Colgada de una rama, bebiendo del rocío su sonido exuda entre las verdes hojas. Fluyendo a lo largo y ancho, su sonido llega lejos sin necesitar del viento del otoño para transportarlo.
Esto escribió Yu Shinan “Boshi” (558-638), también conocido como “el Duque Wenyi de Yongxing”, calígrafo, poeta y político chino, para referirse a la chicharra y su canto. Las chicharras siempre han sido figuras de alto valor místico y filosófico. Han sido considerados seres de alta pureza por “subsistir del rocío” y por posarse en las ramas más altas de los árboles. De igual manera, las chicharras han sido vistas como símbolos de resurrección, gracias a su curioso ciclo de vida. Sus ninfas emergen de los huevos insertados en las ramas de ciertas plantas. Una vez en el suelo, excavan hasta alojarse cerca de las raíces, de las cuales se alimentarán, y pasarán allí entre un par a varios años (según la especie). Luego de ese tiempo emergerán del suelo, treparán a los árboles, su piel se secará y abrirá, lo que permitirá la salida de los adultos. Los machos cantarán para atraer a las hembras para copular y estas, fecundadas, insertarán sus huevos en algunas ramas, para comenzar el nuevo ciclo.
El ciclo biológico de estas criaturas era visto como una analogía del espíritu de ciertas personas al morir, el cual se eleva al cielo para luego renacer. La chicharra era símbolo por excelencia de la resurrección. Los arqueólogos han encontrado tallas de chicharras hechas en jade (piedra muy apreciada en culturas chinas desde tiempos ancestrales, por su dureza, calidad de sonidos y belleza; sus colores sutiles y translúcidos eran asociados con el alma, el cielo y la inmortalidad), acompañando a los muertos de las civilizaciones neolíticas Liangzhu (3300-2300 a.C.) y Shiijahe (2500-200 a.C.). Su función era ayudar a regresar al difunto.
Durante la dinastía imperial Han (202 a.C. – 9 d.C, 25-220 d.C.) la relevancia de las chicharras fue tan grande, en especial para los rituales funerarios, que los chinos colocaban chicharras de jade en la boca de los fallecidos para asegurar que su alma fuera guiada a través de su proceso de reencarnación de regreso al mundo de los vivos.
El simbolismo de la chicharra en la cultura china, en cualquiera de sus épocas, ha sido siempre de absoluta relevancia, tanto que el pictograma que en la escritura primitiva china representa esa época del año que llamamos “verano” tiene la forma de una chicharra.
Pero las chicharras han sido insectos importantes en casi cualquier cultura. Recuerdo de mis tiempos infantiles, un libro con algunas fábulas de Esopo. Una de las más simpáticas se refiere a “la chicharra y la hormiga”. La primera se pasaba el día cantando, mientras que la segunda trabajaba constantemente para llevar comida a su nido.
—“¿Por qué no descansas conmigo, vecina?” —le preguntó la chicharra a la hormiga.
—“Si descanso ahora”, le contestó la hormiga, “¿quién alimentará a mis crías en invierno? Si fuera tú, recogería provisiones”.
Con la llegada del invierno, se vio la chicharra hambrienta y en busca de alimentos. Al pedirle a la hormiga, esta le respondió que solo tenía provisiones para los suyos.
Pero esta fábula que intenta presentar un modelo de conducta ejemplar (“gracias al esfuerzo se obtiene recompensa, nunca con vagancia y pereza”) culmina con una moraleja que podría asociarse a un sentimiento de culpa por no haber hecho las cosas que debieron hacerse (almacenar alimentos para el invierno). Ya en el bachillerato leí las “Costumbres de los Insectos” de Jean Henri Fabré, libro que estuvo “danzando” conmigo durante mis años universitarios. El etólogo francés intenta rehabilitar a la chicharra (de manera bastante antropomórfica), calumniada por el fabulista.
Las chicharras (pero solo los machos) poseen “Timbales,” órganos especializados para producir su sonido característico, con unas membranas elásticas, quitinosas que vibran gracias a la acción de dos fuertes músculos, y dos cavidades que funcionan como caja de resonancia. Ellos cantan sólo en su momento de plenitud, fijos a un árbol, alimentándose de su savia, y durante su breve vida adulta atraen a las hembras (poseedoras de “tímpanos” sensibles que les permite escuchar el sonido emitido por los machos, aun a gran distancia) para copular con alguna. Estas, con su “afilado” ovipositor, insertará los huevos fecundados en algunas ramas. Comienza así el ciclo biológico de estos insectos, explicado en forma breve algunos párrafos atrás.
