Mis hábitos de escritura son simples: me levanto temprano, mientras a mi alrededor todos duermen y me dedico durante tres horas a escribir. Me siento siempre en el mismo lugar, rodeado de revistas y libros. A más tardar un poco antes de las 8 de la mañana, suspendo mi faena. Tengo un cuaderno con notas sobre los temas del día y antes de partir hacia el trabajo, camino por unos 30 minutos. Los fines de semanas los dedico siempre a la lectura y escritura. Leo siempre y con mucha avidez los periódicos.
Hablando con amigos y amigas que escriben, he descubierto que muchos tienen sus rituales y mi conclusión es que estos, los rituales, sirve para prepararse, concentrarse y motivarse personalmente, pues la escritura depende de ti y requiere constancia y disciplina. Es común tener horarios especiales, lugares dedicados a esta actividad y reducir las distracciones. La escritura requiere un «esfuerzo creativo», que no es fácilmente administrable. En práctica, la productividad de los escritores y artistas en general depende mucho de estos rituales y en particular de la capacidad de no dejarse distraer por horas y horas cada día. A menudo para imaginarse a un escritor, hay que preguntarse por sus hábitos, ambiente y espacio. Es decir el lugar donde desenvuelve su activad.
Es frecuente que los adeptos a la escritura se rodeen de libros, revistas y otros talismanes, que estimulen y mantengan su inspiración. Un amigo frecuente son los diccionarios de todos los tipos y es común que los escritores elijan uno entre ellos como su puntal preferido. La máxima que podemos extraer es que sin hábitos y rituales no existe la escritura y si después las llamamos manías, se trata únicamente de prepararse mental y emocionalmente para escribir.
Como en todas las actividades existe una discriminante cuantitativa, para evitar la discusión de lo que significa calidad en la escritura. Si nos imaginamos un libro de 150 páginas y en cada una 200 palabras, que es una media aceptable, el total de las palabras del libro o texto sería de 30.000. Muchos declaran escribir alrededor de 500 palabras al día y esto significaría 60 días, más el tiempo de relectura y corrección. Las pocas encuestas sobre la «productividad» de los escritores corroboran estos números y lo que creo y me sugiero es que un escritor tendría que producir entre 1.500 y 3.000 palabras por semana, lo que implica horas y horas de trabajo y por ende un lugar dedicado y arreglado especialmente para este fin. Es decir, un «estudio» con más o menos todas las herramientas necesarias ordenador, impresora, librería, cuadernos, entre otras y si este «estudio» es personal, automáticamente podríamos suponer que además está, no sólo personalizado, sino que también arreglado como soporte emocional y de trabajo con una serie de adornos y detalles que facilitan la concentración. Escribir, más que inspiración y fantasía creativa, es una actividad continua y permanente que exige sobre todo tiempo, método y dedicación. Como se dice, es la práctica la que hace el maestro y práctica significa tiempo y concentración.