Cuando en el mundo hay más de cuatro millones y medio de infectados de Covid-19 y unos 300.000 muertos, las especulaciones intelectuales derivan hacia el mundo que vendrá tras la pandemia, conscientes de que el que sobrevendrá será muy diferente al de hace apenas tres meses.
La pandemia del nuevo coronavirus, que amenaza con terminar con el sistema capitalista, provocó la voracidad de los vendedores de dispositivos de vigilancia. Las tecnologías de rastreo de personas están en aumento, con la excusa de que la ciencia de datos será fundamental para derrotar al enemigo invisible.
Las democracias liberales parecen encantadas con la capacidad de controlar dispositivos digitales y el modelado estadístico de algoritmos que extraen patrones y hacen predicciones. Cámaras, software, sensores, teléfonos celulares, aplicaciones, detectores, algoritmos, son presentadas como las armas más sofisticadas para combatir el virus.
Las empresas de vigilancia y espionaje digital, vinculadas al aparato de represión del Estado con amplios servicios prestados para la persecución de los opositores, los ataques contra los disidentes y la lucha contra el terrorismo, se presentan como salvadores del cuerpo de la especie.
Vivimos lo que los investigadores llamaron datafication, es decir, la transformación de comportamientos y acciones en datos que se pueden crear y capturar de forma sincrónica y asincrónica para que se puedan realizar análisis predictivos. Hay que poner límites al mercado de datos, hay que crear una internet ciudadana, reclaman académicos y movimientos sociales.
Necesitamos pensar en las redes digitales para construir prácticas comunes, para enfrentar el neoliberalismo que, en definitiva, es una pandemia que ha durado más de cuatro décadas y ha infectado incluso a las fuerzas progresistas y de izquierda que se supone deberían combatirlo. Parece haber llegado la hora de la resistencia a los dos virus: la covid-19 y el neoliberalismo. La lucha es, al menos, contra dos pandemias.
En este clima polarizado, la estrategia antipolítica del populismo de extrema derecha y su infodemia han visto un nuevo caldo de cultivo para la insolidaridad y el linchamiento del adversario. Sea este el adversario político, la información periodística seria y contrastada, o la ciencia encarnada en los técnicos de salud pública, como se señala en este artículo.
Europa se ha vuelto a equivocar y parece que no logró aprender nada de la crisis de las vacas locas. Sus sistemas sanitarios tan privatizados, tecnificados, medicamentalizados y en transición digital, no han logrado ocupar el lugar del Estado en materia de prevención, epidemiología, salud pública y de planificación sanitaria.
La simplificación, la agitación y la polarización antipolítica sólo logran acentuar el malestar y la inseguridad favoreciendo el miedo y la manipulación, en vez de aportar la confianza, credibilidad y liderazgo político. La globalización ha tenido éxito en lo que respecta a la angustia y el pánico. Quizá sea la muerte del capitalismo, pero nosotros vivimos dentro de su cadáver.
No es sólo Europa, súmele a todos los gobiernos de derecha latinoamericanos que impusieron las recetas desnacionalizadoras y privatizantes del Fondo Monetario Internacional y Washington. En nombre del sacrosanto negocio de las trasnacionales y sus limosnas (puede leerse sobornos) a los gobiernos.
El desmantelamiento de los sistemas de seguridad social, la anulación y las consecuentes reformas de la legislación laboral, las privatizaciones, la pérdida permanente de derechos sociales que se consideraba derechos adquiridos, retrocesos salarial, avance de la desocupación, deslocalizaciones de empresas, evidencian que no basta construir un bloque continental.
Hoy, el repunte de la extrema derecha fascista, es un signo evidente del estado de ánimo de los habitantes de estos países, donde subsiste la ausencia del debate serio de estos fenómenos en amplios círculos del pensamiento crítico, anclado en viejas discusiones y teorías de un mundo que ya no existirá tras la pandemia.
Los ganadores con la pandemia
La debacle causada por la pandemia ha devastado economías nacionales, multiplicado el desempleo, la marginación, el hambre y la pobreza y la crisis o quiebra de empresas de todos los tamaños.
Pero algunas compañías y algunos de los más ricos del mundo han ganado en grande con esta pandemia, al acelerarse la tendencia a la digitalización, la robotización y el uso de inteligencia artificial de muchas actividades industriales y financieras, así como de nuevos sistemas de vigilancia y control ciudadano.
Las principales ganadoras de la pandemia son las grandes plataformas digitales Amazon, Microsoft, Apple, Google (Alphabet), Facebook, Baidu, Alibaba, Tencent. Las primeras cinco, conocidas como Gafam, tienen matriz en Estados Unidos. Las otras tres, con el ahora sugestivo acrónimo de BAT, en China. Otras plataformas digitales, como las de entretenimiento, Zoom y algunas de entregas a domicilio también han crecido.
Un informe del Grupo ETC señala que la primacía de mercado y ganancias de las ocho mayores plataformas (Gafam y BAT) es abrumadora: 70 plataformas digitales tienen 90 por ciento del mercado mundial, pero las siete más grandes tienen dos tercios y han aumentado significativamente sus ganancias en 2020, al igual que sus fundadores, Jeff Bezos (Amazon), Bill Gates (Microsoft) y Mark Zuckerberg (Facebook).
