Mayinca es la serie de muestras artísticas realizadas anualmente en octubre en Centroamérica. Su objetivo es insertar el arte originario en el contexto contemporáneo. La última y reciente edición, «Mayinca Orocidio», focaliza la perspectiva de la descolonización. Esta novena edición adversa la imposición hegemónica europea que truncó el arte, arquitectura y culturas de Abya Yala, y su brillante civilización.
Desde 2013, año en que se originó Mayinca, Rolando Castellón y Luis Fernando son los curadores. Para esta edición, Illimani de los Andes, nicaragüense (antropóloga, también formada con un Máster en Curaduría en la Universidad de Navarra, España), fue designada para exhibir un compendio de disidencias y concientización sobre la verdadera autonomía de los pueblos de este continente.
Los artistas participantes crearon, en consonancia con los lenguajes e interpretaciones de las pugnas hegemónicas, citas, metáforas, puentes o revalorizaciones de materiales heredados de las culturas vernáculas. Otros hicieron lecturas contrastantes, cuyo concepto irradia severas lecturas a partir de la unívoca naturaleza de los imaginarios del arte autóctono, regenerado con nuevos simbolismos este pasado octubre de 2020.
Maya más inca: Mayinca
El celebrar, en 2012, el cambio de temporalidad o bactuk maya fue augurio del renacer de las culturas originarias del continente, y fuimos conscientes de que, para generar tal florecimiento, eran necesarios muchos brazos que lo impulsaran. Así nació Mayinca 2013, en la Galería de la Universidad Veritas, subtitulada «Arte y diseño», con arte actual, instalaciones, libros, revistas, lecturas de poesía y cantos indígenas.
«Cartografías», 2a Mayinca, fue expuesta en el Museo Municipal de Cartago, 2014. La idea de mapas permeó el arte, acompañado por lecturas de los pueblos originarios actuales. Paralelamente estuvo «Injertos, Art in Natura», en Jardines Lankester, Cartago, intervenciones Land Art en varios espacios del lugar.
La tercera, ocupó los antiguos calabozos del Museo Nacional de Costa Rica, «Mayinca: Tiestos de una Cultura», 2015, visión actual inspirada en remanentes del arte ancestral. En paralelo, se exhibió «Mayinca gráfica» en Sala del PANI, San José. Ese mismo año e inicios de 2016, el Museo de Jade y la Cultura Precolombina expuso «Conclusiones actuales sobre el arte originario», singular compendio con artistas costarricenses de alto perfil.
El Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Nacional, con el subtítulo «Arquitéctica», 2017, referenció la arquitectura vernácula maya e inca en una nueva muestra. En 2018, el proyecto se expuso en Heredia, en la Escuela de Arte y Comunicación Visual, Universidad Nacional, subtitulada «Árbol madre».
En 2019, fue creado el colectivo de arte contemporáneo Museo de Pobre & Trabajador (MP&T). En sus espacios de Ipis-Purral montó «Dirty Money», crítica a los emporios comerciales y pretensiones neohegemónicas, dineros ilícitos y paraísos fiscales. Contó con la muestra paralela en la Escuela de Artes Visuales Academia IPS de Indore India, dirigida por el escultor Amit Ganjoo, y encadenó muestras en Portugal, Estados Unidos, y ArtSeum Zapote, en San José, Costa Rica.
Para 2020, la novena «Mayinca Orocidio», en colaboración con InteracciónArt (galería de arte y espacio de gestión cultural que, en 2017, realizó el primer ciclo de exposiciones con el título «Orocidio», en Granada, Nicaragua), focalizó esta noción descolonizadora que intenta borrar los bordes fronterizos impuestos por la colonización desde el siglo XVI y que mantiene abiertas muchas heridas.
¿Qué nos queda del presente repaso?
Propuestas como «Memento» de José Alberto Hernández en «Conclusiones actuales sobre el arte originario», Museo de Jade y Cultura Precolombina —como apreció la arqueóloga Ifigenia Quintanilla en una publicación en FB, diciembre de 2015—, guían la investigación cultural al traslaparse con los rigores del científico social, al lado de la actual visión crítica y creativa del artista.
Mayinca dilucida la heredad que remonta la historia de los pueblos indígenas originarios de la región. Marca un espacio-tiempo, destacando el uso de la piedra, idónea para la talla; la arcilla para objetos utilitarios y funerarios; maderas, pieles, tejidos, conchas, huesos, semillas, y orfebrería en oro. De ahí, el título de esta producción curada por Illimani, «Orocidio». Mayinca descoloniza la enseñanza artística que solo reconoce el academicismo implantado por los pintores que llegaron del viejo continente, pasando desapercibida la raigambre originaria en la escultura, textiles, orfebrería y arquitectura en piedra, tan finamente tallada y creativos abordajes a la naturaleza propia del continente.
