Periódicamente, como una forma de rebeldía, me gusta ir a ver La batalla de Tetuán de Marià Fortuny. Este cuadro fue un encargo de la Diputación de Barcelona en 1862, donde se reflejan los hechos de dicha batalla durante la guerra de África.
El motivo de elegirlo para mis visitas periódicas es que, a mi entender, apenas recibe atención la obra del genial pintor reusense en la actualidad y en particular este colosal lienzo (mide 10 metros de largo por 3 de alto), donde se aúnan arte e historia.
Y no es que Fortuny esté especialmente olvidado, ocurre que la sociedad actual, tan manipulada y desculturizada, tiene otras prioridades y el arte desde luego, no es una de ellas.
No siempre ha ocurrido este olvido, ya que el cuadro ha tenido, en otra época, un lugar preeminente en la memoria colectiva del pueblo catalán, originando gran fascinación a su llegada a Barcelona en 1875, pues Fortuny lo pintó en su estudio de Roma y hasta llegar aquí, tuvo una trayectoria azarosa.
Para su preparación, el artista llegó a Tetuán el 12 de febrero de 1860, ocho días después de la batalla y realizó varios centenares de dibujos y acuarelas. En esta ciudad, a Marià le asombró el mundo musulmán, convirtiéndose África desde ese momento, en un descubrimiento fascinante para el artista. La luz, las costumbres y los habitantes de Marruecos, le deslumbrarán hasta el punto que cambió su estilo y sus obras ganaron en expresividad y color. Su transformación le llevó a ser uno de los mejores pintores orientalistas de la época y su percepción del mundo islámico creó unos estereotipos que se repitieron en muchos artistas del género.
El contexto histórico en que se realizó la obra fue la Guerra de África de 1859-1860. Esta se originó por las constantes incursiones que sufrían Ceuta y Melilla por parte de grupos marroquíes del Rif. En una de estas incursiones, en 1859, el gobierno de la Unión Liberal presidido por Leopoldo O'Donell, durante el reinado de Isabel II, aprovechó un ataque para iniciar hostilidades con los magrebíes, en gran parte para ocultar los graves problemas internos que padecía España e iniciar una operación de imagen en Europa.
Este aspecto propagandístico comportó que muchos artistas se convirtieran en apologistas del hecho de una forma más o menos voluntaria. Fue por ello que la Diputación de Barcelona envío a Fortuny al escenario de la aventura, en donde participó un numeroso batallón de voluntarios catalanes a las órdenes del general Prim, reusense como él.
La batalla de Tetuán, curiosamente, está inacabada (“non finito” o “esthétique de l'inachevé”), ya que el autor un tanto desencantado al no poder resolverlo, la abandonó y devolvió el dinero que hasta ese momento le había pagado la Diputación.
Ese aspecto «inacabado» le ha dado paradójicamente, un aire muy actual y transcurridos más de 160 años desde su ejecución, la obra ha resistido admirablemente el paso del tiempo y está considerada una de las más importantes de la pintura del XIX.
Uno de los que entendieron mejor esta obra fue Salvador Dalí que, en 1962, quiso resaltar la importancia de dicha obra con un óleo suyo que lleva por título La batalla de Tetuán (Homenaje a Mariano Fortuny). Esta obra del pintor ampurdanés, actualmente se halla en Fukushima (Japón), en el Morohashi Museum of Modern Art.
Tras la muerte de Fortuny, la Diputación compró el cuadro a la viuda por 50.000 pesetas y a su llegada a Barcelona en 1875 se convirtió en un icono popular de nuestra cultura.
Su actual emplazamiento está en el Museo Nacional de Cataluña, que ocupa el edificio del Palacio Nacional, situado en la montaña de Montjuïc. Dicho edificio fue inaugurado en 1929 por Alfonso XIII con motivo de la Exposición Internacional celebrada en la Ciudad Condal, allí está desde 2004, donde podemos admirarlo y reflexionar sobre las vicisitudes, olvidos históricos y cambio reciente de mentalidad de la ciudadanía catalana, pues al fin y al cabo conforman nuestra vida y nuestra historia.