Las empresas estadounidenses y chinas controlan 75 por ciento de las nubes de cómputo, 75 por ciento de las patentes sobre cadenas de bloque (blockchain) y representan 90 por ciento del valor de capitalización de mercado de todas las plataformas digitales.
Las megaempresas se tragan a competidores más pequeños, logrando un control oligopólico del mercado. En años recientes, Facebook compró WhatsApp e Instagram; Microsoft adquirió Skype y Amazon a Souq, la principal plataforma de Medio Oriente. Facebook controla dos terceras partes de las redes sociales y Google más de 90 por ciento de las búsquedas. Amazon, la mayor ganadora con la pandemia, superó a Walmart como la mayor en ventas minoristas a escala global.
Uno de los nichos de dominación de mercado es que ofrecen almacenar los datos de otras empresas e instituciones públicas en sus servicios de nubes, donde también pueden manejar, manipular o incluso vender esos datos con inteligencia artificial. Esta capacidad de almacenamiento y uso de datos, llamada extracción o minería de datos, es el motor fundamental de sus ganancias.
Las grandes plataformas no tienen casi fiscalización, regulación o supervisión pública. Básicamente establecen sus propias reglas, y alegando su carácter global están entre los mayores evasores de impuestos, lo que significa cifras astronómicas, mayores que el PIB de decenas de países enteros.
El factor fundamental de ganancia son los datos que les entregamos al usar estas redes. Individuos y gobiernos que entregan o facilitan a esas plataformas los datos de sectores enteros de la población. Por ejemplo, gobiernos latinoamericanos pretenden que la educación a distancia se realice a través de las herramientas que ofrecen Google y Youtube, con lo que éstas tendrán acceso a una multiplicidad de datos de profesores, alumnos e instituciones, incluyendo intereses, edad y ubicación.
Las implicaciones de control, vigilancia y potencial represión gubernamental de estos sistemas preocupan a todos, pero sobre todo las consecuencias políticas y económicas que tienen al otorgarle acceso masivo de los datos de los ciudadanos y la inducción que las que compran los datos ejercen para vender desde productos a preferencias electorales (recordar Facebook y Cambridge Analytica). No es sólo un tema de privacidad de datos personales, se trata de los nuevos gerentes del mundo y cómo enfrentarlos colectivamente, señala Silvia Ribeiro, autora del informe de ETC.
¿Qué mundo les tocará vivir a las nuevas generaciones?
Mucho se ha escrito –y queda por escribir- sobre los escenarios para el mundo pospandémico. Para la visión occidental hay tres posibilidades: uno, regreso a la normalidad y la superación de la crisis en unos meses; dos, la intensificación de la disputa entre el mundo autoritario y la defensa de la democracia, y tres, la expansión del ideal aceleracionista de Silicon Valley, que profundizará la dependencia de las sociedades en relación con las plataformas digitales.
El virus del coronavirus parece ser la bisagra o la fecha que en el futuro se usará como símbolo del cambio histórico económico y político hacia la digitalización de la economía, la financiarización, la moneda virtual, hacia la materialización de nuevas relaciones sociales. Pasaremos del fetichismo de la mercancía al fetichismo de la virtualidad.
Todo se manejará sobre plataformas, no habrá más relaciones cara a cara, y eso traerá nuevas percepciones, nuevas sensibilidades, incluso nuevos valores y sentimientos. Pero, sobre todo, nuevas formas de un capitalismo esclavizante, quizá como lo fuera el pasaje del feudalismo al capitalismo, señala un estudio del Centro latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Los analistas señalan que las plataformas serán los amos, y los «esclavos libres», trabajadores que pondrán sus tiempos en las plataformas que recibirán a cambio puntos (o cualquier mediación) para canjear por lo que requiere sólo para vivir, ya que no será necesario la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero vale la pena recordar que sólo el trabajo es lo que genera valor. El capital sólo produce valor en tanto y en cuanto es relación de fuerza, relación de coerción sobre el trabajador, obligándolo a ejecutar un sobretrabajo.
En el tiempo de la antigua esclavitud, el opresor debía cuidar de sus siervos, y en cambio, en el capitalismo las condiciones laborales y el cuidado quedaba en manos de la familia.
Ahora, si se eliminan todas las condiciones laborales, las responsabilidades del empleador se trasladan al trabajador y será su responsabilidad cómo y cuánto trabaja, lo que –bien publicitado- puede generar una apariencia de libertad, aunque en realidad es un esclavo-libre, cuyo mayor amo es la necesidad.
El amo, el empleador, el jefe desaparecen físicamente, mientras el teléfono y la pantalla pasan a ser mediadores de las plataformas. Sin ellas, sin internet no hay socialización, por ende, uno desaparece, y solo subsistiría dentro de las plataformas, dentro de la virtualidad. Cada uno debe decidir qué plataforma, qué economía digital le brinda mejores opciones para su subsistencia.
El filósofo inglés Thomas Hobbes señalaba que «no basta con que un hombre trabaje para el mantenimiento de su vida; sino que, además, debe luchar, si hace falta, para conseguir su trabajo». O sea, habrá que luchar dentro de la digitalización para conseguir las condiciones de nuestra subsistencia. La propia y la de la humanidad.