Contemplar un rebaño de vicuñas es una experiencia verdaderamente espectacular. No se requiere mucho trámite para poder apreciarlas mientras beben agua o pastorean las extensas planicies andinas. Arequipa, situada al sur del Perú, es el punto de partida ideal, en esta historia de supervivencia.

Desde esta ciudad, ubicada a 2300 msnm, basta con dirigirse por la Panamericana Sur y luego tomar la carretera longitudinal hacia la localidad de Pampa Cañahuas a 71 km de distancia para observarlas en su hábitat natural. Este espectáculo no sería posible sin las medidas implementadas para recuperar a esta especie, que estuvo en peligro de extinción a finales de la década de 1960.

La vicuña, el camélido más pequeño de Sudamérica, así como de sus parientes lejanos de Asia y África, es también el más grácil, escurridizo y apreciado. Su fibra, extremadamente fina y valorada en el mercado textil internacional, fue la principal razón que la llevó al borde de la extinción debido a la caza furtiva, no solo en Perú, sino también en otros países como Bolivia, Argentina y Chile, donde su población es menor.

En un punto crítico, se estimó que había apenas 10 mil ejemplares distribuidos en los Andes y Altiplano sudamericano, de los cuales 5 mil estaban en Perú, lo que hizo imperante tomar acción para rescatarla.

Su fina fibra: la causa de su némesis

La vicuña (Vicugna vicugna) es un animal silvestre, no domesticado como sus primas, las alpacas y llamas, y pesa apenas 45 kilogramos. Su estilizada figura y diminuto tamaño, junto con su fino pelaje, fueron las razones que motivaron la caza furtiva para obtener su fibra. No importaba matar al pequeño animal para despellejarlo, a menudo dejándolo agonizante en un mar de sangre en los remotos parajes de la puna, donde el control gubernamental era nulo o insuficiente.

Expertos señalan que esta situación comenzó con la llegada de los conquistadores, las armas de fuego y la creciente demanda del mercado extranjero, principalmente Europa, que buscaban manufacturar esta fina fibra.

Existen dos tipos de vicuña, según compendios publicados en Argentina: la vicuña del norte, que habita en Perú, Bolivia y el norte de Chile, y la del sur, que se encuentra en Argentina, parte de Bolivia y Chile, cuya fibra es de un color más claro y carece del mechón en el pecho característico de la variedad peruana.

Coexistencia histórica

Se sabe que los antiguos pobladores de los Andes habitaron la región hace aproximadamente 11 mil años, y la cacería de auquénidos, como la vicuña, la llama, la alpaca y el guanaco, formaba parte de sus actividades de subsistencia. Existen vestigios que lo corroboran, como huesos utilizados para fabricar instrumentos, pieles empleadas como ropa y pinturas rupestres que representan escenas de caza.

Se estima que hace 5 mil años, las culturas preincaicas lograron domesticar a las llamas, mientras continuaban cazando vicuñas, que nunca dejaron de ser silvestres y eran muy valoradas en las sociedades precolombinas, asociadas a deidades de la época.

Durante la época incaica (1200 a 1538 d.C.), se establecieron reglas estrictas para su cuidado y manejo, incluyendo la práctica del Chaccu, que consiste en cercar a las vicuñas para esquilarlas sin causarles daño. Las crónicas antiguas indican que, en ese tiempo, la población de vicuñas podría haber alcanzado los 2 o 3 millones.

Sin embargo, a partir de la conquista española, comenzó a valorizarse la fibra de la alpaca y vicuña en Europa, desatando una matanza que alcanzaba, en promedio, 80 mil ejemplares al año en el territorio donde habita la vicuña. Para 1967, solo quedaban 10 mil ejemplares en Perú, Bolivia, Argentina y Chile, con Ecuador introduciendo la especie posteriormente.

Política de estado

Ante la gravedad de la situación, Perú y los otros países decidieron actuar y establecer políticas estatales para recuperar a la especie, firmando el Convenio para la Conservación de la Vicuña con Bolivia, Chile y Ecuador en agosto de 1969 en La Paz.

Todos los gobiernos prohibieron la caza y comercialización ilegal de las vicuñas y sus derivados hasta el 31 de diciembre de 1989. También se prohibió la exportación de vicuñas fértiles, semen o cualquier material de reproducción, excepto para fines científicos o de repoblamiento, y se desarrollaron reservas nacionales y áreas protegidas.

En Perú, se trabajó estrictamente en la recuperación de la vicuña norteña, promulgando leyes que establecen que son propiedad exclusiva del Estado, otorgando a comunidades y asociaciones acreditadas la concesión para realizar la esquila de los animales una vez al año, beneficiándose económicamente de manera sostenible con la fibra de vicuña. Así, en Pampas Galeras, la experiencia más conocida en Perú, se pasó de tener algunos miles de vicuñas en 1969 a multiplicar por miles los ejemplares hasta 2024.

