Apareces de la nada, como de costumbre, y deambulas por el campo de minas que he predispuesto para ti. Te mueves con determinación y, por un momento, llego a plantearme si se trata de un golpe de suerte o si, en este tiempo, has aprendido dónde no debes pisar.
Entras por tu propio pie a mi infierno a pesar de que sabes que, si lo haces, no hay manera de que te deje salir. Cuando menos te lo esperas, ya estás dentro. Y tiemblas, tiemblas sin necesidad de que te toque porque todo es desconocido y extraño para ti, y es que no hay forma de que un ángel acceda al averno sin perder parte de sus plumas.
Tiritas en mis manos ante el recuerdo de ese atractivo precipicio al que solías asomarte y tomas consciencia de que caíste en él, sin necesidad de que te empujara. Y, créeme, tenía ganas de verte caer, aunque lo negara. Sin embargo, nada de eso importa a estas alturas porque estás frente a mí y verte franquear los límites de mi abismo se ha convertido en un placer del que ya no estoy dispuesto a privarme.
Quiero devorarte sin contemplaciones, pero sigues temblando y, aunque no debería importarme, lo hace.
Tus piernas flaquean y los labios te tiemblan, pero eso no impide que te pronuncies. Sincera, brutal y exigente. Me pregunto si, simplemente, ignoras lo que tus palabras me provocan o si, en realidad, sabes bien lo que haces conmigo.
No puedo dejar de mirarte porque, así estés asustada, es esa firmeza que te caracteriza la que te ha traído hasta aquí y me fascina. Tengo que recordarme que, aunque pareces un ángel, eres todos los pecados que me gustan juntos y que he conocido demonios más inocentes que tú.
Percibo el hambre que tienes y lo único que pasa por mi mente son las ganas que tengo de saciártela. Te retuerces entre mis brazos y, por un momento, me faltan manos para controlar ese huracán que promete devastarnos. Así que te cedo el control porque, si hay algo que ansío más que postrarte ante mí y hacerte todo lo que me suscitas, es que seas tú quien lo desee. Pero la forma en la que te balanceas merma el poco autocontrol del que gozo cuando se trata de ti y, aun siendo un pecador de primera, debo rezar para que no acabes conmigo.
Mi imaginación vuela cada vez que te remueves insegura sobre mi regazo y debo hacer un esfuerzo inmenso por no acabar contigo de la manera en la que deseo hacerlo. Tratas de silenciar tus gemidos sin darte cuenta de que estos ya resuenan en mi mente, ensordecen mis pensamientos y aturden mis sentidos. Crees que tengo el control, pero estás a punto de hacerme perder los papeles, y es que el espacio es amplio, pero tú lo ocupas todo.
La piel de tu espalda se eriza bajo las palmas de mis manos cuando te afianzo sobre mí y empiezo a guiar tus movimientos y, entonces, sé que, si en algún momento existió un límite, ya lo hemos sobrepasado. La excitación comienza a pesarte cuando intensifico las estocadas y fantaseo con la idea de que ninguna prenda separe nuestra piel. Tu respiración se agita, te enderezas y, sin que pueda verlo venir, alcanzas el clímax entre caricias.
Te quejas y sollozas mientras ralentizas la fricción entre nuestros cuerpos y yo, que he conseguido dominar mis instintos hasta entonces, pierdo los estribos. Te beso porque, si no lo hago, si no alivio lo que me haces sentir, no seré capaz de dejarte ir esta noche.
Porque eres dulzura y perversión. Calma y tempestad. Arrasas con todo, pero yo estoy dispuesto a hacer lo mismo contigo.
Y quizá este es el punto de inflexión que estabas buscando.
Al final, estás aquí y ambos sabemos que ya no quieres marcharte ni yo voy a permitirte que lo hagas.
(Este relato forma parte de la novela El irresistible juego de Midnightemptation, actualmente en proceso de escritura y publicándose en Wattpad.)