Un hombre es desterrado a perpetuidad
y sale con un pedazo de su cuerpo
a vivir en la otra orilla del mundo
a donde solo llega la voz de sus muertos.(Efraín Barquero)
Por distintos caminos y en diversos lugares he buscado al poeta de los lares, a Efraín Barquero, nuestro cantor campesino de Chile, hijo de la tierra y del pan temprano de Piedra Blanca.
Hacía cuarenta y seis años que había partido, desde su casa rural en Lo Gallardo, con una raída maleta en la que llevaba sus libros más queridos y algunos sueños que le nacieron «a través del humo y la niebla, cubriéndole la boca, palpándose el rostro, alisando los bordes del silencio enterrado».
Anduvo por oscuros países, hasta inaugurar una modesta casa en Estrasburgo, donde esparció su olor de boldos y las fragancias de Chile que había escondido en el mejor rincón de sí mismo. De allí me llegaron sus primeras noticias, una carta suya que se aromaba con la palabra esperanza. Después, muchas otras; nuestra correspondencia que iba y venía «con las alas plegadas y la dirección en medio». Recibí su libro inédito, Los Allases, que luego iba a devenir en Mujeres de negro, testimonio de un «desterronado», como él da en llamarse; regalo que yo no esperaba: un gran sobre de correos, como esos paquetes pueblerinos, en gruesas hojas con las que se envuelven los quesos de cabra o las tortillas de rescoldo de los fieles braseros del sur.
Mi amigo y compañero de la SECH, Raúl Mellado, me había entregado, un poco a regañadientes, en octubre de 1982, la dirección del poeta, pues siempre fue un hombre muy reservado y celoso de su intimidad.
Meses más tarde, las cartas comenzaron a remitirse desde Aix-en- Provence, pues Efraín y los suyos huyeron del frío y la nieve al templado sur, donde otra casa se abriría con parecidas ilusiones, «sonriendo con cansancio a los frutos amarillos/ como si quisiera esconder algo bajo la tierra/ del mismo color que sus recuerdos».
Algo ocurrió en las palabras de nuestra correspondencia, pero nunca lo supe; releí mis epístolas, buscando una señal, alguna huella en mi lenguaje que hubiese producido un desencuentro (La sensibilidad de los poetas es como esas piezas de cristal que se rompen bajo las notas altas del tenor)… De pronto, el silencio; cartas que naufragaron en el Atlántico, mis palabras estrelladas inútilmente en puertas sin destinatario. Pude guardar sus poemas, para recuperar su voz en necesaria intermitencia.
Si tú entras en el cuarto de este hombre
Huele a tierra húmeda con pétalos deshechos,
A tiempo acostado, a llaves mohosas.
Deambulé, con su libro bajo el brazo, por antesalas de editoriales chilenas, para recibir la falsa sonrisa de secretarias y burócratas, la engolada comunicación de directores esquivos, rechazando el texto con vanas promesas a cien años plazo.
Si tú cuando escribe una carta
Ves lo blanco del papel y lo negro de la tierra,
Todo cubierto por unos terrones muy oscuros,
Mesa y cama, como en un cuarto sin techo.
Busqué después a Efraín Barquero en los cafés de las ciudades, en rincones de bares secretos. A veces, preguntaba por él con su antiguo nombre curicano: Sergio Barahona, como si intentara engañar al tiempo, pero fue inútil... Nadie aceptaba conocerlo, ni menos saber su imposible paradero.
Estaba todo tan lleno de gente, pero no había
Nadie en esa espera del extranjero y su espera:
Anochecía, llovía, nevaba, transcurría afuera,
Pero adentro mendigaba el hombre en el tiempo
Envejeciendo en la fotografía de su rostro.
Viajé, sabiendo de ante mano que no lograría alcanzar su nuevo refugio. Pero desde suelo gallego sería más fácil restablecer el contacto... Tarjetas postales, cartas, diarios y libros se fueron en acerados trenes para tocar o no la morada chilena en Aix-en-Provence.
Nos vamos de los lugares sin ganas de hacerlo
Y como pidiéndole a los seres y a los árboles
Que nos perdonen.
En las aldeas de Galicia tendría que aparecer Efraín Barquero, mimetizado con los paisanos, bebiendo su parloteo como quien traga una lenta lluvia... En el aire del Norte, flujo de migraciones y abandonos, podría percibir el manar de sus poemas, rumor de huertos y utensilios, olor de campo y amaneceres del Sur.
Efraín regresó a Chile en 1992. Encontró un país hostil, muy distinto al que abandonó en 1974 rumbo al exilio. No logré reencontrarme con él. Supe de la presentación en Santiago de Chile de su poemario Mujeres de Oscuro. Llegué cuando el encuentro concluía y solo pude alargarle mi libro recién editado, Entresiglos y Quimeras, con mis señas y una breve nota. Nada supe de él, salvo que regresó al poco tiempo a Aix-en-Provence, para volver a Chile al cabo de dos años y mantenerse aislado del mundo «social-literario», buscando esa soledad de la creación poética, donde alcanzó, sin duda, esa recompensa de excelsitud estética que muy pocos creadores logran.
