lucha armada como medio para poner fin al capitalismo, a la explotación y a las injusticias que históricamente han acompañado a los países de la región. Guevara es considerado como autor de la teoría del «foquismo», es decir que un núcleo pequeño, ideológico y armado, podía despertar el apoyo de campesinos pobres, explotados, sometidos y que alimentarían la guerrilla con recursos humanos y logísticos. Ello no ocurrió en Bolivia, como había acaecido en Cuba, pese a que miles de jóvenes latinoamericanos habían sido encandilados por el olor a pólvora y el triunfo de la revolución cubana en 1959.
«Chato» Peredo, médico de profesión, perteneció a una familia del Beni de seis hermanos, de los cuales tres eligieron la lucha armada: él mismo, Inti y Coco, todos militantes comunistas desde su adolescencia y, luego, miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) formado por el Che. Ello obedeció al rechazo del Partido Comunista de Bolivia (PCB) de unirse a la lucha insurreccional que encabezó Guevara con el apoyo de Fidel Castro y el gobierno cubano. El ELN se extendió a Argentina, Chile y Perú, principalmente, desde donde viajaron numerosos jóvenes formados militarmente en Cuba a integrarse a la lucha revolucionaria, la mayoría de los cuales murieron en combate o asesinados por la dictadura militar boliviana con el apoyo de la CIA. En el caso de Chile, se constituyeron en una fracción dentro del Partido Socialista, donde fueron conocidos como «Elenos».
Roberto «Coco» Peredo, el segundo de los hermanos había sido enviado por el PCB a recibir instrucción militar a Cuba. Fue parte del grupo inicial de la guerrilla encabezada por el Che, que no alcanzó a llegar a los 100 combatientes. Murió en la batalla de la Quebrada de Batán, el 26 de septiembre de 1967, a los 29 años, junto a dos guerrilleros cubanos, 12 días antes que asesinaran al comandante Guevara. El Che lo registró en su diario escribiendo: «Nuestras bajas han sido muy grandes esta vez, siendo la pérdida más sensible, la de Coco. Pero Miguel y Julio eran magníficos luchadores y el valor humano de los tres es imponderable».
El mayor de los Peredo, Guido «Inti», formó parte también de los guerrilleros que se internaron con Guevara en el corazón de América del Sur, en la selva boliviana, para iniciar la guerra a la que se esperaba se uniera la masa campesina; la mayor parte indígena, analfabeta, con economía de subsistencia e, incluso, con poco dominio de la lengua castellana. Soñaron que la lucha se extendería por el continente bajo la consigna de crear «uno, dos, tres, Vietnam». El grupo instaló su base en el cañón del río Ñancahuazú y logró sostenerse durante 11 meses, perseguidos por el ejército boliviano asesorado por los Estados Unidos, hasta el combate final de El Yuro, donde fue apresado Guevara. En casi un año de guerra, en condiciones de extrema precariedad, fueron cayendo los guerrilleros y, en el combate final de tres horas, el Che fue herido y apresado. Inti y un pequeño grupo alcanzaron a romper el cerco de soldados, logrando huir y, posteriormente, cruzar la frontera hacia Chile, donde fueron acogidos por el entonces senador, Salvador Allende, quien se encargaría de su traslado a Cuba. Dos años después, en 1969, Inti sorprendería al pueblo y gobierno boliviano lanzando una proclama «Volvimos a las montañas», anunciando la reanudación de la lucha junto con varias decenas de combatientes. Intentaron crear un nuevo foco guerrillero, pero fueron tempranamente delatados. Inti fue torturado y asesinado en La Paz, luego de un prolongado combate en el que fue herido y tomado prisionero. Tenía 32 años.
«Chato», el más joven de los Peredo, siguió la senda revolucionaria de sus hermanos. En 1970, organizó, junto con el chileno Elmo Catalán, la segunda guerrilla en la zona de Teoponte, luego de una proclama titulada «Volveremos a las montañas», organizada junto al ELN y con participación de 67 combatientes de Bolivia, Chile y Perú. En tres meses fueron aniquilados, muriendo 58 de ellos en combates o asesinados por el ejército boliviano que aplicaba la doctrina aprendida en la Escuela de las Américas de los Estados Unidos: ni heridos ni prisioneros, solo cadáveres. Hasta hoy, familiares de combatientes chilenos reclaman por encontrar los restos de sus seres queridos, cuyos cuerpos fueron enterrados secretamente. «Chato» tuvo mejor suerte. Fue herido y tomado prisionero, torturado y salvado por su buena estrella. Mientras era interrogado, el 7 de septiembre se produjo en Bolivia el golpe militar promovido por el general nacionalista Juan J. Torres, quien suspendió las ejecuciones. No alcanzó a gobernar un año antes de ser derribado por el golpe de estado del 21 de agosto de 1971. Torres fue enviado al exilio y, luego, secuestrado y asesinado en Buenos Aires, en 1976.
