El sábado 18 de julio –símbolo trágico- falleció el autor de «Si te dicen que caí» y de «Últimas tardes con Teresa», novela de la cual hablaba con emoción Roberto Bolaño, y que para los hispanoparlantes nacidos en Europa, representa en su cultura literaria el equivalente a lo que «Hijo de ladrón» simboliza en la memoria de esos chilenos que confluyen en la «inmensa minoría» de la lucidez y la sensibilidad nacida del inagotable venero popular.
(Enrique Morales Lastra, «Cine y Literatura»)
Solo por la muerte has caído, Juan Marsé, brillante narrador, hijo de la vapuleada Generación Española del 50, compartida con otros autores nacidos durante la incivil Guerra, que tuvieron que escribir en el encierro de sus habitaciones, en la sordina de cuartillas acalladas en duermevela, porque los días de la posguerra serían aún peores que los vividos por otros republicanos y republicanas durante el conflicto, en ese virtual cementerio de vivos hambrientos en que convirtió las Españas el caudillo feroz, con su Curia insaciable, sus terratenientes de crimen, misa y comunión diarias; cotidiano sacrificio, nada simbólico, como los que perpetraban Falange, el Ejército, y la Guardia Civil, caminera y aldeana, en ejecuciones articuladas junto a los gallos en amaneceres siniestros de las tierras castellanas, vascas, gallegas, andaluzas y catalanas, mientras las «democracias» occidentales comerciaban el trigo, el aceite y la libertad con el tirano nacido en El Ferrol, que negó la sal, el agua y la palabra a la Galicia de Rosalía, de Unamuno y de Castelao; mientras los hijos de Lincoln, al otro lado del océano, pasaban por alto las mazmorras y el garrote vil a cambio de bases militares «estratégicas» en la Península, en esas mesetas que antes recorriera el Caballero de la Triste Figura, con su compañero Sancho, honrando damas en apuros y desfaciendo parecidos entuertos que los poderosos siguen tejiendo, con hilos de acero y telares hechos de esqueletos, para que todo permanezca igual y cada hoja que caiga del árbol de la ciencia y del arte sea medida, pesada y controlada por el Señor del Castillo.
La del 50 es una generación que aglutina a escritoras y escritores que nacieron durante la Guerra Civil Española. De hecho, a este grupo también se le conoce como la Generación del Medio Siglo o la Generación de los Niños de la Guerra, diferentes denominaciones que se emplean para hacer referencia a creadores que nacieron cerca de los años 20 y que publican sus primeras obras en los 50, después de la Guerra Civil, que toman como leitmotiv la guerra fratricida que se libró entre el 18 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939. Sus poetas más destacadas y destacados: Julia Uceda, María Victoria Atencia, Félix Grande, Rafael Guillén y José Ángel Valente, escriben una poesía de gran calidad lírica y estética, en cuyo trasfondo soterrado laten y surgen, atenuados, los conflictos sociales.
Con la guadaña de la censura encima y la amenaza del repudio de las clases dominantes y de los burgueses consumidores de libros, se ven forzados –poetas y narradores- a emplear un lenguaje intimista, donde los juicios reflexivos adoptan expresiones y figuras que «dicen hasta donde se puede decir y sobreentender». Escribir en dictadura o bajo una tiranía como la de Francisco Franco Bahamonde, presenta dos desafíos que deben caminar en un solo sendero: el de la calidad literaria trascendente y el del sigilo para evitar la mazmorra o el cadalso. De esto supo Cervantes y le costó la vida a Miguel Hernández.
Los narradores y narradoras de la Generación del 50, Ignacio Aldecoa, Antonio Ferres, Carmen Laforet, Alfonso Grosso, Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute y Francisco Umbral, y nuestro Juan Marsé -que ha muerto este 18 de julio, en el triste aniversario 84 del «alzamiento», uno de los nombres eufemísticos que se da al golpe traidor contra la República, cayendo en el verano del Norte, después de larga y fructífera batalla existencial-, inician el edificio de su narrativa escogiendo un realismo social nunca explícito, cimentado sobre la ruina y la destrucción, física, anímica, estética y humanitaria de una España escindida en la que han vivido y aprendido las durezas del mundo y el comportamiento aleve y asimismo heroico de su especie más odiosa: homo homini lupus (hombre, lobo del ser humano).