Efraín Barquero fue y será uno de los poetas más relevantes de la poesía chilena de la segunda mitad del siglo XX. Nació en el poblado campesino de Piedra Blanca, cerca de Constitución, en la Región del Maule, centro-sur de Chile, el 3 de mayo 1931, con el nombre de Sergio Efraín Barahona Jofré. En su poema La Miel Heredada, que el crítico Hernán Díaz Arrieta «Alone» incluye en la antología Las 100 mejores poesías chilenas, canta el poeta: «Yo nací cuando ardían las fogatas de mayo/ y lo primero que recuerdo/ es la voz del río y de la tierra». Fue Agregado Cultural en Colombia, bajo el gobierno democrático de Salvador Allende. Desde 1974, ha vivido entre Francia (Estrasburgo; Aix- en-Provence) y el remoto e irreconocible Chile del miedo y del exilio.
Para Barquero, la actividad creadora tiene también un sentido religioso de acercamiento entre los seres humanos y debe conllevar una actitud moral ante la poesía, la crítica y el lector. Afirma el poeta:
Poetizar la trascendencia de los actos, de los vínculos, de los gestos, de los valores esenciales de la vida. Pero no sólo «poetizar», sino también fundar un plano de existencia nueva, donde se dé a luz un hombre nuevo capaz de recuperar una esencia vital perdida en el universo.
Habitante de remotos lugares campesinos del interminable territorio de Chile, el poeta Efraín Barquero nos confirma, a través de su poesía, el aserto de Neruda acerca de nuestra carencia de paisaje y exceso de panorama telúrico, donde el hombre exhibe una desolada pequeñez ante las fuerzas de la naturaleza.
De su primera producción poética, inmersa en el mundo social y sus conflictos, los que el poeta enfrentó, estéticamente hablando, con una poesía de reminiscencias épicas y de confianza en un porvenir socialista y revolucionario. Posteriormente iría desprendiéndose de un evidente influjo nerudiano, para alcanzar una voz propia, honda, arraigada a las voces de la tierra y a los apremios y desasosiegos de la condición humana.
Obra poética: La piedra del pueblo; La compañera y otros poemas; Enjambre; El pan del hombre; El viento de los reinos; Epifanías; El poema negro de Chile; Bandos marciales; La mesa de la tierra; El poema en el poema; Mujeres de Oscuro.
Pocos –muy pocos– como él, no sólo en Chile, sino en el universo de los poetas, han logrado alcanzar esa esencialidad de la palabra poética, desprovista de adornos, ajena a la retórica y a cierta ampulosidad difícil de superar cuando se maneja este castellano nuestro, pródigo en toda suerte de barroquismos arduos de elocuencia.
A la postre, tuve la fortuna de establecer ese contacto epistolar que atesoro como experiencia única de un largo caminar literario. Conocí el embrión de su libro Mujeres de Oscuro, cuyas cuartillas iniciales pude leer mucho antes de ser publicadas. Asimismo, él me envió, como preciado regalo, los libros señeros de Gaston Bachelard, escritos en francés, cuya lectura enriquecería mi propio quehacer.
En Radio Universidad de Chile, por aquellos años, le dedicamos, junto a Juan Antonio Massone y Hernán Ortega, un programa, cuya cassette remitimos a su morada en el sur de Francia. De allí se inició un intercambio fructífero que siento hoy como el mejor vino de los sueños poéticos.
Esa edad misteriosa
Esa edad misteriosa con abuelos y penumbras
ese mundo de cuero y de madera en que
vivimos antes.
Grande era la sombra del hombre subiéndose
al caballo
para llevar las mañanas más allá de los
crepúsculos.
Y las mujeres cruzando habitaciones
con pasos sin pisadas sobre tablas crujientes
y como llevando un traje negro sobre un traje
blanco.
No era la misma mujer afuera que adentro de la casa.
Eran jóvenes sólo una vez en el rincón del tiempo.
Jóvenes como son los lechos vestidos de
blanco
Y las ahogadas con hojas de sauce en los
cabellos.
Esa edad misteriosa en que vivimos antes.
Pero Efraín Barquero ha callado. Este pasado 29 de junio de 2020, mientras permanecemos encerrados por la pandemia, Ximena Troncoso me da la triste noticia del viaje postrero del poeta, de su regreso definitivo a Piedra Blanca, Curicó, a la casa donde la abuela prodigaba «el olor del pan y la manzana guardada». Quizá ha vuelto, sin decírmelo, para reencontrar ese... punto invisible que guía a las abejas/ donde… /han puesto el pan y el vino a nuestro alcance/ para que siempre te acuerdes al extender la mano/ que estás tocando la mano de todos los hombres.