Llaman a la mascarilla bozal. Creen que el virus no existe, pero, al mismo tiempo, culpan a los inmigrantes o creen que la vacuna es un complot de Bill Gates para controlarnos con el 5G. Piensan que todo ha sido falso: las terapias intensivas saturadas, los testimonios de quien ha sobrevivido. Que han sido falsas las fotos de los féretros de mi ciudad, Bérgamo, donde los militares vinieron con camiones para recogerlos; donde los enfermos se enviaban en toda Italia o al extranjero porque no había sitio en el hospital.
Lo niegan todo: los números, los muertos. Todo esto según ellos no existe, pero aplauden, de fiesta en Madrid, en Berlín o en Roma contra la «dictadura sanitaria» y aclaman que el pueblo se rebele.
En la manifestación de Roma hablaban desde un escenario sobre «matar a un médico que quería hacer una PCR a un niño» y la gente aplaudía en masa, pero interrumpieron el discurso para preguntar si entre los asistentes había un médico porque un hombre se sintió mal. A lo mejor no han tenido que enterrar a muchas personas queridas, como tuve que hacer yo.
Pero ¿qué pasa en la mente de estas personas?, ¿cómo pueden no ver y seguir negando lo que está pasando?
La psicología nos da unos cuantos ejemplos los sesgos que ayudan al negacionista a creer en sus mentiras.
Los sesgos cognitivos son un efecto psicológico que distorsiona nuestra percepción de la realidad, causando una alteración en el procesamiento de la información, lo que genera una distorsión, un juicio errado, una interpretación incoherente o ilógica sobre la información de que disponemos. Nadie está exento de cometer sesgos; el cerebro escucha lo que quiere muchas veces, pero aquí hablamos de vida humanas, de historia, de ciencia y no me refiero solo al covid, sino a las vacunas en general, al sida, el holocausto, al cambio climático, hasta llegar al más pintoresco negacionismo que pone en duda la esfericidad del planeta tierra.
Hay tanta información sobre el covid que creemos que ya lo sabemos todo. Sin embargo, lo leemos en Facebook, por WhatsApp y estas paparruchas aprovechan que hay mucha gente no familiarizada con los medios digitales, que no sabe reconocer una noticia verdadera o falsa. Así, se consolidan los bulos que circulan en la red, los cuales están fabricados a la medida para que las personas se lo crean.
Es aquí donde interviene de una forma definitiva el efecto Dunning-Kruger, según el cual los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más inteligentes que otras personas más preparadas y midiendo su habilidad por encima de lo real. Es esa gente que lo sabe todo sobre el covid porque ha leído algo (claramente en Facebook). Este efecto es el que genera los opinionistas y tertulianos que todo saben sobre la pandemia.
Luego, hay un sesgo típico que es el de falso consenso: creer que hay más gente que está de acuerdo con nosotros de lo que realmente es el caso, solo porque nos rodeamos de gente muy parecida a nosotros y pensamos, así, que todo el mundo tiene nuestras mismas ideas.
También, el sesgo de confirmación explicaría lo que pasa en la cabeza de un negacionista. Aceptamos, sin más, las pruebas que apoyan nuestras ideas, mientras que nos mostramos escépticos con las que son contrarias, considerándolas parciales o interesadas. Como explica Michael Shermer en The Believing Brain, reaccionamos de forma emocional a datos conflictivos y, después, racionalizamos por qué nos gustan o no, buscando a toda costa explicaciones que confirman nuestras ideas.
El sesgo de la disponibilidad también puede afectar estos pensamientos negacionistas. Las personas sobrestimamos la importancia de la información que tenemos disponible y recordamos con más facilidad. Por ejemplo, podríamos pensar que el covid no afecta a los jóvenes porque los primeros fallecidos estaban en residencias de ancianos; sin embargo, ya está más que demostrado que también los jóvenes pueden padecer graves síntomas.
Por último, estaría lo que en psicología llamamos disonancia cognitiva. En su libro A Theory of Cognitive Dissonance, de 1957, Festinger explica que: «el organismo humano trata de establecer armonía interna, consistencia o congruencia entre sus opiniones, actitudes, conocimientos y valores». O sea que, cuando el ser humano percibe una incoherencia entre sus creencias o ideas, siente la necesidad de restablecer la coherencia, aunque sea falsa para no sentirse mal.
Por eso es tan complicado hablar con un negacionista y hacerlo razonar; frente a cada hecho objetivo y probado se le exponga, él encontrará miles maneras de creerse sus mentiras del que el covid no existe.