Cruzábamos velozmente el centro de Santiago rumbo al aeropuerto, paramos en la esquina de Estado con Moneda, para recoger mi pasaje de avión. Mientras tanto, el cónsul de Suecia me comunicaba que él no haría nada para enviarme el material de la película a Mozambique. Me dijo claramente que él no deseaba verse involucrado con filmaciones clandestinas.
No me extrañó su comentario; yo olía que con él no iba a ser nada fácil. Su anterior cargo en la Sudáfrica del apartheid me hacía suponer que yo tendría problemas para concluir mi film Rebelión ahora. Documental que habla de la privatización de la educación y las diversas maneras de lucha que comenzaban a surgir contra la dictadura.
Ya en Mozambique, una vez que logré recuperar el material, pude retomar la postproducción interrumpida. Fue así que me acerqué al Instituto Nacional de Cinema. Luego de una amable conversación con el director, acordamos finalizar mi filme en coproducción.
De inmediato, el director Matola me presenta al personal y me acompaña en un recorrido por las instalaciones del Instituto. Aquí estamos llegando a la zona donde se edita lo más importante, nuestro noticiero cinematográfico Kuxa-kanema.
Al abrir la puerta, escucho algo que me sorprende. Era la varonil voz de mi compatriota Lucho Gatica, ese maravilloso cantante de boleros. ¿Pero qué hacía Gatica en Mozambique?
La respuesta llegó de inmediato. José Cardoso, viejo director de cine, estaba montando, O vento sopra do norte. El primer filme completamente mozambiqueño, post independencia. Fue en la pequeña pantalla de la moviola que Cardoso me repitió innumerables veces la escena de un grupo de personas blancas y negras bailando al son de boleros de Lucho Gatica.
Empecé a sentirme como en casa. Aprovechando la presencia de cineastas cubanos cooperantes, pude terminar mi película. Durante el montaje nos vimos en la necesidad de dejar fuera las escenas con los miembros de la resistencia que gatillaron mi huida de Chile, ya que éstos aún cumplían condena. Así, finalmente pude partir al laboratorio cinematográfico de Zimbabwe para realizar el corte de negativo y las copias finales.
En Mozambique era frecuente que llegaran cineastas a colaborar con la joven nación que, en 1975, había logrado su independencia del poder colonial portugués.
En los primeros años, llegó Jean-Luc Godard, quien realizó algunos trabajos con el Instituto de Cine y colaboró en los primeros pasos de la futura televisión. También estuvo en el país el gran documentalista, Jean Rouch, quien logró filmar algunos cortos con los jóvenes cineastas locales que comenzaban a surgir.
Durante mis años en Mozambique tuve la oportunidad de conocer y acompañar durante su visita a Santiago Álvarez. Fue maravilloso conocerlo. Now, su clásico film sobre el racismo en Estados Unidos, había sido uno de los filmes con los que estudié cine en el Dramatiska Institutet de Suecia.
Al poco tiempo de haber estrenado Rebelión ahora, en Mozambique, llegó de visita Fernando Birri, padre del Nuevo Cine Latinoamericano. No podía perder la oportunidad de mostrarle mi film, así que, entre garrafas de agua mineral y whisky, le puse un VHS del film.
Al terminar la muestra, quedó pensativo; luego agregó: «Lo más impactante del filme, la parte mejor lograda, aquella que transmitía el miedo, la rabia de aquellos trabajadores que removían escombros sin razón alguna, fue aquel testimonio del jefe de obras, ese pito, ese zumbido debajo de su relato, le suma una fuerza dramática increíble...». Ante su certero comentario, me quedé sin palabras. Solo atiné agradecerle haber visto mi documental.
El verdadero drama había sido que, durante esa filmación, el sonidista me dijo que había un campo magnético que se filtraba en la grabación. Mi única preocupación fue saber si ese ruido iba a quedar por sobre la entrevista; el sonidista me aseguro que no, démosle no más. Fue solo al final de la filmación que nos dimos cuenta de que el callejón donde estábamos filmando era el costado de un recinto de la armada, y su antena provocaba la interferencia. Rápidamente abordamos nuestro vehículo y desaparecimos.
No pude más que hacer un salud con el Maestro. Rebelión ahora ganó varios premios en diversos festivales. Pero fue en la antigua Unión Soviética, específicamente en Tashkent, en 1984, donde sucedió lo más curioso y sabroso. No tenía idea que los periodistas soviéticos, una vez que terminaba la entrevista, entregaban un sobre al entrevistado.
El fantástico descubrimiento fue que su contenido era suficiente para comprar un par de botellas de champagn y bastante caviar. Con mi amigo Wolf, quien venía con sus filmes desde Nicaragua, rápidamente reaccionamos y pedimos a la chica traductora que nos organizara entrevistas con la prensa soviética.
Los chilenitos en esos tiempos éramos los favoritos. Al poco tiempo los periodistas hacían fila a espera de poder oír nuestro relato.
La traductora quiso también aprovechar la oportunidad y, a cambio de un Chanel de la tienda de divisas, nos pasó el dato de que todas las tardes, después del almuerzo, desde hotel salía un bus con destino a las salas de cine de la periferia de la ciudad, donde también se mostraban películas del festival.
Mientras la mayoría de los otros cineastas dormían la siesta, nosotros viajábamos rumbo a nuestro trabajo solidario.
La ceremonia en esas salas de cine consistía en salir al escenario y saludar al público, mientras que por los parlantes nos presentaban; del discurso, yo solo reconocía la palabra «Pinochet». Terminada la ceremonia, debíamos hacer una nueva reverencia al público, al mismo tiempo que entraban unas amorosas niñas con un bouquet de flores para mí y Wolf.
Ya detrás de las bambalinas, recibíamos el deseado sobre que nos hacía tan gratas las noches de Taskent, sentados en el bar, mientras veíamos a un conjunto soviético imitar a los Beatles.
Los cineastas chilenos de la resistencia, como nos llamaban, sabíamos de batallas.