La prolífica herencia literaria de Juan Marsé, se compone de veintitrés libros: Encerrados con un solo juguete (1961); Esta cara de la luna (1962); Últimas tardes con Teresa (1966); La oscura historia de la prima Montse (1970); Si te dicen que caí (1973); Confidencias de un chorizo(1977); La muchacha de las bragas de oro (1978); Un día volveré (1982); Ronda del Guinardó (1984); El amante bilingüe (1990); El embrujo de Shanghai (1993); Los misterios de colores (1993); Rabos de lagartija (2000); Un paseo por las estrellas (2001); Cuentos completos (2003); La gran desilusión (2004); Canciones de amor en el Lolita’s Club (2005); Caligrafía de los sueños (2011); Noticias felices en aviones de papel (2014); Teniente Bravo (2016); Esa puta tan distinguida (2016); Colección particular (2018); y Viaje al sur (2020). Además, centenares de crónicas y reportajes.
Obtuvo numerosos premios que detallaremos aquí, salvo el Cervantes, en 2008, haciendo honor a su proverbial modestia, en medio de la agitación del Premio Nacional de Literatura de Chile.
El crítico catalán Oriol Puig nos dice:
Los orígenes obreros de Juan Marsé marcaron sus principios y su voluntad de dar voz a aquellos seres humildes, perseguidos, marginados o perdedores que poblaban la Barcelona menos glamorosa, y que contrapuso con los representantes y las costumbres de la sociedad burguesa.
Cuando a los 13 años Juan Marsé (Barcelona, 1933) dejó la escuela para entrar de aprendiz en un taller de joyería, eran los primeros años de posguerra, aquel niño no podía siquiera imaginar que el destino le había elegido para ser un orfebre de la memoria, en especial de quienes fueron derrotados en la contienda española. Más que un novelista, Marsé siempre se consideró un narrador, alguien destinado a recuperar los recuerdos de la Barcelona de su infancia y de su juventud, en especial la de los habitantes del barrio obrero del Guinardó donde se crió, tras ser adoptado por una familia de clase trabajadora. La obra del escritor está especialmente vinculada a esa Barcelona casi olvidada, inframundos poblados de canallas y perdedores, un entorno y una época cuya memoria individual y colectiva «estaba secuestrada», según consideraba Marsé.
La escritura de Juan Marsé es un largo oficio de memoria y nostalgia que encuentra sus defensores y detractores. Últimas tardes con Teresa marcó un tiempo. Compañero de generación literaria de Gil de Biedma, Eduardo Mendoza o Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé escribió su primera novela a los 25 años: «Encerrados con un solo juguete», con la que consiguió quedar finalista del premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Tras una etapa en París, vuelve a España y publica «Esta cara de la luna» y «Últimas tardes con Teresa» (1966), con la que gana el Premio Biblioteca Breve.
Si te dicen que caí es una de las mejores novelas españolas del siglo XX, y es la que hoy celebro y recuerdo de este inolvidable escritor catalán. El título de la novela lo da una línea de la canción militar española Cara al Sol. Esta es una jugada maestra de Juan Marsé, extraer del propio enemigo una frase de incierto destino, como incierta y riesgosa era la vida en los 40, en la Barcelona de posguerra, la ciudad símbolo de las luchas libertarias en España, cuyo solo nombre provoca, en estos tiempos de podredumbre monárquica y corrupción neoliberal, escamas en la piel de los fascistas españoles, hoy representados por Vox, por el ala extrema del PP y aun por acomodaticios «progres».
Los personajes de Marsé son, esencialmente, jóvenes, adolescentes y niños a quienes se les ha robado el porvenir, forzándoles a una vida de orfandad menesterosa y sin esperanzas, la que abordan como una representación teatral, una «corte de los milagros» en la primera mitad del siglo XX. Mediante el juego de superposición memoriosa de sucesos y actos, el autor nos sumerge en esa alucinación de espejos cóncavos que conocimos en los esperpentos de Valle-Inclán, pero no con el propósito de inmersión de lo real en otros planos, sino de rescatar la memoria falseada por los detentadores del poder.
Ganadora del Premio Internacional de Novela México 1973, Si te dicen que caí fue prohibida en España e incautada su primera edición de 1976. Recordemos que en noviembre de 1975, Francisco Franco había partido, posiblemente a ese infierno de los censores, donde el reo a la pena eterna es condenado a tantas llamas como palabras incineradas existan en todas las lenguas.
(No olvidemos –hijos, nietos y biznietos de Galicia- que otro gallego las ofició, durante larguísimos años de la dictadura franquista, como Gran Censor; sí, Manuel Fraga Iribarne que iba a firmar, una década más tarde, muchos prólogos y pórticos de libros editados por la Xunta de Galicia).
Las paradojas de la Historia, al igual que las palabras, también son innumerables.
La literatura de Juan Marsé fue forjada como la de nuestros novelistas Nicomedes Guzmán y Manuel Rojas, desde las entrañas proletarias de la sociedad, donde no hay transgresión más grave que la desmemoria, porque, al decir del poeta Aristóteles España:
Hemos sido escritos sobre la tierra con sangre, para no olvidar.