Corría el mes de julio del año 1914 y el mundo se encontraba en un momento de ebullición. Las grandes potencias industriales y militares de la época se dividían en dos alianzas para dar comienzo a un evento lamentable para la humanidad, la Primera Guerra Mundial. Mientras tanto, aquí, en Buenos Aires, en esta Argentina que ha sido el paraíso para los inmigrantes europeos, en el barrio del Abasto, nacía un niño que iba a ser parte fundamental de la historia del tango porteño. El 11 de julio de 1914, fue inscripto el nacimiento de Aníbal Carmelo Troilo.
Imagínense una tarde calurosa de verano en el Mercado del Abasto de Buenos Aires, con mucho bullicio; los trabajadores sudados moviendo cajones de frutas y verduras de un lado al otro, comunicándose a los gritos como era habitual y con el eco que generaba ese techo tan alto y abovedado; los camiones esperando para salir a repartir y, quizá por la mañana muy temprano, tenían la suerte de cruzarse, entonando algún tango, con el «Morocho del Abasto», Carlos Gardel, que a la salida de alguna milonga pasaba a encontrarse con sus amigos para tomarse unos mates antes de ir a dormir. Uno de esos admiradores era un carnicero llamado Aníbal Troilo (padre) quien, de muy joven, le había regalado a Gardel una de sus primeras guitarras. Haciendo honor a la tradición de la época, al igual que mi padre, le coloca su mismo nombre a su hijo, pero este lo apodaba igual que a su mejor amigo, «Pichuco». El apodo podría ser una deformación del dialecto napolitano picciuso que significa «llorón». Pichuco tuvo la posibilidad de conocer a Gardel muchos años más tarde, una noche en un balcón del Chantecler y hablaron de esta guitarra y también de su gran admiración.
La historia del Abasto, que fue inaugurado en 1893, está totalmente ligada al tango. El barrio entero olía a tango. Si salían a caminar y entraban en El Bar Garibotto de Avenida Pueyrredón y San Luis se podían encontrar con un habitué que era Ángel Villoldo, autor del «Choclo» y tantos otros tangos famosos. Si seguían hasta la esquina de Tucumán y Anchorena, podrían encontrarse con Ovidio José Bianquet, más conocido como «El Cachafaz», considerado el mejor bailarín de la historia del tango; ese era el lugar donde él paraba. También allí, estaba el Bar O'Rondeman de Agüero y Humahuaca. En este bar comenzó cantando Carlos Gardel y también Rufino, que era del barrio. Pugliese vivía muy cerca y los hermanos Demare también. Allí, en ese barrio, en la calle, en medio de todo esto creció Pichuco, mirando, escuchando y enamorándose del tango.
La calle es el mejor lugar de todos. Se aprende. En el hogar se aprende la educación, pero en la calle se aprende a vivir... y sí, no me lo digan a mí. Todo lo que aprendí, lo poco y extraño que aprendí, lo aprendí en la calle.
(Aníbal Troilo)
La familia Troilo Vivía en la calle Cabrera 2937, entre Anchorena y Laprida, muy cerca del mítico mercado. Cuando Aníbal tenía 8 años, su padre murió y su madre, Felisa Bagnoli, quien era una mujer muy fuerte, decidió mudarse con sus tres hijos, Marcos, Aníbal y Concepción a Soler 3280, entre Gallo y Agüero. En la casa de Soler vivieron poco tiempo ya que su hermana Concepción murió prontamente y el dolor le impidió a la familia seguir en esa casa, así que se mudan a una cuadra de allí. Estas situaciones hicieron de Aníbal un chico muy apegado a su madre, y muy sensible.
Pichuco fue un pibe futbolero, que jugaba de «centrojás» (el 5 argentino) en su club, el Regional Palermo. Fue el socio número 814 de River Plate, el club de sus amores y nunca disimuló su fervor por la banda roja.
El chiquilín Troilo descubrió el fuelle mirando de afuera a los músicos tocando en los bares del barrio. Muchos de los antiguos bares de Buenos Aires tenían esas ventanas que se deslizaban hacia arriba y, desde afuera, se podía ver y escuchar todo lo que pasaba allí dentro. Su primer encuentro personal con un bandoneón fue cuando tenía 9 años. Para olvidarse un poco de la ausencia de su padre, su madre lo lleva a un picnic en el antiguo Hipódromo Nacional, en Belgrano, donde está hoy en día la cancha de River Plate. Y allí, en una pista de carreras ya en ruinas, habían invitado a unos músicos y entre ellos había dos bandoneonistas. Pichuco estuvo todo el tiempo al lado de ellos, como enloquecido con el instrumento, hasta que, en un momento, los músicos se fueron a comer el asadito y él aprovechó para ponerse el bandoneón sobre sus piernas; esta sensación lo selló para toda la vida con ese apasionante instrumento. Antes de ponerse un bandoneón en sus rodillas, se ponía la almohada de la cama y soñaba con tener su bandoneón. Este amor a primera vista, y la sensación en su cuerpo, no paró de dar vueltas en su cabeza. Cuando tenía 10 años, convenció a su madre de que le comprara uno. Comprar un bandoneón fue siempre oneroso, y mucho más para una madre viuda. Pero la insistencia del niño fue tanta que comenzaron a buscar uno y lo encontraron en un comercio de compraventa del barrio donde costaba 140 pesos de entonces. El comerciante le ofreció a su madre pagarlo en 14 cuotas de 10 pesos cada una, lo cual aceptó y llegó a las manos de Pichuco su bandoneón. Luego de la cuarta cuota, el comerciante murió y nunca nadie les reclamó el resto. Ese instrumento lo acompañó toda su vida.
