De los canales que frecuento en YouTube, Te lo resumo está entre mis favoritos. En un principio, se dedicaba a reseñar películas y series con su tono tan particular. Con el tiempo evolucionó a videos donde analiza actores, directores, remakes, entre otros temas relacionados con el cine. El último que me repetí fue sobre los hermanos Coen, Joel e Ethan, directores de No Country for Old Men (2007) o El gran Lebowski (1998), por nombrar dos cintas. En un momento, se menciona que la crítica y la taquilla no siempre aprobaron sus proyectos: necesitaron que los Oscar validaran su obra para que los medios especializados vieran con detalle, y seriedad, sus películas. Casi como una aprobación de gasto.

Así como en el cine la venta de boletas se ha convertido en un pseudoindicador de calidad, las reproducciones en Spotify y el listado de best Sellers se convierten en un ítem que muchos replican en las redes sociales. No obstante, no suelen dividir el éxito comercial del fondo artístico; no siempre están peleadas estas dos categorías, que merecen una mirada separada. ¿Todo Marvel es un derroche de cine en su más alta expresión? No, por más de que los cines se llenaran miles de veces, Thor: Ragnarok (2017) está lejos de ser una gran muestra del séptimo arte (tomaron a un personaje con tintes épicos y lo convirtieron en la copia de otros nombres de ese universo ―Guardianes de la Galaxia― para tener otra comedia espacial). Se invirtieron $180 millones de dólares y la recaudación superó los $855 millones. Tomo el ejemplo del cine porque puede ser el más universal.

La pregunta que sigue podría ser si esa película, o canción o libro que venga a la mente, será recordada en dos décadas. El gran Lebowski no tuvo una taquilla rescatable, lo que no impide que muchos cinéfilos actuales y aspirantes a directores o guionistas encuentren una propuesta artística interesante; un fondo más allá del disfrute, que hace parte del cine (los remito al video que mencioné arriba para que alguien con mayor conocimiento del tema les explique qué tiene que ver esa película con Jeff Bridges).

Los libros de autoayuda, las memorias de varias estrellas de la farándula y los secretos de muchos gurús suelen estar entre los libros con más mercado, los de más reimpresiones. ¿Acaso alguno será recordado por su aporte literario? No lo creo. Aunque Temporada de huracanes (Random House, 2017) de Fernanda Melchor no tenga tantos ejemplares vendidos, mereció que decenas de editores tradujeran esa incomodísima y lograda historia. Es un libro difícil de leer, pesado por su forma y por su historia, con una escritura tan compleja que solo alguien con talento podría conseguir.

Mi intención no es prohibir o reprochar el consumo de los más vendidos, cada quien lee lo que se le dé la gana. Lo que me interesa es mostrar que más allá del negocio, hay aspectos que no son cuantificables o requieren de tiempo para ser examinados. Los clásicos no obtienen ese apelativo un día después de su publicación, aunque muchos críticos insistan en aquello de “clásico inmediato”. Los años, los lectores cuidadosos y los aspirantes a escritores se encargan de darle un lugar a quienes lo merecen: lo reconocen como una fuente de inspiración, como un texto a tener en cuenta, como una cebolla (con muchas capas).

Con la música sucede igual: muchos Top 1 de décadas pasadas quedan en el olvido ―intente el ejercicio con su año de nacimiento y algunos meses―, pero ‘Bohemian Rhapsody’ de Queen, ‘Vogue’ de Madonna, ‘La rebelión’ de Joe Arroyo siguen siendo lo que son: grandes canciones que nuevas generaciones escuchan, identifican y hasta cantan. Los intérpretes y compositores buscan vender, tienen esa mala costumbre de comer tres veces al día, como mínimo; pero además pueden tener una intención más profunda, de transmitir algo que no puede ser expuesto en una conversación cotidiana, que requiere de algo más elevado, con más trabajo, detalle e imaginación.

No hace mucho me crucé con una cartilla que reducía el apoyo de los gobiernos a las artes como un tema de conveniencia ideológica y un problema para el mercado artístico: en resumen, los gobiernos solo apoyan lo que hace publicidad política. Si bien ha habido propuestas, como la del nazismo, que buscaban contar una historia más que acomodada, las industrias también lo hacen, o revisen a los enemigos de las películas gringas: rusos, árabes, asiáticos, según la época. Pájaros de verano (2018), de Ciro Guerra y Cristina Gallego, dista mucho de presentar una Colombia idílica o de hacer campaña política, y es una gran cinta que representa los inicios del narcotráfico con la bonanza marimbera; aun así, Proimágenes (Fondo Mixto de Promoción Cinematográfica de Colombia) puso dinero allí. La película logró premios, reconocimiento y es entretenida: no porque algo tenga fondo debe ser aburrido.

Ojalá sigan existiendo esas personas que no se dejen llevar solo por los contadores de visitas, lectores, reproducciones y boletas: el arte y el mundo los necesitan más que nunca. Sé que el tema de este texto parece obvio; sin embargo, en muchos lugares esta discusión no se da y siempre vale la pena tenerla, y a mayor profundidad de la expuesta aquí.