Una experiencia exitosa: 218 mil vicuñas en 2024

No todo lo relacionado con el Estado es desazón; esta es una de las políticas más exitosas emprendidas por el gobierno peruano y sus vecinos sudamericanos para recuperar la población de vicuñas. En noviembre del año pasado, se reveló que Perú cuenta con 218 mil vicuñas, convirtiéndose en el mayor productor de esta especie en el mundo.

Esta tarea no ha sido fácil, y aunque se ha avanzado, la caza furtiva persiste. A pesar del control gubernamental y el apoyo de las comunidades locales, aún hay mafias que logran eludir los controles y matan a estos animales.

No obstante, gracias al trabajo conjunto del Estado y los comuneros andinos, la vicuña ha sido clasificada como una especie de bajo riesgo en el Libro Rojo de la IUCN, debido a su protección estatal.

El trabajo inicial se dio en la Reserva Nacional de Pampa Galeras Bárbara D´Achille en la región de Ayacucho, que desde su creación en 1967 ha propiciado un incremento del 1000% en la población de vicuñas hasta 2018.

Esta experiencia se replicó en Arequipa y Puno, alcanzando, en todo el país, los 218.000 ejemplares tras erradicar la caza furtiva en áreas protegidas, con la colaboración de los pobladores. Además, en Galeras se firmó el primer acuerdo de conservación y uso sostenible de la fibra de alpaca con las comunidades campesinas.

Otras áreas protegidas que siguieron a Galeras incluyen la Reserva Nacional de Salinas y Aguada Blanca (Arequipa), creada en 1979, la Reserva Paisajística Nor Yauyos Cochas y la Subcuenca del Cotahuasi.

Luego de más de 20 años de prohibición, en 1994 se volvieron a organizar los “chaccus ancestrales” bajo la supervisión del Estado.

¿Qué es el chaccu?

Es una práctica ancestral que se utiliza en las comunidades campesinas bajo la supervisión del Estado, para acorralar en grandes extensiones de terreno a las vicuñas.

Para ello los pobladores usan redes o mallas y se disponen en forma triangular o de embudo cercando a los animales, mientras avanzan juntando cada extremo.

Con esta práctica se puede capturar a los pequeños camélidos y esquilarlos sin temor a causarles daño, de forma controlada y sostenible, con lo cual se puede aprovechar su fibra sin tener que sacrificar al apreciado animal. Esta práctica era frecuente desde los tiempos del incanato e incluso antes.

Dinero mal habido

La podredumbre humana se evidencia en actos como la caza furtiva, donde se actúa ilegalmente para obtener beneficios económicos a expensas de la vida de muchas especies.

La fibra de vicuña sigue siendo un botín apetitoso para estas mafias que operan en los Andes, a menudo amparadas en la oscuridad de la noche.

Actualmente, 500 gramos de esta fibra se cotizan en el mercado internacional a más de 600 dólares, mientras que los productos manufacturados alcanzan precios exorbitantes: una chalina elaborada con esta fibra puede costar más de 2.000 euros, y un saco hasta 20.000.

Emblema nacional

La admiración por las vicuñas se remonta a tiempos ancestrales. En la cueva de Huaraya, en Ayacucho, se han encontrado pinturas rupestres que representan escenas de caza. En la época inca, se dice que solo la nobleza podía vestir indumentaria hecha con su fibra. En reconocimiento a su importancia, la vicuña forma parte del escudo nacional peruano, simbolizando la riqueza natural y la biodiversidad del país.

Ecologista norteamericano expone matanza ante el mundo

El ecologista William L. Franklin vino a Perú en 1968, con la finalidad de vivir en las gélidas alturas de Pampa Galeras, para estudiar el comportamiento de las vicuñas. La única forma de guarecerse era, una pequeña caseta, y aunque le costó aclimatarse a la vida en medio de la inhóspita naturaleza, lo logró por su afán de conocer cómo se comportaban estos camélidos y cómo interactuaban con la gente.

Un amigo que trabajaba en National Geographic lo visitó y quedó maravillado con su trabajo, pero en especial con sus fotografías, contactándolo con los editores de la revista y fruto de esta relación, se publicó en 1973 el artículo “El Mundo alto y salvaje de la vicuña” donde con excelentes gráficas y un mordaz texto se evidenciaba la cruel matanza de estos animales ante el mundo, lo que hizo que el estado peruano, decidiera tomar medidas severas para rescatar a las vicuñas de un ocaso inminente.

Este fue uno de los bastiones de la lucha contra la caza furtiva en Perú y vino acompañado de severas penas por causarles muerte o comercializar ilegalmente su fibra.

Parte de esta fabulosa historia fue contada en un documental publicado en 2022 bajo el nombre de “Vicuña Salvation”, que narra el periplo del ecologista norteamericano y cómo los comuneros y el estado peruano unieron fuerzas para luchar por la recuperación de la vicuña.

Sin duda un trabajo que ha permitido que las nuevas generaciones de peruanos y visitantes tomen conciencia sobre la importancia de la vicuña y la vida silvestre en general.