El poeta argentino y amigo de Troilo, Héctor Gagliardi, pudo entender perfectamente la relación de amor que existía entre estos dos personajes: «instrumento y músico». Le puso letra a los sentimientos del instrumento que comienza así: «soy yo, tu bandoneón el que te habla...»
Su primera presentación en público fue a los 11 años, en un escenario próximo al Mercado de Abasto, el cine Petit Colon, de Córdoba y Laprida. Luego integró una orquesta de señoritas, y decía Troilo que eran todos gorditos y que a la gente le gustaba. A los 14 años, ya tuvo la ocurrencia de formar un quinteto.
En diciembre de 1930, podríamos decir que hizo su aparición en «Primera A»; integró el renombrado sexteto conducido por el gran violinista, Elvino Vardaro y el pianista, Osvaldo Pugliese, tocó en esa oportunidad con grandes del tango, donde Pichuco tuvo de ladero por primera vez al virtuoso Ciriaco Ortiz. El segundo violín del conjunto, como si fuera poco, era el gran Alfredo Gobbi, luego célebre director de orquesta. De ese mítico sexteto no quedó ningún registro discográfico.
En 1931, realizó Troilo una breve incursión en la orquesta de Juan Maglio («Pacho»). También pasó por las orquestas de Julio de Caro, Juan D'Arienzo, Ángel D'Agostino y Juan Carlos Cobián.
En la calle Corrientes yo trabajé en dos lugares y muy distintos: en el Germinal y en el Tibidabo. En el viejo café Germinal debuté con Juan Maglio Pacho. Fue una rentré que hizo él después de muchos años sin trabajar. Imagine en la calle Corrientes, angosta, los carteles anunciando a Pacho. El no tocaba, la orquesta se la formé yo con elementos como Héctor Lagnafietta; el cantor era Antonio Maida y otros muchachos como Guisado... Se volcó todo Mataderos, la provincia, había gente hasta en la vereda de enfrente, no podían pasar los tranvías...
(Aníbal Troilo)
Gordo, levantáte, cazá la jaulita y vamos (el bandoneón) y nos íbamos a la cárcel de Las Heras, a la de Caseros, Mercedes. Metían a los presos en un salón grande, yo me subía a una tarima y allí le dábamos. Una noche en Caseros, estábamos Julián y yo solos con los muchachos. Yo sentado en una silla y Julián parado. Me puso una mano en el hombro. La mano le temblaba. Dijo: Entre ustedes que están afuera y nosotros que sí, que estamos adentro, vamos a chamuyarla un poco lunga (afuera, de las leyes) los chorros lloraban.
Así le decía Julián Centeya, su amigo, también llamado «el hombre gis de Buenos Aires», conocido por sus poesías y textos en lunfardo, quien lo llevaba de joven a tocar tangos a las cárceles.
Julián Centeya le puso el nombre de «Bandoneón mayor de Buenos Aires. El 1937 fue un año muy significativo e importante para la vida de Troilo. Conoció a la mujer de su vida, «Zita», Ida Calachi y, además, forma su primera orquesta. El hecho ocurrió el 1 de julio de ese año en la boîte Marabú, donde un letrero anunciaba:
Hoy debut: Aníbal Troilo y su orquesta.
Todo el mundo al Marabú, la boîte de más alto rango, donde Pichuco y su orquesta, harán bailar buenos tangos.
El dueño del Marabú, de apellido Salas, le pidió a Pichuco, que tenía 23 años en ese momento, que formara una orquesta para tocar allí, así que Pichuco convocó al Pianista Orlando Goñi, que conoció en la orquesta de Cobián, también a Reinaldo Michele (violinista 1937-1947), a Toto Rodríguez (bandoneonista 1937-1947) y a Hugo Barali (violinista 1938-1944). Invitó a cantar a uno de sus mejores amigos, Francisco Fiorentino. Esta dupla va a generar maravillosos registros para la historia del tango.