«Orocidio» en Blog/Arte
La exhibición en la plataforma Wix de MP&T cuenta con 27 artistas participantes: Donna Conlon, Panamá/Estados Unidos; Baltazar Castellano Melo, México; Noel Saavedra, Nicaragua; Regina José Galindo, Guatemala; Luis Fernando Quirós, Costa Rica; Guillermina Ortega, México; Rolando Castellón, Nicaragua; Elia Arce, Costa Rica; Alexander Chaves V., Costa Rica; Xochitl Guevara, Nicaragua; Carlos Aguilar, Cuba/México; María Inés Pijuan, Uruguay/CR; César Manzanares, Honduras; Edgar Calel, Guatemala; Amit Ganjoo, India; Rafael Otton Solís, Costa Rica; Andi Icaza, Nicaragua; Carlos Lorenzana, Costa Rica; Anna Handick, Alemania/Nicaragua; José Viana, Brasil; Lucía Madriz, Costa Rica; Alessandro Valerio, Costa Rica; María Adela Díaz, Guatemala; Sergio Bravo, Nicaragua; Marco Cano, Nicaragua; Mariela Richmond, Costa Rica; Pablo Paisano, Nicaragua.
Destaca el trabajo de mujeres abanderadas confrontando el machismo, la exclusión, la trata de personas, nuevas formas de esclavitud, acecho y discriminación presente en el trabajo de la mexicana, Guillermina Ortega, las guatemaltecas, Regina José Galindo y María Adela Díaz, Elia Arce de Costa Rica, entre otras, de cuyos cuestionamientos extraigo: «El mestizaje con sus rasgos indígenas —razona Ortega— emerge en la psique de las mujeres occidentalizadas de mi generación… A pesar de que las mestizas tenemos la piel morena, existe una tendencia mental al blanqueamiento de los cuerpos». Para Galindo: «El ejército de Guatemala secuestró a un grupo de mujeres para ser de ellas sus esclavas y durante días y noches violadas».
María Adela comenta de «Vida en el campo de batalla», 2007: «50 mujeres venezolanas fueron plantadas por hombres… Observa el contraste entre la urbe con esta imagen surrealista de mujeres plantadas en la tierra, recordándonos que mujer y tierra son una misma fuente de vida». Elia Arce, con «Polvo de Oro», 2010 (performance en la Universidad de Loyola Marymount, Los Ángeles, California) expresa: «La universidad edificó un hangar construido por Howard Hughes sobre el cementerio indígena Tongva. En solidaridad con esta comunidad indígena, diseñé un calendario Maya con semillas de calabaza, maíz amarillo y frijol negro, sobre el cual perforé un Buda que llora por nuestros pueblos desplazados».
«Ocarina», de la uruguaya María Inés Pijuan, ensaya las ansias de una niña por poseer ese objeto de barro que, al soplarlo, entona sonidos autóctonos, motiva a abandonar un hogar como el suyo, que vivencia conflictos de esta época, y adopta a la vendedora de ocarinas, abrazando los simbolismos culturales de estas comunidades autóctonas del gran Abya Yala.
Las raíces originarias fueron abordadas por Rolando Castellón bajo una pátina de lodo y espinas de pochote, evocadores de tortuosos episodios celebrados con un mal llamado «encuentro de culturas». Para Edgar Calel, el trabajo de campo para sacar el maíz a la tierra es un camino que hace sangrar pies y memoria. Y, del engaño al trueque —señala Rafael Otton Solís— fueron cambiados «espejos» por oro y tierras, de donde brotaron «plantaciones y mineras que envenenan suelos y poblaciones».
Para Alexander Chaves Villalobos, el oro significa pureza, la luz de Dios, pero asoma el juego de lo corrupto, peligro al que se exponen los coligalleros fronterizos de Crucitas al trabajar esas nocivas técnicas. Illimani de los Andes con «Lágrimas de flores/Llorando flores», 2017, y la extensión de su cuerpo acostada sobre superficies de importancia histórica, busca sentir y ser parte corpórea del suelo, calentar la tierra y así palpar la energía de ese fragmento histórico. «Asecho de la sinapsis», de Carlos Aguilar, es un autorretrato de barro, material con peso histórico y tradicional que se destruye al sumergirlo en el agua; es parangón de lo ocurrido a nuestras culturas vernáculas. Cesar Manzanares, con «Memento mori», celebra la dualidad inevitable vida/muerte, evocando un proceso al que se expuso cuando enfermó de cáncer en 2007, rememorando con este ritual performático.
