La soledad es el lugar más seguro que conozco.
(Edgar Allan Poe)
¿Por qué a la gente le aterra tanto la soledad, el aislamiento y el recogimiento? Somos seres sociales, sí, pero hasta cierto punto. La soledad es el territorio de la introspección y de la creatividad. Somos más auténticos cuando estamos solos, puesto que no echamos el cerrojo a nuestra sensibilidad ni a nuestra inteligencia en aras del buen sentido y de la lógica. Estamos más conectados con nosotros mismos y con nuestras propias emociones cuando alcanzamos el silencio exterior y (sobre todo) el interior. Ignacio de Loyola lo supo cuando planteó la dinámica de sus ejercicios espirituales. Buda y Cristo alcanzaron la iluminación durante largos retiros.
Un gran creador es por definición un gran solitario, aunque en la superficie parezca estar rodeado de gente. Y las pandemias, plagas y pestes nos empujan a la soledad y por lo tanto a la creación. Durante una cuarentena Isaac Newton redactó la teoría general de la gravedad; Shakespeare escribió tres de sus obras de teatro más celebradas: El rey Lear, Macbeth y Antonio y Cleopatra; Boccaccio escribió el Decamerón aprovechando cada día de un encierro que duró meses. Los ejemplos son interminables.
Leo en los diarios que la gente es incapaz de estar sola, encerrada, en silencio consigo mismo. Su propia compañía les resulta insoportable. Salen de sus casas exponiéndose a un contagio de ese virus flotante que está por todas partes. Necesitan escapar de la soledad aunque les cueste la vida.
Hace algunos años me enfrenté a una experiencia transformadora: hice un retiro de meditación vipassana (una rama del budismo zen) que duró dos semanas. La práctica del vipassana es extrema. No solamente implica meditar la mayor parte del día, sino que tampoco puedes tener acceso a ningún tipo de tecnología: mi teléfono y ordenador quedaron confiscados a la entrada de una casa de campo en la frontera entre España y Portugal. No eran necesarios. Tampoco estaban permitidos libros, televisores, ni cualquier objeto que pudiera distraernos de lo esencial, que era el enfrentamiento con nosotros mismos. Nos levantábamos a las cinco de la mañana y meditábamos mientras salía el sol. Cualquier tipo de interacción entre los asistentes al retiro estaba prohibida. Pero sí podíamos escuchar las charlas de un monje budista dos veces al día, después de la primera y la última meditación. Ahí aprendí y escuché lecturas sobre la importancia de la respiración, del prana, del satori, de la mente inquieta que vive hiperestimulada, incapaz de vivir el instante, el momento, el ahora. Esas dos semanas encerrado, paradójicamente, fueron liberadoras.
Mentiría si dijera que estas semanas de encierro han sido sencillas. Sobre todo cuando las noticias del impacto del virus sobre el mundo son tan demoledoras. Mentiría también si dijera que han sido insoportables. He aprendido a hacer las paces conmigo mismo, a escucharme y a convertir la soledad en creación. De este encierro surgió el guion de un largometraje que escribí a cuatro manos con el cineasta guatemalteco Kenneth Müller en larguísimas sesiones diarias donde fueron naciendo poco a poco los personajes y escenarios de una historia que provisionalmente se llama «Cuando el corazón se detenga». Los personajes tienen autonomía y voz propia. Pero solo podemos escuchar sus voces cuando estamos en silencio.
Agradezco cada día de esta cuarentena, porque no he pasado hambre, porque tengo un techo sobre mi cabeza, porque he estado conectado con gente de todo el mundo desde la tranquilidad de mi casa, porque me ha dado la oportunidad de compartir con mi familia, porque he terminado lecturas postergadas, y sobre todo, porque me permitió convertir el tedio de la soledad en artículos y guiones que espero ver algún momento traducidos a imágenes cinematográficas y proyectados sobre una pantalla.
¿Qué has hecho tú durante esta cuarentena?