El día que conocí a mi mujer se acabó el planeta. Yo estaba en los bailes, ella caía y yo desaparecía. Me le iba atrás. Cuando Fiore la veía, le decía: «Carucha, perdoname una, no te lo llevés». Ella, por ella yo volteé toda la estantería. Zita tenía un anillo de agua marina. Yo tocaba en el Florida y Zita a propósito, ponía su mano entre las cortinas, mostraba su anillo y después entraba. Yo veía el anillo y me rajaba atrás, Fiore temblaba, porque yo dejaba todo, Zita siempre me manejó. Yo veía el anillo y ya no sabía más lo que hacía. Estaba en pleno traíalalalá, pero igual me tomaba el raje. Ella me llamaba cada vez con un apodo distinto, y yo estaba en el cielo, ¡Uuuh! Me llamaba Japonés, Tortita quemada, Buda, Gordo, Puchulito, y de mil modos más.
Una vez le preguntaron a Zita, escucháme, ¿es bueno este hombre? «Sí, es buenísimo, pero muy revirado. Te lo presto unos días y vas a ver. Hay que cuidarlo. Es un niño». A Zita le tocaba tratar de apaciguar los demonios que habitaban en Pichuco, controlar los excesos: el juego, la bebida, la comida y también los de bondad y generosidad. Troilo fue un burrero empedernido. Hasta que un día, Zita lo convenció de que no jugara más. Cuando le preguntaban, el Gordo decía: «Ya no van más, los pingos. ¡Pensar que antes hasta me jugaba los boletos del colectivo!». Zita solía contar que su marido bajaba con la bolsa de los mandados a comprar soda y volvía a los tres días... «¡y sin la soda!» La bohemia de Troilo estaba hecha de noches eternas.
En 1938, murió su madre y, recién allí, el «Gordo» decidió dejar la casa de su madre para ir a vivir con Zita. También es el año en que llegó al disco. El 7 de mayo, grabó con la orquesta dos tangos para el sello Odeón, «Comme il faut», de Eduardo Arolas, y «Tinta verde», de Agustín Bardi. Sin embargo, por conflictos con la empresa no registró ninguna otra placa hasta que, en 1941, comenzó a grabar para Víctor con su cantor emblemático, Francisco Fiorentino, popularmente conocido como «Fiore».
El maravilloso pianista Orlando Goñi, apodado en aquellos tiempos como «El pulpo», o «El mariscal del tango» desarrolla una técnica que se llamó: «marcación bordoneada». Marcación supone mantener la marca, el tempo, y bordoneada hace referencia a notas graves. Significa que se decora la línea de la base sin perder el compás. Goñi fue a Troilo lo que Biagi a D’Arienzo. Este genio de pianista también era un dolor de cabeza para el Gordo. Goñi era enigmático, hosco y distante, de fisonomía demacrada, desgarbado; típico personaje de la noche. Con su amigo íntimo, Alfredo Gobbi vivían la vida de la bohemia porteña, desbordada de todo tipo de excesos. Entre el año 41 y 43, estuvieron grabando grandes éxitos casi todos los meses. Orlando Goñi tocó con Troilo 7 años y grabó 71 temas. Lamentablemente, Troilo lo desvincula de la orquesta en invierno de 1943, cuando ya era rara la noche en que aparecía a tocar. Los que lo escucharon, dicen que era lo más apasionante que se podía escuchar en materia de piano, creando libremente en el seno de un conjunto típico. Al alejarse de Troilo, formó su orquesta en 1943; debutó en el café El Nacional y en dos semanas vinieron 25,000 personas a escucharlo. Pero este esplendor duró solo dos años ya que, debido a su vida de excesos, murió muy joven, a los 31 años. Su amigo Gobbi le dedicó el tango instrumental «Orlando Goñi» en 1947.
Lo reemplazó en el piano José Basso, desde el año 1943 a 1947, y aparecen dos grandes cantantes, Alberto Marino (Vicente Marinaro), nacido en Italia, Verona, quien participó con la orquesta desde 1943 hasta 1947 y a quien Alfredo Gobbi llamaba «La voz de oro del tango». Con 20 años recién cumplidos, deja éxitos para la posteridad y le propone a Troilo traer otro cantante para la orquesta, su amigo Floreal Ruiz, que acababa de grabar ocho tangos con Alfredo De Angelis. Troilo lo contrata y hacen una dupla increíble. «El Tata» Floreal Ruiz canta con Troilo hasta 1948.
Se dice que Troilo tuvo los mejores cantantes de la época. En la década del 30 había muy buenos cantores, pero los bailarines no bailaban, hasta que llega D’Arienzo y pone a la orquesta en primer plano, y el tango a los pies de los bailarines. En esta orquesta de D’Arienzo, al principio los cantantes eran estribillistas. Troilo logra las dos cosas, o los dos objetivos, una nueva relación entre el cantante y la orquesta para los bailarines. Escuchemos lo que fue la maravilla de Troilo con la voz de Floreal Ruiz.
Sería muy difícil compartir toda información de la historia de un grande de la época de oro del tango en un solo artículo, así que, por ahora, les dejo esta primera parte hasta el próximo mes en que continuaremos con su historia y anécdotas.
Para tocar se precisa instinto y yo no soy un buen músico, yo soy un buen tanguero.
(Aníbal Troilo)