Baltazar Castellano Melo, con «La muerte de las culturas», plasma pictóricamente la diversidad e hibridez con danzas transmitidas de generación en generación y transformadas por el sincretismo, desapareciendo por la transculturización y violencia hacia los pueblos autóctonos.
«Después de la tentación del oro», enfoca la usurpación de la cultura, tratado por Amit Ganjoo de la India, país que también sufrió bajo la bota del colonizador inglés en el siglo XVIII, opacando las grandezas de sus manifestaciones artísticas. Anna Handick y José Viana, expusieron «Linhas», 2019, comentario a las fronteras arbitrarias, dibujadas en una tela que (des)fragmenta territorios según los intereses políticos-económicos, e ignorando las circunstancias geológicas o culturales del terreno. Carlos Lorenzana enfatiza que «lo celebrado no fue un encuentro de culturas, fue imposición a nuestros procesos de organización: Somos identidad única distinta, permanente, la pieza que no fue robada».
En una zona de huella político-económico-ambiental, Lucía Madriz comenta que «FOR Salismo», 2007, fenómeno de venta de terrenos a extranjeros derivada de la expresión For sale, refiere a propiedades cercanas a parques nacionales, playas y montañas, con buenas vistas, pero que, al ser vendidas, traen consigo el mismo esquema de desarrollo que ha destruido la naturaleza con alto impacto ambiental y coste social. Sergio Bravo con «Testigo», 2020, reflexiona cómo la economía latinoamericana es signo de una sufrida devaluación sobre los dólares y representa una nueva conquista: saqueo económico de Abya Yala. Donna Conlon presenta tres focalizaciones de la convivencia de distintas comunidades migrantes ante los asuntos de la economía que repercuten finalmente en la ecología y naturaleza. Alessandro Valerio contrapuntea el mimetismo aparente de su intervención, la cual refleja una de las tantas problemáticas del paisaje: las ventas callejeras, el manejo de sus residuos y aguas negras. El punto dorado que insertó en una enorme piedra es una chapa de cerveza encontrada en el último río vivo de la ciudad de México.
Mariela Richmond, en «Mujer armada», 2020, pregunta: «¿Qué pasa cuando una mujer dispara al aire?, ¿grita a la nada?». Esta mujer tiene ganas de poseer, no solamente la suavidad y pasividad femenina, sino que es ligada a herramientas políticas y socioafectivas, y quizás hasta discriminantes. Para Xochitl Guevara en el imaginario colectivo de los pueblos originarios, amamantar forma parte de la sociedad misma, es una acción inherente a la vida, así como la respiración.
Noel Omar Saavedra explora las contradicciones entre la medicina tradicional ancestral y la medicina clínica occidental; reflexiona sobre la capitalización de las industrias médicas y farmacológicas que extraen y patentan los principios activos de plantas y remedios ancestrales, para ser vendidos a un alto costo.
Marco Cano hace referencia a un campo de batalla contado por medio de la crónica. Su relato es narrado por los vencedores. Y enjuicia: miles de historias olvidadas están ocultas en el tiempo. Finalmente, Pablo Paisano, expone «Rebelión», las figuras de los nativos «amerindios», son desgarradas y desmembradas por la espada invasora. Su obra es incorporada como un homenaje póstumo a su vida dedicada al arte. La resistencia indígena y el arte abstracto, cuestionando la opresión social e invitando a la fraternidad comunitaria. han inspirado su trabajo.
Para cerrar, resumo las palabras de la curadora: cada artista en «Mayinca Orocidio» 2020, coincide con la perspectiva de cuestionar la aceptación de que vivimos en sociedades horizontales y «justas», pero la génesis de gran parte de la «normatividad» es la explotación, el robo, el secuestro, la violación, la destrucción, el exterminio de lo local e imposición de extrañas culturas modelo. Mientras haya discriminación, lamentablemente, será un tema vigente la profunda necesidad de cuestionar los privilegios perpetuados desde las colonias y que continúan. El oro es metáfora de todos los recursos preciosos que son codiciados por las potencias que invaden los pueblos, con esa sed existente desde que arribaron los invasores.
La decolonialidad, hilo conductor de esta exposición, presenta diversidad de enfoques, pero privilegiando una posición que, aunque no es novedosa, ha estado siempre marginada: La perspectiva del reconocimiento de las culturas ancestrales que siguen ocupando los estratos más bajos del conocimiento y de las capas sociales.