Nuevamente en un aeropuerto esperando un vuelo. Una situación conocida y, sin embargo, tan diferente. Volar en tiempos de coronavirus significa ponerse máscara, esperar más, transitar por terminales semidesiertas y caminar por corredores interminables de negocios cerrados. Me senté donde había una mesa para apoyar el ordenador y dispuse mirar alrededor. Este es un período de vacaciones y todo está casi vacío. Una joven se lima las uñas, mientras espera. Otra habla de sus cosas personales en español sin saber que entiendo lo que dice. Tiene un acento venezolano y sin quererlo, pienso que estoy invadiendo su privacidad o quizás sea lo contrario y ella me impone sus tragedias personales o me hace testigo de sus dramas. Alguien corre para no perder el vuelo. Miro el cielo y está nublado. Seguramente va a llover. El tiempo es frío a pesar de ser verano y vuelvo a escuchar las exclamaciones de la señora venezolana, que afirma en el teléfono tener 36 años.
Ayer fui a una casa en la playa. Inmediatamente comencé a compararla con otras casas de verano en la playa y en otros países. Lo que me golpeó fue la mayor distancia entre una casa y otra. La barrera de árboles que las separaba, me hizo pensar que seguramente la privacidad es un factor importante, casi irrenunciable.
Automáticamente pensé en los balnearios de Italia, donde las casas están construidas para estimular los contactos y la promiscuidad e imaginé que todas las reglas sobre la distancia social en estos parajes han sido interpretadas de modo opuesto, pues dan la idea que uno puede aproximarse a otra persona aún más de lo que se acostumbra bajo circunstancias normales. Esto es una broma de mal gusto.
Pero no puedo permitir que nos olvidemos que Dinamarca, Noruega y Finlandia han demostrado al mundo que la pandemia puede ser controlada. Los tres países en cuestión están gobernados por mujeres y esto hace una diferencia real.
Si las autoridades en un país son percibidas como tales, si muestran competencia y empatía, entonces la gente sigue los consejos y evita los contagios. Puedo agregar también que el nivel de consenso social en estos países es alto y si los argumentos son razonables, la gente entiende y se adapta, limitando a un mínimo los posibles conflictos y malos entendidos. Los niveles de educación son altos en relación al resto de Europa y esto facilita las cosas, pues lo que más pesa es el sentido común y el respeto a la comunidad.
Miro alrededor, se sienten pocas voces y esta parte del terminal está vacía. Tenía el vuelo a las 15.00 desde Copenhague a Frankfurt. El vuelo tuvo un atraso y para no perder mi conexión a Bolonia, me pusieron en un vuelo que parte a las 19.30. Llegaré tarde a casa, después de la medianoche y en estos momentos no tengo otra alternativa que esperar, mientras mentalmente vuelvo a revivir muchas de las situaciones y conversaciones de un viaje que considero importante.
Comparar y preguntarse las razones de las diferencias percibidas en otra realidad estimula la reflexión y la curiosidad. En historia lo llaman método «contrafactual» o «contrafáctico» y en práctica es una invitación a imaginarse alternativas y preguntarse: ¿qué hubiera sucedido si…? A menudo pienso que estamos encerrados en nuestra cotidianidad y esto nos hace miopes y limita en nuestra capacidad de interpretar y comprender nuestra realidad. La diferencia mayor entre los países escandinavos e Italia es la relación entre individuo y comunidad y el hecho de considerar a los demás es una ventaja competitiva que facilita las relacionen sociales y la capacidad de ejecutar planes y colaborar para el beneficio de todos., reduciendo conflictos, vacíos sociales y malos entendidos.