Tuve la suerte de conocer a «Chato» Peredo el año 2015, en Italia, gracias a Luis Sepúlveda y su esposa Carmen Yáñez, que me lo presentaron en el Festival Literario de Pordenone, en el Véneto, donde el escritor chileno era la estrella invitada. «Chato» había viajado junto a la menor de sus 10 hijas e hijos, su querida y bella Julia, a visitar a Francisco, el hijo médico residente en esa ciudad. Con Sepúlveda, se conocían desde sus años en el ELN. Compartimos un par de días donde me empapé de conversaciones e historias de ambos. Posteriormente, en Roma, pude caminar, conversar y aprender de la rica vida del «Chato», representante de una generación que creyó firme y consecuentemente en los sueños de la revolución. Me regaló el libro del escritor boliviano, Tomás Molina, titulado Chato Peredo. El último soldado del Che, donde en siete entrevistas revisa una de las páginas más importantes del movimiento revolucionario en América Latina, como fue la guerrilla del Che y del ELN. De su boca escuché las historias de chilenos combatientes que se alistaron en el Ejército de Liberación Nacional, entre ellos el mismo Luis Sepúlveda, con quien una vez escaparon, en Oruro, abriéndose paso a tiros con la policía, luego de ser delatados, según me señaló. Diferente fue la suerte de Elmo Catalán, a quien «Chato» había conocido en Cuba. Luego, se reunieron en Chile, antes de volver a Bolivia a lanzar la guerrilla. De Catalán, señala en el libro Molina: «Un compañero extraordinario, un maestro, un formador de cuadros». Fue asesinando en La Paz junto con su esposa, Genny Koeller, en una casa de seguridad por otro militante, en circunstancias nunca del todo aclaradas hasta hoy. También relata cómo el ELN, con él a la cabeza, planeó en Chile el ajusticiamiento de Roberto «Toto» Quintanilla, uno de los responsables de la muerte del Che y de haberle cortado las manos al cadáver. La acción la cumplió en Hamburgo la alemana Mónica Ertl, militante del ELN, residente en Bolivia y expareja de «Chato», quien el 1 de abril de 1971 le pegó tres tiros en su oficina, donde ejercía como Cónsul boliviano. La logística, relata Peredo, incluida el arma, fue proporcionada por el editor italiano Giacomo Feltrinelli. La acción fue reivindicada por el ELN en un comunicado publicado en Chile, en el semanario Punto Final, el 27 de abril del mismo año. Mónica huyó a Chile, luego a Cuba y regresó a la lucha en Bolivia, donde fue capturada, torturada y ejecutada por las fuerzas de seguridad en 1973. Su cadáver nunca fue entregado a su padre ni a su familia.
«Chato» Peredo se ha ido, pero su leyenda, como la de sus hermanos y tantos otros que cayeron, son ya parte de la historia de la izquierda revolucionaria del continente. Para mí, fue una alegría conocerlo y compartir sus recuerdos. Hace unos meses hablé con él, lo llamé a su casa de Santa Cruz, donde estaba tranquilo, siguiendo y participando en la política de su amada Bolivia. La mayoría de quienes se unieron al ELN fueron jóvenes comprometidos con la idea del socialismo; de una consecuencia extrema, donde dejaron familias, profesión, comodidades y seguridad por la idea de cambiar la realidad económica y social de sus países. Mirado desde la distancia histórica parece difícil para las generaciones de hoy empuñar las armas y dar la vida por un ideal cuyo fracaso es más que evidente en el mundo actual. Si bien permanecen los sueños de justicia social en las nuevas generaciones, los medios para alcanzarlos ya no son los mismos. La ideología inspiradora y que movilizó a millones de jóvenes en el siglo pasado, fue desfigurada y pervertida por quienes lograron ejercerla. Los pocos ejemplos que, tristemente, subsisten en América Latina tienen fecha de vencimiento.