La mayoría de las chicharras, o cigarras, cicadas, cocoas, coyuyos, campaneros, como también se les llama tanto en el trópico como en zonas templadas, nos llaman la atención antes de la llegada de las lluvias en el primero, o a la entrada del verano en las segundas.
Existen más de 3 mil especies de chicharras y la mayoría pertenecen a la familia Cicadidae. Solo un par de especies oriundas de Australia y Tasmania pertenecen a la familia Tettigarctidae. Las comunes chicharras venezolanas Quesada gigas y Dorisiana viridis, o las estadounidenses Tibicen canicularis, Neotibicen dorsatus, Neotibicen pruinosus, Cicadettana calliope, Neocicada hieroglyphica, entre otras, emergen del suelo cada año, pero estas especies han pasado allí un par, o tres, o cuatro años.
Pero las chicharras que más impresionan, no particularmente por su tamaño, morfología o coloración, sino por emerger en enormes cantidades al mismo tiempo, son aquellas llamadas “Chicharras Periódicas” pertenecientes al género Magicicada. Tres de sus especies pertenecen al grupo que emerge de la tierra cada 17 años: Magicicada septendecim, Magicicada cassini y Magicicada septendecula. Aquellas que emergen cada 13 años pertenecen a cuatro especies: Magicicada tredecim, Magicicada neotredecim, Magicicada tredecassini y Magicicada tredecula. Estas especies emergen en enormes grupos denominados “cohortes”. En cada cohorte, podemos encontrar de cientos a miles de individuos que emergen al mismo tiempo, produciendo un ruido ensordecedor por varios días, los que toman para aparearse y las hembras insertar sus huevos en las plantas de los alrededores de la emergencia. Sus crías reaparecerán en el mismo lugar 13 o 17 años después.
El sistema de nombramiento de cohortes para describir a las chicharras periódicas comenzó a utilizarse en 1898 y fue establecido en forma definitiva en 1907 por el entomólogo estadounidense Charles Lester Marlatt (1863-1954).
El nombre de Cohorte I a XVII fue asignado a cada uno de los 17 años calendario secuenciales para las chicharras de 17 años, mientras que las cohortes XVIII a XXX se asignaron a los 13 años calendario secuenciales para las chicharras de 13 años. Se ha podido determinar que, en realidad, no todos los años se produce una cría de chicharras periódicas, algunas son espurias, y al menos dos se extinguieron hace años. Los grupos espurios tienden a ser pequeños, rezagados y emergen al año siguiente del que les correspondía. En realidad, existen sólo 15 cohortes distintas, no 30, pero por conveniencia aún se utiliza el esquema de Marlatt.
El año 1985 fue para mí muy importante. Culminaba mis estudios de maestría durante el aniversario 200 de la Universidad de Georgia, la universidad pública más antigua de los Estados Unidos de América. Más importante aún, nuestra primogénita nació ese mismo año. Y, como hecho curioso, la Cohorte XIX de una Magicicada de 13 años, la de mayor extensión de todas, conocida como la Gran Cohorte del Sur, emergería en áreas ligeramente al sur de Athens, Georgia, donde vivía y estudiaba en esos momentos. Experiencia fascinante para cualquier entomólogo, permitiéndome recolectar algunas chicharras que eventualmente regalaría a varios amigos y por supuesto a quien había sido mi tutor, Francisco Fernández Yépez1 (1923-1986) para que las depositara en el Museo a su cargo, en la Facultad de Agronomía en Maracay.
De regreso en Athens, trabajando en un proyecto ideado y coordinado por Robert W. Matthews (quien fuera mi tutor para el M.Sc.), con avispas del género Melittobia, sujetos de mis tesis de Maestría y Doctorado, tuve la oportunidad de ver, grabar y escuchar a la Cohorte X (la “Gran Cohorte del Este” que ocupa una enorme área geográfica) durante el 2004 en Dahlonega, la “ciudad de oro” de Georgia. Fui al lugar de emergencia con un par de estudiantes de Comportamiento de Insectos (yo asistía a Bob en esta materia). El sonido era en verdad ensordecedor y el área “tomada” por las chicharas era enorme.
