Vivo en un país donde la mayoría ha olvidado a sus muertos, otros tantos se consuelan con sus fechas conmemorativas, sea de natalicio o desaparición física, y algunos estamos estacionados en la indignación y la esperanza de que «las cosas» puedan ser dichas, reveladas y conocidas en su mayor dimensión posible. Porque resulta que no todos los muertos son iguales. Unos están más muertos que otros, y es justo como algunos poderes invisibles desean que suceda.

De eso da fe Etzel Báez, director, guionista y productor de cine dominicano, cuando insiste en rescatar de la desmemoria histórica los hechos más relevantes sobre los asesinatos cometidos contra Orlando Martínez, periodista, la activista campesina Florinda Soriano Muñoz, mejor conocida como Mamá Tingó, Los Palmeros, entre muchos otros. Por encima de ese afán de olvido pudo realizar el filme 339 Amín Abel Hasbún. Memoria de un crimen.

Cuando Etzel me pidió el correo electrónico para hacerme llegar «algo», de inmediato pensé que se trataba de su más preciado proyecto cinematográfico. Por fin vería la producción sobre uno de los crímenes más odiosos y cobardes de los cometidos durante los terribles 12 años de gobierno de Joaquín Balaguer. Para ofrecerles un poco de contexto, entre los años 1966 y 1978, en pleno apogeo de la Guerra Fría, se contaron cerca de 11,000 víctimas, entre desapariciones, torturas y homicidios. Amín Abel fue uno de ellos.

El filme se basa en el libro Amín Abel Hasbún: un gigante dormido, del político Fidel Santana; también recoge información de los documentos de la Procuraduría General de la República Dominicana del año 1970, así como datos obtenidos de archivos desclasificados por la Agencia Central de Inteligencia, CIA, en el año 2007. Es un drama narrativo que, en el transcurso de hora y media, construye los eventos ocurridos a partir de los interrogatorios realizados por el fiscal de entonces, el Dr. Marino Ariza Hernández, a las personas involucradas en el asesinato.

La técnica empleada por Báez me hizo recordar la novela de Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada, pues, desde el inicio, sé que Amín ha muerto, pero la narrativa atrapa y me sorprendo en el borde de mi asiento con la vida de Amín sosteniéndose del relato, entre juegos de tiempo que envuelven y generan expectación.

Etzel no escatima en el uso de símbolos de exquisito detalle, símbolos que evocan literalmente lo torcido del tiempo en el que ocurre la tragedia. La actuación de las figuras principales rescata el ánimo del momento: asco, apatía, displicencia, descaro y la típica indiferencia del que asesina a sangre fría y sin remordimiento. Amín está por todos lados, su espíritu se siente en toda la proyección; sin embargo, Etzel juega inteligentemente con el recurso de exponernos abiertamente al personaje solo en los últimos minutos del filme, dejando al espectador en un culmen de sentimientos. Yo no pude más que llorar con desconsuelo. El desenlace es inevitable. Amín es asesinado en las escalinatas de su residencia, mientras los gritos de su esposa y su niño se ahogan por el ruido de los disparos.

El productor viene desarrollando proyectos de esta naturaleza desde la década de los 90. Para el filme sobre Amín, llegó a realizar varias versiones hasta finalizar el producto que se filmó en solo 9 días, con poco o escaso —por no decir nada— apoyo de parte de las autoridades de la Dirección General de Cine, DGCINE, así como de otros sectores descentralizados y privados que usualmente colaboran en el rubro del cine. La financiación corrió por cuenta de varios inversionistas relacionados y de los propios bolsillos del artista, quien se confiesa endeudado, aunque ha podido honrar ya varios compromisos.

El filme se ha mostrado a grupos de estudiantes, obreros, campesinos y profesionales. También se ha exhibido en casas de estudios y universidades del país, así como en centros culturales en Estados Unidos de América, Canadá y Puerto Rico, esto gracias a las gestiones de su productor con una distribuidora del sector.

Contrario a cómo debería ser para una nación con heridas tan hondas en materia de derechos humanos, a las que se suman muchos países hermanos de Latinoamérica, la película nunca se ha programado en salas comerciales de cine. En términos llanos y simples, parece que el filme ha sido boicoteado desde sus inicios.

Este 24 de septiembre se cumplen 50 años del crimen cometido contra Amín Abel Hasbún. En el juicio llevado a cabo, solo un raso de la policía, López Acosta, fue sentenciado. Recibió una risible y humillante condena de cinco años de la que apenas llegó a cumplir dos años y medio. ¿Cómo puede un país construir porvenir para las generaciones futuras sobre el andamio de la impunidad, la injusticia y semejante naturaleza de olvido?

La justicia dominicana, en los organismos y personas que la conforman, mantiene una gran deuda moral con los familiares de Amín, con miles de familias afectadas y con todo el pueblo dominicano, por no gestar una sola instancia para resarcir el daño que los Doce Años de Joaquín Balaguer produjeron a la familia dominicana. Amén de que otros organismos oficiales se ponen a la orden para dificultar la consecución de cualquier propósito encaminado a rescatar la dignidad y los valores que fueron enterrados junto con tantos muertos.

Como dijo Neruda: «Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera». Sin embargo, ¡cuánto nos cuesta sostener siquiera una sola flor!