Puse en la lavadora algunas prendas y entre ellas cuatro pares de calcetines, que resultaron ser tres pares y medio, porque me olvidé uno, que encontré abandonado en el fondo del cesto de la ropa sucia. No podía hacer otra cosa que no fuese lavarlo a mano y así lo hice. Lo lavé, estrujé y lo puse a secar junto a los otros.
Para mi sorpresa, descubrí que el calcetín que lavé a mano estaba mucho más mojado que los otros y lo volví a estrujar con fuerza. Después lo comparé con los otros y aún estaba mucho más mojado, como si la cantidad de agua que retenía fuese doble. Pensé y concluí que la centrifuga es mucho más fuerte que yo. Desde hoy controlaré bien el cesto para evitar que esta historia deshonrosa se repita nuevamente. Una promesa como muchas otras que llenan nuestros días, mientras continuamos nuestras rutinas indecorosamente.
Una de las razones secretas tras mi uso exagerado de sandalias — comienza en mayo y termina a fines de septiembre — es: no lavar calcetines. No por flojera, sino por la maldita tendencia que tienen de desaparecer o esconderse.
He estudiado minuciosamente la anatomía de los calcetines. Sus partes esenciales: la caña, la pernera que sigue, la solapa del doble talón, la cuña del mismo, el empeine, pie y finalmente la puntera. Para ilustrar el misterio, agrego que los calcetines que se pierden con más facilidad son los que no tienen pernera. Esos calcetines bajos, que desde el doble talón al borde mismo de la caña tienen unos 5 centímetros o menos. Sí, precisamente esos, que se esconden solapadamente en los zapatos y que desde hace un tiempo están tan de moda, como si mostrar los calcetines fuese un insulto.
Mi teoría, que aún no he demostrado empíricamente por falta de tiempo, es que especialmente este tipo de calcetines tienen una propensión a esconderse, debido a un sentido impropio de vergüenza y esta inclinación los hace desaparecer sin motivo alguno. Anteriormente sostenía que la causa fuese una hidrofobia de carácter traumático, un miedo incontrolable a ser lavados. Por eso los usaba por semanas sin cambiarlos hasta que el problema de los calcetines empezó a ser mi problema y por protegerlos a ellos, me vi siempre más aislado, anticipando por meses una forma de distanciamiento social prepandémico y completamente injustificado.
El problema fue resuelto lavándolos de vez en cuando, pero el resultado inesperado ha sido una drástica reducción del número de calcetines disponibles y un aumento vertiginoso de la orfandad, sobre todo de los calcetines colorados. Ahora me visto con uno verde y otro rojo o alternativamente con un calcetín en un pie y el otro desnudo con la grave consecuencia de haber sido acusado de distracción patológica, que me procura infinitos daños profesionales y me estigmatiza de extravagancia exacerbada e histrionismo insoportable.
La rotación de cesto de la centrifuga crea una fuerza desde el centro a la periferia que cumple dos funciones fundamentales: 1) extender en la medida del posible la superficie de la ropa y 2) extraer el agua que se filtra a través de los orificios de la misma centrifuga. Estrujar, en cambio, ejerce una fuerza de torsión que permite extraer en parte el agua de un tejido mojado. Independientemente de la fuerza aplicada sobre el tejido, esta solución no permite que toda el agua absorbida por el tejido sea expulsada del mismo, ya que al momento de estrujar, la superficie del tejido se encierra en sí misma impidiendo el flujo del agua hacia afuera.
Por este motivo y para optimizar el efecto deshidratante de la fuerza aplicada es preferible pasar el tejido extendido por rodillos que giran sobre un eje y que al mismo tiempo, mecánicamente, se aproximan entre ellos, ejerciendo una fuerza lateral que extrae el agua del tejido. La conclusión es que, a igualdad de fuerza, el resultado dependerá en gran medida de la configuración mecánica del aparato que ejerce la fuerza sobre el tejido y la modalidad especifica usada para extraer el agua. Ergo, la causa de una solución menos eficaz no está por definición vinculada de manera proporcional e univoca a la fuerza aplicada (menor fuerza, menor presión, más agua), sino a la relación entre fuerza, tejido y mecánica.
Aclaro, además, que para leer estos textos es indispensable conocer las leyes de la física aplicada y más aún, tener mucho sentido del humor.