De regreso a casa las chicharras no dejaban de sonar en mis oídos. Me percaté entonces que la exposición a tan estridente sonido produjo en mi la aparición de Tinnitus (también conocido como acúfeno), esa percepción de un zumbido en los oídos, que aún persiste, y que, históricamente, ha aquejado a varios miembros de mi familia del lado de los González. Es curioso, pero no somos los únicos: Michelangelo Buonarroti (1475-1564), Francisco de Goya (1746-1828), Ludwig Van Beethoven (1770-1827), Charles Darwin (1809-1882), Leonard Nimoy (1931-2015), William Shatner, Barbra Streisand, Whoopy Goldberg, Eric Clapton, Bob Dylan, Bono, Ozzy Osbourne, Pete Townsend, Neil Young y Sting, por nombrar algunos, también desarrollaron tinnitus durante algún momento de su vida.
Pero volvamos a las chicharras. A mediados o fines de esta primavera de 2024, en varias regiones del país comenzarán a “cantar” las chicharras. Pero las Magicicada impresionarán sobremanera. Una rara emergencia de dos Cohortes, una de 13 años y la otra de 17, estarán deleitando a entomólogos y aficionados. La Cohorte XIII (la “Cohorte del Sur de Illinois”), y la Cohorte XIX (descendientes de aquella Gran Cohorte Sureña que emergió cuando nació mi primera hija) se solaparán en su emergencia. Fenómeno por demás raro, el cual volverá a suceder en 221 años. La última vez que ambas se solaparon, Francisco de Miranda (1756-1816), precursor de la independencia venezolana [y pariente lejano de la recordada aficionada a las mariposas y saltamontes2 Isabel Montesino3 (1931-2008)], regresaba a París desde Holanda. Una vez viudo, Simón Bolívar (1783-1830) decide viajar a Europa, experiencia que definiría su futuro como Libertador de cinco naciones suramericanas. El presidente de Estados Unidos de América, Tomás Jefferson (1743-1826), enviaría a París a James Monroe (1758-1831), para negociar con Napoleón Bonaparte (1769-1821) la compra del Territorio de Luisiana (La Louisiane), bajo control de Francia desde 1762.
El poeta chino Cao Zhi (192-232), también conocido como Zijian o el Príncipe Si de Chen, escribió “Oda a la chicharra”. He aquí algunas frases:
La nobleza de la cigarra se esconde en las sombras más oscuras; bajo la deslumbrante luz del sol de pleno verano, deambula por el fragante bosque. (…) tararea de contenta, sola; sus llamadas suenan penetrantes, persistentes, (…) (…) Escondida entre densas hojas de morera y resguardada del calor, canta con alegría. (…) Los poetas alaban la chicharra que canta, cuyo sonido es penetrante y vibrante cuando el sol está en su máximo brillo y luego se apaga con la llegada del invierno.
Pero, si usted vive o anda de visita en el este del país norteamericano durante 2024, tenga la seguridad que no una sola, sino millones de chicharras “organizarán” una fiesta estridente y única desde mediados de primavera hasta fines del verano. Saldrán las chicharras de sus “madrigueras” subterráneas para cantar, aparearse y fallecer “de tanto estruendo”. Será ruidosa y frenética, como toda buena fiesta, pero aun a riesgo de dejarnos para siempre afectados de tinnitus, ¡estamos todos invitados!
Notas
1 "Centenario del nacimiento de Francisco Fernández Yépez: Naturalista venezolano, padre de la entomología contemporánea del país" por Jorge M. González.
2 "Ángel «Lobo» Martínez: ¡La nube de grillos que invadió un bosque de concreto!" por Jorge M. González.
3 "Francisco «Paco» Romero e Isabel Montesino: Sumergidos en un océano de mariposas" por Jorge M. González.
Bastidas[sic] Pérez, R. & Y. Zavala Gómez. (1995). Principios de Entomología Agrícola. Coro: Ediciones Sol de Barro, Universidad Experimental Francisco de Miranda. 398 pp.
Fabré, J.H. (1920). Costumbres de los insectos. Madrid-Barcelona: Calpe. 319 pp.
González, J. M. (2005). Los insectos en Venezuela. Caracas: Fundación Bigott. 149 pp.
Kritsky, G. (2024) A tale of two broods: the 2024 emergence of periodical cicada broods XIII and XIX. Cincinnati: Ohio Biological Survey. 163 pp.
Marlatt, C.L. (1907) The periodical cicada. U.S. Department of Agriculture. Bulletin of the Bureau of Entomology, 71: 1- 181.
Osuna, E. (2000). Entomología del Parque Nacional Henri Pittier. Caracas: Fundación Polar. 199 pp.
Rubio de Garrido, A. (1940). Fabulas de Esopo. Buenos Aires: Porter Hermanos Impresores. 110 pp.
Shinan, Y. (sin fecha). Cicadas. Poetry Nook.
Zhi, C. (sin fecha). Ode to the cicada. Fwoopersongs.